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Después de repasar El final de la esperanza, libro primero de la trilogía de memorias del cenetista Eduardo de Guzmán, vamos a ver el segundo, El Año de la Victoria, que trata de su paso por los campos de prisioneros, primero de «Los Almendros» y después por el famoso de Albatera hasta su traslado a Madrid. Hay también algunas reflexiones sobre la pérdida de la guerra, objeto permanente de discusión entre los concentrados, como es natural. El abandono de las democracias es uno de los temas recurrentes. Causa una evidente extrañeza comprobar la insistencia con que unos anarquistas, comunistas y socialistas que declaraban estar embarcados en una revolución para acabar con el «orden burgués» esperaban el apoyo de las «democracias», es decir, de los burgueses. Solo se entiende como consecuencia de la intoxicación mesiánica de quienes estaban convencidos de ser los «portadores de la objetividad histórica».

Antes de entrar en ello, me referiré a las transcripciones del anterior libro, El final de la esperanza, que Julio Merino incluyó hace tiempo el ECDE, y que además presenta esta información:

De aquella tragedia, para mí, hay un relato que supera a todos los demás. La obra que escribió el gran periodista de la República, testigo presencial y víctima, encarcelado después e incluso condenado a muerte, Eduardo de Guzmán, con el título de «La muerte de la esperanza«. Les aseguro que la primera vez que la leí, como ganadora del premio «Memorias de la Guerra Civil española» en 1973 me impresionó tanto que como subdirector de «Pueblo» que era en ese momento conseguí que se le ayudara a publicar una segunda parte, la que vivió con otros miles de prisioneros, en el campo de concentración de Albatera.

No sé si hay otros testimonios personales sobre aquellos sucesos; en todo caso no he leído ningún otro. Puedo confirmar el gran interés que tienen, como testimonio personal, y la facilísima y entretenida lectura por ser una especie de memoria novelada.

* * * * *

 

Los detenidos en el puerto de Alicante son concentrados al principio en un lugar que pasó a ser llamado los Almendros, un campo de detención improvisado por los italianos, sin ningún tipo de servicios, en el que pasan hambre, frio, exposición a la lluvia y suciedad. Se comen hasta los brotes de los almendros del campo. Están solo unos pocos días, menos de una semana. Unos extractos sobre la vida en los Almendros:

«Con dinero es posible comer en el campo. No a la carta ni exquisitos manjares, pero sí lo preciso para resistir un poco más. La única pega es que hay que pagarlo a un precio elevadísimo y una mayoría no tenemos con qué.

 

Tenía un «longines» de oro —indica un comisario—. Conseguí por él cuatro chuscos y dos latas de sardinas.

 

Pero esto fue hace tres días. Desde entonces los relojes —de oro, plata o chapados— han perdido buena parte de su valor o han elevado desmesuradamente el suyo el pan y las sardinas. Los cuatro chuscos bajaron a tres primero, a dos y uno posteriormente, en tanto que las sardinas desaparecieron.»

«Hay individuo que cada día vende quince o veinte chuscos de pan y siete u ocho latas de sardinas. Cuando alguien le pregunta de dónde las saca se limita a encogerse de hombros.

Vista que tiene uno.

¿Sólo vista?

¡Naturaca! ¿O me crees tan panoli como los rojos, luchando hasta el final por una causa perdida?»

» —Lo único que nos faltaba: ¡piojos…!

Llevamos nueve días sin desnudarnos, durmiendo vestidos en el suelo, apretujados unos contra otros para entrar en calor o protegernos de la lluvia, tapándonos con lo que encontramos y con tan poca agua, que apenas si podemos lavarnos la cara. Molesto por unos picores en el pecho y la espalda, Serrano se quita camisa y camiseta y las examina. El resultado salta pronto a la vista.

¡Tengo más piojos que veinte gallineros juntos…!»

Pasan allí la Semana Santa, que por fin se puede celebrar en la que durante tres años fue la zona roja. Ven desfilar camiones llenos de gentes alegres que van a celebrar el Domingo de ramos. Están al lado de la carretera y les caen todo tipo de insultos y amenazas, respondidos muchas veces.

» —¿No será hoy Domingo de Ramos?

Algunos lo ponen en duda. Por lo que recuerdan, Semana Santa suele caer a mediados de abril y ahora estamos en sus comienzos.»

Evidentemente los prisioneros no tenían costumbre de seguir el calendario litúrgico.

Hay algunas referencias a personajes relevantes detenidos. Entre los que no abandonaron España a tiempo vemos citar al principio el caso de Ángel Pedrero y sus secuaces, del que hablamos en la parte segunda. Confiaron en que habría barcos para huir.

«Pero más que el número —agrega Aselo— importa la calidad. Porque aquí, alrededor nuestro, están los hombres que hicieron posible la resistencia en la guerra y sostuvieron la moral de todos hasta el último día.»

Por ejemplo, Benigno Mancebo, anarquista que se había escapado del muelle de Alicante:

«—La revolución no se hace con agua de rosas. Para defenderla de sus enemigos es preciso mancharse las manos y yo he tenido que manchármelas. Mi papel era menos heroico que el que luchaba en las trincheras y menos brillante del que hablaba en las tribunas; pero tan necesario como el primero y más eficaz que el segundo.»

Este Mancebo, que se manchó las manos de sangre, está entre las víctimas del franquismo que el ex juez Garzón ha incluido en su lista. Más aquí. No aparece sin embargo, en este Listado provisional de prisioneros del campo de Albatera, que puede consultarse cuando se nombra a algún detenido. Nótese que la mayoría, como es el caso de de Guzmán, si fueron condenados a muerte, se les indultó y salieron en menos de 5 años y en muchos casos reincidieron en la agitación anarquista.

Del citado Pedrero:

» —Te sobra razón en eso —asiente complacido Pedrero, silencioso hasta este momento—. Para justificar su inacción o su fracaso muchos hablarán ahora de los terribles martirios a que fueron sometidos, aunque esos tormentos no existan fuera de su imaginación. Nuestra rápida muerte puede ser el mejor tranquilizante para no pocas conciencias conturbadas, no por lo que hicieron, sino por lo que no tuvieron valor para hacer.»

«Es una de las personas que más odia la quinta columna madrileña. No niega a estas alturas que hizo grandes favores a no pocos de sus integrantes.

Pero esos precisamente serán quienes tengan más prisa en matarme para que no pueda decir lo que sé de ellos.»

Pretende Pedrero que el SIM, que era temido por los mismos «leales», perdonaba la vida a la «quinta columna». Nótese que llama así a los simples desafectos a la República, porque si no actuaron contra ella, como Pedrero afirma, no puede considerárseles de la quinta columna. Pero Eduardo de Guzmán es incapaz de decir claramente que hay verdaderos criminales entre los concentrados, presenta todo como una venganza de los «fascistas»:

«Muchos de los que dan un nombre cualquiera se han pasado durante la guerra de las filas nacionales a las republicanas; otros saben que tienen enemigos personales que harán cuanto esté en sus manos por terminar con ellos; no faltan los que saben que en sus pueblos les están buscando por rencores políticos ni los que de ninguna forma ni manera quieren facilitar la labor de sus adversarios.»

Y una curiosidad, los italianos intentan hacer propaganda entre los detenidos:

«Saldréis en libertad inmediatamente porque a nadie le interesa que continuéis presos. Entonces podréis luchar a nuestro lado. Todos juntos iremos a París y Londres a enseñar una lección de honor y virilidad a unas potencias en plena decadencia, muertas de miedo al pensar que tendrán que enfrentarse con los invencibles camisas negras victoriosas en todas partes, con unas legiones ardientes que no conocen la derrota porque su indomable valentía…»

» —Vinimos a combatir contra el imperialismo anglo-francés que explota a medio mundo. De sobra sabéis que son empresas capitalistas con sede en Londres y París quienes explotan el cobre de Riotinto, el hierro del Norte, el plomo de Sierra Morena, las potasas catalanas e incluso se llevan las naranjas valencianas, los vinos de Jerez, el aceite de Andalucía y el trigo de Castilla.»

» —En 1939 empezará el último acto del drama en que unas naciones sin ideales ni virilidad tendrán que dejar que Alemania e Italia, con sus aliados cada vez más numerosos, se pongan a la cabeza de la humanidad inaugurando una nueva etapa histórica.»

El Viernes Santo les trasladan desde Los Almendros al famoso campo de Albatera:

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«En Totana y Albatera existen dos campos de trabajo creados en virtud de la Ley de Vagos y Maleantes para que se regenerasen, merced a un honrado laborar, quienes fueran condenados por no haber realizado ninguna tarea útil en toda su existencia.

(…)

en Albatera hubo en el último año de la guerra trescientos o cuatrocientos reclusos»

«En cada vagón de ganado meten doble número de hombres de los que normalmente caben. Tienen que empujarlos varios soldados para poder cerrar las puertas. De dentro salen voces de protesta:»

A pesar de las circunstancias, aún tienen ganas de reafirmarse durante el traslado:

«Tras una breve vacilación otras la imitan. Pronto, mujeres y chicos a ambos lados de la vía, alzan sus puños cerrados por encima de la cabeza. Los moros las contemplan sorprendidos; no hacen nada, asombrados quizá por la resolución desesperada de las mujeres. Hace falta mucho valor para este saludo el día 7 de abril y en presencia de todo el mundo. Contestamos en la misma forma.»

«En uno de los vagones de ganado empiezan a cantar «La Internacional». No cantan muy entonados, pero sí con todas sus fuerzas. Pronto les contestan desde el interior de otros coches.»

* * * * *

 

Llegan al campo de concentración de Albatera, del que hay que saber que fue creado por la República para internar a «Vagos y Maleantes», según una ley republicana. Esto es lo que dice de Guzmán al respecto:

«Aunque creado para internamiento de los condenados por aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes —que allí habían de regenerarse con un trabajo honrado— en Albatera fueron recluidos durante la guerra numerosos elementos políticos condenados por los tribunales de Madrid, Albacete y Alicante. Ninguno se quejaba, porque en el campo disfrutaban de mayores libertades que en cualquier prisión. Comían relativamente bien —que su racionamiento era superior al de la población civil—, recibían abundantes paquetes y comunicaban sin vigilancia ni cortapisas con sus familiares, pudiendo incluso acompañarles a la estación o al pueblo.»

Los testimonios de los internados en el campo por la república (simples desafectos a aquella «legalidad republicana», no hablamos criminales) es muy distinta. Esto es lo que cuenta el sacerdote Saturnino Ortuño Pomares sobre su experiencia en el campo:

«Los guardianes eran individuos hartos de dar paseos. El que a mí me cacheó me preguntó reiteradamente si llevaba medallas encima. Al principio se trabajaba de verdad, y cuando alguien se sentaba, recibía la frase de sus guardianes, proverbial: o te levantas o te tumbo de un tiro. 

En el campo no había comodidad alguna. En los primeros días estábamos amontonados en los barracones de madera y uralita, y también en tiendas de campaña; no había lavabos ni retretes.

Quienes trabajábamos en tierras cercanas a arroyos, nos lavábamos allí. A los guardianes del campo se les llamaba viriatos y gozaban de muy mala fe. 

La alimentación de Albatera fue pésima, casi siempre se servía a los internados una especie de caldo negro, con unas lentejas o judías negras bailando una zarabanda de risa y miseria«.

El hacinamiento y la suciedad son espeluznantes. Los tienen varios días sin beber porque no había nada previsto. El primer camión cisterna es distribuido de forma tan desorganizada que se pierde la mitad del agua. Estos son varios párrafos sobre las condiciones de vida:

«Añade a continuación que habremos de formar siempre que se nos ordene y dos veces como mínimo, a la mañana y a la noche, para cantar los himnos nacionales, cuya letra y música será transmitida por los altavoces con cierta frecuencia para que dentro de una semana nadie pueda alegar ignorancia. Tanto las formaciones como los cánticos se consideran actos de servicio y quienes pretendan eludirlos sufrirán en el acto los correspondientes castigos.»

«—Aquí los tienes. Primero, y a todo lo ancho, es preciso escribir con letra grande y clara: «¡Arriba España! ¡Viva Franco!». Luego, a continuación de la fecha, hay que añadir: «¡Año de la Victoria!». De no ser perfectamente legibles todas las exclamaciones, no se dará curso a la misiva.»

«… la celebración de la misa. Es inútil que arguyamos que desde dentro del calabozo no vemos la parte del recinto exterior donde se celebra la misa ni el oficiante puede vernos a nosotros. Tampoco sirve de nada que digamos que no somos católicos.»

«Tenemos que escuchar los sermones. Por regla general —y es lo mejor que podemos decir de ellos— resultan profusos, difusos y confusos según la conocida frase. Quienes los pronuncian no brillan precisamente por su elocuencia y originalidad de ideas. Repiten lo mismo una y otra vez, siempre en tono de ofensiva superioridad. Deben»

«Pero desde criminales e hijos de satanás, dóciles e inconscientes instrumentos del mal, a ignorantes y desgraciados, emplean una larga serie de términos en los que sería difícil hallar el más remoto reflejo de la caridad cristiana.»

«La situación sería más llevadera si pudiera fumar. Pero también fumar se ha convertido en un sueño de imposible realización. Aunque hemos procurado estirar hasta el límite máximo el tabaco de que disponíamos, hace cinco días que se agotó el que teníamos y llevamos cuarenta y ocho horas sin fumar nosotros y sin que nadie a nuestro alrededor aspire una sola bocanada de humo.»

«El miércoles 12 de abril —ocho años justos de las famosas elecciones que derrocaron a la monarquía— empieza para los veinte mil presos de Albatera la más dolorosa y trágica de las quincenas. Tan dura y angustiosa, que muchos no llegan vivos a su final y los supervivientes, que difícilmente podemos sostenernos en pie, tenemos más aspecto de esqueléticos fantasmas que de personas.»

«La lluvia que empieza a caer de nuevo a la una de la tarde del miércoles 12 de abril cae sin interrupción alguna durante varias jornadas seguidas. Si de madrugada pudimos defendernos en general medianamente, al atardecer el agua nos derrota a todos. Las mantas o los capotes con que nos hemos cubierto no han tenido tiempo de secarse al reanudarse las precipitaciones; se calan con rapidez y nos mojamos casi igual que si prescindiéramos de ellas.»

«En Albatera, el martes 11 de abril tomamos la cuarta parte de un bote de lentejas cocidas y la quinta parte de un chusco. Miércoles, jueves y viernes no comemos absolutamente nada. El sábado 15 nos dan una lata de sardinas para tres y un chusco para cinco. Después volvemos a ayunar totalmente domingo, lunes, martes, miércoles y jueves, para recibir el viernes otros sesenta y seis gramos de sardinas y unos sesenta gramos de pan. «

«La primera comida caliente (…) garbanzos guisados totalmente solitarios, sin aditamentos de ninguna clase»

«no se interrumpen las visitas de grupos y comisiones que buscan en Albatera a las personas que más odian y a las que acusan de todos los crímenes habidos y por haber»

«Muchos de los visitantes tienen la pinta inconfundible de los señoritos de pueblo, de los hacendados y caciques que han señoreado durante años cualquier rincón de Levante, la Mancha o Andalucía.»

«Nos invaden los piojos de tal manera que una mayoría abandonan derrotados los intentos de terminar con los que lleva encima. Hace su aparición la sarna, que rápidamente se extiende por el campo, faltos de cualquier medicamento para combatirla.»

Por la falta de agua y comida tienen un estreñimiento extremo:

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Cuando uno ha terminado y tras respirar hondo unas cuantas veces mira lo que ha echado y que tantos dolores le ha ocasionado, se asombra al ver que únicamente ha expelido cinco o seis cagarrutas. Son unas bolitas pequeñas, duras y negras, muy parecidas a los excrementos de las cabras, pero erizadas de pinchitos negruzcos que tienen que ser los que produzcan los desgarros intestinales que tanto hacen sufrir a todos.

Son escíbalos —explican los médicos— formados como consecuencia de la escasa comida, de la falta de grasas y la casi total ausencia de líquidos en el tracto intestinal.

Inevitablemente, es estas ocasiones los prisioneros más débiles o menos convencidos delatan a los otros. Este es un caso:

«Amor Buitrago, hijo de Victoriano Buitrago, antiguo militante confederal del Puente de Vallecas, es un muchacho de las Juventudes Libertarias. No he tenido contacto alguno con él y no es sorprendente que no le haya reconocido. Le he visto varias veces en el puerto y en los Almendros, hablando con Leiva y con Bajo, pero de esto hace más de dos meses y seguramente está tan cambiado como debemos estarlo nosotros. En cualquier caso, no parece que él me haya reconocido, quizá ni siquiera visto.»

«En Alicante estaba concretamente Amor Buitrago, al que veo bajar de uno de los camiones esposado a su propio padre. El padre, un hombre de cincuenta y tantos años con el pelo blanco, está pálido, demacrado, con huellas claras de un intenso sufrimiento, probablemente más moral que físico. Abochornado por la cobardía del hijo, desvía la mirada cuando advierte que le mira algún compañero.»

Un par de curiosidades. Primero sobre Melchor Rodriguez, el «Ángel Rojo»:

«Aunque la propaganda nacional haya ensalzado a Melchor, atribuyendo exclusivamente a su labor personal el cese de los asaltos a las cárceles, el hecho se debe a las medidas y órdenes de Mariano Sánchez Roca —excelente abogado y persona, compañero mío durante años en la redacción de La Tierra— tan pronto como toma posesión de la subsecretaría de Justicia, designado por García Oliver.»

«Para no conceder mérito alguno a un ministro libertario y especialmente a García Oliver —«bandido con carnet», «atracador» y «presidiario», según le había llamado una y otra vez la prensa fascista de todo el mundo— pusieron por las nubes a Melchor Rodríguez, anarquista romántico y generoso, verdadero «Ángel Rojo» entre las «salvajes turbas» del Frente Popular.»

 

Segunda sobre Giménez Caballero, genio y figura:

«Existe, pues, un clima de general euforia cuando una tarde se obliga a formar en el campo para oír las palabras que va a dirigirnos un brillante escritor y pensador político. Aunque el nombre de Ernesto Giménez Caballero, que a continuación se cita, nada dice a muchos de los presos, para mí resulta más que suficiente.»

«Habla de los Reyes Católicos, de la España cesárea y eterna, del imperio que nos llevará a Dios y de la unidad indestructible de las tierras y los hombres de España. También de la decadencia irremediable de las grandes democracias y de las virtudes heroicas de Mussolini y Hitler, que van a traer una nueva Europa sobre las ruinas de la antigua; una Europa viril y marcial que romperá los dientes a las hordas rabiosas que desde las estepas asiáticas siguen soñando con destrozar entre sus garras a la civilización grecorromana, a la civilización cristiana de la que somos representantes y herederos. Alude, por último, a la guerra de España, donde ha sido aplastada la hidra revolucionaria y en donde los aprovechados explotadores de la ignorancia popular han huido cargados de millones, dejándonos abandonados, inermes y derrotados a merced de la generosidad del vencedor.»

«Habéis sido derrotados porque teníais que serlo, porque vuestros jefes, dignos jefes de estos rebaños, huyeron cargados de millones luego de aprovecharse de vuestra ignorancia; la torpe mente de unas masas primitivas en cuyo cerebro no brilla la luz de la inteligencia.»

El campo de Albatera es un campo de detención transitorio y se empieza a desalojar y a despachar las personas reclamadas:

«… a comienzos de la segunda decena de abril se autoriza la salida de los prisioneros mayores de sesenta años, siempre que sus nombres no figuren en las listas de individuos reclamados.»

«En realidad, todavía hay entre nosotros unos centenares de hombres que los sobrepasan; unos porque no quisieron dejarles salir al carecer de documentos acreditativos de su edad; otros porque —con todos los peligros del campo— han preferido continuar aquí a ser enviados a sus pueblos donde serían recibidos con toda seguridad en forma nada amistosa ni saludable.»

De Guzmán sale en junio con la famosa expedición de los 101 prisioneros rojos de Madrid, lo más granado del Frente Popular de la capital. Van en camiones y en La Roda y Quintanar de la Orden los muestran como a fieras enjauladas (algunos lo eran):

«Hay quien tiene interés en ver a David Antona y apenas se detiene la caravana, ya le están ordenando a gritos que se ponga de pie. Uno de los policías explica, como podría hacerlo un domador en el circo ante la jaula de una fiera.

Era el mandamás de la CNT y hasta finales de marzo pasaba por gobernador civil de Ciudad Real.»

«Uno incluso me acusa:

¡Este bandido es el autor de la consigna «resistir es vencer»!

¡Pues vamos a ver lo que es capaz de resistir ahora!»

«Es el tristemente famoso Doctor Muñiz [Felipe Sandoval], el más peligroso atracador y pistolero, un auténtico «gangster», peor que el mismísimo Al Capone.»

Se puede encontrar mucha información sobre él en Internet. Casi nadie le defiende, porque al final acabo acusando a sus compañeros presos, aunque se suicidó al final para no seguir. Pero no falta quien le busca «el lado humano». ¿Y quién no lo tiene?

 

 

 

 

Un documental recupera la figura del anarquista Felipe Sandoval

Carlos García-Alix se obsesionó con este revolucionario en la España republicana

 
 

 

Al llegar a Madrid, los depositan en Almagro, donde es recibido con golpes.

No varía mi juicio tras leer este nuevo libro: es un testimonio personal muy interesante y muy fácil de leer, pero muy sesgado, y de nulo interés político.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés