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Por ordenanza fechada en el Boletín Oficial del Estado a 16 de julio de 1937 -viernes, día hábil- “se declara día de Fiesta Nacional el dieciocho de julio, fecha en que España se alzó unánimemente en defensa de su fe, contra la tiranía comunista, y contra la encubierta desmembración de su solar”
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La España Imperial, la que engendró naciones y dio leyes al mundo, parecía sucumbir en el alborear de julio de 1936, cuando adueñados los resortes del Poder por las fuerzas ocultas de la revolución, no se presentaba otro horizonte que el inmensamente trágico de asistir a la destrucción del más incalculable de los tesoros: el de los valores espirituales de un pueblo. Leyes constantemente mancilladas; negación del honor; insultos a la Patria; apología de todos los delitos; desmembración del territorio; injurias al Ejército en solemnidades y desfiles; quema de conventos y de templos; asesinatos de personas honradas; partidas rojas que cobraban impuestos en carreteras y caminos; poderes extranjeros presidiendo los destinos de España; explotación ruin de las clases obreras, instigándolas a la desesperación y al crimen; carencia absoluta de honradez y sensibilidad; entronizamiento del “estraperlo” en las Diputaciones y Alcaldías como reflejo de una administración escandalosa; organización de milicias para la ejecución de la revolución roja; repartos clandestinos de armas dirigidos por el Gobierno; lenta supresión en el Ejército de cuanto representaba prestigio u honor; entrega de los mandos militares a los insurgentes de la revolución del 1934.
Tal era, en síntesis, el cuadro social y político que España ofrecía desgarradoramente, ya que el pueblo miraba a su Ejército culpable de pasividad, pareciéndole que no tenían eco, en él aquellas exclamaciones tan llenas de dolor como reveladoras del orgullo de un pueblo que no se resignaba a sucumbir.
¡Hay que salvar a España!, se decía. ¡Es preferible morir con honor que contemplar la destrucción de nuestra Patria! y la oficialidad, muda por disciplina, pero heroica por vocación, se conservaba unida y vigilante, sin que nadie pudiera contenerla, pronta para un obrar inmediato, temerosa de que se perdiese en chispazos esporádicos lo que era un común anhelo, impaciente por llegar demasiado tarde, aspirando por una fecha, que al fin se marcó entre los días 11 al 20, y que cualquier hecho podría precipitarla, como el comienzo de las más grandes epopeyas.
En la madrugada del 13 de julio salió del ministerio de la Gobernación una camioneta que ocupan agentes de la autoridad, los que, llegando a la calle de Velásquez arrancan de su hogar a José Calvo Sotelo, al que dan muerte, y cuyo cadáver abandonan en la puerta del cementerio.
Este crimen de Estado conmovió a España entera. No cabían más sumisiones, acatamientos ni esperanzas. La revolución comunista, fomentada desde las alturas del Poder, había estallado, y el Ejército, haciéndose intérprete del sentir de todos los españoles honrados, en cumplimiento de un sagrado deber para con Dios y para con España, decidió lanzarse a su salvación; unas semanas, unos días más tarde, y todo hubiera sido inútil ante el avasallador ímpetu de un comunismo triunfante, que esta expectantes y preparado para dar el golpe definitivo en el mes de agosto.
Por la tarde del 17 de julio, cuando se encontraban próximos a su encarcelamiento, los oficiales de Melilla se revuelven y, como un solo hombre, anuncian a las guarniciones restantes la salvación de España. El Ejército, secundado por el pueblo y una juventud inigualable, se alzó contra un Gobierno anticonstitucional, tiránico y fraudulento, y, cumpliendo lo que preceptúa nuestra ley constitutiva castrense, se erigió en defensa de la Patria, defendiéndola de sus enemigos exteriores e interiores. ¡Sublime precepto que compendia la más augusta y trascendental misión!
El Movimiento triunfa en la casi totalidad de las provincias: sólo se pierde en aquellas, como catalanas y valencianas, en que sus jefes orgánicos traicionaron a sus oficiales, y en las que, dominantes ya, vacilaron los mandos ante el empuje de las hordas.
Mártires reales sin ficción ni fingimiento parió la Patria en esta fecha tan señalada; por millares se cuentan los jefes, oficiales y paisanos que, contentos y orgullosos, vitorearon a Dios y a España ante el pelotón de asesinos, que segaron las vidas de lo más florido de nuestra juventud. Alentadas las logias, entonces pujantes, llamaron a sus afiliados, y es Martínez Barrio, el Gran Oriente, el que consuma la traición. Se apela a los jefes militares masones, a los tibios, a los vacilantes; se da la razón al Ejército y a su conducta patriótica, se les promete un Gobierno de orden, se les instiga a retirar las tropas a los cuarteles, y cuando algunos jefes, con candidez punible, se dejan convencer, fueron también víctimas, asesinados por las turbas de criminales que el Gobierno había armado.
Donde el Ejército permaneció ausente, las órdenes para el desencadenamiento de la revolución comunista se pusieron en práctica; los cohetes convenidos se lanzan como señal de guerra, y el asalto de los edificios públicos y de los hogares, el desbordamiento de las pasiones más bajas e impuras, son estampas que acreditan la implantación del Comunismo. El Gobierno del Frente Popular abre las cárceles, entrega las armas de los parques militares a asesinos y ladrones, excitando sus bajos instintos e impulsando al crimen y al saqueo; que, en tal forma, un Gobierno, llamándose legal, entregó a España a la más terrible de las revoluciones que registra la Historia.
Por contraste, afluyeron al Ejército los hombres patrióticos. Las boinas rojas de Navarra y camisas azules de Castilla salieron a la luz, llenando las calles y las plazas, y los himnos guerreros y vibrantes, ponían su nota lírica en el dramatismo heroico de ideas y ciudades. Pronto surgieron los avances victoriosos, en que el espíritu de la masa superaba a la calidad de las armas; los cruentos bombardeos de la aviación roja sobre nuestros heroicos soldados de Somosierra y Guadarrama, fueron estériles para la muralla de hierro que se formó en los dos puertos que amenazaban a Madrid.
Las tripulaciones, en su mayoría roja, asesinaron a sus oficiales a la voz de su ministro, que pretendía paralizar el paso del Estrecho, medida baldía para con un Ejército que, con frágiles barcos, burló su vigilancia y alcanzó las costas españolas, deseoso de cumplir su misión casi sobrenatural. ¡Epopeya gloriosa la del paso de las fuerzas por los aires!
La reconquista de Andalucía, el asalto de Badajoz, la conquista de la heroica e imperial Toledo, la liberación de Oviedo, la mártir, la victoria de invencible Mallorca, la toma de Málaga y, más tarde, la de Bilbao, son etapas de gloria.
Al levantamiento de las instituciones armadas, acontece la superioridad Frentepopulista en el aire, en la tierra y en el mar. Hasta aquí el balance de un año.
Y mientras las armas hablaban y la juventud enardecida combatía, en la retaguardia se trabajaba por una Nueva España; el nivel de la vida se mantenía intacto, a pesar de la guerra; todo se movilizaba y se preparaba para ella, previsoras leyes sociales justas y generosas atendían a las necesidades de la Patria y fueron adelanto de la obra social a realizar. El auxilio al obrero parado, en forma de socorro; la exención de los alquileres y del pago de agua y luz a los que se hallan sin trabajo; el mantenimiento de todas las conquistas de las clases trabajadoras; la organización de Cajas de Compensación para llegar a implantar el salario familiar; el auxilio a las familias de los combatientes pobres; la implantación del “Día del Plato Único”, en solidaridad con los combatientes y en provecho de los familiares y huérfanos de guerra; la organización de los Comedores de Invierno y la de orfelinatos y obras de beneficencia; la creación de la Fiscalía de la Vivienda, para la sanitaria vigilancia y mejora de la casa de las clases medias y humildes; el Patronato Antituberculoso, como medio de hacer desaparecer la población enferma y desamparada; la reserva para los combatientes de gran parte de los destinos civiles; la atención a los mutilados de guerra, con auxilios generosos para el que sufre mutilaciones por la Patria; el concurso a los funcionarios pobres, en el noble afán de dar carrera a sus hijos; el estudio y preparación de un Fuero del Trabajo, en que puedan ver todos un ordenamiento jurídico que asegure la producción y garantice las condiciones de vida de las clases obreras, al par de la normalidad en el desenvolvimiento de los establecimientos industriales… Esa fue la obra del Primer Año Triunfal en medio de los azares de la lucha.
En el orden exterior, desde el primer momento tuvo la Cruzada Nacional el rango que le correspondía, y si nuestra voluntad de mantener relaciones cordiales con los demás países, tropezó con intereses bastardos y serias dificultades, sin embargo, fué poco a poco abriéndose camino en Europa, y lo que la fuerza de la razón no pudo alcanzar, quedó logrado con el triunfo de las armas.
Podían los traficantes de armas del mundo negociar con nuestros enemigos; podían los capitalistas burgueses aumentar los derramamientos de sangre, haciendo fabulosos negocios con las vidas de España; podían las logias extranjeras y los comités internacionales combatir el sentimiento de la España Nacional; pero nada consiguieron ante la fortaleza de nuestros ideales, la justicia de nuestra causa y los bríos de nuestra juventud, que, ganando batallas para Europa en los campos de España, redimían al mundo del más terrible de los azotes. Pero, en tanto, se abrigaba la serena confianza de que un día las naciones que aún nos discutían, rendirían tributo de admiración a la juventud española, que salvó la civilización cristiana. Y en esta fecha solemne no podía faltar el recuerdo sentido y amoroso para cuantos habían comprendido la grandeza de nuestra gesta, y muy especialmente para aquellos pueblos que, como Alemania, Italia y Portugal, estrecharon con calor nuestra mano en los momentos difíciles del Primer Año Triunfal.
Durante este intervalo de tiempo se sucedieron en la gobernación del Estado la Junta de Defensa Nacional de Burgos, que asumiera las responsabilidades del Poder en los primeros tiempos, dando paso al Mando único, encarnado en la Jefatura del Estado que, asistido por una Junta Técnica, dio solución a los difíciles problemas que la vida de la nación, en este período tan excepcional y trascendental, presentaba, facilitando así la vida de la Nueva España.
Tras este primer año, la conquista de nuevas zonas industriales y mineras y la prolongación de la guerra exigía ya una atención mayor y era hora de anunciar la próxima sustitución de tan modesta y austera organización administrativa por otra de más amplitud y fortaleza, que, enfrentándose con los problemas nacionales, les diera armónica solución, dentro de los principios de Derecho público por medio del ordenamiento jurídico de nuevos organismos, que sustituyeron a los antiguos de pasados regímenes, caídos por viejos y caducos. Se recogieron los anhelos de la juventud española, y asistidos por la organización nacional de la Falange Española Tradicionalista y de las J. O. N. S., se correspondió a los sacrificios de todos, forjando la Patria unida, grande y libre que todos llevamos en nuestros corazones.
¡Juventud española, heroica y ejemplar, enardecida y disciplinada en la trinchera y en los frentes de batalla, España te saluda con entusiasmo y con fe al término del Primer Año Triunfal!
Nunca estuvo un pueblo más unido a su Ejército, ni jamás ha sido éste, la más cabal representación del pueblo en armas; en los frentes, fraternalmente luchando y muriendo, sin distinción de clases y procedencias, los soldados españoles; muchachos de ilustre cuna luchan codo con codo al lado del hijo de humildes labradores; estudiantes, abogados, médicos e ingenieros, alternan en las trincheras con sus obreros y empleados. La guerra uní y daba cohesión a los que un sistema político había artificialmente separado. Esta es la España futura, la que construye esta juventud, que aprende en la trinchera y en los frentes la hermandad de los hombres en la hora de la verdad, del valor y de la disciplina.
Obrero herido, que eres recogido a hombros del patrón del que ayer recelabas; español acomodado que no te parabas a pensar en la grandeza del obrero humilde que hoy es tu hermano en la pelea; banquero frío y calculador que te deshumanizabas al crecer tus tesoros que hoy cederías gustoso ante el hijo muerto en las trincheras; madres ejemplares, hermanas en el dolor y en el orgullo de dar vuestros hijos para que defiendan vuestra fe y vuestra Patria, ¿no os sentíais todos más estrechamente unidos?
Esta es la solidaridad nacional que la guerra crea, esta es la garantía de la Nueva España; patronos generosos y comprensivos producto de la juventud heroica; obreros patriotas y leales salidos de esta lección guerrera; hermanos en la fe y hermanos en la Patria, ¡qué garantía mayor para la convivencia humana, qué mejor heraldo para nuestro porvenir!
¡Españoles todos, elevad en este día los corazones con nuestra juventud y ofrendarlos por la grandeza de la madre Patria!
Y en esta aureola del primer aniversario del 18 de julio escuchábamos las palabras de Franco dirigidas a la multitud, en Salamanca, al comenzar el Segundo Año Triunfal:
“Salmantinos españoles todos:
Cantos de triunfo, gritos de victoria del primer año triunfal, Victoria en la tierra, victoria en el aire, victoria en los mares; tropas rojas derrotadas, aviones que se incendian, barcos que se hunden, presas que nos trae nuestra Marina, ¡nuevas glorias de España! Triunfo de la juventud de vuestros hijos, de vuestros hermanos, de todos aquellos que con la bandera de España en la mano y con la alegría en el corazón no vacilaron en los Altos de León, en los de Somosierra, en las ciudades y en las villas, en los mares del Estrecho y en las costas del Norte. Glorias alcanzadas en lucha con la escoria de Europa, demostrando al mundo el resurgir de una raza y el valor de un pueblo. Primer año triunfal, obra de la juventud española a la que rendimos homenaje. Fe en el triunfo, fe en la juventud española, fe en la justicia, todo eso dicen vuestros cantos. Es la grandeza de España”.
“¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!”
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