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Nace en Oviedo el día 25 de julio de 1790; era hijo de Don Manuel Méndez de Vigo y de Doña Vicenta García de San Pedro, ambos de familias distinguidas por su nobleza. Se dedicó a la carrera de Derecho, cursando en la Universidad de Oviedo el primer año de Derecho Canónico, después de haber estudiado filosofía y dos años de leyes.
Año 1908
Fue uno de los primeros jóvenes que se alistaron para defender la Independencia, y en consideración a su distinguida familia y teniendo en cuenta lo adelantado que se encontraba ya en su carrera, se le nombró Capitán del Regimiento de Infantería de Covadonga, el día 1 de junio.
A los pocos días de su nombramiento salió con su Regimiento con dirección a las provincias de León y Palencia, siendo incorporado al ejército que organizó en Castilla el Capitán General Don Gregorio de la Cuesta, tomó parte el día 14 de julio en la sangrienta batalla de Rioseco, a consecuencia de la cual tuvo que retirarse a León el día 19 del mismo mes el Regimiento de Covadonga, que después de realizar diversos movimientos, tomó parte en la acción de San Vicente de la Barquera el día 19 de noviembre y en la de Colombras el día 7 de diciembre.
Año 1909
Invadida Asturias por diferentes puntos y ocupada por los franceses, aunque por pocos días su capital, en el mes de abril de este año y después de sostener junto con otras compañías de su Regimiento un reñida acción sobre las alturas del puerto de Pajares, cuya línea defendían, pasó con su compañía a formar parte de la División del General Don Francisco Ballesteros, que se había replegado desde Colombras a la ermita de Covadonga; tomando parte también en las acciones que dicho General emprendió en la provincia de Santander, con el fin de llamar la atención de las fuerzas enemigas que habían invadido Asturias. En el curso de estas operaciones tomó parte en los ataques a Cabezón de la Sal y Peña Castillo; y colocado en la vanguardia tomó parte también en el ataque y toma a viva fuerza de la plaza de Santander, que tuvo lugar el día 10 de junio; en el cual se apoderaron nuestras tropas de varios atrincheramientos, haciendo prisioneros a la mayor parte de los que los defendían, en total unos 800 hombres. Atacada al día siguiente la plaza por una División enemiga que venía desde Asturias y acudió a socorrerla, Méndez de Vigo logró retirarse por medio de las tropas francesas hasta Peña Castillo, desde donde se dirigió al Principado. Una vez reorganizada aquella División, se dirigió a Castilla para formar parte de Ejército de la Izquierda que mandaba el Marqués de la Romana, que sería relvado en aquella época el Duque del Parque. La División a que pertenecía se unió al Ejército de la Izquierda en los campos de Tamames, al día siguiente de aquella célebre y sangrienta batalla; continuó en operaciones con este Ejército, con el que tomó parte en la acción de Alba de Tormes el día 28 de noviembre.
Año 1810
Continuó en el Regimiento de Infantería de Covadonga, hasta el 26 de marzo que pasó al de Infiesto, como consecuencia de la nueva organización dada al la tercera División que mandaba el General Ballesteros. Con ella tomó parte el día 26 de mayo en el ataque de Aracena, en que su Regimiento estuvo situado en primera línea y desalojó a las tropas francesas de una altura que tenía a su frente; tomó parte asimismo en la acción de Canta el Gallo sobre Llerena el día 11 de agosto, bajo las órdenes de su Coronel Don Diego Clark, en donde en línea atacó y rechazó a los enemigos que eran muy superiores en fuerzas, por cuya acción mereció el elogio de las demás tropas y la aprobación del General Ballesteros; el día 15 de septiembre tomó parte también en la acción de las Guardias.
Año 1811
La campaña de este año se inauguró precisamente el día 1 de enero, tomando parte con su Regimiento en la acción de Guadalcanal, a la que siguieron la de Calera y la de Castillejos, las cuales tuvieron lugar el día 4 y el 15 de enero. En esta última tuvo ocasión de distinguirse, por lo que fue declarado benemérito de la Patria. El día 10 de marzo tomó parte en la sorpresa de la villa de Palma; el día 13 de abril participó en la acción de Fregenal de la Sierra y después en la sangrienta batalla de Albuera, la cual tuvo lugar el día 26 de mayo, por cuyo comportamiento en aquella jornada fue premiado con el grado de Teniente Coronel y declarado por segunda vez benemérito de la Patria.
Trasladada a Cádiz la División del General Ballesteros, a la que pertenecía el Regimiento de Infiesto, fue destinada al Campo de Gibraltar; tomando parte en el ataque de Alcalá de los gazules y las alturas de Jimena, en los días 19 y 25 de septiembre; tomó parte de nuevo en el segundo ataque a Jimena; también participó en la sorpresa de Bornos el día 5 de noviembre; en la acción de Torre-Carboneros que tuvo lugar el 28 del mismo mes y en la del Puerto de Osea, que tuvo lugar el 18 de diciembre, en la cual mandó con gran acierto una columna de cazadores .
Año 1812
En este año se destinó al Regimiento de Infiesto a socorrer la plaza de Tarifa, embarcando en las playas de San Roque en los primeros días del mes de enero; el día 4 de marzo fue nombrado Sargento Mayor de Instrucción en comisión en el Regimiento de Granaderos del general del tercer Ejército, cuya organización le fue confiada por encargo especial del General Ballesteros; tomó parte el día 10 de abril en el ataque del castillo de Zahara mandando cuatro Compañías del Regimiento de Granaderos, con cuya fuerza atacó y desalojó a los enemigos de las primeras trincheras que los franceses tenían en dicho pueblo, en cuyo ataque resultó herido, pero habiendo obligado a los franceses a encerrarse en el castillo. Restablecido de sus heridas, volvió a entrar en campaña y en los días 14 y 24 de julio tomó parte en la acción de Málaga y en la sorpresa de Osuna, recibiendo en esta última una contusión. Encargado más tarde del mando accidental del Regimiento, como consecuencia de la muerte de su Jefe, tomó parte los días 3 y 5 de septiembre en las acciones de Antequera y Loja, siendo recompensado por los buenos servicios que prestó en este año con el empleo de Teniente Coronel efectivo de Infantería, cuyo Real Despacho fue expedido el día 21 de diciembre de este año.
Año 1813
Al frente de su Regimiento, cuyo mando le fue concedido el día 21 de diciembre del año anterior, siguió en operaciones del tercer Ejército por Jaén, la Mancha, Valencia, Cataluña, Aragón y Navarra, tomando parte activa en la acción de Amposta, en la izquierda del Ebro, y conteniendo a la guarnición enemiga en la plaza de Tortosa, la cual había conseguido algunas ventajas sobre la tercera División del Ejército, obligándola a retirarse; por cuya razón fue destinado por el General en jefe del Regimiento de Granaderos a reforzar dicha División, lo que llevó a cabo pasando el río y obligando al enemigo a replegarse dentro de la plaza con una pérdida considerable, incluso el Jefe que mandaba dicha fuerza fue hecho prisionero, y con cuya ventaja se hicieron las tropas españolas, pasando a continuación el río a lorilla opuesta.
Año 1814
Continuó con este Regimiento la campaña de este año, entrando en Francia por Irún con el Ejército de que formaba parte, llegando a Orthez y Peyronade, donde suspendió la marcha el Ejército español al tener noticia de la paz general; con lo cual regresó a nuestro país. Ya de nuevo en España, fue destinado en el mes de septiembre para formas con la tropa y algunos oficiales de su Regimiento el quinto Batallón de Reales Guardias Españolas, del que fue nombrado primer Ayudante Mayor el día 29 de septiembre; siendo recompensado el día 7 de octubre con el grado de Coronel en recompensa a sus servicios y testimonio de lo satisfecho que había quedado S. M. del brillante estado de instrucción y disciplina con que su Cuerpo se había presentado en la revista que se dignó pasarle en el campo de Guardias.
Año 1815
El desembarco de Napoleón en Francia que produjo el reinado de los Cien días y que alarmó de nuevo a los pueblos de Europa, hizo que nuestro Gobierno mandase por segunda vez un Ejército al vecino país; con tal motivo fue nombrado Méndez de Vigo por Real Orden de 214 de mayo como segundo Ayudante General de E. M. G. con destino al Ejército de Cataluña y a la primera División del mismo; con esta División entró nuevamente en Francia, permaneciendo en dicho país hasta la batalla de Waterloo, en que se restituyó la paz; pero continuó desempeñando su cometido hasta la disolución de dicho Ejército.
Años 1816 a 1822
Incorporado en el mes de enero de 1816 al Regimiento de las Reales Guardias Españolas, permaneció en él hasta su disolución, como primer Ayudante Mayor de su tercer Batallón.
En el mes de octubre de 1819fue nombrado Mayordomo de Semana de S. M., sin perjuicio de continuar sus servicios en la carrera militar; en el año 1822 fue nombrado Ayudante General de E. M: con destino en el Ejército de Aragón y sexto distrito; tomando parte activa en las operaciones que aquel Capitán General, el señor Zarco del Valle, emprendió contra las fuerzas rebeldes de Navarra, que alentadas por las tropas francesas habían tomado el mayor incremento. En esta campaña tomó parte en varias acciones, en las que se comportó con bizarría y decisión, sobre todo en la acción de Volca.
Año 1823
Habiendo regresado en este año a Castilla la Nueva, fue destinado con el mismo empleo al cuerpo de Tropas Expedicionarias, destinado a operar en dicho distrito militar al mando del Conde de Abisbal contra los rebeldes reunidos en Aragón y Castilla, contra los cuales se batió en las acciones de de Brihuega, Guadalajara, Sacedon, Huete, Puente de Priego y sorpresa de Montalván, siguiendo todas las operaciones de esta campaña por dichas provincias hasta finales del mes de marzo, fecha en que regresó a la Corte. Trasladadas a Sevilla las Reales Personas y el Gobierno como consecuencia de las circunstancias, fue destinado al E. M. G. y a las inmediatas órdenes del Ministro de la Guerra, a quien acompañó a Cádiz y pasando posteriormente con igual cargo al tercer Ejército que debía organizarse en Granada. Habiéndose aproximado los franceses a esta ciudad, nuestras tropas tuvieron que evacuarla a consecuencia del convenio que con los enemigos hizo el Ejército de Ballesteros. Méndez de Vigo se dirigió entonces a Cádiz con el objeto de embarcarse para Galicia, a donde había sido destinado; con tal motivo se encontró en el sitio y bombardeo que sufrió aquella Plaza por la escuadra francesa hasta su capitulación.
Años 1824 a 1833
Abolido el sistema constitucional se le concedió licencia indefinida para la ciudad de Sevilla, donde solicitó su purificación, ésta le fue denegada a finales de 1826; a pesar de que contraído únicamente el cumplimiento de su obligación como militar, se dedicó exclusivamente al cuidado de su familia y de la educación de sus hijos, hasta que la publicación de la amnistía en el mes de octubre de 1832 durante el gobierno de la Reina María Cristina lo restituyó al servicio, reintegrándole en su anterior posición y empleos; el día 30 de junio de 1833 se le confiere el empleo de Teniente Coronel del Regimiento de Infantería de África, 7º de línea, siendo destinado a la Sección de la Plana Mayor del Ministerio de la Guerra en el mes de octubre del mismo año.
Año
Desempeñando su cometido con la mayor inteligencia y a satisfacción del Gobierno, estuvo hasta el día 25 de marzo de este año, fecha en que fue nombrado Coronel vivo y efectivo de Infantería y confiándole el mando del Regimiento de Córdoba 10º de línea. Antes de incorporarse a este destino fue ascendido el día 18 de mayo al empleo de Brigadier y se le dio el mando del primer Regimiento de la Guardia Real de Infantería, a propuesta del Comandante General de dicha Arma. Una vez tomada posesión de su cargo, se dedicó a consolidar la instrucción y disciplina de su Regimiento, logrando al mayor grado de perfección militar.
Cuando los días 16 y 17 de julio tuvo lugar en Madrid el horroroso hecho de que fueron víctimas muchos religiosos, éste al frente de su Regimiento salvó del pillaje y asesinato algunos conventos y sus religiosos, lo cual fue agradecido por la población indignada por estos escandalosos atentados.
Año 1835
Durante la época de la guerra civil había tomado un considerable incremento, brindando a los militares dilatadas glorias y numerosas ocasiones de servir a la Patria. A Méndez de Vigo le estaba reservada también la parte de distinguirse en esta guerra al igual que lo había hecho en la de la Independencia. Destinado al Ejército de Aragón y encargado de una Brigada, pasó a Navarra, tomando parte desde entonces en las operaciones con el Ejército del Norte. La primera operación en la que participó fue en el movimiento que emprendió el Ejército sobre Zubiri y otros puntos con el objeto de proteger a su paso por el puerto de Velate la marcha del General Espoz y Mina, que mandaba el Ejército del Norte y que desde Elizondo se replegaba hacia Pamplona. Una vez finalizada esta operación recibió la orden de dirigirse a la sierra de Andía; al que se le unieron entonces las Brigadas que mandaban los Coroneles Gurrea y Don Froilán Méndez de Vigo, se incorporó en lo alto de dicha sierra a la División del General Aldama, de quien recibió la orden de marchar con aquellas fuerzas sobre el valle de la Borunda por el puerto de Elizarraga, con el fin de obligar a los enemigos a levantar el sitio del fuerte de Olazagoitia; arriesgada operación que llevó a cabo felizmente, salvando su guarnición y almacenes de guerra que condujo a Pamplona.
Finalizada esta operación, que fue una de las mejor entendidas y en la que mayor valor y serenidad demostró, recibió el encargo de proteger la marcha a Pamplona de un convoy de víveres y municiones que se encontraba detenido en Tafalla, el cual constaba de 200 carros y del que formaban parte 500 quintos destinados a la guarnición de la capital de Navarra. Para cumplir este encargo, se puso en marcha con solo dos Batallones, un Escuadrón y dos piezas de Artillería, manejándose con tal acierto que al amanecer del día siguiente cuando Zumalacárregui forzando su marcha llegó a Obanos con el objeto de caer sobre el convoy, éste entraba en Pamplona sin haber sido molestado lo más mínimo. Tomó parte también en el primer levantamiento del sitio de Bilbao, lo que una vez realizado se dirigió a Vitoria por el camino real de Orduña, en cuya operación fue encargado de cubrir la retaguardia del Ejército y obligado a sostener repetidos encuentros con los rebeldes, los cuales reunidos en Miravalles intentaron sin éxito molestarle a su paso por dicha población. El acierto, pericia, serenidad y valor demostrado en todas las empresas anteriormente citadas, le habían proporcionado al Ejército del Norte una reputación tan distinguida que cuando el malogrado General Córdoba tomó su mando, le confió el de la segunda División, al frente de la cual tomó parte en la batalla de Mendigorría. En esta jornada le tocó atacar el centro de la línea enemiga, en la cual se distinguió de tal suerte que en el parte que el General en Jefe dio al Gobierno de esa batalla se expresaba en los términos siguientes:
“D. Santiago Méndez de Vigo que mandaba la segunda división, ha obrado á mi vista con toda la bravura, inteligencia y serenidad que constituyen las altas cualidades de un General.”
Continuando al frente de su División, siguió los diversos movimientos del Ejército del Norte, tomando parte el día 2 de septiembre en la acción de los Arcos, que mandó y dirigió el General Aldama, en la cual tomó una parte muy activa y principal la segunda División, dando lugar a que el referido General se expresase acerca de él en los términos más honoríficos, dicho parte dice así:
“los relevantes servicios con que secundó mis disposiciones, y las que dictó con mucho acierto en consecuencia del mando de la parte de la línea que le confié, el muy sereno y valiente brigadier D. Santiago Méndez de Vigo.”
Después de esta jornada se incorporó con su División al grueso del Ejército de que había sido momentáneamente destacado, y siguió con él las operaciones, tomando parte en la mañana del día 27 de octubre en la marcha que aquél emprendió sobre Salvatierra. Al llegar en dicho día a la altura del castillo de Guevara, los primeros Batallones de la División, se presentó el enemigo con considerables fuerzas por la izquierda del Ejército sobre a cordillera en que está situado el citado castillo. En vista de esto, recibió el Brigadier la orden de dirigirse sobre los contrarios con sus Brigadas, lo cual levó a cabo inmediatamente; atacó con la segunda Brigada con tal decisión a los rebeldes, que no solo consiguió rechazarlos, sino también desalojarlos de las fuertes posiciones que ocupaban a la izquierda del castillo, de las que tomó posesión y mantuvo hasta la llegada del General en Jefe. Cuando éste llegó le ordenó replegar su División sobre el camino real por escalones y que sostuviese la marcha del Ejército, al que le interesaba llegar sin dilación a Salvatierra. A los inconvenientes que en la práctica ofrece, al frente del enemigo, esta operación siempre difícil y peligrosa, se le añadía que el Ejército del Norte era muy poco práctico en aquel terreno, y que conocía perfectamente el carlista; el cual contaba además con excelentes tropas ligeras que acosaban de tal manera a nuestras columnas que era preciso rechazar con repetidas cargas y con una actitud siempre imponente. Ni Méndez de Vigo ni el General Córdoba desconocían estas dificultades, pero el General en jefe confiaba en la bizarría, pericia y serenidad del Brigadier y en la disciplina de las tropas que mandaba. Su confianza no quedó defraudada; el movimiento se efectuó con orden y serenidad, rehaciéndose a cada paso y a la entrada de los desfiladeros que había que atravesar, sosteniendo ataques vigorosos del enemigo y cargándole varias veces con la Caballería para contenerle; hasta las nueve de la noche no pudo llegar a Salvatierra la retaguardia de su División, teniendo el placer de no haber perdido un prisionero en tan expuesta jornada.
Al día siguiente dispuso el General en Jefe regresar a Vitoria, y una vez emprendida la marcha, al llegar cerca de la venta de Echevarri, se avistó al enemigo que desplegaba sus tropas cerca del castillo de Guevara y situaba dos Batallones en dirección al pueblo de Alegría sobre el flanco izquierdo de nuestro Ejército.
Méndez de Vigo, que llevaba la vanguardia de la columna de la izquierda que marchaba por el camino real, recibió la orden del General en Jefe de tomar posición sobre las primeras lomas y oponerse a la marcha de las fuerzas enemigas; a cuyo efecto hizo desplegar sobre la derecha el primer Regimiento de la Guardia, cuya actitud imponente y el fuego de sus compañías de cazadores, más la de otros dos Batallones que colocó sobre su izquierda contuvieron al enemigo. Entretanto el resto del Ejército desfilaba por el camino real de Vitoria para continuar su marcha a esta ciudad, formando escalones sus últimos Batallones, la cual sostuvo el General en Jefe con estos toda la Caballería y una Batería rodada. En el parte que el General Córdoba elevó al Gobierno a consecuencia de esta operación, hacía hincapié en el celo, inteligencia y denuedo del Brigadier Méndez de Vigo, el cual así como el General Oraá, son palabras del General en Jefe, se mostró completamente digno de su reputación y del gran concepto y justo aprecio en que lo tenía.
Bien merecían tan relevantes servicios una positiva recompensa por parte del Gobierno y de S. M., que a propuesta del General en Jefe se le confirió el empleo de Mariscal de Campo con antigüedad de 27 de octubre de 1835, día en que tan dignamente se había hecho acreedor a la gratitud de la Patria. En el mes de noviembre fue encargado del mando de las tropas destinadas en Aragón, para impedir el paso de la expedición carlista a Cataluña, objeto que consiguió por medio de acertadas combinaciones, continuando en el mando de la segunda División del Norte el resto del año.
Año 1836
Estuvo encargado de las operaciones de la ribera de Navarra en los primeros días de este año para estrechar el bloqueo de las fuerzas rebeldes sobre el río Arga; se unió al Ejército en el mes de marzo y fue destinado a reforzar la izquierda del mismo para proteger los trabajos de las fortificaciones de Balmaseda. En esta operación fueron atacadas por el ejército enemigo en la madrugada del día 26 de abril las fuerzas reunidas de la Reina que mandaba el General Ezpeleta, y que ocupaban las posiciones de Orrantía y Antuñano. Estas posiciones fueron defendidas por nuestras tropas durante todo el día con el mayor empeño y valor, hasta que ya entrada la noche, por disposición del General Ezpeleta se replegaron sobre Santa Cecilia y pueblos del Berrón, movimiento que dirigió Méndez de Vigo al tener que retirarse al hospital de sangre el General Ezpeleta por una herida que recibió en el combate. Méndez de Vigo defendió palmo a palmo el terreno, y sin dejar un solo prisionero se concentró a la espalda de dicho pueblo del Berrón en los caseríos de Santa Cecilia y Guijano, pasando aquella noche con la mayor vigilancia y sobre las armas por la proximidad del enemigo, cuyos puestos avanzados tocaban con los de las tropas de la Reina. Un furioso temporal de agua y viento que se levantó a medianoche, vino a complicar la defensa y a aumentar la fatiga de las tropas, cuyo buen espíritu no decayó a pesar de los trabajos de aquella jornada. Al amanecer del siguiente día volvieron los carlistas con fuerzas superiores a atacar las posiciones que ocupaban las tropas de la Reina, y a pesar de haber sido rechazados cuatro veces, se obstinaron en forzarlas durante todo el día; pero fue tal el valor y disciplina de los soldados en quienes el General Méndez de Vigo supo inspirar todo el ardor y serenidad de que él se hallaba animado, que los carlistas se vieron en la precisión de replegarse aquella noche por el camino de Arciniega, siendo perseguidos en su retirada por el General Méndez de Vigo. Al poner el General Ezpeleta en conocimiento del General en Jefe los acontecimientos de este día, aseguraba que el general Méndez de Vigo había aumentado en él su acreditada reputación, desplegando con serenidad y viveza todo el valor y conocimientos militares que le distinguen. Estando en la persecución de los rebeldes, recibió la orden del general Ezpeleta para trasladarse con su División al valle de Losa, con el fin de proteger los trabajos de fortificación del castillo de Villalba. Desempeñando esta comisión y habiéndose replegado el Ejército el día 5 de mayo a Vitoria como consecuencia de la falta de víveres y del temporal de nieve que sobrevino, supo que el enemigo con 12 Batallones, artillería y efectos de sitio se dirigía por Orduña para atacar el castillo de Villaba que él defendía. En esta situación y teniendo orden del General en Jefe de reunirse con el General Ezpeleta si se viese amenazado, a pesar de que las tropas de las que disponía no llegaban para componer 6 Batallones, se puso en marcha con el mayor orden y precisión, siendo seguido de cerca por el enemigo que no se atrevió a incomodarle vista su actitud, gracias a lo cual pudo reunirse con las fuerzas de Ezpeleta y ponerse en comunicación con el resto del Ejército que ya había iniciado el movimiento hacia aquel punto para inutilizar los planes que los carlistas hecho sobre Villalba.
Incorporado nuevamente al Ejército, tomó parte al frente de su División en las operaciones sobre Salvatierra y Arlabán los días 22, 23, 24 y 25 de mayo; mandando la derecha de nuestra línea en la acción de Galarreta sobre las alturas de San Adrián, donde atacó con su División y una Brigada de la primera las fuertes posiciones que ocupaban los enemigos en aquellos montes, logrando desalojarlos sucesivamente de todas ellas hasta ocupar su cima. Realizado este objeto dispuso el General en Jefe al día siguiente que la vanguardia de la primera y tercera División tomasen posición delante de Salinas, prolongándose hasta Villareal que fue ocupada por la vanguardia. Méndez de Vigo con su División fue encargado de tomar posición en la carretera de Salinas y altura de Arlabán, formando la derecha del Ejército al frente de este pueblo, mientras la Caballería, Artillería y Cuartel general quedó acampado en las inmediaciones de Ulivarri Gamboa. Tanto e centro como la derecha que mandaba Méndez de Vigo, fueron violentamente atacados a media noche por los carlistas, pero fueron rechazados con la mayor decisión. Antes de amanecer recibió la orden de ponerse al frente del ala derecha, tomando el mando de los cuerpos que la componían por no poder continuar a su frente el General Escalera que había sido contusionado en la acción. A pesar de lo escabroso del terreno cumplió rápidamente el encargo del general en Jefe y reforzado por dos Batallones más, mantuvo al enemigo formado en sus posiciones a tiro de fusil de nuestras tropas. En este estado dispuso el General en Jefe que el Ejército se replegase a Villarreal, ejecutando sobre el flanco izquierdo un cambio a retaguardia de toda la línea, movimiento dificilísimo que fue ejecutado por las tropas con tanta serenidad y precisión como si se encontrasen en una parada o simulacro; el general Méndez de Vigo que tenía que dejar su posición más elevada y replegar a sus tropas frente a las del enemigo, las ordenó en escalones de dos líneas de tiradores y en esta forma emprendió su movimiento, dispuesto siempre a rechazar al enemigo que no dudaba trataría de molestarle. No se equivocó en sus cálculos, ya que apenas los batallones de primera línea habían iniciado el movimiento hacia la retaguardia, pasando por los intervalos de la segunda, fue cuando se puso en movimiento todo el Ejército carlista adelantando una respetable fuerza de tiradores que empezaron a molestar la marcha de nuestras tropas; pero viendo la actitud imponente de éstas, la serenidad con que ejecutaron aquella maniobra y el nutrido fuego de las guerrillas los contuvieron, contentándose con seguir de cerca el movimiento que se realizó, prolongándose por la izquierda desde Ulivarri hasta Villareal, en cuyas cercanías se hizo alto. El enemigo después de dirigir algunos cañonazos y ostentar en la falda de la cordillera todas sus fuerzas, se replegó a Salinas, pasando nuestro Ejército orgulloso con el resultado de la jornada a acantonarse en los pueblos inmediatos a la carretera de Vitoria.
El General en Jefe decía en su parte al ocuparse de él, entre otras cosas:
“que había ejecutado sus órdenes en el ataque de la derecha en Galarreta con denuedo y precision digna del mayor elogio y merecia que le mostrase asi á él como á los batallones que bajo sus órdenes combatieron, tanta gratitud como placer esperimentó al observar su conducta.”
Tan brillante operación vino a poner término por aquella época a los servicios en campaña del General Méndez de Vigo.
La distinguida conducta de Méndez de Vigo en el Ejército del Norte, había hecho fijarse en él de una manera tan notable la opinión pública, que deseando S. M. colocar al frente del departamento de la Guerra una persona que a su notoria capacidad reuniese prácticos conocimientos ya sobre la índole especial de la guerra, ya también sobre la situación del Ejército y que contase con el aprecio de los Generales, Jefes y soldados que le componían, fijó sus ojos en él y llamándolo a la Corte lo encargó del Ministerio del ramo el de junio de este año 1836 . Debemos considerar ahora a este General bajo un aspecto distinto, en el terreno de la política, y empeñado en tareas graves siempre, y mucho más en este tiempo en que la nación atravesaba uno de los períodos más críticos y comprometidos que ha ofrecido la guerra civil y la lucha de partidos, en que por desgracia se ha visto dividido el bando liberal de España.
Ciertamente pocos hombres podrían presentarse en el estadio de la política en aquella época que menos recelos y más confianza pudiesen inspirar a todos los partidos. Méndez de Vigo era un hombre nuevo en ese sentido, ya que su nombre no se había visto jamás inscrito en las listas de ninguna de las pandillas.
Considerada militarmente la situación, era poco satisfactoria, porque los carlistas habían conseguido extenderse por casi toda España; y las tropas de la Reina, faltas en muchas ocasiones de los más indispensables recursos, se encontraban en continuo movimiento y no eran siempre bastantes para contener los progresos del enemigo.
Méndez de Vigo y sus compañeros ajustaron su conducta a los principios de orden y legalidad que tan conformes se encontraban con su carácter, pero desgraciadamente en el estado en que se encontraban las pasiones políticas, no eran suficientes motivos para poder acallar sus exigencias. La insurrección estalló en algunas provincias, así como también en la capital del Reino; si bien aquí la conducta del General Don Vicente Quesada supo triunfar momentáneamente sobre los insurrectos, los cuales habían conseguido dominar Aragón, Extremadura, Granada, Murcia, Cartagena, Sevilla y Cádiz, y tuvieron eco también en la residencia de la Reina que entonces se encontraba en la Granja, así como también en las tropas de la Guardia Real que custodiaba aquella residencia.
A continuación insertamos una descripción literal de los sucesos que ocurrieron en la Granja de San Ildefonso los días 13 y 14 de agosto de 1836; aunque su relato es muy extenso, creemos que es muy interesante por la descripción tan minuciosa que se hace de los hechos:
“Tal era el estado de las cosas cuando en la mañana del 13 y hora de las diez llegó á Madrid un peatón despachado desde la Granja por el ministro de Gracia y Justicia, siendo portador de un billete ú oficio dirigido al presidente del Consejo y concebido aproximadamente en los siguientes términos: “”Son las diez de la noche: los batallones de esta guarnición se hallan sublevados y han proclamado la Constitucion: que vengan fuerzas pronto, pronto.””
Esta esquela la recibió el presidente del Consejo en su despacho, hallándose en su compañía el ministro de la Guerra; y no bien se había enterado de su contenido, cuando se les presentó un oficial de la P. M: de la Guardia Provincial, despachado en posta por el conde de San Román, cuyo oficial había salido del Sitio á las tres de la madrugada y manifestó detalladamente todas las ocurrencias de aquella terrible noche.
En ella cosa de las nueve y media varios sargentos y cabos de los dos batallones del 4º regimiento de la Guardia Real y de Granaderos Provinciales, con algunos músicos prorrumpieron en voces subversivas dando vivas a la Constitucion y dirigiéndose á sus cuarteles, hicieron tomar las armas á la tropa sacándola fuera de estos en desorden y tumultuariamente; y aunque los gefes y oficiales acudieron al primer aviso á contenerlos y obligarlos á entrar en su deber, no pudieron conseguirlo, siéndoles forzosos seguir el movimiento, porque seducida ya de antemano indudablemente toda la tropa, no hallaron el menor apoyo y se dejaron arrastrar de aquel torrente furioso. Reunidos ambos cuerpos en la puerta de Hierro, se dirigió aquella masa de hombres desenfrenados al Real Palacio, cuya guardia en vez de contenerlos y obligarlos á retirarse, se puso de parte de los sublevados, facilitándolos la entrada en aquel recinto, desde el momento que quisieron penetrar en él para presentar sus reclamaciones á la Reina.
Fueron varios é inútiles los esfuerzos que el conde de San Román y el ministro de Gracia y Justicia hicieron, ayudados por otros generales para reducirlos á su deber, ofreciéndoles á nombre de S. M. que tomaría en consideración dicha reclamación, cuando las Córtes se reuniesen, pues que no deseaba otra cosa que el bien de los españoles; pero los sublevados, insistiendo en que se publicase la Constitucion, llevaron la osadía hasta el punto de subir al Real Palacio una porción de ellos; y entrando en la habitación de S. M., después de haberla importunado y maltratado torpemente con ridículas exigencias, unas del objeto que se proponían, y otras estrañas á él, la obigaron a firmar un decreto, que es el mismo que se publicó después en toda la Monarquía.
Arrancado que fue este documento, no sin haber prodigado mil improperios y obscenas espresiones á la Augusta Gobernadora, dejaron aquel recinto, y dirigiéndose en grupos a la gran plazuela y calles, siendo insultada además la casa del embajador de Francia, contra la cual hicieron algunos disparos.
La primera disposición que tomó el Presidente del Consejo de Ministros, fue la de convocar éste y el de Gobierno para acordar las medidas oportunas que exigia tan extraordinario, cuanto inesperado acontecimiento, citándose también al capitán general con el objeto de disponer la fuerza conveniente para marchar á dicho Real Sitio.
Reunidos que fueron ambos Consejos, se dio cuenta por el Presidente del de Ministros de lo que había ocurrido en la Granja, de cuyos pormenores hizo tambien relación circunstanciada ante dichos señores el oficial portador de aquella novedad que había despachado en conde de San Roman.
Todos convinieron en considerar á S. M. en estado de coaccion; y aunque hubo varios debates sobre la necesidad urgente de hacer marchar tropas sobre aquel punto, se desistió de este proyecto, porque no era posible, sin desguarnecer enteramente la capital, disponer de ninguna fuerza, no ascendiendo á
Hombres disponibles los que componían la guarnicion concurriendo además la circunstancia de no tener confianza en alguna parte de ellos el mismo capitán general, quien asi lo espuso al Consejo. Y como por otra parte se necesitaban dos días próximamente para llegar á dicho Real Sitio, y era muy posible que los sublevados tomasen la resolución desesperada de defenderse en él, comprometiendo asi la existencia de SS. MM., ó que acaso tomasen el partido de marcharse con la Real familia en dirección a Valladolid, donde ya habían ocurrido síntomas de igual insurreccion: fue preciso renunciar á esta medida, contra la opinión del presidente Isturiz que persistió en la marcha al Sitio contra la resolución votada por todos los miembros de ambos consejos en cuya resolución se tuvo tambien presente el peligro que amenazaba tambien al propio tiempo á la capital la invasión de la facción del Basilio en la provincia de Guadalajara.
Entonces se ofreció el ministro de la Guerra á marchar al Sitio con el objeto de ver si por su ascendiente sobre aquellas tropas, que habían combatido á sus órdenes en Navarra, podía poner término á aquellos desórdenes, haciéndolas entrar en su deber: y aprobada que fue esta determinación por todos los señores del Consejo, se dictaron igualmente otras medidas relativas á la conservación del órden público en esta capital.
A poco tiempo recibió el presidente del Consejo de Ministros, una comunicación confidencial del ministro de Gracia y Justicia, que se hallaba en el Sitio, previniéndole de órden de S. M., que no fuese tropa alguna á dicho punto, y que la sublevada pedia que fuese allí el ministro de la Guerra, cuya marcha acelerada se pidió igualmente por el telégrafo; de modo que la resolución tomada por los Consejos reunidos venía á ser en un todo conforme con lo acordado por S. M.
Salió pues dicho secretario del despacho en aquella noche, y el á las de la mañana llegó al Sitio, habiéndose publicado y jurado por las tropas y autoridades la Constitucion en la tarde anterior.
Y entre 7 y 8 de la mañana fue llamado MÉNDEZ DE VIGO por S. M. á quien había anunciado su llegada, y habiéndose presentado inmediatamente, supo de sus lábios todo lo ocurrido, siendo muy grande su sorpresa al verla tan tranquila y afable como si nada hubiese sucedido. Enseguida puso en manos de S. M. la esposicion de los Consejos reunidos, por la cual se la suplicaba tuviese á bien trasladarse a la córte lo mas pronto posible para que, unida mas á su gobierno, pudiese dictar las medidas que las circunstancias exigían. Fueron llamados por S. M. el ministro de Gracia y Justicia, y el comandante general del Sitio conde de San Roman, y después de haber conferenciado con los tres acerca de los medios que se podrían emplear para salir de aquella posición, determinó S. M., no sin desconfianza de que fuesen cumplidas, el que se diesen las órdenes para marchar á Madrid, y que el ministro de la Guerra se dirigiese a los cuarteles de la tropa para prevenir á ésta de la resolución de S. M:
Mientras esto ocurria, ya se había divulgado la llegada del ministro de la Guerra, dando márgen á la formación de varios grupos, por medio de los cuales pasó éste al atravesar la gran plazuela, saliendo del palacio, y fue saludado con el mayor respeto y alguna aclamación por los que los componían, indicándoles la resolución de S. M., lo que verificaron al momento.
Presentándose en seguida tan luego como fueron reunidos, les manifestó los deseos de S. M., y protestando todos á una voz que tenían en él mucha confianza, se manifestaron dispuestos á ejecutar cuanto se les ordenase. Se dieron pues las órdenes convenientes para la marcha, para la que todos empezaron a prepararse; pero cuando todo parecía presentarse bajo el mejor aspecto, y no bien había despedido el ministro á los gefes y oficiales, á quienes había reunido para hacerles conocer la necesidad de desplegar la mayor energía, actividad y celo, se le presentó en su propia casa una comisión de sargentos y cabos, anunciando sus deseos de hablarle.
Los recibió pues, y preguntándoles la causa de aquella misión, un cabo del cuarto regimiento contestó por todos, manifestando que la tropa estaba recelosa de que se tratase de llevarla Á Madrid, deseando hacer lo mismo, no habían podido pronunciarse al general Quesada, y á los demas cuerpos de la guarnicion; que mientras no se jurase por esta la Constitucion, no podían salir del Real Sitio ni separarse de SS. MM., cuyas Reales personas garantizarían su seguridad si, como se decía, era cierto que el regimiento de la Reina Gobernadora con artillería había salido con dirección á dicho Real Sitio para atacarlos.
El ministro no pudiendo contener su indignación al oir semejante relato, quiso imponerles, y reconviniéndoles agriamente, les intimó de un modo terminante que se marchasen á sus compañías, y que hiciesen entender á sus compañeros no le pusieran en el caso de tener que tomar una resolución violenta. “”Mi general, contestaron algunos de ellos, sabemos su patriotismo, sus padecimientos por la libertad, y por la misma Constitucion que hemos proclamado; y conociendo que su autoridad iba á comprometerse y á esponerse quizá su persona delante de la tropa, nos ha parecido propio de nuestro deber y respeto hacia V. E. el participarle de lo que pasaba.””
El general quedó parado por aquella contestación: y tomando otro tono con ellos, les manifestó que si era cierto que tenían confianza en él, quería que ellos le ayudasen, persuadiendo á sus compañeros á que le obedeciesen; que era preciso cumplir lo dispuesto por S. M:, quien habiéndoles dado su Real palabra de que todo lo había olvidado, debían estar seguros de que nada tendrían que sentir, siendo una falsedad la marcha hacia el Sitio de los batallones de la Reina Gobernadora como suponían. Se marcharon pues dichos sargentos; pero indicando la mayor desconfianza de poder persuadir á la tropa, resolvió el general pasar otra vez á los cuarteles, acompañado de los gefes y de algunos oficiales.
En efecto, asi que se presentó en ellos, hizo reunir y formar la mayor parte. Y les dijo que era indispensable cumplir lo dispuesto por S. M:; porque no de otro modo podía verificarse lo que S. M. había prometido: que los temores que manifestaban eran tan injustos como infundados; pues habiéndoles ofrecido S. M. que todo lo olvidaba debían fiarse en su Real palabra que era muy sagrada. ““Sí señor, contestaron una porción al mismo tiempo, nosotros confiamos en la palabra de S. M:, y confiamos en V. E.; pero nosotros queremos estar con S. M:, y que no vaya a Madrid, hasta que allí se haya jurado la Constitucion.””
Parecia que un sentimiento animaba á todos, y en efecto era el terror que les infundían sus remordimientos, penetrados, como todos lo estaban, del atentado que habían cometido, el cual aparecia en sus semblantes por el aire de desconfianza que se les notaba.
Convencido entonces el ministro por el aspecto que presentaba esta soldadesca desenfrenada de la inutilidad de sus esfuerzos, pasó á noticiar a S. M: el estado de las cosas; y S. M: le contestó, que no la sorprendia, pues por lo que había pasado el dia anterior conocía muy bien que nada se conseguiría de aquella.
En vista de esto resolvió S. M. que los ministros de Gracia y Justicia y Guerra, el conde de San Roman y el marqués de Cerralvo, se reuniesen a las cuatro de la tarde en su cámara o habitación y que fuesen convocados para la misma hora los representantes de Francia e Inglaterra. Llegada esta hora fueron llamados por S. M. estos dos últimos y después de casi media hora lo fueron los demas citados. Entonces S. M. dirigiendo la palabra á sus ministros, les manifestó que los señores Williers y Boileconte, atendida la situación peligrosa en que se encontraba su persona y aun quizá la de sus hijas, y la necesidad por consiguiente de salir á toda costa de aquel estado, la habían aconsejado que jurase la Constitucion y que se hiciese publicar y jurar en toda la Monarquia: cuya determinación esplayaron ambos señores representantes indicando que todas las demas consideraciones deberían cesar delante de un objeto tan importante como el sacar á SS. MM. Del peligro que les amenazaba. Entonces el ministro de la Guerra espuso á S. M. que por su parte jamás se hubiera atrevido á darla tal consejo; pero que salvada por este medio su responsabilidad, no podía menos de celebrar de que S. M. hubiese querido buscar en el apoyo de sus dos poderosos aliados el convencimiento de una determinación que nadie mejor que sus dignos representantes podían juzgar; y puesto que dado este paso no era posible el que pudiesen continuar en sus encargos las personas que hasta entonces habían merecido á S. M. su confianza, pedia su Real beneplácito para retirarse dignándose admitirle la dimisión que desde aquel momento presentaba á S. M. Igual manifestación hizo el ministro de Gracia y Justicia y aun tambien el conde de San Roman de su mando de la Guardia; pero S. M. como sentida de que le abandonasen en aquellas circunstancias, contestó á sus ministros que de manera alguna permítia su separación. Insistió de nuevo el ministro de la Guerra en esta necesidad, porque estando S. M. resuelta á admitir la Constitucion, consideraba que el primer paso había de ser la renovación total del ministerio antes que los amotinados lo exigiesen, como era de esperar, pues que todos los acontecimientos de las provincias y el mismo de la Granja se dirigían á este objeto, que tenia su origen en la pugna del último Estamento de Procuradores.
Convencida S. M: (lo mismo que los señores Wiliers y Boileconte que manifestaron igual oposición), preguntó entonces de qué personas podria valerse, á cuya indicación contestaron los ministros de Justicia y Guerra nombrando á los señores Calatrava, Gil de la Cuadra, Torre, D. Domingo, generales Ferráz y Ulloa, Seoane para capitán general y Rodil para Inspector de Milicias. Todos fueron aceptados por S. M., menos Torres, de quien dijo que lo reusaría, y en su lugar nombró á Ferrer. En seguida acordó S.M. con todos, y ordenó al ministro de la Guerra que debería pasar á Madrid para poner en ejecución todas estas disposiciones y le previno que bajase antes á la gran Plaza, en la cual se hallaban reunidos en tropel los batallones dando gritos descompasados, habiendo impedido desde la mañana la salida á todas las personas y detenido á las que llegaban.
Bajó, pues, á la Plaza acompañado del comandante del 4º regimiento D. Juan Villalonga y de otros dos oficiales. Y habiendo hecho reunir y formar en un peloton todos aquellos grupos, les manifestó el encargo que llevaba de S. M., con lo que quedaron muy satisfechos y contentos en términos de prorrumpir en vivas y otras demostraciones de alegría.
Acto contínuo volvió el ministro á dar cuenta á S. M. de este resultado, y tomando su venia, marchó á disponer su viaje sin perder un instante. Mas al ir á tomar el coche se le presentaron dos sargentos que antes habían pedido acompañarle á Madrid y le participaron que no podía marchar, porque los amotinados reunidos en la Puerta de Hierro gritaban desaforadamente: “”que no se vaya el general””. Este se dirigió al momento á aquel parage haciendo que le siguiese el coche. Se presenta en medio de aquella turba y pregunta la causa de aquel desorden, y todos contestan que querían que S. M: diese allí los decretos, á cuyo efecto la habían presentado una petición. Que ellos no se fiaban de nadie y que no querían que se hiciese algún pastel. Indignado el general de que tuviesen desconfianza de él, les reconvino agriamente, manifestándoles que en los campos de Navarra mas de una vez le habían debido el haber vencido á los enemigos, y que el que allí les había merecido tanta confianza, no podía creer que se la negasen en aquel momento. Inútiles fueron todas aquellas reconvenciones; visto lo cual el general se dirigió á Palacio, en donde se encontró la comisión de sargentos que llevaba á S. M. la petición indicada. El ministro les tomó el documento y presentándole á S. M., a quien informó al propio tiempo de que lo había ocurrido en la Puerta de Hierro, convino S. M. y le ordenó que se estendiesen los decretos que solicitaban, llegando á tal punto su bondad, que para mayor espedicion, atendido el término que prefijaba dicha petición:
“”Súplica que hacen los batallones existentes en este sitio, á S. M. la Reina Gobernadora.
1ª Deposicion de sus destinos de los señores conde de San Roman, y marqués de Moncayo.
2ª Real decreto para que se devuelvan las armas á los nacionales de Madrid, al menos á las dos terceras partes de los desarmados.
3ª Decreto circular á las provincias y ejército, para que las autoridades principales de unos y otros, juren é instalen la Constitucion del año 12, conforme la tiene jurada S. M: en la mañana del 13.
4ª Nombramiento de nuevo ministerio, a escepcion de los señores Mendez Vigo y Barrio Ayuso, por no merecer la confianza de la nación los que dejan de nombrarse.
5ª S. M. dispondrá que en toda esta tarde, hasta las 12 de la noche, se espidan los decretos y órdenes que arriba se solicitan.
La bondad de S. M., que tantas pruebas ha dado á los españoles en proporcionarles las felicidades que les usurpó el despotismo; mirará con eficacia, que sus súbditos den el mas pronto cumplimiento á cuanto arriba se menciona: y verificado que sea cuanto se lleva indicado, tendrá la gloria esta guarnicion de acompañar á SS. MM. á la villa de Madrid.
San Ildefonso 14 de agosto de 1836.””
Dispuso S. M. que se le facilitasen mesas, papel y hasta su propia escribanía. Llegó, pues, el ministro, reunió todos los oficiales y escribientes de las respectivas Secretarias del Despacho que estaban en el Sitio, y con su auxilio pudo al cabo de mas de cinco horas de árduo trabajo poner corrientes todos los Reales decretos y circulares correspondientes á cada uno antes de la hora señalada, para que fuesen firmados por S. M., cuyo acto pidieron presenciase una diputación.
Mientras el ministro de la Guerra estaba ocupado en este trabajo, y á poco rato de haber anochecido, cundió la voz entre los amotinados de que éste se había fugado o escondido, y empezaron á hacer diligencias para encontrarlo, siendo una de ellas el establecimiento de patrullas en toda la circunferencia de los jardines: pero informados de que se hallaba ocupado en la espedicion de los Decretos y Ordenes que se habían solicitado, se tranquilizaron.
Dispuesto ya todo el despacho para la firma de S. M:, previno al ministro que hiciese entrar á los sargentos comisionados; que lo fueron Garcia, Gomez, y Lucas, éste último del 4º Regimiento y los otros dos de Provinciales; S. M: procuró persuadirles á que la permitiesen ir á Madrid, dejándoles en su poder á sus hijas, como garantía la mas grande que podía ofréceles de que haría cumplir cuanto iba a firmar, pues que no de otro modo podía responder de que dejasen de obedecer en la capital sus Reales decretos. Pero todas sus exhortaciones fueron inútiles, porque nada fue suficiente á persuadirles, particularmente al sargento Garcia, quien con tono decisivo manifestó rotundamente que bastaba que fuese el ministro de la Guerra con los otros dos sargentos que le acompañaban. Se conformó S. M., y concluido que fue aquel acto, marchó el ministro á disponer por segunda vez su viaje, persuadidos todos de que ya no debería ocurrir ningún tropiezo en su marcha. En efecto, tomó el coche lo mas pronto posible, siendo ya la una de la noche; pero al llegar á la Puerta de Hierro se encuentra detenido por aquella soldadesca que con voces desacompasadas y amenazadoras gritaba:
“”Que no se vaya el general: queremos ver los decretos: que nos venden: mueran los traidores y pasteleros.””
El general ministro salta de su coche, se dirige a los amotinados, quienes le cercan por todas partes, les habla, les grita, les exhorta y consigue al fin que se callen, y entonces les pregunta cual es la causa de aquel nuevo alboroto: todos hablan a un tiempo, y en sus contestaciones y exigencias dan á conocer el espantoso terror que les devoraba y la desconfianza que ya entre si tenían unos de otros, la cual producía aquella contínua agitación que no había cesado en toda la noche, y que entonces fomentaba Garcia apoyado en una carta que habían interceptado con otras muchas, incluso un correo inglés dirigido al ministro Británico, cuya persona fue maltratada por aquellos furiosos cuando les reclamó su correspondencia.
La tal carta con la cual había dado lugar á aquel alboroto dicho sargento Garcia, era del presidente Isturiz al ministro de la Guerra, á quien manifestó atrevidamente sostenido por aquellos furiosos, que era preciso que se leyese delante de S. M., y que S. E. diese explicaciones sobre su contenido, á lo cual se añadia el que todos los que allí estaban, no fiándose de la relación que les habían hecho los sargentos que con él habían presenciado el acto de firmar S. M. los Reales decretos, querían que estos fuesen leidos á presencia de todos y de S. M. El ministro contestó a Garcia que por ningún estilo se prestaba á lo que de él se exigia porque no podía ser responsable de lo que otro le escribiese y por consiguiente nada tenia que ver con aquella carta: y que en cuanto á la satisfacción que deseaban sobre la certeza de los decretos de cuya ejecución iba encargado, ya habían oído á sus propios compañeros que habían presenciado el acto de firmarlos S. M., que por lo tanto seria perder un tiempo preciosos, y sobre todo siendo ya una hora tan avanzada de la noche, seria una molestia muy grande para S. M: lo que se pedia, pudiendo él leerles allí mismo alguno para tranquilizarlos completamente.
Vanos fueron todos los esfuerzos del ministro para oponerse á aquella nécia y ridícula exigencia, y no poco espuesta estuvo su persona á un atentado; pero alguno de ellos mismos que celaban por su seguridad y particularmente el comandante Villalonga que le acompañaba, le arrebataron de en medio de aquellos bárbaros.
Entonces se dirigen todos á palacio, y temeroso el ministro de que pudiesen entregarse a nuevos insultos hacia la persona de S. M., corre en pos de ellos, los alanza, los detiene, vuelve á exhortarlos, y creyendo hallar un apoyo en la compañía de guardia, previene á ésta que no permita el paso, mas no es obedecido, y sus individuos se reúnen con los amotinados. Al fin, después de mil esfuerzos, consigue el ministro que le permitan dar cuenta á S. M.
De aquella ocurrencia: sube, le hace presente este nuevo incidente, y se presta gustosa a recibirlos; baja, pues, á buscarlos, y por sí mismos, ya se quedaron la mayor parte, siendo solos como unos 30 ó 40 hombres de todas clases, los que no rehusaron á su primer propósito. Recibidos por S. M: con la mayor serenidad y dulzura, le hicieron presentes sus deseos, tomando para ello la palabra un sargento del cuarto regimiento, y entonces previno S. M. al ministro de la Guerra que leyese los decretos, y concluida que fue dicha lectura tributaron todos á S. M. las mas espresivas gracias, y protestaron el mayor respeto y sumisión á sus mandatos. Entonces el sargento Garcia, llevaba en la mano la valija del correo que habían interceptado, sacó la carta citada, y pidió á S. M., que el ministro de la Guerra, explicase lo que contenía. El ministro se opuso de nuevo á semejante pretensión, y resistió a tocar siquiera aquel papel, manifestando que de ningún modo se constituiría responsable de lo que cualquiera otra persona pudiese escribirle. S. M. tuvo la bondad de apoyar las razones, y fué tal el efecto que produjeron sus palabras, que un músico del cuarto que antes había dirigido la palabra á S. M. se acerca al sargento Garcia, le arrebata la carta, y la hace pedazos, diciendo á S. M., ““Esto se concluye asi, nosotros tenemos la mayor confianza en el general Vigo, y satisfechos como estamos por la lectura de los Reales decretos de que se ha hecho todo lo que deseamos, puede el general marchar al instante á Madrid.””
El sargento Garcia se dio por sentido; se quejó de que ya no se tuviese de él confianza, habiendo sido el primer motor de aquella revolución; hizo que lloraba, y renunció á mezclarse en adelante en cosa alguna, mas se tranquilizó al momento con las protestas que le dieron sus compañeros; y concluida asi esta tan desagradable como humillantísima escena, besaron todos la mano á S. M., y se retiraron con el mayor respeto y veneración.
Salió pues el ministro con aquella turba, y resuelto a no ponerse en marcha hasta que ellos no le allanasen el camino, previno á los que le acompañaban, fuesen a informar á sus compañeros y á convencerles de la necesidad de su partida, conseguido lo cual, verificaría ésta.
Costó todavía no pocos esfuerzos el poder obtener este resultado, después de una contienda de mas de media hora entre ellos mismos; siendo por último preciso que la guardia que tenían establecida en la Puerta de Hierro, á la cual estaban todos agolpados, despejase aquel terreno para que pudiesen pasar los coches, (á los que registraron algunos, suponiendo que S. M: iba dentro), y haciendo escoltar éstos por una patrulla de la misma, para que no fuesen detenidos por las partidas que tenían situadas hasta la primera posta.
Serian las dos y media de la mañana, cuando lo dejaron libre, u á las ocho y media se apeó en la puerta del príncipe del Real Palacio, en cuyo instante , previno á su ayudante D. José Saavedra, pasase inmediatamente a cas del general Quesada, y le previniese que se presentase sin demora alguna en la secretaria de Estado. Igual aviso hizo comunicar al presidente del Consejo y demas ministros, asi como también á los señores Calatrava, Gil de la Cuadra y Ulloa, que debían reemplazar á aquellos, y á los generales Rodil y Seoane, que debían encargarse del mando de las dos guardias y capitania general.
Todos estos señores fueron llegando sucesivamente, siendo los primeros el presidente Isturiz, á quien entregó el ministro de la Guerra una carta autógrafa de S. M., en la cual le encargaba, se diese cumplimiento inmediatamente á los decretos de que era portador este último, y que previniese á Cuadra y Calatrava se presentasen en el Sitio lo mas pronto posible. Entretanto, advirtiendo el ministro de la Guerra la tardanza del general Quesada, previno al comandante Villalonga que fuese a buscarlo, y le digese que sin pérdida de instantes, se presentase en Palacio. A poco rato volvió dicho comandante, y manifestó al ministro, que el general Quesada le había contestado, que iba á marchar de Madrid, y que deseaba se le espidiese cuartel para la Habana. “”Vuelva V. pronto, le repuso el ministro, y dígale V. de mi parte, que si no se determia á venir á Palacio, procure sustraerse, ocultándose en casa de algún amigo.”” Pues ya el pueblo estaba conmovido, y no seria prudente el que se supiese su paradero. Cuando volvió Villalonga, ya no le halló en su casa. A muy cortos instantes, subiendo el ministro de la Guerra, al cuarto de los serenísimos Infantes para poner en su conocimiento la resolución de S. M. de haber jurado la Constitucion, se acercó á él una persona desconocida, y le dijo: vengo a prevenir á V.E., que el general Quesada, peligra mucho en estos instantes; pues habiéndose refugiado en la fábrica de Tapices perseguido por el pueblo, este le ha circunvalado, y pretende apoderarse de su persona. El ministro contestó al desconocido que bajase inmediatamente á la secretaria de Estado, donde hallaría al general Seoane nuevo capitán general, y le participase en su nombre esto mismo, previniéndole hiciese marchar allí un piquete de caballeria. Entró en seguida en el cuarto de los Infantes, y concluida su misión al momento, bajó precipitadamente en busca del capitán general, a quien encuentra en los corredores bajos del Palacio, le toma por el brazo, y le conjura á que personalmente se dirija á salvar al general Quesada.
Como la noticia de la llegada del ministro de la Guerra á la capital, y de la misión de que venia encargado se divulgó al momento, se había reunido numerosísimo gentío en la Puerta del Sol, Plaza Mayor, y por todas las calles, y hallándose los ánimos bastante agitados, fue preciso que las nuevas autoridades y personas influyentes, se presentasen en los parajes mas concurridos para aplacar los ánimos que se manifestaban muy irritados contra el general Quesada y presidente Isturiz, cuyo arresto se presentaron á reclamar de los nuevos ministros algunos milicianos nacionales. Esta petición les fue rehusada por el señor Calatrava, quien les contestó con la mayor firmeza y energía. Cuando esto pasaba Isturiz permanecia en la inmediata habitación, no habiéndosele permitido retirarse á su casa, como quería asi que entregó su puesto al señor Calatrava.
Los nuevos ministros tomaron activas disposiciones para contener todo desórden, proceder al armamento de los milicianos desarmados, verificar la proclamación de la Constitucion, y circular las órdenes correspondientes á todas las autoridades de las provincias, para que fuesen cumplidos los Reales decretos espedidos por S. M.
En el relativo á la mudanza del Ministerio, no se espresaba la remoción del de Guerra y justicia, porque así lo habían pedido los sargentos en la nota que presentaron á S. M., respecto á que estos dos merecían la confianza de la Nacion, según ellos; y aunque á pesar de esto ambos ministros habían solicitado de S. M. si dimisión, no acomodando a los agitadores de Madrid que estos quedasen, fue preciso reformar el decreto, entendiéndose por el nuevo presidente, tal como se ha publicado.
Arreglado todo en cuanto fue posible, y permitieron la brevedad del tiempo y crítico de las circunstancias, se dispuso la ida al Sitio del nuevo presidente con los generales Rodil y Vigo, este último por habérselo ordenado así S. M., acompañándoles los individuos de los batallones que habían venido con él para poder garantizar á sus compañeros, de que se habían ejecutado los reales decretos; y en poco estuvo de que estos comisionados impusiesen la ley á los nuevos gobernantes, porque pretendieron que no se hiciese el viaje hasta que se verificase por toda la guarnicion el juramento de la Constitucion, costando muchísimos esfuerzos el convencerlos de que publicada ya, como habían visto en la capital, y reconocidas como quedaban todas las autoridades, no debía quedarles recelo alguno. Se emprendió, pues, el viaje; pero con desconfianza de que quedasen satisfechos, no obstante de acompañarles varios oficiales de la Guardia Nacional.
Al llegar al Sitio los carruajes, fueron detenidos por la guardia de la Puerta de Hierro, que los recibió y reconoció militarmente, á pesar de ser ya las ocho y media de la mañana; tal era el recelo que tenían de ser sorprendidos ó atacados.
Al poco rato avisó S. M. que recibiría al nuevo presidente y comitiva, é informada por este de todo lo que había pasado en la capital, dispuso su traslación á esta para el dia siguiente, resolviendo que la tropa toda la precediese en su marcha, emprendiéndola inmediatamente. Mas para conseguirlo hubo que vencer muchísimas dificultades, por la repugnancia que presentaban, alegando el mismo motivo que sus comisionados habían expuesto en Madrid, y pretendiendo además que S. M. hiciese el viaje con ellos; siendo tal su desconfianza, que ni las persuasiones de los Nacionales que habían llegado fueron bastantes á tranquilizarlos: fue, pues, por último, preciso que se esperase el aviso del telégrafo de haberse jurado la Constitucion, y que por el mismo se espidiesen órdenes para que algunas compañías de los batallones de Madrid y de Nacionales saliesen al camino á recibirlos; y al fin á las cuatro de la tarde emprendieron todos la marcha conducidos por el general Rodil, desde cuya hora todo quedó tranquilo.
Dispuesta la de SS. MM. Para las doce del siguiente dia, se verificó á esta hora acompañándolas en coches respectivos los señores ministros de Francia é Inglaterra, el Sr. Calatrava, Gil y Vigo, con varios oficiales de la Milicia Nacional. El viaje se hizo sin novedad, y la entrada e verificó por la puerta de Atocha.”
Esta es la historia de los célebres sucesos de la Granja, y trasladada la corte a Madrid, le fue admitida la dimisión de su cargo de ministro de la Guerra, quedando de cuartel en Madrid.
Año 1837
Fue nombrado Capitán General de Castilla la Vieja, más no habiendo sidas admitidas las reiteradas renuncias a este cargo, se trasladó a principios de este año a dicho distrito, donde puso en buen estado de defensa las ciudades de Palencia, León, Burgos, Oviedo, Astorga, Segovia, Aranda de Duero y Valladolid. Destruyó completamente las facciones rebeldes, no solo en las montañas de Burgos y León, sino también en las sierras de Soria; llamó también la atención del Gobierno sobre la necesidad de reforzar con más tropas aquel distrito y organizar en Palencia o Vuergos un cuerpo de reserva.
Cuando a finales del mes de julio se verificó la expedición carlista de Zaratiegui, la persiguió a la cabeza de una Brigada que mandaba Don Francisco de Paula Alcalá, decidido a atacar a los carlistas, que llevaban dos días de ventaja, antes de que llegasen a Segovia o delante de sus murallas, suponiendo que la escasa guarnición y milicia de esta ciudad le detendrían el tiempo suficiente para que él llegase a socorrerla; pero al aproximarse supo que había capitulado y entrado en ella Zaratiegui, por lo que marchó sobre Villacastín y acercándose luego, en cumplimiento de una Real orden, a la Corte por el puerto de Guadarrama; después de varios movimientos se situó en Las Rozas, habiendo practicado por sí mismo y con la caballería, un reconocimiento sobre el enemigo, cuya vanguardia tuvo que abandonar aquel pueblo. El día 11 dio la acción de Las Rozas, en la cual después de un tiroteo de guerrillas los fuegos de artillería de la Reina consiguieron inutilizar las dos piezas montadas que el enemigo había encontrado en Segovia; se dirigió después con igual acierto sobre las columnas contrarias, a las cuales se les obligó a desalojar un olivar en que apoyaban su derecha, obligándolos a replegarse sobre el camino real y al abrigo de las sierras. Zaratiegui desde entonces siguió en retirada, mientras el Capitán General iba picándole la retaguardia a la que alcanzó el día 14 a la salida de Villacastín, apoderándose de un convoy de víveres que conducía; no pudo incomodarlos nuevamente cerca de Abades por el retraso de la artillería y de la infantería. Continuó la persecución de los carlistas hasta que estos pasaron el Duero y se internaron en la sierra. Entonces recompuso sus fuerzas y el día 28 dio la acción de Nebreda obligando al enemigo a retirarse en orden, pero con una pérdida considerable en muertos, heridos y prisioneros.
A los dos días, y cuando se disponía a emprender nuevas operaciones, recibió una Real orden por la que se le admitía la dimisión del cargo de Capitán General de Castilla la Vieja, por lo que hizo entrega del mando al Jefe más antiguo y se dirigió a la Corte.
Como no faltaron personas que le acusaron de inanición y falta de dirección en sus movimientos, solicitó que su conducta fuese sujeta a examen por un consejo de guerra, pero la Reina gobernadora conformándose con lo propuesto por el Supremo Tribunal de Guerra y Marina, se dignó resolver que estando satisfecha de su conducta, no había lugar a dicho procedimiento.
Encontrándose en Madrid cuando el ejército carlista se presentó en la capital en el mes de septiembre, fue de los primeros que ofreció sus servicios al ministro de la Guerra y al Capitán General, que con la anuencia del cual se incorporó como voluntario a los Escuadrones que siguieron la persecución del enemigo hasta el pueblo de Vallecas. En el mes de diciembre se le nombró Capitán General de Extremadura, cuyo mando tomó inmediatamente.
1838 a 1840
Se encontraba el distrito de Extremadura infestado de carlistas que lo recorrían en todas direcciones, entonces concentró todas las fuerzas de que podía disponer en Trujillo, se dirigió al puerto de Guadalupe, que lo ocupaba la facción de la Mancha y que lo abandonó sin resistencia al ver aproximarse a las tropas de la Reina, ocupó dicho puerto y lo fortificó, pues aseguraba así la parte de Extremadura limítrofe con la Mancha y Toledo. Se dirigió después a Badajoz, donde tomó enérgicas y oportunas providencias relativas a la organización de las tropas y defensa del país; dirigiéndose nuevamente en el mes de febrero a Trujillo y desde allí a la parte de Ciudad Real, obligando a la facción de Don Basilio a abandonar Almadén y persiguiéndolo hasta Valdepeñas, donde fue destruido por las tropas de aquella provincia.
De vuelta a su distrito, formó diversas columnas con las que destruyó las facciones en poco tiempo y fortificó las plazas de Plasencia, Cáceres, Trujillo, Guadalupe, Puerta de Alcocer, Siruela y otros puntos importantes, reparando además las de Badajoz, Olivenza y Valencia de Alcántara, para lo cual invirtió los años 1838, 1839 y parte de 1840.
En este último año obtuvo el cargo de diputado por las provincias de Asturias y Cáceres, optando por la primera, y tomando asiento en el Congreso. Tres meses después fue trasladado a la Capitanía General de Granada, de la cual apenas se había hecho cargo cuando S. M. le destinó a la Capitanía General de Puerto Rico. Se embarcó en Cádiz el día 2 de diciembre, llegando a Puerto Rico el día 2 de enero de 1841.
1841 a 1844
Ejerció el mando de aquella isla durante tres años y siete meses; en donde durante este tiempo reprimió algunos alborotos promovidos por conspiraciones de esclavos, en los que se vio en la triste necesidad de tener que desplegar todo el rigor de las leyes; se dedicó con esmerado celo a promover la prosperidad y fomento de todos los ramos de la administración tanto civil como militar, acordando con las autoridades locales y juntas de visita todas las mejoras de actualidad que podían hacerse; y que en efecto se llevaron a cabo tanto en la capital de Puerto Rico como en las poblaciones de Aguada, Añasco, Aguadilla, Adjuntas, Aguas Buenas, Aybonito, Barranquitas, Bayamon, Barros, Cayey, Camuy, Caguas, Corozal, Cabo Rojo, Ciales, Cidra, Coano, Cangrejos, Dorado, Fajardo, Guannabo, Guayanilla, Guayana, Hatillo, Humacas, Hato Grande, Yanco, Yabucon, Isabela, Juana, Díaz, Juncos, Loysa, Lares, Luquillo, Manates, Mayagüez, Monrovís, Manuabo, Moca, Nagnabo, Naranjito, Ponce, Peñuelas, Piedras, Pepino, Patillas, Palo Seco, Quebradillas, Rincón, Riopiedras, Riogrande, Sábana del palmar, Sábana Grande, Santa Isabel de Coamo, Salinas de Coamo, San Germán, Toa Baja, Toa Alta, Trujillo Bajo, Trujillo Alto, Vega Alta, Vega Baja, Utuado y Viegues.
Por último sus medidas, todas encaminadas a promover la prosperidad de aquella rica Antilla, le granjearon tantas simpatías, que aún se pronuncia su nombre con gratitud por aquellos insulares. El gobierno de S. M. se dignó también recompensar estos servicios promoviéndole el día 16 de julio de 1843 al empleo de Teniente General. Admitida por fin su dimisión la dimisión de su cargo, que ya había solicitado en repetidas ocasiones, le entregó a su sucesor el mando de la Isla el día 24 de abril de 1844, regresando a la Península.
1845 a 1847
Quedó de cuartel en Madrid y en el mes de agosto de 1845 fue nombrado por S. M. senador del Reino; el día 20 de abril de 1847 fue nombrado Capitán General de Galicia, y por encargo del Gobierno contribuyó activa y eficazmente a la ocupación del vecino reino de Portugal, entrando con sus tropas en la plaza de Valença do Miño apoderándose de los fuertes de la Ínsua y Viana; mereciendo por estos servicios que S. M. F. le condecorase con la Gran Cruz de la Orden de Nuestra Señora de la Concepción de Villaviciosa, al propio tiempo que el Gobierno español le recompensaba con la Gran Cruz de San Fernando.
Trasladado de la Capitanía General de Galicia a la de Castilla la Nueva, ejerció durante poco tiempo este cargo, volviendo a la situación de cuartel en el mes de octubre de 1847.
1848 a 1853
Cuando en el mes de marzo de 1848 tuvieron lugar en Madrid los sucesos del 26 de marzo y del 7 de mayo, acudió a los puntos que ocupaban las tropas de la guarnición ofreciendo sus servicios, por lo que S. M. le dio las gracias.
Continuó en la misma situación de cuartel, y el 29 de marzo de 1851 tuvo que encargarse de la Capitanía General de Castilla la Nueva por un Real decreto de ese mismo día, cargo que desempeñó hasta el día 10 de junio de ese año, en que le entregó el mando al General Don Juan de la Pezuela, nombrado para sustituirle; habiendo manifestado S. M. en Real decreto de la última fecha citada, que se hallaba muy satisfecha del celo e inteligencia con que lo había desempeñado, en cuya recompensa le fue concedida el día 17 del mismo mes la Gran Cruz de Carlos III.
Volvió a la situación de cuartel, pero el día 29 de diciembre de 1852 fue nombrado Consejero Extraordinario de Ultramar; y el 27 de enero de 1853 fue nombrado para la plaza correspondiente al ramo de Guerra y Marina en la cámara creada por Real decreto de esta fecha en el Consejo de Ultramar; una vez suprimida ésta volvió a la situación de cuartel en Madrid.
1854 y 1855
Durante estos dos años estuvo de cuartel en Madrid.
Condecoraciones:
Estaba en posesión de la Gran Cruz de la Real y Militar orden de San Hermenegildo; Gran Cruz de San Fernando; Gran Cruz de Isabel la Católica y Gran Cruz de Carlos III; Cruz de tercera clase de San Fernando; Cruz de primera clase de San Fernando; Gran Cruz de la Orden de Nuestra Señora de la Concepción de Villaviciosa; Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; Cruz de la batallas de Chiclana, la Albuera, Rioseco, Zamora y espinosa; Cruces de los Ejércitos tercero y sexto y del de Asturias; Cruz de Tarifa y la Cruz de Caballero de la Real y Distinguida Orden de Dannebrog de Dinamarca.
Falleció en Madrid el día 19 de enero de 1860 a la edad de 69 años.
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