09/05/2024 11:00
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La apostasía no es un pecado de nuestro tiempo. Ni siquiera de un país concreto. Todas las épocas y todos los países tuvieron sus apóstatas. La apostasía va con el hombre, porque es el hombre quien a lo largo de su vida apostata de muchos principios. Los ideales de la juventud raramente “aguantan” hasta el final, poco a poco, a jirones, se van quedando en la cuneta. La realidad, a veces, es cruel, crudamente cruel: los ´jóvenes suelen soñar… ¡y los sueños, sueños son!

Dicen los viejos que la Historia está llena de revolucionarios conservadores, de barricadas y cargos vitalicios. Quizás sea cierto. Ahí está el aventurero Lafayette, perseguido en su madurez por conservador. Ahí están si se quiere, el comunismo ruso, tachado de traidor por el todavía revolucionario comunismo chino. No es lo mismo, sin duda, ver la vida con el estómago vacío y la cabeza llena de sueños, que sentado en un cómodo despacho y rodeado de cosas tangibles.

Pero ¿y los jirones que quedaron atrás? ¿y los ideales?. Apostasías. Muchas apostasías. Para hacer de un revolucionario un conservador hay que someterle a infinitas pruebas. Pruebas que van de menos a más y astutamente adornadas. El hombre se enfrenta a un mundo apóstata que le aguarda con la espada en alto. Puesto que yo caí, cae tú también. Y así van cayendo unos en pos de otros. Por eso, cuando pasan los años y unos amigos se encuentran, se dicen: ¿y tú eres aquel?  ¡Aquel que hablaba de resoluciones y reformas! ¡Aquel que pedía el diálogo con los de abajo! ¡Aquel que exigía la socialización de los créditos! ¡Aquel que se dejaba la barba para luchar con el aburguesamiento!…  Sí, sí, tú eres, tú mismo, ese que se mira de ven en cuando al espejo para reconocerse. Todavía el apostata de la antigüedad era valiente, se enfrentaba a su mundo, se exponía a ser apartado y silenciado. Incluso excomulgado. Ahí está Juliano el Apóstata. Pero los apóstatas de hoy somos distintos: nuestra apostasía queda para nosotros.  Decimos sí cuando nosotros sabemos que tenía que ser no y damos la espalda íntimamente avergonzados. ¡Cuántos síes que debieron ser noes!… Y al final, un conservador. Es lo que ocurre. Y en cada sí una apostasía, un principio pisoteado y una ilusión marchita. La realidad es así y no admite “recomendaciones”.

Sólo habría un remedio: aislar a los apóstatas. Como Albert Camus aisló a los apestados. Pero ¿quién es el guapo que lanza la primera piedra? Por eso digo que estamos en un mundo de apóstatas. Como las manzanas podridas nos contagiamos el mal. Aunque haya quien se resista a serlo y creerlo. Por eso las cosas siguen siempre donde están y los problemas, esos grandes problemas de una sociedad capitalista, sin soluciones justas. ¡Que la justicia va reñida con la realidad!

“Dejadlos, dejadlos que protesten, ya vendrán a nuestras manos”, le oí decir un día a cierto señor presidente de una gran empresa refiriéndose a los universitarios. “Luego –decía—cuando terminan sus carreras y tienen que colocarse, porque quieren casarse o porque sus familias los empujan, se comportan como corderitos” ¡Dios mío, cuánta apostasía en este sencillo planteamiento!… Hasta que un día, muy de tarde en tarde, los apóstatas, todos reunidos, se congregan y hacen su revolución. Y eso sí que es temible: la apostasía lo arrastra todo.

Pues, ¡ojo al dato!… Que los apóstatas ya se están reuniendo.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
LEER MÁS:  RAMÓN SERRANO SÚÑER. Entre la leyenda y los “hechos”.Por Julio Merino
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