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Las grandes empresas humanas se han hecho con grandes hombres. Y no me refiero a los reyes, líderes o conductores al frente de los pueblos en un momento determinado de la Historia, o a uno de los dos sexos en particular, sino al sostén, la base humana de los pueblos frente a los grandes desafíos. La grandeza de los pueblos se encuentra en su retaguardia. Si en ella no hay espíritu de lucha y trascendencia, difícilmente habrá referentes de primera línea que sí lo tengan.

El nacimiento, crecimiento, esplendor, decadencia y caída de los reinos e imperios a través de los tiempos, han tenido como guía a sus padres fundadores, jefes y protagonistas de primer orden. Son los que entraron en los libros con nombre y apellido con toda justicia. Sin embargo, por detrás de ellos, de forma anónima y en silencio, han contado con todo un pueblo, hombres y mujeres que fueron la base de la sociedad que, desde la aldea más pequeña a la ciudad más esplendorosa, con su trabajo, esfuerzo y sacrificio común, fueron el motor y la fuerza que alimentó la grandeza de las civilizaciones más grandes y poderosas. Esa fuerza humana y sagrada que impulsó a nuestros ancestros parece haber desaparecido.

Con la globalización el mundo ya no se divide en parcelas regionales, sino que está unido mediante la interconexión e interrelación de bloques geopolíticos y la inmediatez y unificación de la comunicación e información en pocas y poderosas manos. Los intereses económicos turbocapitalistas sin fronteras, se cruzan con los proyectos de control y restructuración de modelos políticos, económicos y culturales que están a la vista. Como con claridad afirman los lideres del Foro Económico Mundial en sintonía con los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, la pandemia de coronavirus ha frenado literalmente el mundo entero y eso ha dado la “oportunidad” para “resetear” la economía, la cultura y la sociedad tal como la habíamos conocido hasta antes de Wuhan.

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La mediocridad de los lideres actuales al frente de sus naciones es fruto también de la mediocridad de sus pueblos.  Los poderosos unidos a los mediocres y malvados son eficaces en la obtención de sus intenciones, lo están demostrando ante la ventaja y velocidad en la consecución de sus planes, ya que lo que tienen enfrente no es suficiente ni está a la altura. Triste pero cierto, al ver que las mayorías aceptan acríticamente el discurso globalista de manera obediente, normativas absurdas y peligrosamente criminales, leyes que niegan de plano la naturaleza humana en un clima de miedo espantoso que justifica cualquier medida por más irracional que sea con tal de no ser señalado o acusado de ser un despreciable sujeto antisocial.

Con esta situación será difícil a corto plazo un cambio de rumbo hacia la construcción de un proyecto social de orden natural, que recupere sus raíces particulares, que devuelva su identidad, cultura,  historia,  soberanía y  legado ante el avance abierto, vertiginoso y socialmente aceptado al que le han puesto fecha de llegada: 2030.

Joseph de Maistre el pensador reaccionario saboyano, en el que este año se cumplieron doscientos años de su fallecimiento, afirmó que “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” y en ello coincido. Por lo tanto detesto el victimismo frente a la derrota. Si la Tradición es de origen divino y no humano, la abolición y negación de Dios anula la trascendencia del hombre, acaba con su identidad y por ende la soberanía de los pueblos carecen de sentido. Llegado a este punto, si nadie reacciona ante ello, De Maistre tiene razón dejando el campo abierto para el reseteo a toda marcha.

Algo hemos hecho mal para llegar hasta aquí. No se deja de ver, oír e imponer la narrativa de que la Tradición es algo que causa gracia y desprecio. Por ello el rechazo a Dios, lo sagrado, la patria, la familia, la naturaleza. La consigna es aceptar todo, puedes ser lo que quieras y hacer lo que te parezca, tienes derecho a todo sin tener en realidad nada. Es más cómodo y “moderno”. El motivo lo conocemos, lo que preocupa es el silencio y la inacción. Quienes aceptan con gusto el discurso oficial, quienes se suben al carro del vencedor por no parecer rancio o pasado de moda y por lo tanto, no ser aceptado en el club de las mayorías, son los que se muestran sin reparo. Los otros de momento no están a la vista. Deberíamos pensar dónde nos hemos equivocado para haber llegado a esta situación y sufrir a estos dirigentes democráticos y mayoritarios que nos gobiernan.

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La gran empresa humana de la actualidad es la gobernanza mundial, el fin de las fronteras, el panteísmo tecnocrático, la uniformidad y el igualitarismo de masas predicado por la elite filantrópica de los ingenieros sociales que pretenden ser dioses. Mientras tanto tendremos lo que merecemos, como sentenció alguna vez el Conde de Saboya, padre del pensamiento reaccionario y contrarrevolucionario. Pero tampoco olvidemos que el alma humana posee voluntad y tiene esa chispa sagrada que lo asemeja a Dios. Si ella se mantiene viva, algún día puede convertirse en fuego, en el fuego sagrado de esos pueblos que han tenido líderes a su altura y que conquistaron lo imposible.

Autor

José Papparelli