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“El dinero es el único dios sin ateos” Roberto Fontanarrosa, escritor argentino.

Efectivamente, todos los seres humanos creemos en él. Sin embargo, el dinero es lo más pútrido que inventó el hombre. La codicia y la avaricia, esos pecados capitales que han destruido más civilizaciones, más pueblos, más personas, más familias que las guerras y las catástrofes naturales, son condición natural en el ser humano. Ya en 1921 y dentro de su obra “Historia de Cristo”, Giovanni Papini, uno de mis escritores preferidos y, como otros que, por decir la verdad, han sido arrojados al ostracismo por las doctrinas oficiales, hizo esta magistral, brillante y descarnada descripción del dinero.

“La moneda lleva consigo, justamente con la grasa de las manos que la han cogido y sobado, el contagio del crimen. De todas las cosas inmundas que el hombre ha fabricado para ensuciar la tierra y ensuciarse, la moneda es, acaso, la más inmunda. Esos pedazos de metal acuñado que pasan y vuelvan a pasar todos los días por las manos, todavía sucias de sudor y sangre; gastados por los dedos rapaces de los ladrones, de los banqueros, de los comerciantes, de los corruptos, de los intermediarios, de los avaros; esos redondos y viscosos esputos de las casas de la moneda, que todo el mundo desea, busca, roba, envidia, ama más que al amor  y aún que la vida; esos asquerosos pedacitos de materia historiada, que el asesino da al sicario, el usurero presta al hambriento, el enemigo da al traidor, el estafador al cohechador, el hereje al simoniaco, el lujurioso a la mujer vendida y comprada; esos sucios y hediondos vehículos del mal, que persuaden al hijo de matar al padre, a la esposa de traicionar a su esposo, al hermano de defraudar a su hermano, al pobre de acuchillar al mal rico, al criado de engañar a su amo, al malandrín de despojar al viajero, al pueblo de asaltar oro pueblo; esos dineros, esos emblemas materiales de la materia, son los objetos más espantosos de cuantos el hombre fabrica. La moneda, que ha hecho morir tantos cuerpos, hace morir todos los días miles de almas.

Más contagiosos que los harapos de un apestado, que el pus de una pústula, que las inmundicias de una cloaca, entra en todas las casas, brilla en los mostradores de los cambistas, se amontona en las cajas, profana la almohada del sueño, se esconde en las tinieblas fétidas de los escondrijos, ensucia las manos inocentes de los niños, tienta a las vírgenes, paga el trabajo del verdugo, circula por la faz del mundo para encender el odio, para atizar la codicia, para acelerar la corrupción y la muerte.

Es la hostia infame del Demonio. Los dineros son los excrementos corruptibles del Demonio. El que pone su corazón en el dinero y lo recibe con afán, comulga visiblemente con el Demonio. Quién toca el dinero con voluptuosidad, toca, sin saberlo, el estiércol del Demonio”. 

Sin embargo, el dinero en sí no es malo, lo son algunos usos que se hacen de él y algunos métodos empleados para obtenerlo. Un método de obtención para mí repugnante es esconderlo al fisco, porque impide que el Estado pueda beneficiar a los ciudadanos a través de ese dinero escondido. Para mí esos 8,6 billones de dólares escondidos en los paraísos fiscales son los excrementos, el estiércol, la mierda que, tras el banquete pantagruélico de esos hombres y mujeres insolidarios con sus semejantes, codiciosos, ruines, mezquinos cuyo aliento rezuma el pútrido olor del dinero han defecado de sus orondas y grasientas barrigas en las repugnantes y nauseabundas letrinas que los bancos, en connivencia con los políticos vendidos a ellos, han preparado “ad hoc”.

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REDACCIÓN