25/11/2024 07:03
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“Dios  dirige los acontecimientos a gloria suya y bien de sus elegidos” es una sentencia que tengo grabada indeleblemente en mi mente  tanto oírse la repetir a una santo y sabio profesor – convertido en motor de mi vida como garantía de seguridad en la ruta a seguir–y que aplico constantemente a la hora de interpretar la Historia.

Escribo este artículo sobre el gran papa Giuseppe Melchiorre Sarto (san Pío X), hoy 21 de agosto, día de su fiesta en la Iglesia.  Es una oportunidad que no puedo dejar pasar para comentar realidades fundamentales y de trascendencia vital. Son tantas las ideas que hace bullir en mi mente que no sé por dónde empezar y habré de  limitarme a comentar unas pocas.

La principal tiene está relacionada con el momento actual de nuestra santa Madre la Iglesia y la podríamos resumir en así: “S. S. Pío X, consiguió retrasar en un siglo, el triunfo que,  ya en 1903,  la Sinagoga de Satanás, tenía en sus manos”. 

Efectivamente, cuando se celebraba el cónclave para elección del Papa León XIII, la bimilenaria  organización satánica estaba a punto de ver consumando el definitivo plan para la destrucción de la Obra de Cristo. Un “luciferino” pero genial proyecto consecuencia de haberse convencido de que no ganaba nada haciendo mártires, asesinando siervos de Cristo. Era infinitamente mejor “infiltrarse” y destruirla desde dentro.

Desde 1717 –tras salir de “bajo tierra” la “Masonería”–,  los papas la habían condenado inmediatamente y prohibido a los católicos inscribirse en las Logias;  pero, desgraciadamente, hay más sacerdotes, obispos y cardenales indignos de lo que cabría esperar. La consecuencia fue terrible pues “los hijos de la Viuda” fueron haciendo adeptos en la Curia romana, en  los obispados, conventos y universidades católicas y dos siglos después los “sionistas del nuevo Sanedrín” ya veían a uno de los suyos en el trono de Pedro

Lo impidió el cardenal  Jan Pawel Maurycy Puzyna de Kosielsko, en nombre del Emperador de Austria, pues  vetó la elección del cardenal Mariano Rampolla como papa.  (España, Francia y Austria gozaban de ese privilegio que ejercieron anteriormente en diversas ocasiones).

La buena noticia fue, ver al cardenal Sarto convertido en Pio X, elegido en ese conclave como Sumo Pontífice –reinante  desde agosto de 1903 hasta agosto de 1914—Sería él  quien anularía esa prerrogativa.

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¿Cuáles fueron las consecuencias del veto austriaco? Sencillamente, algo impagable: ver en el solio pontificio uno de los santos sum9os Pontífices  de visión más clara en precisamente cuando avanzaba hacia el mundo la más negra de las “noches oscuras”. Él supo retrasarla cien años.

El sabio y santo cardenal Sarto, como Pío X, hizo todo cuanto estuvo en sus manos para frenar definitivamente el avance de la Sinagoga de Satanás, iluminando con sus encíclicas a los católicos, y dictando normas que de no haber sido bloqueadas por los sacerdotes, obispos, cardenales, teólogos al servicio del enemigo mortal—todos traidores—, hoy nuestra Fe,  no estaría atravesando el momento más peligroso de su existencia.

Desgraciadamente lo que el Papa –mejor conocedor del enemigo de Cristo– quiso evitar, no pudo lograrlo por esa inicuo “traición” de cierta parte del clero y de la Jerarquía Eclesiástica. El terrible resultado ha sido ver a la peor de las herejías, — Pío X, la definió como el “compendio –y la peor– de todas ellas”,   dueña de los destinos de la Barca de Pedro

Del cónclave de 1903, salió un papa santo,  en vez del masón Rampolla y,   – a pesar de las traiciones–  dio a la Iglesia un impulso de incalculable fuerza, pues  facilitó la comunión temprana a los niños la comunión, creó el “Codex Iuris Canonici” –el código de derecho canónico—, impuso a los obispos el “Juramento Antimodernista”  y, sus encíclicas fortalecieron e iluminaron la fe auténtica.

A mi entender nada puede hacer más bien a la Iglesia que estudiar sus enseñanzas y volver al camino trazado por él para aniquilar el Modernismo. Creo que, simplemente, si los modernistas pudiesen desprenderse de su orgullo y fueran capaces de aplicar su inteligencia  al estudio de la encíclica “Pascendi Dominici Gregis”, se le curaría la enfermedad a cualquier “modernista honrado”, —quiero decir, verdadero amante de “la Verdad”–.

Seguramente es pedir peras al olmo, pero, a pesar de todo, lo creo posible. Esa encíclica tiene tanta luminosidad, expone  la realidad con tal claridad, que no es posible estudiarla y no salir convencido de la malicia del Modernismo, de sus técnicas perversas para imponerse en la Iglesia… y,  sobre de comprender porque ésta zozobraría, si no contase con la promesa divina de su imposibilidad de perecer.

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Invito a cuantos no han estudiado a fondo la encíclica “Pascendi Dominici Gregis” a buscarla –la tienen íntegra en Internet—, imprimirla y tenerla a mano –son  solo veintiocho páginas–. Les  garantizo una cosa: difícilmente podrán ocupar mejor unas cuantas horas de estudio absolutamente rentable. Para un alma deseosa de alimentarse de la Verdad es un manjar superior. Para mí,  desde muy joven ha sido un faro seguro y una caldera de inmensa potencia. Pocas razones me mueven más que sus enseñanzas a no desfallecer en la lucha contra la peor herejía salida de las cavernas de la Sinagoga de Satanás. No lo olviden: Eso es el Modernismo, en sí mismo y por las ramificaciones que tiene en la destrucción de los valores que Dios regaló a su criatura predilecta: el hombre.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.