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El pasado 4 de noviembre, el parlamento eslovaco aprobó una enmienda en la que se declara al partido comunista como una organización criminal. Eslovaquia se une así a Ucrania, Lituania, Letonia y Polonia, países que han adoptado medidas similares. La enmienda también prohíbe los monumentos, placas conmemorativas, e incluso nombres de plazas y calles, relacionados con la ideología comunista. Sin embargo, en Rusia, en donde el comunismo llegó por primera vez al poder y causó millones de muertos, se desata la polémica cuando una ciudad decide quitarle una calle a Lenin. La ciudad de Tarusa, una población de 10.000 habitantes a 140 kilómetros al sur de Moscú, ha decidido cambiar los nombres soviéticos de 15 calles y una plaza del casco antiguo. Por decisión del ayuntamiento, el pasado octubre se decidió cambiar los nombres de calles como Lenin o Rosa Luxemburg, por otros que aluden a la cultura e historia de la ciudad. En palabras del concejal Sergei Manakov, de Rusia Unida, “puedes encontrar calles de Lenin en cada rincón de Rusia”. No le falta razón, según un informe de hace tres años, hay 5.776 calles rusas con el nombre de Lenin. La decisión municipal ha enfurecido al líder comunista Gennady Ziuganov, que lo ha definido como “una humillación a la gran era soviética” y ha calificado a los concejales como “nazis y fascistas”. No obstante, Tarusa continúa teniendo una estatua de Lenin en su plaza central cuya permanencia está “fuera de toda discusión”.

A diferencia de lo ocurrido en Tarusa, los últimos años han visto una reivindicación del pasado soviético en Rusia y un renovado entusiasmo por figuras como Lenin y Stalin. Según una encuesta realizada en 2017 por el centro de estudios sociológicos Levada, Stalin es el personaje más grande de la historia para un 38% de los rusos, seguido de cerca por Vladimir Putin, un 34%, el poeta Alexandr Pushkin y Lenin. Asimismo, tres de cada cuatro rusos consideran que la época soviética fue el mejor momento de su historia nacional. El gobierno ruso condenó en 2007 la represión soviética y, particularmente, la estalinista. Sin embargo, también se manifestó a favor de presentar la historia soviética de un modo “positivo”. En ese sentido, el manual “recomendado” para los profesores de historia del año 2008 presentaba a Stalin como “uno de los dirigentes más exitosos de la Unión Soviética” y argumentaba que “el resultado de las purgas de Stalin fue la formación de una nueva clase dirigente capaz de llevar a cabo la tarea de la modernización pese a la escasez de recursos”. 

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El 29 de diciembre de 2012 se creó por decreto presidencial la Sociedad de Historia Militar Rusa con el objetivo de “consolidar las fuerzas del estado y la sociedad en el estudio del pasado histórico-militar de Rusia y contrarrestar los esfuerzos para distorsionarla”. En 2014 se aprobó una ley que castigaba con penas de hasta 5 años de prisión los intentos de “rehabilitar el nazismo” o “denigrar el papel de Rusia durante la Segunda Guerra Mundial”. Como consecuencia de esta política se ha blanqueado al comunismo soviético y se han minimizado sus crímenes. También ha vuelto la retórica de tiempos pasados, así, se ha acusado a Polonia de ser la responsable de la Segunda Guerra Mundial y la guerra contra Ucrania se ha presentado como una guerra contra el “fascismo”. Precisamente en Crimea, un año después de su anexión, se erigió un monumento a Stalin, Churchill y Roosevelt en Yalta.

No ha sido el único. En septiembre de 2017 se abrió ceremoniosamente una casa-museo en Kai (Kirov) dedicada al fundador de la Cheka, Feliz Dzerzhinsky, a la que asistieron varios diputados, y se han erigido varios monumentos en su honor. También se abrió un museo dedicado a Stalin en Khoroshevo (Tver) que presta una atención particular a su figura como “general, jefe de estado, líder del país, político y organizador”. El pasado mayo, se colocó una escultura de Stalin en la ciudad siberiana de Novosibirsk, la tercera ciudad más poblada de Rusia. Este año también se inauguraba un busto a Stalin en la ciudad de Surgut, próxima a Sandarmokh, donde entre el 11 de agosto de 1937 y el 24 de diciembre de 1938 fueron ejecutados 9.500 presos políticos. Este caso es particularmente hiriente porque los dos historiadores que más han investigado estos crímenes y el cercano gulag de Solovki, Yury Dmitriev y Sergei Koltyrin, fueron condenados por abusos a menores. Koltyrin, condenado a 9 años en 2018 fallecía en prisión el 2 de abril de este año. Dmitriev fue detenido en diciembre de 2016 y absuelto en abril de 2018. Sin embargo, era detenido de nuevo en junio por decisión del Tribunal supremo de Karelia para ser juzgado de nuevo. El 29 de septiembre, el historiador de 64 años, fue condenado a 13 años de trabajos forzados. Ambos procesos han estado plagados de irregularidades y huelga decir que muchos lo consideran un juicio político. En palabras de la diputada de Karelia, Emilia Slabunova, “una condena a muerte de la persona y de la verdad histórica”.

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La nueva “historia” oficial no solo erige monumentos en honor de los asesinos, también borra poco a poco los que recuerdan a sus víctimas. En mayo, en la ciudad de Tver, se retiraron dos placas en el antiguo cuartel del NKVD que recordaban a los presos torturados y a los polacos asesinados en Katyn, las autoridades de la ciudad argumentaron que las placas no estaban basadas en “hechos documentados”. Hace dos semanas se retiraron 16 placas que recordaban a ciudadanos arrestados y asesinados durante el Gran Terror en un edificio histórico en San Petersburgo. Otro ejemplo es el campo de concentración de Perm-36, construido en 1936 y cerrado en 1987, que fue preservado como un museo en recuerdo a las víctimas desde 1994 por la asociación rusa “Memorial”. Sin embargo, la falta de apoyo económico estatal y una fuerte campaña contra la organización (acusada de ser un agente extranjero por recibir financiación externa) llevó a la clausura del museo en 2014. La nueva dirección del museo, en 2015, manifestó “no querer tomar partido” y planificó actividades no relacionadas con la historia del campo, como un evento denominado “No al fascismo” u otro dedicado al “Año de la Literatura”. Como bien sabemos, cuando la historia se pone al servicio del estado o de la ideología, la primera víctima es la verdad.

Autor

Álvaro Peñas