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BORBÓN, BORBÓN… Y MIL LECHES

Portada del libro LA OTRA VIDA DE ALFONSO XII de Ricardo de la Cierva

BORBÓN, BORBÓN… Y MIL LECHES

Antes de que ningún lector se escandalice, es preciso decir que su formulación se debe precisamente a S.M. Juan Carlos I, quien con su proverbial campechanía, glosa así la diferencia entre el noble abolengo germánico de la Reina Doña Sofía con sus impronunciables apellidos: Schleswig Holstein Sondenburg Glücksburg  “sobre los que el rey Juan Carlos, en tono bromista de cuarto de estar, hace una guasona onomatopeya de imitación: Tú eres una Schweppsss… Jofjofjofff… Glucgluc… Yo, en cambio un Borbón y Borbón y Borbón mil leches” y con esta broma compara la genealogía de la Reina con la suya. Tal como se recoge en el libro La Reina de Pilar Urbano  (Plaza & Janes pag. 19)

Superado pues el sofoco que el título haya podido producir, vemos que el propio Rey es muy consciente de su laberíntico genoma. Desconozco si ha recibido enseñanzas sobre  historia de España y la relación de sus antepasados con ella. Tampoco sé si esas enseñanzas se las proporcionó su padre, o las recibió posteriormente de sus preceptores, durante su etapa de formación bajo la tutela de Franco. Aunque pienso que si recibió lecciones de historia, sería durante su formación. Pero parece evidente que esas enseñanzas, o no fueron muy profundas, o tuvo muy poco aprovechamiento de ellas. Pudiera ser también que sus preceptores, por un más que lógico pudor, no le explicaran en detalle los muchos pasajes oscuros de su dinastía y Casa Real. Desde la llegada a España en 1700, hasta la defenestración de su augusto abuelo. Grave yerro formativo, es preciso decir, pues habría aprendido que la moralidad -familiar, política y económica- resulta esencial en cualquier estamento que aspire a permanecer durante sucesivas generaciones  como referencia colectiva. Y el paradigma es, precisamente, el caso de las dinastías y casas reales.

Hecho este exordio, vayamos al meollo de la cuestión. Durante muchos años -ya lo pusieron en duda sus coetáneos- se cuestionó la paternidad de Alfonso XII. Estaba claro que su madre era la Reina Isabel II… pero ¿quién era el padre? Desde luego todo parecía indicar que no lo era, que no podía serlo, el Rey Consorte Francisco de Asís de Borbón. Y desde entonces hasta fechas recientes, se había especulado con la posibilidad de que Alfonso XII no fuera hijo del rey consorte.   

Pero cuando alguien lo afirmaba, siempre se achacaba tal especie a maledicencias de los republicanos. Hasta que recientemente, el historiador Ricardo de la Cierva -ya fallecido, y en el más profundo ostracismo intelectual por sus revelaciones sobre la masonería- ha desvelado el misterio investigando en fuentes primarias tan solventes como los archivos vaticanos. Donde ha consultando la correspondencia secreta del Nuncio Apostólico con la Santa Sede. O  lo que es lo mismo, las cartas que en valija diplomática, remitía al Vaticano el embajador del Estado Pontificio ente el Reino de España. Donde queda acreditado que Alfonso XII era hijo putativo del rey consorte Francisco de Asís y Borbón.

Como entre los lectores puede haber diferentes niveles culturales, se hace preciso decir que el designar a S.M. Alfonso XII como “hijo putativo” de Francisco de Asís, no es hacer una velada referencia a su augusta madre la Reina Isabel II. Por más que la archiconocida injuria tenga su origen, precisamente, en el significado de padre putativo. Que es el ser tenido por tal, sin serlo.

S.M Isabel II ha pasado a la historia con el apelativo de “la reina castiza” o “la reina de los tristes destinos” Aunque en realidad mejor le cuadrarían otros muchos sobrenombres.  Porque la tristeza de su reinado sin duda lo fue más para España que para ella. Sin que ello sea óbice para que también se la pueda considerar desafortunada, al haberla casado por “razones de estado” con su primo hermano -en realidad doble primo- Francisco de Asís de Borbón. Conformando un matrimonio imposible, algo así como pretender mezclar aceite con agua. Ya que el carácter afeminado de su primo y marido -posiblemente también la propia morfología de sus órganos viriles- se compadecía mal con el ardor y necesidades de Isabel II, que cuando con dieciséis años tiene lugar la regia boda, ya había degustado los placeres de la carne en que había sido iniciada por expertos cortesanos. Expertos e inmorales, cabría decirse, pues habían sido precisamente sus educadores y profesores: Agustín Argüelles, José Vicente Ventosa y el preceptor, Salustiano Olózaga, que según parece fue quien la estrenó. Aunque la duda está entre si fue él o el general Serrano, a quien la niña llamaba “el general bonito”

LA TRISTE HISTORIA DE “LA REINA DE LOS TRISTES DESTINOS”

  

Como Fernando VII no había tenido descendencia con ninguna de sus tres primeras esposas, su hermano Carlos María Isidro de consideraba ya el virtual heredero de la Corona si, como parecía, su hermano Fernando moría sin descendiente varón. Pues la Ley Sálica -importada de Francia- excluía del trono a las hembras. El 10 octubre de 1830 nace una hija de su cuarto matrimonio con la que era su sobrina, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, y a la niña le ponen el nombre de Isabel. Pero en mayo de ese mismo año 1830, unos meses antes del alumbramiento -tal vez en previsión de que el nasciturus fuera niña- Fernando VII había promulgado la “Pragmática Sanción” (haciendo público un decreto de 1789 que había permanecido secreto) según el cual quedaba derogada la Ley Sálica y el trono podía ser ocupado por una mujer. Esto hacía que a la muerte de Fernando VII la Corona recayera en su hija Isabel, desplazando a su hermano Carlos María Isidro del Trono, que hasta ese momento había sido el heredero de la Corona si Fernando VII  moría sin heredero varón.

Carlos María Isidro no reconoció la Pragmática Sanción y siguió considerándose el legítimo heredero de su hermano mientras no tuviera un hijo, y por ello este le obligó a abandonar España. Cuando Fernando VII muere el 29 de septiembre de 1933, Carlos María Isidro emite el “Manifiesto de Abrantes” por el que se declara ante todas las cortes europeas como legítimo Rey de España, donde reinará como Carlos V (no olvidemos que el “César Carlos” era Carlos I de España y V de Alemania) Con esta autoproclamación de Carlos Mª Isidro como Carlos V la primera guerra carlista estaba servida.

  

Y como tantas veces en la historia, además de las ambiciones personales de los hombres, influyen también en los conflictos las ambiciones y animadversiones de sus mujeres. Pues si bien es verdad que llegado el momento ambos hermanos se disputaron el trono, no es menos cierto que siempre se habían demostrado un afecto entrañable y que hasta la muerte de Fernando VII su hermano lo había reconocido como su rey y señor, sin conspirar contra él ni traicionarle. Sin embargo las mujeres de ambos, que se detestaban, debieron influir en el enfrentamiento de los dos hermanos. Y no solamente por la ambición de reinar. La viuda de Fernando VII quería desempeñar el papel de reina regente durante la minoría de edad de su hija Isabel y  continuar luego en la Corte como Reina Madre. Por su parte la  mujer de Carlos Mª Isidro veía llegar el momento, tan largamente esperado de ser la Reina de España. Ello sin olvidar, naturalmente, que ambas “miraban” por el porvenir de sus respectivos hijos. Pero es que además, como ya se ha dicho, ambas cuñadas se tenían una animadversión rayana en el odio. María Cristina era de “moral distraída” como lo evidencia el que antes de transcurrir tres meses de haber quedado viuda, se casaba en secreto con uno de los Guardias de Corps Agustín Fernando Muñoz y Sánchez -natural de Tarancón en la provincia de Cuenca- al que dio el título de Duque de Riánsares. Con quien tuvo con el ocho hijos, y al parecer  había “conocido” antes de quedarse viuda.

Por el contrario María Francisca de Braganza, la mujer del “pretendiente carlista”, era hija del Rey Juan VI de Portugal. Una dama, seria, educada y religiosa que nunca dio que hablar  y que por ello nunca hizo “buenas migas” con la mujer de Fernando VII el hermano de su marido, la Reina María Cristina de Borbón. Esta animadversión hacia su cuñada se pone de manifiesto porque se refería a ella llamándola “moza de arrabal, mujer balconera y liviana” delicioso eufemismo. Puesto que “liviana” es sinónimo de ligera. Ligera es, por antonomasia, “ligera de cascos” o lo que es lo  mismo, “trotona”. Y en definitiva, con la elegancia que correspondía a una dama de su alcurnia, estaba llamando puta a su cuñada.

En 1833, cuando la infanta Isabel tiene tres años, muere su padre Fernando VII y en virtud de la Pragmática Sanción es designada Reina quedando como “regente” su madre la Reina María Cristina hasta que Isabel II alcance la mayoría de edad que estaba establecida a los dieciséis años. Este nombramiento de Isabel II  como Reina, enciende la Primera Guerra Carlista (1833-1840) que transcurre durante la regencia de María Cristina. Hasta que en 1840, tras finalizar la guerra carlista, es destronada por la revolución progresista. Asumiendo la Regencia el general Baldomero Espartero que ha sido el vencedor de los Carlistas y ha respaldado la revolución.

Aunque se había adelantado legalmente la mayoría de edad de Isabel II a los 14 años, la inestabilidad política hizo que el 23 de julio de 1843 cesara en la regencia el general Espartero, asumiéndola el Gobierno Provisional. Sin duda esto era una anomalía que tal vez pudiera volver a encender los rescoldos de la recién concluida guerra carlista. Por ello Las Cortes decidieron adelantar un año la mayoría de edad de Isabel II. Y el 8 de noviembre de 1843 es declarada mayor de edad. Dos días después jura la Constitución y pasa a ser Reina de España con tan sólo trece años. Prácticamente abandonada por su madre -que como sabemos ha iniciado una nueva vida con el antiguo guardia de corps Fernando Muñoz- la Reina niña queda en manos de sus preceptores.

Pronto el Gobierno comprende que es preciso buscarle un esposo. El asunto tiene la mayor trascendencia, y no solamente para España, sino para toda Europa. Ya que en virtud del matrimonio puede verse alterado el equilibrio político del continente. Se barajan muchos nombres, pero todos son rechazados por los diferentes “grupos de presión” que solamente piensan en que puede beneficiarles o perjudicarles el matrimonio. Y eso sucede, no solo con las fracciones políticas dentro de España, sino también en las implicaciones internacionales. Y así el matrimonio de Isabel II con Carlos Mª Isidro de Borbón y Braganza, hijo de Carlos María Isidro -el pretendiente al Trono- que podía haber resuelto definitivamente el “problema carlista” (para lo cual su padre había abdicado en él) fue descartado por los liberales. El general Narváez propuso a Francisco de Paula de las Dos Sicilias, pero fue vetado por los progresistas. La reina madre María Cristina propuso a Leopoldo de Sajonia, pariente de la Reina Victoria inglesa, pero se oponían los franceses, que no querían ese acercamiento entre las dos coronas. Por su parte Luis Felipe de Francia proponía a cualquiera des su dos hijos Enrique o Antonio de Orleans. Pero Inglaterra se oponía por igual motivo.

El final de todas estas tensiones e intrigas se decantó por el candidato menos oportuno para la jovencísima Reina; su primo Francisco de Asís y Borbón. Al que todos dieron su beneplácito por intereses partidistas. Efectivamente, Las facciones internas porque sabiendo que era apocado pensaban poder manipularlo y que con tal matrimonio la Corona no sería un obstáculo para sus aspiraciones. Inglaterra porque sabiendo por su bien informado embajador, que el rey consorte sería incapaz de procrear, pensaba que la ausencia de un heredero al trono de España sería beneficiosa para Inglaterra. Francia, conocedora del mismo “secreto a voces” de la Corte, pensaba que al final la regia pareja no tendría descendencia, con lo cual la Corona de España terminaría pasando al matrimonio formado por la infanta Luisa Fernanda de Borbón -hermana de Isabel II- con Antonio de Orleans, Duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe de Francia.

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El resultado de todas estas intrigas fue el desgraciado matrimonio De Isabel II con su primo carnal por vía doble, Francisco de Asís y Borbón. Pero lo que no sabían quienes urdieron tal matrimonio, pensando que no tendría descendencia, es que la ardorosa soberana supliría las incapacidades de su esposo con una legión de amantes. Uno de los cuales le daría finalmente el deseado varón llamado a sucederla en el trono: Alfonso XII.

Pero no adelantemos acontecimientos. El día 10 de octubre de 1846, precisamente el día que la reina cumplía los dieciséis años, se casaron en el Salón de Trono del Palacio Real de Madrid, en ceremonia conjunta, Isabel II con Francisco de Asís y su hermana Luisa Fernanda de Borbón con el Duque de Montpensier. Siendo al parecer el duque de Montpensier -ahora  marido de su hermana- el que “las razones de estado” habían impedido que Isabel II hiciera realidad su oculto deseo: casarse con él.

La enorme decepción que como mujer sufrió desde el primer día Isabel II en su matrimonio con Francisco de Asís, unida al temperamento ardiente de la Soberana y a las licencias morales entre las que había crecido, dieron lugar muy pronto a que  la depravación en Palacio fuera del dominio público. Los despachos privados                     – confidenciales porque se remitían en valija diplomática-  de la Nunciatura de Madrid a la Secretaría de Estado del Vaticano, ponen en evidencia la completa información que se tenía en la Santa Sede de los que sucedía entre bastidores en el Palacio Real.

Así por ejemplo, al llegar a Madrid Monseñor Brunelli como Delegado Apostólico en 1847 -cuando Isabel II acababa de casarse con su primo Francisco de Asís- desde los primeros despachos manifiesta una opinión muy negativa sobre la moralidad de la Reina adolescente. Por su parte, el embajador del Reino Unido Edward George Bulwer-Lytton atribuye la total perversión de mente y corazón de la joven soberana como causa de su relación sentimental con el general Serrano que califica como relaciones ilícitas. Desde luego, ni por razones de espacio, ni por consideraciones éticas, es este momento ni lugar para indagar quien estrenó a la soberana, con trece o catorce años. No obstante como ya se ha apuntado, la duda parece estar entre su preceptor, Salustiano Olózaga o el general Serrano. A quien la niña llamaba “el general bonito” sin duda deslumbrada por los entorchados. Pero además el tratar de averiguarlo no viene al caso, porque el objeto de este trabajo es determinar la paternidad de Alfonso XII.

Aunque prácticamente todas las fuentes documentales coinciden en que Francisco de Asís el Rey consorte  no podía tener descendencia, y que en consecuencia Alfonso XII no podía ser hijo suyo, dando por cierta su homosexualidad, Ricardo de la Cierva en sus investigaciones llega a la conclusión de que Francisco de Asís lo que adolecía era de hipogenitalismo. Pero de hecho esta morfología puede ser igualmente causa, tanto de su tendencia homosexual como de su incapacidad para procrear. Curiosamente ese hipogenitalismo que Ricardo de la Cierva atribuye a Francisco de Asís -en base a descripciones médicas de la época- era precisamente lo contrario a la macrosonia genital de su tío Fernando VII 

 

No obstante, como el debido rigor en el análisis de las fuentes obliga a no silenciar opiniones contrarias, se hace preciso consignar que tanto el historiador Jesús Pabón como el escritor Pio Baroja sostienen que Francisco de Asís era padre de varios hijos ilegítimos. Y también que se le conocían diversas amantes. Sin embargo, esto que en principio parece desmontar otras fuentes según las cuales había imposibilidad física de que Francisco de Asís fuera el padre de Alfonso XII, no es posible darlo por bueno sin antes analizarlo a la luz de otro caso similar de la historia.

Porque no sería la primera vez en que se hubiera tratado de ocultar las “maledicencias” del vulgo o acallar la “vox pópuli” recurriendo a documentos amañados o comprados. Así vemos que ante la duda de que la infanta  Juana, heredera al trono de Castilla (“La Beltraneja”) fuera hija del Rey Enrique IV de Castilla “el impotente” atribuyéndosele por ello ser hija de la reina y del condestable Beltrán de la Cueva, el Rey hizo que se extendiera un documento firmado por diez cortesanas para que figurara en la crónica del reinado. Documento en el que las cortesanas ponían de manifiesto que “El Rey nuestro Señor usaba de muy buena verga”

Y dice el historiador y gran medievalista Ramón Menéndez Pidal -lamento no recordar donde lo leí hace tiempo, para documentar debidamente la cita- que es un caso único en el que un Rey se ha preocupado de dejar constancia documentada de sus capacidades viriles. Interpretando que precisamente tal “certificado” sobre su virilidad, acrecienta las dudas sobre su “potencia”. Es preciso decir también que las sospechas de la impotencia que en su época se atribuyó a Enrique IV, estaban avaladas por el hecho de que había estado casado con la infanta Blanca de Navarra y el matrimonio se declaró nulo porque no llegó a consumarse. Tampoco tuvo Enrique más Hijos que la infanta Juana, ni con su mujer ni con ninguna de sus amantes.

Recientes estudios históricos parecen haber demostrado que Beltrán de la Cueva no podía ser el padre de Juana de Castilla, porque no cuadran fechas. Al no encontrarse en la corte cuando se supone que esta fue concebida. Igualmente sucede con el hecho histórico de que los Reyes Enrique IV y su esposa la Reina Juana de Portugal, juraron públicamente que ambos eran los padres de Juana. Y que por ello, al ser  hija legítima del matrimonio, le correspondía ser reina de Castilla. Sin embargo ninguno de los dos hechos es prueba concluyente. En el primer caso porque el padre biológico pudo ser otro de los gentilhombres de la corte, (aunque el rumor popular lo atribuyera a Beltrán de la Cueva y por ello la infanta fuera designada con el despectivo sobrenombre de “La Beltraneja”). En cuanto a un posible  juramento en falso no puede descartarse, teniendo en cuenta que lo que estaba en juego era nada menos que el Trono. Y de falsos juramentos para ocupar un trono, tenemos ejemplos más recientes.

Como curiosidad decir que en la serie de TV “Isabel La Católica” se resuelve de forma muy original la duda sobre la impotencia del Rey Enrique IV y su paternidad. Para ello se supone que un médico judío le hace a la reina una inseminación artificial. Con lo cual se consigue resolver el enigma histórico: Enrique IV, aún siendo impotente, era el padre biológico de la infanta… a la que por ello le correspondía la Corona de Castilla en lugar de a Isabel La Católica.

No deja de ser una ficción, aunque debe reconocerse que el guionista se lo “ha currado”  Es curioso que a nadie se le ocurriera en tiempos de Isabel II, para resolver la delicada “cuestión de palacio”  (que sembraba la duda de que Francisco de Asís fuera el padre de Alfonso XII) recurrir a tal justificación. Y es que en 1462 -como en 1848- tanto la inseminación artificial, como el implante de óvulos fecundados, era ciencia ficción. Sirva esta digresión para desmontar la validez de lo afirmado por Jesús Pabón y Pio Baroja en contra de la multitud de testimonios que prueban el que Alfonso XII fue concebido fuera del real matrimonio.

Precisamente, al final de este trabajo, se aporta una prueba más -que puede ser la definitiva- sobre el hecho de que Alfonso XII era hijo del capitán Enrique Puig Moltó.   

Ante la promiscuidad  de la reina Isabel II -como la de su madre María Cristina de Borbón- nada tiene de extraño que los voluntarios carlistas llamaran, primero a los soldados “cristinos” y luego a los “isabelinos”  hijos de la reina puta (o de la puta reina) Descortesía a la que estos a su vez correspondían llamando a los voluntarios tradicionalistas  hijos de cura. Y debe admitirse que tal cosa era una enormidad por ambas partes. Pues si bien es cierto que nadie podría poner la mano en el fuego, asegurando que entre las decenas de miles de carlistas no pudiera haber alguno que fuera hijo de algún cura rural, es igualmente cierto que los miles de soldados isabelinos no podían ser todos hijos de la Reina Isabel II. Por mucho que hubieran trascendido sus veleidades. Al igual que las de su madre la Reina María Cristina de Borbón y las de su abuela María Luisa de Borbón-Parma con el valido Godoy. Porque se daba la circunstancia de que la Reina María Cristina de Borbón sólo había tenido dos hijas con Fernando VII, las infantas Isabel y Mª Luisa Fernanda. Pero luego con Fernando Muñoz, el guardia de corps, tuvo ocho hijos, de ellos cinco varones. Por lo que en los pasquines carlistas se mofaban; “decían que la Reina / parir varones no podía / y ha parido más Muñoces / que cristinos había” ponderando el gran número de “soldados de la reina” o “cristinos” que les combatían durante  la primera guerra carlista.     

Como curiosidad decir también que los soldados de la Reina llevaban estampadas en la chapa del ceñidor las letras GRI (acrónimo de Guardia Real de Infantería) de donde los carlistas empezaron a llamarles “guiris”. Palabra que en su momento significaba “forastero” pero que ha llegado hasta nuestros días con el significado de extranjero. De igual forma que al cobrar los “guiris” una peseta diaria (desorbitada cantidad para la época) eran conocidos también como “peseteros”. En contraposición a los voluntarios carlistas, que no cobraban soldada. 

Y no debemos olvidar que de las sangrientas guerras carlistas todavía estamos sufriendo las consecuencias. Pues es conocido el adagio: El abuelo carlista, el padre nacionalista y el hijo separatista. También es preciso consignar que cuando tras la revolución de 1868 (“La Gloriosa” para los liberales) Isabel II es destronada y se exilia en Paris, coincide allí con su tío el pretendiente Carlos María Isidro también exiliado desde el final de la primera guerra carlista. Pues bien, el tío y la sobrina acudían cogidos del brazo a la ópera, sin importarles demasiado, que solo unos años antes, los españoles se hubieran matado a mansalva por ellos. Defendiendo sus respectivos “derechos al Trono” 

También de esta época del destierro parisino, hay otro hecho que pone en evidencia el “talante” de la castiza Reina Isabel II. Tras la anarquía y fracaso de la Primera República, se constató que resultaba imprescindible restaurar la monarquía. Y por ello se buscaron por las cortes europeas un candidato para ocupar el Trono de España.  Cuando en una tormentosa sesión de las Cortes algún diputado propuso que podía ofrecerse el trono a Alfonso XII, el general Serrano dijo: ¡¡¡jamás!!! porque esta familia no ha sido destronada… ha sido expulsada de España por sus infamias.

Cuando Isabel II se enteró de ello en Paris le envió una nota:

Tus palabras confirman lo que siempre pensé de ti desde que me aceptaste los tres millones: Que no eres más que un chulo y un cabrónIsabel Reina

Este hecho pone en evidencia su temperamento. Pero también su laxa moral. Podía haber llamado a su antiguo amante ingrato o desleal. Pero no, quiere ofenderle llamándole chulo y cabrón. Chulo para dejarle claro que como amante había vivido a sus expensas… y cabrón para echarle en cara que había consentido ser sustituido en el tálamo real por otro hombre a cambio de dinero… y podríamos decir: ¡qué “joya” de la Corona! Porque efectivamente, cuando el escándalo por un amante, o la injerencia de este en la camarilla, interfería en los asuntos del Gobierno, solamente era posible alejarlo de Palacio tras ser sustituido por otro que oportunamente se le “servía en bandeja” a la Reina. Y este había sido precisamente el caso del general Serrano cuando en su día había sido “sustituido” en el favor de la Reina por el cantante Domingo Mirall.  Y se había “pagando” al general Serrano su renuncia, con “tres millones” Que fueran de pesetas o de reales, fueron “aceptados” el amante.

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        La Reina Isabel II era muy devota, y si tenemos en cuenta que para aborrecer el pecado, sólo hay que cometerlo, debía estar en permanente arrepentimiento. Lo que le suponía también  estar en continuo conflicto interior. En titánica lucha entre su ardor amatorio y las reconvenciones de su confesor el padre María Claret. Así lo comunica en despacho cifrado el cardenal monseñor Giovani Simeoni, que lo expresa en estos términos: Si bien la Reina merece por su conducta alta desaprobación, también por otra parte merece compasión. Esperemos que, al fin, Dios le conceda la gracia de ser contante en su arrepentimiento.

Como ha puesto en evidencia Ricardo de la Cierva, mediante sus investigaciones en los archivos claretianos y vaticanos en Roma, cuando tiene lugar el nacimiento de Alfonso XII se encontraba en la intimidad de la Reina Isabel II el capitán de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans hijo del III Conde de Torrefiel y Vizconde de Miranda perteneciente a la nobleza alicantina. El padre había enviado a sus dos hijos a la Corte, sin duda pensando en aquello de que “el que a buen árbol se acoge, buena sombra le cobija”. Pero seguro que con lo que no contaba era con que la Reina se encapricharía del pequeño, que debía ser el más apuesto. Además de haberse comportado bizarramente en la defensa del Palacio Real ante el intento de asalto por parte de la Milicia Nacional a las órdenes del general Espartero. Asalto que fue rechazado, a precio de su sangre, por un bizarro oficial de ingenieros que mandaba la defensa y fue condecorado esa misma tarde con la Cruz de San Fernando. Isabel II, que iba a cumplir veintiséis años, quiso asistir a la ceremonia para mayor exaltación del joven héroe que rondaba los veintinueve.    

Y es el caso que, a consecuencia de este lance, el capitán Enrique Puig Moltó entró en la intimidad de la Reina. Con gran escándalo de la Corte, pues aunque ya debería estar más que curada de escándalos, el nuevo amante era tan poco discreto como la Reina Isabel II. Ella por escribirle cartas tórridas… y el por presumir de ellas leyéndoselas a sus camaradas. Por eso cuando Isabel II volvió a quedar embarazada todo el mundo dio por hecho que el padre era el  nuevo amante de la Reina. El Capitán Puig Moltó.

Esta seguridad la compartía el propio Rey Francisco, que se negaba a admitir a la criatura que iba a nacer como hijo suyo. Resurgiendo con ello de nuevo la vieja “cuestión de palacio” con el correspondiente escándalo. Pero las “razones de estado” y el premio en metálico que recibía por cada nuevo vástago que reconocía (haciendo bueno aquello de “los cuernos, como los dientes, duelen al salir, pero luego sirven para comer”) le llevaron a “entrar en razón” y aunque había manifestado que no estaba dispuesto a participar en las ceremonias oficiales del nacimiento, ni en la presentación del recién nacido,  haciendo de tripas corazón y con cara de circunstancias presentó a la Corte, en una bandeja de oro, al príncipe. Que se llamaría Alfonso y del que sería padrino S.S. el Papa Pío IX representado por el nuncio apostólico Monseñor Lorenzo Barili. Nada pues tiene de extraño que este infante, que luego sería Alfonso XII, fuera llamado “el “Puigmoltejo” en clara referencia a “la Beltraneja”

Y como dice Ricardo de la Cierva, en la British Encyclopedia, cuya seriedad suele reconocerse, en la entrada sobre Alfonso XII (podemos leer que es) el mayor de los hijos varones supervivientes de la Reina Isabel II y presuntamente (presumably) de su consorte el duque de Cádiz      

Con el nacimiento de un varón, se malograba definitivamente para el Rey consorte Francisco de Asís sus designios. En efecto, había previsto casar a la infantita Isabel con un príncipe carlista y luego forzar la abdicación de la Reina Isabel II. Con ello quedaría él como regente hasta la mayoría de edad de la infanta.  

LA CUNITA DE ALFONSO XII: “LA PRUEBA DEL ALGODÓN”

Ricardo de la Cierva, en su documentado e interesante libro LA OTRA VIDA DE ALFONSO XII, manifiesta en la página 63 que existe la cuna de Alfonso XII, regalada por la Reina Isabel II al capitán Puig Moltó padre biológico de la criatura. Y precisa que es el testimonio de un “Grande de España” que la ha visto y que el testimonio le merece toda credibilidad.

Pues bien, bastantes años después de haber leído yo el libro -en 1994- se dio la circunstancia  de que en una comida de la Hermandad Provincial de la División Azul de Alicante, para conmemorar en el año 2015 la batalla de Krasny Bor, tuve por compañero de mesa a Antonio Mompó Bouchón. Pronto la conversación derivó a temas históricos, comprobando que ambos coincidíamos en nuestro interés por la historia de España y en la creencia de que era necesaria conocerla para entender el presente y vaticinar el futuro. Ello nos llevó a intercambiar opiniones sobre las guerras carlistas y sus consecuencias, cuyos rescoldos no se han extinguido. Analizando responsabilidades, surgió hablar de ese periodo histórico y al comentarle lo leído en el libro “la otra vida de Alfonso XII” sobre la cuna que Isabel II le había regalado al capitán Puig Moltó como testimonio de su paternidad, mi sorpresa fue enorme cuando mi interlocutor me dijo: Esa cuna existe y yo la he visto en la llamada “Torre del Conde” la casa solariega del Conde de Torrefiel. Incluso me precisó que cuando era joven y asistía a los “guateques” se utilizaba la cuna para poner hielo y mantener las bebidas frías.

Ni que decir tiene la sorpresa que me causaron tales revelaciones. Y el interés que me suscitó la posibilidad de  poder ver la cuna. Así pues le rogué que, si ello fuera posible, me proporcionara alguna foto. De aquella agradable comida quedamos como buenos amigos. Amistad que hemos seguido cultivando a través del correo electrónico, pues Antonio Mompó vive en Alicante y yo en La Coruña. Una nueva sorpresa tuvo lugar cuando, casi dos años después, me remitió las fotos pedidas, que había conseguido del actual Conde de Torrefiel.

La “regia cuna” dicho en su doble sentido, pues a la vista de las fotos debe reconocerse su gran valor artístico, -con independencia del estético según gustos y modas actuales- es propiedad de uno de los sobrinos del actual Título de Torrefiel, al que ha llegado en sucesivos repartos de herencias. Y quiero agradecer a Antonio Mompó el haberme proporcionado este valioso documento gráfico que, junto a la “gracieta” de S.M. el Rey emérito, me han impulsado a  escribir estas líneas. ¡Cuánto le hubiera gustado al historiador Ricardo de la Cierva el haber podido ver la cuna! Prueba material que confirma lo que él ya había establecido para la historia sobre la paternidad de Alfonso XII, mediante la investigación y análisis de fuentes documentales primarias. Porque con independencia de que en su día el Gobierno hubiera conseguido hacer desaparecer la carta -y posiblemente también al chantajista- el simple hecho de que Isabel II regalara al capitán Puig Moltó la cunita donde se había criado el infante y príncipe heredero, deja lugar a pocas interpretaciones. 

Estas fotos de la real cuna, testimonio gráfico del mayor valor, gracias a mi buen amigo pueden ser ahora contempladas por los seguidores de El Correo de España. Y a la postre serán recogidas en otros trabajos sobre aquel periodo convulso de la historia de España.  

 

Y UNA CONSIDERACIÓN FINAL VOLVIENDO AL PRINCIPIO

José María Zavala en su libro BASTARDOS Y BORBONES cree haber probado también, mediante el necesario aporte documental, que ninguno de los hijos de Carlos IV era fruto de su matrimonio con su esposa la reina María Luisa de Borbón-Parma.

Así pues, y de acuerdo con estas revelaciones, tampoco sería Fernando VII hijo de Carlos IV, cuyo padre pudiera ser Godoy. Ya que Fernando VII nace el 14 de octubre de 1784 y a principios de ese año había llegado a la Corte el apuesto Manuel de Godoy y Álvarez de Faria. Por supuesto que la paternidad de Godoy, respecto de Fernando VII, no está ni mucho menos tan acreditada como la de Puig Moltó como progenitor de Alfonso XII, pero en su tiempo también corría la voz de que alguno de los infantes eran hijos de la María Luisa y del favorito y primer ministro Godoy. Tal es el caso del “nefando parecido” -según las habladurías de la época- entre el infante Francisco de Paula y Godoy. Parecido que también es posible analizar hoy en día comparando los retratos de Godoy con el del infante en el famoso cuadro de Goya “La familia de Carlos IV” por más que tal parecido, además de no ser prueba concluyente sea algo subjetivo.

¿Cuál debería ser pues el primer apellido de los actuales reyes, tanto el de los actuales Felipe VI y Rey Emérito Juan Carlos I (como el de sus antecesores Alfonso XIII y Alfonso XII)? ¿Borbón? Porque se da el caso que con la ley española -hasta época reciente- el primer apellido es el del padre. Y en tal caso no debería ser Borbón, sino Puig Moltó. Además de considerar la posibilidad de que llevaran el de Godoy en algún lugar de su genealogía.

Esto es sin duda el hecho que llevó a S.M. el Rey Juan Carlos I a filiarse como “Borbón, Borbón y Borbón… y mil leches”. De todas formas, y de cara a los cortesanos que tanto han criticado que Felipe VI se haya casado con una persona que no es de sangre real, convine recordarles que a las casas reales les ha hecho mucho más daño la consanguinidad que los enlaces morganáticos. Porque estos contravienen leyes humanas, pero la consanguinidad vulnera la ley de la naturaleza. Y ya lo dice el aforismo: Dios Perdona siempre, el hombre, a veces. La naturaleza nunca.

De todas formas ¡ójala que el genoma correspondiente a los impronunciables apellidos teutones de la Reina Doña Sofía se imponga al de los Borbones! Porque aunque desgraciadamente hasta la fecha, haya demostrado la historia que el genoma Borbón es dominante, confiemos que en S.M. Felipe VI el gen Borbón haya pasado definitivamente a ser recesivo.

Dios así lo quiera por el bien de España. 

BIBLIOGRAFÍA

LA REINA Pilar Urbano. Plaza & Janés 1996

LA OTRA VIDA DE ALFONSO XII. Ricardo de la Cierva. Editorial Fénix 1994

CABRERA: EL TIGRE DEL MAESTRAZGO. Julio Romano. Imprenta de Juan Pueyo. Madrid 1936

VIDA Y AMORES DE ISABEL II. Ricardo de la Cierva. Editorial Fénix 1999

HISTORIA DE ESPAÑA tomo 5  Marqués de Lozoya. Editorial SALVAT

HISTORIA DE ESPAÑA tomo V Instituto Gallach. Edición 1979

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