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Frente a la zapateril Ley de Memoria Histórica, no está de más y sí todo lo contrario poner de manifiesto, a tiempo y destiempo, que el idealizado Frente Popular a menudo no impartió para con sus enemigos ideológicos justicia desde la misericordia sino que más bien propició un clima de criminalidad y de terror.

Estamos refiriéndonos, obvia y particularmente, a la incontestable realidad histórica de la persecución religiosa contra la Iglesia católica por odium fidei perpetrada por rojos, republicanos de izquierdas y demás exaltados y desalmados criminales. Hasta tal extremo la persecución sufrida por la Iglesia católica en España entre los años 1931 y 1939, que no escasean las voces de especialistas y estudiosos de este asunto que aseguran que se trata de la persecución religiosa contra los cristianos (esto es, los católicas) más cruenta de la historia de la Iglesia universal. Más cruenta que las más despiadadas y sanguinarias persecuciones de los emperadores romanos contra el cristianismo en los orígenes de este, más que la sufrida en México en sus años veinte del siglo XX revolucionarios, más que la sufrida por las Iglesias hermanas ortodoxas en el Este durante la dictadura comunista.

Un clima de crímenes a mansalva, no pocos de los mismos cometidos en el horror innombrable de las checas. Asimismo, no pocos de esos asesinatos, con parodia de juicio incluida, tuvieron como víctimas a personas cuyo único delito (o principal delito) era el de ser católicas: seglares que iban a misa o rezaban el rosario, amén de curas, obispos, religiosos y religiosas profesos…

Por su parte la justicia franquista cierto que llevó a cabo ejecuciones, y entre estas, sin duda que excesos, tropelías tal vez, errores: he leído o consultado que en torno a 23.000 personas pudieron ser condenadas a la pena de muerte por el régimen de Franco luego de acabada la Guerra Civil. Tampoco pretendo negar lo que se llama, con más razón o con menos, más fundada o infundadamente, injusticias y crímenes del franquismo (historiadores habrá que lo sepan acometer, yo no soy historiador: soy aprendiz de casi todo y maestro de casi nada, profesionalmente docente). Solo que de qué extrañarse ni por qué rasgarse las vestiduras: esto que nos ocupa ha sido así tras la finalización, siempre traumática, de cualquier conflicto bélico que a lo largo y ancho de la historia ha sido, y en el que el bando ganador trata de impartir justicia sobre el bando perdedor. Lógicamente, en este rendir o pedir cuentas al enemigo derrotado es inevitable un cierto grado de revanchismo a pesar de la exigencia derivada del imperio de la ley; es inevitable un dejarse llevar por odios y resentimientos, aún no cicatrizadas las heridas, sobre todo si estas son de origen fratricida (desde los tiempos de Caín y Abel, el odio entre hermanos).

Solo que totalmente probado y documentado está que donde sí que hubo cataratas de odio y criminalidad, odio a raudales, a manos llenas y ensangrentadas, fue en el bando rojo o republicano, con una cifra de asesinatos totales sin juicio alguno, a lo más con parodia de juicio, incomparablemente superior a la cifra de ajusticiados-asesinados por el bando nacionalfranquista. Así, el horror de las muertes violentas de los rojos o republicanos arrojados en Gran Canaria a la Sima de Jinámar tras el estallido de la Guerra Civil es incomparablemente inferior, en criminalidad y número total de víctimas mortales, a las provocadas en las checas, en Paracuellos del Jarama, a las provocadas por la persecución religiosa por odio a la fe desatada por núcleos exaltados y desalmados del Frente Popular (en torno a 10.000 personas fueron bestialmente asesinadas en España por odium fidei entre obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares, entre los años 31 y 39).

Indubitablemente en ambos bandos, fratricida y mortalmente enfrentados, hubo crímenes, sed de venganza, excesos, resentimientos, odio, salvajismo, impiedad y tropelías, porque acaso por principio toda guerra es injusta, o se vuelve injusta y despiadada en su ulterior desarrollo. Solo que las cifras y los datos históricos contrastados cantan. Con todo, cierto además que tales condenas a que nos venimos refiriendo fueron dictadas por los órganos de la justicia franquista. Y además, esa misma justicia franquista, tan criticada por los adalides de la sectaria Ley de Memoria Histórica, a no pocos presos del bando izquierdista o republicano, que tenían sus manos manchadas por delitos de sangre (no raramente de una atrocidad indescriptible -así, monjas violadas y descuartizadas tras ser abiertas en canal y, finalmente, dados sus restos troceados a comer a los cerdos-, contra personas totalmente inocentes, perpetrados durante la Segunda República y especialmente en el transcurso del conflicto fratricida español, del 36 al 39), les acabó conmutando la pena capital por años de prisión. Verbigracia, a cientos de ellos, en realidad a miles, por trabajos remunerados en la construcción del Valle de los Caídos.

Cierto que hubo militantes anarquistas que (por lo general más humanos que los marxistas), al igual que llegó a hacer el anarquista catalán Juan Saña (padre del pensador e historiador libertario hispanogermano Heleno Saña), salvaron a derechistas, a seglares católicos e incluso a monjas y sacerdotes de una muerte segura a manos de enloquecidas hordas del Frente Popular, atestatas de rabiosos y furibundamente desalmados, antiteos y anticlericales libertarios. 

Porque sí: lo mismo que hubo anarquistas de buen corazón y de preclara humanidad como Salvador Seguí (llamado el Noi del sucre, «el niño del azúcar»), Ángel Pestaña, Pedro Vallina (andaluz exiliado en México al finalizar nuestra contienda civil, llamado el médico de los pobres, como fue apodado también el santo italiano Giuseppe Moscatti), Cipriano Mera, Diego Abad de Santillán o Melchor Rodríguez (por su parte llamado el Ángel Rojo), entre otros tantos, hubo innúmeros anarquistas a los que principalmente movía el odio, y el odium fidei, que es uno de los más brutales y cruentos que quepa imaginar.    

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Por mi parte, no niego que la justicia franquista debió perpetrar más de una tropelía en su impartición de justicia. Sin ser en modo alguno un experto en estos asuntos sino un simple observador que, como militante católico destetado durante varias décadas en los movimientos sociales de inspiración izquierdista, a veces se ha dado en considerar un caso como el del anarquista catalán y líder de la CNT Juan Peiró. Fue uno de los cinco ministros de ideología anarquista con que llegó a contar la Segunda República -junto a Juan García Oliver, Federica Montseny, y varios más-. Prohibidas las históricas CNT y la UGT y en principio condenado a muerte recién iniciado el nuevo régimen, a Peiró se le ofreció salvar su vida si se avenía a colaborar con el llamado Sindicato Vertical o sindicato único franquista. Y hasta personalidades civiles y eclesiásticas ligadas al nuevo régimen de Franco se pronunciaron a su favor, para que se le acabara conmutando la pena capital, poniendo de relieve su talla humana, su talla sindical y política, etcétera. Pero ni con esas: el 21 del 7 de 1942 es ejecutado Juan Peiró, junto a seis cenetistas más.

No me consta que tuviera sus manos manchadas de sangre criminal o delictiva, ni que apoyara el clima de impunidad criminosa que fue fomentado en parte por dirigentes de la Segunda República, de la que él llegó a ser político destacado con su cartera ministerial; no he podido averiguar que se caracterizara por su violencia ni apoyo a la vía terrorista que sí apoyaron muchos anarquistas y anarcosindicalistas (por ejemplo, el famoso pedagogo y teórico del anarquismo Francisco Ferrer y Guardia), de manera que cabe considerar que igual pudo habérsele conmutado la pena capital. ¿Un atropello de la justicia franquista? Tal vez, yo desde luego no lo sé. 

Comoquiera que este particular sea, en otro orden de cosas no me cabe en la cabeza que una personalidad como este Juan Peiró, traído aquí a estas líneas, se pudiera sentir identificada, suponiendo la hipótesis imposible de que aún viviera hoy día con 134 años, con la deriva del anarquismo actual (honrosas excepciones aparte, me figuro). Y mucho menos con la catadura ideológica y moral de los podemitas: con el siniestro Pablo Iglesias, el marqués de Galapagar, y su mansión de ricos de más de 1.000.000 de euros, con el no menos siniestro Alberto Garzón y sus patadas a la lengua española con borricadas como «proponido» y «de manifestación» en vez de «de manifiesto», con Echeminga Dominga y su mala baba perversa y corrosiva, con el libertario y antisistema Pablo Hasel, quien es en verdad un delincuente sin oficio ni beneficio, un iletrado que berrea, digo rapea, un filoterroriosta, prototerrorista o larva de terrorista.

Errores morfosintácticos cometen incluso algunos escritores consagrados de cuya valía literaria yo mismo no dudo (verbigracia: es muy común leer construcciones del tipo estoy seguro que* en vez de la correcta estoy seguro de que, o es por eso que* en vez de la correcta es por eso por lo que), ni modo, y ciertamente todos cometemos alguna que otra vez alguno que otro desliz en forma de errores ortográficos y gramaticales, pero lo de «proponido» y «de manifestación» del marxista Alberto Garzón es mucho… 

Lo suyo, Garzón, es de juzgado de guardia, de verdad. De juzgado de guardia aun considerando que nada menos que la incomparable santa Teresa de Jesús (doctora de la Iglesia y una de las glorias de nuestras letras) cometía frecuentes errores ortográficos y gramaticales en su escritura, o que el mismísimo Miguel de Cervantes, nuestro más insigne escritor, entregara el manuscrito de su Quijote lleno de cientos y cientos de errores ortográficos y gramaticales, sin signos de puntuación, sin sangrías en los márgenes…

Como que así era, Alberto Garzón, en una mayoría de obras que entonces de esta guisa se escribían y que hoy reverenciamos como clásicos de nuestras letras, las cuales una vez remitidas y llegadas a las imprentas debían pasar por una fase de corrección, de la que se encargaban correctores más o menos amanuenses. Puede que usted esto no lo sepa, ni lo sepa casi ninguno de los ministros y asesores podemitas, pero le aseguro que así era. Tampoco lo debe conocer la socialista Adriana Lastra, ni los también sociatas Miguel Iceta o Pepe Luis Ávalos (trepas entre los trepas, politiqueros entre los politiqueros, absurdos entre los absurdos). Y yo que lo sé y que trato de enseñarlo, no cobro un mal sueldo, todo sea dicho (y en los tiempos que corren es de agradecer, y casi que un privilegio), pero al lado del que cobran ustedes y de sus privilegios de todo tipo… Al lado de la supina necedad de muchos de ustedes… Al lado de la nula conciencia moral de no pocos de ustedes… En comparación con la falta de verdadera conciencia social de la que hacen gala ustedes, portavozas y portacoces incluidos que no son más que pijas y pijos niñatos, hijos e hijas de papá y de mamá metidos a revolucionarios y asaltacapillas que… En comparación con el alucine de deconstrucción sexual o postestructuralista o yo no sé qué auspiciado por un feminismo totalmente pasado de rosca y que ustedes fomentan, para escándalo incluso de históricas del feminismo español como Lidia Falcón…  

Que es un asco todo o casi todo lo de ustedes, Garzón. Que es un descaro el sueldazo que se mama usted todos los meses, comunista entre los comunistas, y es de suponer que aún leninista castrista. Más o menos similar al que se mama, mes tras mes, el niño probeta Errejón, otro que tal baila, otro farsante y defraudador que va de listillo y de niño bueno, incluso enfrentado, por el bien de España, a su antiguo camarada Iglesias (y dos huevos duros, no me jodan, farsantes de siete mil leguas o de mil pares de demonios). Más o menos a la altura del sueldazo que también se mama todos los meses el Gabriel Rufián (nunca un apellido ha puesto de manifiesto más a la perfección la verdadera personalidad de su portador), charnego entre los charnegos: hijo de andaluz emigrado a Barcelona y miembro que es de la criminal y genocida Ezquerra Republicana Catalana, partido creado para fomentar el odio a España mediante la instauración de la mentira histórica del separatismo catalanista. Que todo un ministro de Consumo como este Garzón, sacamantecas entre los sacamantecas, cometa estos deslices… Ministro de Consumo este Garzón que, empero, ni corto ni perezoso sigue admirando la dictadura castrista, a la que se atreve a poner como modelo de consumo para el resto de países del orbe. 

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En fin, qué asco de panorama politiquero con este desgobierno por montera y socialcomunista, principalmente compuesto por oportunistas vividores y trepas que de proletarios no tienen ya ni el forro, ni la fe del bautismo, que dicen nuestros mayores. Hasta tal extremo que uno en estos momentos no puede dejar de reparar en el ejemplo excelso del anarquista Cipriano Mera: condenado a muerte por la justicia de Franco y habiendo pasado en su permanente huida de la justicia por el norte de África y acabando con sus huesos en Francia, como tantos militantes libertarios, habiendo sido durante la Guerra Civil destacado militar jefe de un cuerpo miliciano revolucionario, no pretendió privilegio alguno en su país de adopción más allá de los Pirineos, y así acabó sus días desempeñando su oficio de toda la vida, que era el de albañil, el cual sigue siendo bastante duro (yo lo he desempeñado como simple peón), pero que hace más de 60 años, cuando lo trabajara Mera, era aún mucho más duro, obviamente al no existir la maquinaria con que se cuenta hoy día, ni los derechos laborales que se han ido alcanzando: los trabajadores de la construcción de entonces apenas utilizarían el martillo compresor (a pico, picareta y pala todo) para picar piedra, no soltaban los viernes al mediodía, iban a trabajar aun los sábados por la mañana, la mayoría no tenía ninguna seguridad social, amasaban la mezcla no en el bombo sino con el sacho… Derechos por los cuales entregó su vida, literalmente, un hombre honrado de la talla o catadura moral de Cipriano Mera.

Coda. Esta coletilla no es en absoluto necesaria, solo que, ya caliente con todo esto que está sucediendo en España, no me nace dejarla en el tintero. Así que veamos que otro sacamantecas podemita -valga el pleonasmo- es el diputado canario y de estética rasta Alberto Rodríguez. Aunque no es en absoluto propio de mi estilo de vida ni está por tanto entre mis ambiciones personales, hasta me puede parecer bien, o en cualquier caso no lo condeno, que un ciudadano cualquiera ambicione un coche de esos de altísima gama y en efecto lo adquiera… Pero el caso es que a este diputado podemita lo alcanzamos a ver, hace unos meses, encantado de haberse conocido, tan ricamente por calles del populoso barrio de Guanarteme, en Las Palmas de Gran Canaria, al volante de un coche descapotable de altísima gama. Obvio que ignoro si es suyo el vehículo, prestado o qué es de ese cochazo, que desde luego te quitaba el hipo; obviamente, de renta-car un vehículo de esos, imposible que sea. Natural de la isla hermana de Tenerife, este Alberto no es ingeniero universitario, como de él se dice, sino que hizo una FP. Trabajó aproximadamente un año en la antigua refinería CEPSA de Santa Cruz de Tenerife, y de ahí brincó, trepó o se encaramó hasta el selecto grupo de los liberados sindicales en esa misma empresa, o sea, que pasó a ganarse la vida tocándose los cataplines, que es a lo que suelen dedicarse los liberados sindicales -aunque tampoco afirmo que así sean todos-, para mofa y escarnio de heroicos del sindicalismo militante y revolucionario como el ya citado aquí Salvador Seguí. 

Y hoy vemos al nota este de diputado podemita, predicando las excelencias del socialismo mientras disfruta de las mieles y demás dulzores del capitalismo (si se enterara de esto ese narrador magistral que es Mario Vargas Llosa…). Como hacía su idolatrado Fidel Castro, mientras su isla agonizaba y sigue agonizando, por la culpa, la gran culpa, la sola culpa y la grandísima e hijoeputa culpa del castrante castrismo, que no por el tan sobado bloqueo norteamericano a la isla. Desde luego, todo un ejemplo de eticidad y de coherencia moral el del podemita canario.

Y colorín colorado este cuento -que es en verdad una pesadilla, una película de terror gore– no se ha acabado, para desgracia nuestra, que es la de España. 

Autor

Álvaro Peñas