22/11/2024 12:58
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Olvidados por la memoria colectiva los muchos otoños trascurridos desde que el “execrable” inició la Gran Traición contemporánea de la Constitución del 78,— degradando su espíritu de conciliación con normas guerracivilistas y socavando los cimientos de la soberanía popular mediante nuevos Estatutos de Autonomía, como el de Cataluña, al que se sumó explícitamente diciendo que respetaría lo que saliese del Parlamento catalán—en la actualidad, nos encontramos con una Carta Magna hecha jirones y a punto de ser desahuciada.

Año tras año, se sucedían los equinoccios de septiembre, época de la caída de las hojas y la perdida de su verdor y lozanía, donde el desnudo árbol constitucional empezaba a mostrar su debilitada solidez y resistencia ante los embates antinacionales de los socialistas dirigidos por el actual sicario de la Venezuela del sanguinario dictador Maduro; España, los españoles y sus representantes políticos por incapacidad personal o prestando más atención a sus exclusivas y prioritarias necesidades de Partido, observaban desde la apatía y la miseria moral (inherente a todo político), la evidente enfermedad del árbol constitucional, esperando que la siguiente primavera aportaría nueva savia para vigorizar y fortalecer su crecimiento, ignorando alevosamente, que la eliminación de la plaga socialista requería un esfuerzo artificial añadido y un tratamiento adecuado para darle nueva vida.

Lo que sí fue prosperando y arraigando, fue el sectarismo excluyente e involutivo del PSOE, el rencor y el odio a la derecha,  una insaciable ambición de Poder único y una necesidad enfermiza de desquite histórico.

Ubicada la posición de partida, las traiciones se han sucedido sin interrupción, matizadas con innumerables excusas,  puestas en escena con fraudulentos y  “virginales” vestuarios democráticos, impulsadas  con las impostadas intenciones de preservar el bien común, el Estado de Derecho y la prosperidad del doliente pueblo español.

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El presidente gallego cuando toma el relevo, traiciona a España y a  su nutrido electorado, haciendo gala de una cobardía exasperante que no revierten ni arrumban las traiciones del “execrable”, desoyendo, con su nociva indeterminación, el clamor popular que demandaba insistentemente que el peso y valor de la Constitución pusiera a los independentistas catalanes a buen recaudo.

Mientras tanto los españoles a fuerza de tener tanto de que avergonzarnos, no nos avergonzamos.

Nos quedamos sentados esperando que venga algo o alguien y haga desaparecer todos nuestros males, que cure nuestras llagas, como si fuera un dolor de muelas.

Recorriendo esta senda abrupta y arriscada, nos detenemos incrédulos y espantados ante la visión de la actual recreación “en plebeyo”, del Rey felón, Fernando VII; individuo que nos quiere robar la soberanía y la democracia en fraternal alianza con los independentistas, filoetarras y comunistas, en definitiva, con toda la escoria política y totalitaria de España.

Según palabras de Vargas Llosa: “Está llegando la época en que la honorabilidad es la excepción y la traición la norma”

Ya, casi llegados a una fuente de aguas claras que nos permita refrescarnos de esta ardiente y devastadora travesía; nos encontramos con la protagonista de la última traición a la Nación, y digo bien, pues, en mayor o menor grado, afectará a España, terminando de encenagar el maldito terreno de juego, en el que los políticos se disputan el Poder, obstaculizando la hipotética opción de formar mayorías con los Partidos que defienden a España y el orden constitucional.

La antaño, Agustina de Aragón, que se fajaba con ardor y patriotismo con los xenófobos separatistas catalanes, se ha “afrancesado”; el fusil, el cañón y la cureña han sido intervenidos por el enemigo, el general Palafox le ha retirado sus honores y arrancado el distintivo de subteniente con el lema “defensora del valor y patriotismo”  

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En el orden regional, su efectiva traición ha sido contra el Partido Popular con sospechosas connotaciones Nacionales; ¡aquí! todo cristo se traiciona, la inmoralidad política es rampante e inasumible por la sociedad.

La política en España huele a burro podrido.

Ciudadanos, partido en declive por méritos propios nos incita a preguntar, ¿cuál ha sido la razón de su traición?; ¡quizá! en esta frase de La Rochefoucauld, podamos entrever el motivo y la repuesta, “Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito de hacer traición”

¿Tendremos que ser indulgentes con ellos?, por aquello que dice: “el estómago no delinque”, de ninguna manera, en absoluto, los españoles no jugamos a este repugnante, placentero y  expoliador divertimento de la política española.

Como decía un viejo lugareño, refiriéndose a un grupo de chicas: “Sí, sí, son buenas chicas, pero les gusta mucho la miel”.

Por último, no quiero sustraerme a parafrasear a Rubén Darío cuando se expresaba de tal modo: “¡Las mujeres! ¡Oh magníficos seres, que no son otra cosa que un rebaño de lindos luciferes!”

La “Virgen de Murillo” se ha convertido en un ángel caído.

Autor

REDACCIÓN