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Durante las dos décadas que nos preceden, PP y PSOE -tanto monta, monta tanto- han ido tejiendo una tupida red de jurisprudencia feminazi anti-varón e infinidad de protocolos de base claramente ilegal. En la práctica, PP y PSOE vienen funcionando como un matrimonio político de conveniencia que ha gestado y dado a luz multitud leyes de género, integrales y orgánicas, es decir, necesitadas de mayoría absoluta en las Cortes Generales, mayoría que sólo es posible con los votos de esos dos grandes partidos “feministas”.
En este contexto de despropósitos inconstitucionales con fines puramente mercantilistas (captar Fondos Europeos destinados a “igualdad”) y electoralistas (apropiarse del voto de la mujer vía engaños) ha sido ideado el protocolo feminista de detención hasta constituir, a día de hoy, una de las ocurrencias más productivas del régimen feminazi, una práctica generalizada que campa a sus anchas, una de las agresiones más bárbaras y flagrantes a los Derechos Fundamentales recogidos en nuestra Constitución.
Desde las covachas feministas que orientan la política anti-varón del gobierno, las altas cargas feministas que asesoran a la menestra de Igual Da y le dictan las leyes feministas que esta de seguido lleva al Consejo de Ministros, han maquinado el citado protocolo feminista de detención que consiste en denunciar al inocente de turno un viernes por la tarde al objeto de que éste pase tres noches en un calabozo, que así es como se domestica a una fiera y a la par se le muestra en toda su crudeza y esplendor el poder de un régimen feminazi dejado hacer a su capricho, una dictadura hembrista al margen de toda ley o democracia.
Y así, toda mujer que se acercase a un punto de información feminista en su ayuntamiento, casa de acogida, Instituto de la Mujer… sale informada con las cuatro consignas de rigor entre las que se encuentra esa de “denúncialo un viernes después del almuerzo, bonita”. Una estrategia fría, calculada, sopesada, muy feminista ella, muy del arte de la guerra contra el varón heterosexual nativo del país y de ese negocio que han organizado aquí, como pensada para infringir el máximo daño físico y psíquico al padre de familia que toca lidiar en suerte, en mala suerte cabe entender, por habitar esta España feminista de comienzos del siglo XXI.
Y así, al llegar el viernes tarde, la mamá, feminista informada, cursa su denuncia de género y a los diez minutos un despliegue policial sin precedentes acordona el bloque de pisos y procede a detener al maltratador, sin diferenciar si ese hombre es un falso denunciado, un inofensivo padre de familia, o un maltratador habitual, pero qué más da, si el Ministerio que estás detrás de todo esto es el ministerio de Igual Da.
El protocolo de detención feminista se aplica con rigor y asepsia por los entrenados Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Género.
Un hombre corriente, esposado a la vista de sus desconsolados y perplejos hijos, es conducido atropelladamente a uno de los varios coches policiales que con sus luces giratorias alertan al vecindario y a medio barrio de la detención de un nuevo maltratador, ¡hay tantos!
En dependencias policías, Paco, el pescadero de la esquina, es fotografiado de frente y de perfil. Se le toman las huellas dactilares en una cartulina para delincuentes, se le conduce a un calabozo y se le entrega una manta cuartelera para arropar el frío de la noche, ese frío que helará sus huesos y le calará el alma.
La imagen de la cara de sus hijos, esos gritos de “¡suelta a mi papá!” -dichos por su hijo pequeño mientras era esposado- se repetirán una y otra vez en su mente a lo largo de toda una interminable noche en vela en la que llorará lo que no ha llorado en toda su vida y se hará decenas de preguntas que no tienen respuesta, porque aquí no hay legalidad alguna, porque la infamia no tiene respuestas, simplemente está ahí, frente a uno mismo.
La fiera enjaulada va siendo derrotada, domada, ya ha pasado tres noches en un calabozo con la misma ropa, ha dormido a ratos, está ojerosa, sin afeitar, desaliñada, sudada, despeinada, casi derrotada, aunque lista para ser conducida el lunes de mañana a un Juzgado sólo para Mujeres. Llega la mañana del lunes y antes le dan a beber un imbebible café de máquina. Todo sucede de prisa porque le espera una Jueza de Género en un Juzgado de Género. Allí le aplicará una jurisprudencia de género y le pondrán una nueva trampa, la firma de una “sentencia de conformidad” para que se auto declare maltratador. Con ello pagará las costas del juicio, pasará a un Registro Central de Maltratadores y se le bloqueará la custodia compartida de sus hijos, pero todo esto se le oculta. Sólo se le aconseja su firma que “hará todo más fácil y rápido”.
Esa mañana de lunes, el detenido, culpable únicamente por haber nacido varón y ser heterosexual en la España del siglo XXI, pisará por primera vez en su vida un templo del horror y sentirá aquello que sintieron los judíos frente a los jueces nazis, carecer de cualquier derecho, ser sometido a un juicio sin garantías de ninguna clase. Todo está previsto, atado y bien atado. El reo llega bajo el síndrome de una detención ilegal, un encierro de tres noches al objeto de debilitar a la presa antes de ponerla en presencia de una Jueza de Género. Hay mucho trabajo ese lunes, porque todos los lunes llegan los encerrados el viernes, el sábado y el domingo. Además, los hechos son incontestables, descritos con maestría en un informe de género que ha entregado un policía local, joven agente que aprendió a completar ese escrito inculpatorio en un cursillo de género.
Van a robarle por la cara, a ese varón, lo que más quiere, sus hijos, al negarle por maltratador la custodia compartida; con una orden de alejamiento lo van a desterrar de su barrio, de sus círculos de amistades, vecinos y conocidos; va a perder su vivienda, le van a retener gran parte de su sueldo en una pensión compensatoria para su ex mujer, la denunciante, y en otras pensiones de alimentos para cada hijo; seguirá pagando la hipoteca; en su trabajo lo mirarán de reojo, como maltratador, y quedará en la miseria material más absoluta.
A ese inocente sólo le cabe retener su dignidad, mostrar su hombría a un régimen indecente e inconstitucional, un homomatriarcado dejado hacer a su capricho y que ha sustituido a los hijos por perros, nos referimos al feminismo español o feminismo perruno, ese que otorga más Derechos de Familia a un perro que a un hijo.
La fiera está banderilleada, la Jueza de Género ya prepara su estocada, pero ahí está ese hombre de los pies a la cabeza que intuye su dignidad como lo único que no pueden arrebatarle, robarle: “Señoría, yo no voy a firmar ninguna sentencia de conformidad porque no soy un maltratador, ni nunca lo he sido, así que haga conmigo lo que tenga que hacer. En esto, a partir de ahora, no tengo nada más que decirle”.
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