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Extendiendo la expresión “dignidad humana” a todas las actuaciones del humano consciente, es evidente que no. La categoría moral elogiosa, venerable y ejemplar, o se conquista por méritos propios, o se carece de ella.

Ni todo es respetable, ni todo tolerable, ni todo es objeto de elogio enaltecedor.

La dignidad humana, aplicada y supuesta a cada humano por el hecho de su humanidad como especie, cumbre de la creación divina y guinda del pastel en este mundo, sin analizar y juzgar su conducta y actuación de sus actos morales, es una falsificación y una caricatura autocomplaciente del ser y la identidad de la persona; es un talón sin fondos, tan adulador como eufemístico con intención igualitaria de deportismo, que confunde la igualdad con la justicia, y que eleva lo imperfecto al nivel que no le corresponde.

Todo esto, es fruto del actual pecado de soberbia antropocéntrica que pone al hombre en el centro de todo, suplantando al mismo Dios.

Ya lo dijo Pablo VI: “Que éste Concilio, pondría al hombre como centro”, tras el teocentrismo y el geocentrismo renacentista.

Este último Concilio, el Vaticano II, es un eco fiel de la masonería dinamitadora, hija del diablo, que ha introducido este concepto en el Decreto “Dignitatis Humanae” para hacer intocables a los mayores asesinos y delincuentes y librarles de la justicia estricta, y de anular la práctica de la pena capital, doctrina católica, legítima defensa de la sociedad y el orden.

Pero un Concilio no dogmático, no compromete, gracias a Dios, al Dogma secular, ya definido.

¿Qué es la dignidad…? Ese estado de conducta merecedor de premio o de castigo. Digno significa “merecedor de”, sin dar por supuesto que ese merecimiento tenga que ser de condecoraciones elogiosas, necesariamente. También el asesino es digno… de la horca.

¿Dónde está, pues, el sofisma? En identificar “dignidad humana” con “categoría específica”. Aquí radica la trampa diabólica metiendo gato por liebre, en el caballo de Troya de igualitarismo gratuito.

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Todas las especies y reinos naturales, se supeditan los inferiores a los superiores y estos, al fin último que es Dios, principio y fin de todo lo creado, y a Quien todo pertenece, en esa instauración de todo en el Reinado de Cristo.

Así, todo lo creado está en función del hombre para si uso, disfrute y posibilitación de la vida terrestre en cuanto humana. El reino mineral, el vegetal y el animal, están al servicio del racional, creado a imagen y semejanza del Creador.

En esa jerarquía de perfecciones está rematando el humano, por tanto, su categoría de especie entre las anteriores, título categórico que no le hace digno de premio, si no conquista por méritos propios en su conducta moral ajustada a la virtud y obediencia al orden divino, o sea a su categoría moral individual.

¿Qué tiene que ver su natural categoría de especie providencialmente heredada por amor divino, con su categoría moral que él solo puede conquistar con sus propios méritos, aún ayudado de la gracia divina o rechazar con el mal uso de su libertad?

Es increíble que un Concilio no se haya dado cuenta de este concepto. Solo cabe el manejismo diabólico de la masonería, infectando otros capítulos de la doctrina intemporal católica, como la falsa libertad religiosa, la prostituida liturgia, la democratizada colegialidad eclesial y el falso ecumenismo, humillando a la única y verdadera religión fundada por Cristo.

¿Cómo usamos nuestra verdadera libertad?

¿Cómo se puede creer en la dignidad humana de los asesinos bestiales, basura diabólica y mayores enemigos de Dios y de los hombres…?

 

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Padre Calvo