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Hay mucha gente que cree, erróneamente, que en las guerras carlistas, el bando más españolista fueron los liberales ya que defendían supuestamente una España centralista, sin regímenes forales.

Pero es una visión desenfocada ya que en aquella época se veían las cosas de modo muy distinto. Al margen de de que los liberales vascos eran tan foralistas como los carlistas, está el hecho de que los carlistas luchaban contra fuerzas donde los impulsos revolucionarios estaban muy presentes, entre ellos el republicanismo federal, que es el auténtico precedente de los nacionalismos de nuestros días.

Esto se vio de forma especialmente clara durante la Tercera Guerra Carlista, cuando los carlistas se alzan sobretodo durante el periodo de la I Republica, para luchar contra ella, en torno al año 1873 . La I Republica fue una etapa caótica donde durante un periodo tuvieron gran influencia los republicanos federales. En esta época se dio un intento de proclamar un Estado Catalán por parte de la Diputación de Barcelona, mientras España se descomponía en multitud de «cantones», como el de Cartagena, en lo que se conoce como sublevación cantonal. Todo ello mientras se redactaba una Constitución federal para España. El célebre historiador liberal coetáneo Pirala  recuerda como en Cataluña varios batallones del ejército gubernamental, infiltrados por elementos republicanos federales intentaron  a mediados de 1873 proclamar la independencia de Cataluña

Contra este caos se alzaron los carlistas, que por ello, en aquel momento fueron vistos como el bando que representaba el orden, la religión y el patriotismo español. Teniendo en cuenta todo esto se entienden mejor las palabras posteriores, del primer teórico del nacionalismo catalán, Valentí Almirall ( que era un republicano federal) cuando recordando el tiempo de la última guerra carlista en Cataluña, dirá: «pobre de quién, en aquella época, tratase en Cataluña, de alzar la bandera del particularismo». Es decir, que ( aunque hoy pueda parecer sorprendente, visto el panorama actual), el campo catalán era entonces un bastón católico, carlista, monárquico y españolista, totalmente opuesto al «particularismo» (lo que hoy llamaríamos el nacionalismo).
 
 El nuevo presidente republicano unitario Emilio Castelar trató de poner orden en el caos de la República en los últimos meses de 1873 pero finalmente perdió el poder al ser derrotado en una moción de confianza y el poder iba a volver a los republicanos federales. Afortunadamente el golpe de Estado del general Pavía impidió el retorno de los republicanos federales al gobierno.Al final un año más tarde el pronunciamiento militar del general Arsenio Martínez Campos, proclamó a Alfonso XII, hijo de la derrocada Isabel II y dio inicio el periodo de la Restauración.
 
Aquello significó un duro golpe para la causa carlista ya que el nuevo régimen, que se presentaba como monárquico, liberal pero conservador y católico consiguió atraer poco a poco a la mayor parte de la opinión católica del país que hasta entonces apoyaba a los carlistas.
 
Poco antes de su pronunciamiento, el general Martínez Campos, el general que iba a ser el militar más destacado, del nuevo régimen alfonsino escribió cartas a los militares más destacados del campo carlista animándoles a dejar las armas y reconocer como rey a Alfonso XII. En una famosa carta al general carlista catalán Rafael Tristany,  Martínez Campos le dijo lo siguiente:
 
» Unámonos, general Tristany, proclamaremos a don Alfonso, e iremos a Barcelona a aplastar a la Revolución».
Pero Tristany le contestó en otra carta:
 
«No es así como se aplasta a la Revolución. Don Alfonso solo la consolidará echándose en sus brazos. Si usted quiere matar a la Revolución, únase a mí y proclamaremos juntos como rey a Don Carlos VII.»
 
Es decir, Tristany le advertía que una monarquía liberal estaba condenada al fracaso y que al final la democracia liberal solo conseguiría desembocar en la Revolución más pronto o más tarde, pero de forma inevitable.
 
 
La historia contemporánea de España dio la razón a Tristany y se la quitó al políticamente ingenuo Martínez Campos.. Al final, el régimen de la Restauración, que tan conservador parecía al principio acabaría desembocando ( tras el paréntesis del régimen del general Primo de Rivera) en la II República y finalmente en todos los horrores de la Revolución a partir de 1936. El liberalismo había sido el hilo conductor de todo ese proceso.
 
El general Rafael Tristany fue uno de los militares españoles de la causa carlista más destacados de todo el siglo XIX. Sobretodo durante la Tercera Guerra Carlista ( 1872 -1876) fue uno de los dos grandes caudillos del carlismo catalán junto a Francisco Savalls. En esta guerra logró importantes éxitos derrotando al ejército liberal republicano en Prades y tomando Igualada, Manresa y Vich. También combatió en el frente Norte y en el asedio de Guetaria, en 1875, obtuvo la Cruz Laureada de San Fernando. Tras la guerra, siempre fiel a la causa tradicionalista, se exilió en Francia. Murió en Lourdes, en 1899.
 
Fue un notable militar, un hombre profundamente católico, que hacía sonar el himno de España, la Marcha Real, al frente de sus tropas siempre que podía. Precisamente se dice que su muerte ocurrió súbitamente cuando la banda municipal de Tafalla, Navarra, que había acudido a cumplimentar a la familia real carlista, hacía sonar el himno de España, en Lourdes, frente a la casa donde residía Tristany. Su funeral congregó a 20.000 personas llegadas desde España, lo que da idea de la capacidad de movilización que aún conservaba el Carlismo.
 
Ejemplos como el suyo son especialmente útiles en momentos como el actual cuando tantos españoles de buena fe, igual que entonces, han caído en el error de creer que la actual monarquía liberal y la Constitución de 1978 eran la mejor defensa contra la Revolución y el separatismo. Sin darse cuenta de que esa misma Constitución, a través de sus propias disposiciones  (como las Comunidades Autonoma, la moción de censura o la ley electoral) es la que está llevando a España a la Revolución y a la disgregación
 
Y, teniendo en cuenta esto, brilla, por ejemplo, el Carlismo, como un tesoro de la historia contemporánea de España, como una de las tradiciones políticas que mejor ha encarnado la defensa de una España coherente y consecuente con las raíces históricas, culturales, sociales y religiosas de nuestro país. 
 

Autor

Rafael María Molina
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