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Aunque sé que es un dicho que se repite con mucha frecuencia, hoy me complace recordarlo y aclararlo en parte para que las nuevas generaciones recuerden el origen de unos personajes legendarios que ya aparecían en la “Odisea” del grandísimo Homero. Lean lo que escribe Homero sobre las sirenas:

“Las sirenas hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las sirenas, ya nunca se verá rodea­do de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan estas con su sonoro can­to, sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Odiseo: haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil -que sujeten a este las amarras-, para que escuches complacido, la voz de las dos si­renas; y si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desa­ten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas”.

 

Mitología griega

¿Quiénes eran las sirenas?

Se trataba de genios híbridos, seres similares a las ninfas y dependiendo de la versión del mito eran tres, cinco o incluso ocho. Vivían en el mar, cerca de lo que es Sicilia. Su forma era la de cuerpo de ave con rostro de mujer, por lo que no tenían aletas, sino alas para poder volar, aunque posteriormente se tomaron como seres con cola de pez.

Una de sus principales características era su voz, ya que poseía una inmensa dulzura y musicalidad. Gracias a su don, atraían a los barcos de marineros; éstos quedaban tan embelesados con tan bella música que saltaban del barco para poder escuchar mejor, pereciendo ahogados en las aguas.

Sin embargo, hubo alguien capaz de soportar el canto de las sirenas. Se trata de Ulises, quien en su vuelta a casa tras la guerra de Troya tuvo la desventura de pasar por los dominios de estos seres. Las sirenas tenían una obligación, y era que si algún hombre era capaz de oírlas pero no se sentía atraído por ellas, debían morir.

Para evitar su influjo, Ulises siguió el consejo de Circe y ordenó que todos los hombres de la nave se tapasen los oídos con cera para no escuchar el canto de las sirenas. Mientras esta operación se llevaba a cabo, Ulises se ató al mástil del barco con los oídos descubiertos, sin cera alguna. Les ordenó que viesen lo que viesen no le desataran del mástil, por mucho que él suplicara.

Cuando pasaron por la zona en que las sirenas comenzaban con su canto, ninguno de los marineros sufrió daño alguno, ya que no escucharon nada. Sin embargo, Ulises, hechizado por la bella música, suplicó e imploró que le soltaran, pero los marineros le hicieron caso omiso. Ulises pudo escuchar la música sin sufrir daño alguno.

Ante el rechazo sufrido, las sirenas no tuvieron otro remedio que cumplir con su obligación y una de ellas debía morir. La escogida fue Parténope, que se lanzó al mar. Su cuerpo fue arrastrado hasta la costa, donde fue enterrada con grandes honores, construyéndose también un pequeño templo en su honor alrededor el cual se fundó un pueblo, Parténope, que tiempo después sería Nápoles. (Por María Santiago)

Y algo de verdad debe haber en la leyenda de Parténope cuando al repasar la Historia de Nápoles la sirena aparece como figura principal. Al parecer, tras la derrota ante Ulises la elegida por las suyas para suicidarse fue la más bella entre las bellas: Parténope… y quizás por ello tras su muerte no solo las demás sirenas sino todo su mundo conocido le levantaron un monumento en la costa más cercana y poco después en torno a ese monumento fue apareciendo primero un pueblecito, después una ciudad y después grandísima capital. O al menos, así aparece en la Historia de la ciudad de Nápoles.

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La historia de Nápoles empieza con los griegos de Eubea, que a comienzos del siglo VIII a. C. fundaron, en la isla de Isquia, la que fue probablemente la primera colonia griega de Occidente: Pitecusa. En ese mismo siglo los colonos de la isla tuvieron que abandonarla debido a los violentos fenómenos geológicos que allí se produjeron. Se establecieron en el continente fundando así la ciudad de Cumas. Gentes de esta ciudad, un siglo más tarde ( S. VII a. C.), fundaron la ciudad de Parténope en la colina de Pizzofalcone. La ciudad se extendió tras su victoria sobre los etruscos en el 474 a. C. y tomó el nombre de Neápolis (ciudad nueva). A finales del siglo V a. C., los samnitas, instalados en los Abruzos, descendieron de sus montañas para ocupar la llanura litoral. Las ciudades griegas de la Campania, desprotegidas frente a estos aguerridos invasores, pidieron ayuda a Roma, que había repelido a los reyes etruscos y concluido la conquista del Lacio.(Wikipedia)

Las sirenas en la literatura

Mucho eco tuvieron los personajes de la antigüedad griega y romana, pero quizás uno de los que más fueron las sirenas de Homero. Sería interminable la lista de obras famosas basadas en “el canto de las sirenas” por ello nos limitamos a citar algunas por si les interesa conocer historias increíbles por su belleza literaria. Entre ellas:

“La metamorfosis” de Ovidio
“La República” de Platón
“La mil y una noches” anónimo
El golfo de las sirenas” de Calderón de la Barca
La ondina del estanque” de los hermanos Grimm
“La sirenita” de Cristian Andersen
“La sirena del Rin” de Alejandro Dumas
“Los ojos verdes” de Gustavo Adolfo Bécqer

“Dijo la hermosa entonces con una voz semejante a una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y transparente: hablo con sus rumores y ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi amor, como a un mortal superior a las supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de comprender mi caso extraño y misterioso”

“El alma de sirena” de Emilia Pardo Bazán
“El pescador y su alma” de Oscar Wilde
“El silencio de las sirenas” de Franz Kafka
“Fabula de la Sirena y los borrachos” de Pablo Neruda

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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