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La Marcha sobre Roma fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX no solamente en Italia, sino también a nivel global porque sentó las bases del fascismo en Europa que a la postre acabaría derivando en la Segunda Guerra Mundial. Aquel episodio que condujo a la instauración sobre la Península Italiana de un régimen que se presentó como alternativa al capitalismo liberal y al comunismo revolucionario, dio paso a una nueva etapa para que sería conocida como la Era Fascista.
Para ello SND Editores de mano del profesor Pedro José Grande Sánchez, ha sacado una edición especial en TAPA DURA de dos tomos sobre el tema.
El primer Tomo, sobre la doctrina y el segundo sobre los escritos biográficos sobre Musolinni. Dos tomos que se pueden adquirir por separado a un precio excepcional.
No hay término más vago e impreciso en la política contemporánea que el de fascismo. La inflación semántica actual del término legitima la arbitrariedad de su uso corriente y vulgar para descalificar a un oponente ideológico, independientemente de cuáles sean sus ideas.
A los cien años de la «Marcha sobre Roma» se publica por primera vez en dos volúmenes una obra fundamental e imprescindible para entender el Fascismo.
Desde la I Guerra Mundial y la fundación de los «Fasci di combattimento» hasta la República de Saló.
El resultado es un trabajo sin precedente en lengua española que recoge en riguroso orden cronológico el desarrollo histórico y filosófico del fascismo a través de las palabras de su propio creador: Benito Mussolini.
A mediados de 1922 el Reino de Italia se hallaba al borde del colapso como consecuencia de la crisis sufrida al término de la Primera Guerra Mundial, del hundimiento de la economía y de las constantes huelgas, ocupaciones de tierras e incidentes armados por parte de los comunistas dentro del conocido como «Bienio Rojo» o «Bienio Rosso». Hasta la fecha el Gobierno de Roma había sido incapaz de subsanar los problemas y mucho menos de atajar la violencia, siendo las escuadras o «squadristi» de los Camisas Negras adscritas al Partido Nacional Fascista (Partido Nazionale Fascista) de Benito Mussolini las únicas que se habían mostrado competentes a la hora de restaurar el orden en algunos puntos de la Península Italiana, como por ejemplo en la huelga general convocada por la Alianza del Trabajo que disolvieron en Roma, Milán y Parma.
Como Italia estaba al borde de la guerra civil entre los marxistas apoyados por el Partido Comunista Italiano y los liberal-conservadores del Gobierno de Roma, sólo los fascistas se erigían como una alternativa real ante la tradicional dicotomía entre comunismo y capitalismo, pues ellos rechazaban a ambos espectros a sabiendas de que era los verdaderos responsables de todas las desgracias que padecía la nación. A esto había que añadir el Partido Nacional Fascista tenía capacidad para salvar las diferencias entre la derecha y la izquierda porque al mismo tiempo que en que sus líderes eran conscientes de las malas condiciones de obreros y campesinos por parte de los dueños amparados por el sistema capitalista, atacaban al marxismo y sus recetas como la abolición de la propiedad privada, ya que en su lugar preferían una política nacionalista que aunara a propietarios y trabajadores en un especie de «estado corporativista».
El caos y el desorden en Italia alcanzaron un nivel tan extremo en el otoño de 1922 que Benito Mussolini optó por pasar a la acción y llevar a cabo un golpe de mano después de la caída de varios gabinetes en Roma, algunos con escasos meses de existencia antes de su disolución por parte del Rey Víctor Manuel III. Fue en ese momento cuando modificó el programa del Partido Nacional Fascista, abandonando el republicanismo y adoptando como medida pragmática la lealtad hacia la monarquía, básicamente con la esperanza de ganarse el favor del Jefe del Estado y la Dinastía Saboya. Aunque obviamente era un riesgo porque el monarca era el mayor escollo con el que se podían topar los fascistas y existía un elevado porcentaje de posibilidades de que mandase contra ellos a los Carabineros, Mussolini siguió adelante con su plan reuniendo a su más leal «cuadriunviro» o «quadrumvirs» que dirigían el anarcosindicalista Michele Vianchi y los militares revolucionarios Italo Balbo, Emilio De Bono y Cesare De Vecchi, a quienes anunció: «O nos dan el Gobierno o lo tomaremos bajando a Roma».
Repentinamente el 27 de Octubre de 1922, más de 30.000 milicianos de los Camisas Negras marcharon desde diversos puntos de la Península Italiana en dirección a la capital de Roma. La primera fase fue hacerse con tres regiones clave, en concreto Ancano que fue tomada por los escuadristas del general Gustavo Fara, Civitavecchia por los hombres del general Sante Caccherini y Orte por los legionarios del general Emilio de Bono. Una vez ocupados todos los objetivos en cuestión de horas, emprendieron el avance hacia la «Ciudad Eterna» un total de tres contingentes repartidos en 4.000 efectivos de la Columna «Civitavecchia» del general Dino Perrone Compagni, 8.000 voluntarios de la Columna «Tívoli» del general Giuseppe Bottai y 2.000 combatientes de la Columna «Monterotondo» del general Ulisse.
En cuanto el Gobierno de Roma se enteró de lo ocurrido en Civitavecchia, Ancano y Orte se produjo la caída total del gabinete por falta de apoyos, materializándose la dimisión del Primer Ministro Luigi Facta. Gracias a este vacío de poder y a la popularidad de los fascistas entre la población, a medida que los Camisas Negras se aproximaban a la capital se les fueron uniendo de forma entusiasta trabajadores y campesinos, así como también empresarios y comerciantes, e incluso veteranos de la Primera Guerra Mundial y militantes de la Asociación Nacionalista Italiana (Associaziones Nazionalista Italiana) que lideraba el político Enrico Corradini. De hecho las fuerzas del orden que debían detener a aquellos aventureros que proclamaban la «Revolución Fascista» se negaron a disparar, ya que obtuvieron el apoyo total de la Policía Italiana, los Carabineros (Carabinieri) y también de las diferentes unidades del Ejército Real Italiano (Regio Esercito).
Al atardecer del 27 de Octubre los Camisas Negras llegaron a Roma y los escuadristas se apoderaron de oficinas de correos y telégrafos, prefacturas, puestos de radio y nudos ferroviarios, incluso se hicieron con algunos trenes. Ni tan siquiera encontraron oposición del Ejército Italiano porque los soldados abrieron las puertas de sus cuarteles e instalaciones militares para recibir con los brazos abiertos a los revolucionarios, lo mismo que el sector de la Confindustria que se posicionó del lado de los fascista. Respecto a las fuerzas políticas de izquierda y los sindicatos, simplemente se dedicaron a ocultarse en sus sedes y delegaciones que por suerte fueron respetadas durante las escasas horas que se prolongó la Revolución Fascista.
El Rey Víctor Manuel III al ver que Roma estaba tomada por los Camisas Negras y que por las calles los escuadristas colgaban letreros que rezaban «conservar la calma», en seguida entró en pánico porque de inmediato convocó a altos mandos del Estado Mayor del Ejército Italiano al Palacio Real, entre estos al general Luigi Federzoni y al mariscal Armando Díaz, este último un héroe de la Primera Guerra Mundial por haber vencido al Ejército Austro-Húngaro durante la Batalla de Vittorio Véneto. Según expusieron sus comandantes al monarca lo más sensato era negociar con los fascistas e incluso pactar un gabinete con Benito Mussolini para evitar una guerra civil y una eventual caída de la Dinastía Saboya.
La jornada del 28 de Octubre de 1921 una multitud recibió a Benito Mussolini cuando entró en Roma mediante una escandalosa ovación como si fuese el mismo general Julio César. Una vez hecha aquella demostración de fuerza ante las masas y las legiones de Camisas Negras, el líder fascista se dirigió al Palacio Real para presentarse ante el Rey Víctor Manuel III con las siguientes palabras: «Pido perdón a vuestra Majestad por tener que presentarme con la Camisa Negra puesta, de vuelta de la batalla, afortunadamente incruenta, que se ha tenido que librar. Traigo a vuestra Majestad la Italia de Vittorio Emmanuele, de nuevo consagrada por la victoria, y soy fiel siervo de vuestra Majestad.» La buena voluntad de Mussolini a colaborar y su inesperada cortesía, condujeron a que un complacido monarca le encargase formar cuanto antes gobierno y tomar las riendas del país para sacar de la crisis a Italia.
Oficialmente el día de la Marcha de Roma, 28 de Octubre de 1922, Benito Mussolini fue proclamado Jefe del Gobierno y proclamado «Duce» o «Guía». A partir de entonces el Partido Nacional Fascista y los Camisas Negras se alzaron en el poder sobre toda la Península Italiana, dando un giro radical a las políticas nacionales que fueron sacando al país de la crisis, pero inaugurando una ideología que pronto se copiaría en el extranjero y se extendería a un ritmo vertiginoso por todos los continentes hasta desembocar dos décadas más tarde en al Segunda Guerra Mundial.
FUENTE: https://www.eurasia1945.com/acontecimientos/fascismo/la-marcha-sobre-roma/
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