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Los límites de la realidad, aunque imprecisos, existen. El relativismo extremo es una bomba de relojería en manos de la rojería que así se bautizó a sí misma, y ya no le gusta el nombre. Y por eso lo primero que corrompe es el lenguaje, lo más a mano y más fácil. Son las fuerzas del mal; ya el color rojo, amén de otros entes, significa, peligro. Hay que respetar las fronteras que para eso están. Lo demás es el caminar entre ellas, deambular por el desierto, por terreno de nadie, dejando una marca en la arena sabiendo que pronto barrerá el huracán; lanzar una botella al mar; abandonar en la senda huellas que nadie verá y aunque las vea no le servirán de nada. Dejar siempre la señal como hacen los gatos, para distinguir su territorio. Esto es el Desafío  español..., y sin embargo, existe. He aquí la contradicción, ser y no ser al mismo tiempo. La argumentación que dice que hay límites y fronteras aunque difíciles de percibir. A veces, fácil. No puede ser el color blanco igual que el negro. Establecer identidades caprichosamente es ir contra natura, porque la naturaleza nunca ha creado dos seres iguales. Ni dos del mismo color. El tiempo y el espacio son dos realidades vitales que se muestran sin precisar la realidad de sus límites. El que todo se relacione por su vecindad no quiere decir que sea igual. La mentira es otra evidencia que linda con la verdad. Y nada puede ser más contrario. La verdad se corrompe con la mentira y con el silencio.

«Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje», es el territorio romanizado, hasta donde empiezan los bárbaros del Norte. Es Arbolio donde vimos la luz primera y sentimos el gran frío que nos hizo gracia. Y recibimos una educación pública oficial, de la Enciclopedia de Álvarez, como Dios manda. Porque entonces Dios era el que mandaba y todo funcionaba bien. Ahora manda el demonio, y sobra decir cómo funciona. Por eso el lenguaje es un ser frágil, delicado y preciso como una flor hermosa, que requiere mucho mimo, y cuidado con esmero y respeto. «No la toquéis más, así es la rosa». No hay que avasallar el leguaje, romperlo, adulterarlo, o corromperlo como ocurre hoy. ¡Qué barbaridad…! Toda corrupción empieza por el lenguaje. Desde que lo corrompieron los que perdieron la vergüenza, todo va manga por hombro. De mal en peor.

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No se le puede escupir al lenguaje o utilizarlo para engañar, acusar o humillar a nadie. Tal es el individuo español incompleto que te dice mirándote por encima del hombro: yo soy vasco… o, catalán. Soy superior. O el antiespañol que te escupe: yo soy de izquierdas. Es la soberbia del ignorante engañado frente a la humildad del sabio.

Desconfíen de esos seres insuficientes de los que «nada grande puede esperarse». El género es el conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes. La clase o tipo al que pertenecen las cosas. El grupo que conjunta los seres humanos de cada sexo, entendido éste desde un punto de vista sociocultural, en lugar de exclusivamente biológico.

Existen los géneros, masculino, femenino, neutro, común, epiceno y ambiguo. En las artes, sobre todo en la literatura, el género es cada una de las distintas categorías o clases en que se pueden ordenar las obras según sus rasgos comunes de forma y de contenido.

El sexo (Del lat. sexus.) En lo que aquí respecta, es la condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas. «La Gramática Castellana o Española es la ciencia y el arte de hablar correctamente nuestro idioma». Bien decía Unamuno, «La sangre del espíritu es mi lengua». Y que remataría el sabio de Dámaso Alonso: «Hermanos en mi lengua, qué tesoro / nuestra heredad -oh amor, oh poesía-, / esta lengua que hablamos -oh, belleza-…»

-¿Puede dejar usted ya de ponerse tan serio?

– Pues sí, hay que cambiar de tercio de vez en cuanto, si no todo es aburridísimo.

El aburrimiento es típico español. La palabra aburrimiento, dice Ernest Hemingway, en Por quién doblan las campanas, «es la palabra más corriente en boca de un español de cualquier clase». Un escritor como la copa de un pino que empieza su obra: «Estaba tumbado boca abajo, sobre una capa de agujas de pino de color castaño…» y la termina así: «Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino». Esto es buena literatura, camarada… No se ha hecho la miel para la boca del asno, amigo Sancho. Es también un homenaje a los pinos de la Sierra de Guadarrama. Adonde está la mayor Cruz del mundo que quieren dinamitar, los enemigos de Dios y de España.

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Cuando no puedo con el aburrimiento, me dedico a la papiroflexia, ese arte de dar a un trozo de papel, doblándolo convenientemente en formas determinadas hasta que te surja una idea que haga levantarte

y poner en movimiento. No sé por qué el aburrimiento se me parece al arrepentimiento, en cuanto a sensación desesperada.

Desde que surgió el Adiós a las armas, -y nunca mejor hablando de Hemingway-, me asedió el aburrimiento por primera vez en la vida. Y no porque de cuanto pueda hacer ya me haya cansado, sino porque todo lo que hago ya no sirve para nada. Y de ahí la sensación desesperada e incierta del arrepentimiento que es como el aburrimiento, el absurdo, de que ya todo, no solo es que no sirva para nada, sino que nada tiene ya remedio y es incorregible. Es lo que ocurre a un constructor viendo que todo es destrucción y ruina.

Y volviendo al principio por si aburren las cuestiones semánticas y sus daños colaterales, le citaré cifras sacadas del BOE., que comparan la situación en 1975, con el año 2016: Entre otros números, destaca una deuda pública disparada (del 9% al 98% del PIB), un paro desbocado (del 3’74% al 24’5%) o una población reclusa que ha pasado de poco más de 8.000 presos a más de 80.000. (Sin comentarios; tras cinco años todo ha ido a peor)

Para no sentir vergüenza ajena me paseo por las calles solitarias y nocturnas de Madrid, desfilando al noble estilo castrense del Arma de Aviación, a donde serví a la Patria voluntario y juré bandera por primera vez. Y, además y sin perder el compás, voy cantando himnos patrióticos y canciones de guerra. Buena terapia para morir cantando como mueren las cigarras.

Autor

REDACCIÓN