22/11/2024 01:09
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La práctica perversa de acumulación de bienes materiales y privilegios a costa de la miseria y deshumanización de las mayorías llevada a cabo por los capital-socialistas, se halla en las antípodas de lo que han venido predicando. El comunismo, el socialismo democrático, el capitalismo paternal y pacífico -apoyados más tarde por un amplio y activo sector de la Iglesia conocido como «teología de la liberación»- que se presentaron como alternativas históricas para alcanzar formas más dignas para el trabajo y para el hombre, han demostrado con creces que su definición entraña términos contradictorios, y que bajo sus botas autoritarias el sufrimiento y la miseria de la humanidad han adquirido límites insoportables, del mismo modo que la riqueza de sus elites.

Hoy, los resistentes, es decir, los denunciantes de su colosal engaño, son vigilados, censurados, torturados y asesinados, sólo por oponerse a los procedimientos y a las agendas establecidas. ¿Qué artificios e inconsistencias existen en sus renovadas doctrinas para que sus ideólogos se vean obligados a protegerlas despótica y sanguinariamente? ¿Qué ficciones y falsedades que no puedan defenderse en un debate abierto y que lleva a sus pergeñadores al silenciamiento y al crimen de los opositores? ¿Por qué su interés en destruir la Iglesia de Cristo y con ella la civilización occidental, si no es por estar ésta penetrada de referencias cristianas?

Si las sectas marxistas, masónicas o de cualquier otro color -incluida la mafia rosa- han temido siempre al Dios de los cristianos, también hoy parece temerlo la propia Iglesia, que ha abandonado a su suerte a la sociedad. Y, más allá, todos ellos tienen pavor de la religiosidad individual y popular, que legitima la lucha de los resistentes, de los oprimidos, y da vigor y convicción para el necesario y definitivo sacrificio. Tienen terror de la fe, en general. Porque detrás de la religiosidad natural se hallan todos los asuntos nobles, todos los procesos liberadores y todos los sueños de los humillados que impulsaron al ser humano a lograr la justicia y la libertad necesarias.

Ni el NOM ni sus sectas toleran que la opción de resistencia a sus agendas nazca del corazón del humanismo cristiano, ni, por supuesto, de la congénita religiosidad. Contra ello, las elites globalistas y sus esbirros marxistas, embarcadas en el colectivismo universal u -al menos- occidental, se defienden con los tics policíacos más sórdidos. Los chantajes, condenas y aboliciones que las autoridades doctrinales del NOM propalan por el mundo tienen que ver con el temor de que sus propuestas ideológicas no resistan la confrontación crítica, porque las saben endebles y expugnables.

Temen que el resistente diga: «por causa de la índole religiosa del ser humano, de su libre albedrío, y por causa de la realidad tangible y del orden natural de las cosas, tengo todas las razones para pedir la suspensión de los proyectos demenciales de los nuevos demiurgos y, variando radicalmente el rumbo, iniciar la transformación de la sociedad, en la cual el hombre libre sea su protagonista». Y temen que, sustentado en esta exigencia, que habrá que desarrollar en todos los estratos sociales, actúe.

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Esta visión, que rompe con el monopolio capital-comunista y que nace del bagaje religioso -teológico o ateológico- del ser humano, no puede ser una mera utopía. Es necesario comprender que el humanismo cristiano, de la mano de la filosofía griega y del derecho romano tienen en su seno el germen regenerador -o revolucionario, si se quiere- suficiente y necesario para revertir aquellas coyunturas históricas atenazadas por el Mal y sus sectas y fraternidades. La profunda y caudalosa idea contenida en dicho trípode conceptual supone un enemigo permanente del marxismo y, en la actualidad, del capital-socialismo, es decir, de las prácticas transformativas en que se ha empeñado el NOM.

El debate filosófico y religioso -cultural- en torno al NOM y a sus sectas o ramificaciones resulta decisivo. Lejos, pues, de atenerse exclusivamente al debate político, la resistencia debe iniciar un proceso de concienciación y un criterio de reubicación. Hoy, ningún afán que reivindique verdad y libertad puede mostrarse ambiguo, ni neutral. ¿De qué lado se sitúan los teólogos, los guerreros y los intelectuales en esta tesitura regenerativa, en esta actual pugna entre el Bien y el Mal?  

¿Del lado de los que desean una nueva normalidad facticia o de los que aspiran a mantener la normalidad basada en el código de principios que ha dignificado históricamente al hombre y ha hecho progresar a los pueblos? Y deben decidir su respuesta considerando previamente que quien no permanezca junto a los hombres libres, y opuesto a los dementes y déspotas, es enemigo de la humanidad y con ello pierden cualquier relevancia individual e histórica.

En tanto en cuanto haya oprimidos, habrá también resistentes, espíritus atentos empeñados en la lucha por la libertad. Y harán de la dignidad humana y de su connatural religiosidad, una barrera contra los poderes elitistas, además de una mística liberadora. En eso, sin contaminaciones, debiera consistir, eclesialmente hablando, la teología de la liberación. Pero ahora, dada la defección de dicha teología, nos interesa enfocarlo desde un aspecto prioritariamente secular.

Porque la teología de la liberación, que justificó su razón de ser en la necesidad de luchar al lado del oprimido, acabó incorporando casi todas las categorías de la tradición marxista. Y en vez de ayudar a desenmascarar la lógica perversa de la acumulación y de la esclavitud, acabó fomentándolas y arraigándolas. De ese modo, plutócratas y marxistas, teólogos de la liberación y socialdemócratas, dejaron de ser una referencia o alternativa histórica y, olvidándose de su promesa, ampliaron más aún la desigualdad y la injusticia.

Para los que son mantenidos en el subdesarrollo, para los que son perseguidos por la justicia o por la policía política, para los que pasan hambre, para los que padecen el deterioro o la conculcación de sus derechos humanos, como viene ocurriendo con las víctimas causadas por el aborto, por las mafias rosas, por los feminismos, por la legislación aberrante, por la pandemia o por la guerra, que son sólo unos ejemplos, no hay salvación dentro del capital-socialismo. Ni capitalismo ni socialismo son amigos del ser humano, sino sus depredadores. Unas fieras crueles e insaciables en su jactanciosa codicia, es decir, en su intrínseca maldad.

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¿Qué futuro tendrá este colectivismo capital-socialista? Está claro que las injusticias sociales que propiciaron el surgimiento del socialismo, hace ya doscientos años largos, aunque cambiando de rostro, se mantienen, incluso agravadas, salvo en los aspectos técnicos. Sigue habiendo oprimidos y opresores, ricos y pobres. Podemos decir, pues, que el socialismo como doctrina liberadora ha sido un absoluto fiasco. Y, lo peor y que lo descalifica ante la Historia, ha traicionado su razón de ser y su promesa, revelándose como una hiena contra los oprimidos que decía proteger.

Por más que se empeñe su agitprop, este sistema capital-socialista, junto con sus ramificaciones sectarias, con elecciones o sin elecciones no es ni puede ser democrático. Ítem más, con él, los problemas humanos, de forma creciente, se están profundizando y universalizando. Por eso, las respuestas y soluciones deberán ser también ecuménicas: un ingente proceso de humanización y de justicia, de la mano de un inmenso debate cultural que desenmascare los engaños ideológicos de quienes insisten en dar nuevas vueltas de tuerca a sus viejos y aberrantes proyectos.

Lo global y colectivo es una añeja y totalitaria trampa que los actuales amos del mundo, renovándola, tratan de tender una vez más a la humanidad. Igualar a hombres y mujeres en la abyección para poder manipularlos más fácilmente. Ese es el eje de su inhumano proyecto. Enfrentarse a dicho proyecto, buscando otra alternativa, es el objetivo. Oponerse a quienes sobreviven como potentados impunes a costa de sus semejantes; oponerse a la explotación de unos a otros y a dejarse explotar por estos locos egoístas, acumuladores de poder y riquezas, a costa de modificar las leyes naturales y la realidad, y a costa de la libertad y la miseria de la inmensa mayoría.

Enemigos de la verdad, ídolos muertos que exigen sacrificios, así son los plutócratas, sus sicarios y sus sectas. Contra ellos, amables lectores, están los resistentes, que denuncian, gritan o cuestionan en defensa de su libre albedrío, y hacen suya la lucha para restaurar el orden liberador. Su envite, su proyecto, enraizado en la magnanimidad, es el de los oprimidos y el de los aristócratas del espíritu. Que acabarán triunfando frente al Mal, una vez más

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.