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Vencida tengo a la muerte,
que anduve el mismo camino:
ella lo anduvo por fuera,
yo por dentro de mí mismo
(…)
Lo que quiero es despertar
cuando se acerque a mi cuerpo
quien lo tiene que llamar.
Llámame, que ya lo espero
y ya no puedo esperar.
Emilio Prados, 1939
Se acerca el fin de año y nos reaviva el recuerdo de dos salmantinos de altura que murieron un 31 de diciembre durante los años de la Segunda República, primero el albense José Sánchez Rojas, en 1931, después Miguel de Unamuno en 1936.
Unamuno y Sánchez Rojas viven los años de dictadura de Primo de Rivera, entre 1923 y 1930, fuera y dentro de España. El primero, desde 1924, sufre el destierro en Fuerteventura y más tarde el exilio voluntario en París y Hendaya hasta 1930, el segundo el exilio y la censura interiores junto con el destierro a Huesca durante unos meses en 1926. Aunque no llegan a mantener ningún encuentro personal, les une el lazo de la correspondencia, la defensa de la libertad y la crítica a la dictadura española y al fascismo italiano, que responde con la suspensión y secuestro de diarios y revistas que publican sus textos.
Las referencias y elogios de Sánchez Rojas a Unamuno aparecen en sus artículos publicados en España y América, en especial en Argentina, donde es corresponsal de la revista El Hogar. Son años en los que Sánchez Rojas desarrolla su actividad de novelista (con el éxito de Tratado de la perfecta novia y Mercedes) y traductor de autores italianos (Puccini, Maquiavelo, Croce, da Verona), además de autor de numerosos trabajos en periódicos y revistas. En febrero de 1926 se expresa así:
“Hay afectos que no se olvidan; hay deudas de gratitud que no se pagan nunca, nunca… Los maestros son como los padres: nos han formado el corazón y nos han formado la cabeza. Figuran en nuestros amores a la vera de la madre, a la vera de aquella rubita, de aquella morena, que nos hicieron presentir el cielo en nuestros años mozos de estudiantes.”
(El Liberal, Madrid, 26 de febrero de 1926)
En todos esos años de ausencia, Unamuno ha echado mucho de menos a la ciudad de Salamanca, sobre todo sus paseos por la carretera de Zamora que elogia en 1902, en los que tantas veces le acompañó Sánchez Rojas, y que retomará a su regreso:
“Cuando en esta tranquila ciudad de Salamanca salgo de paseo, carretera de Zamora adelante, se me cansan las piernas, seguramente, pero descansa y se refresca mi sistema nervioso. El camino está franco y despejado, no encuentro en él detención alguna, nada me distrae, mi paso es igual, sin que haya de menester variarlo, y mi vista reposa en la contemplación, ya de la lejana y ahora nevada sierra, que parece un esmalte del cielo, ya en la vasta llanura de la Armuña, en que se tienden algunos pueblecillos, ya, a mi regreso, en la vista de la ciudad, dominada por las altas torres de su Catedral y su Clerecía.”
Identifica la Sierra de Gredos con el corazón, el espinazo de España:
Esta es mi España, un corazón desnudo
de viva roca
del granito más rudo
que con sus crestas el cielo toca
buscando al sol en mutua soledad;
esta es mi España,
patria ermitaña,
que como al nido torna siempre a la verdad.
(Agosto de 1911)
En febrero de 1930, cuando Unamuno vuelve de su exilio a Salamanca, donde es recibido multitudinariamente, Sánchez Rojas envía desde Madrid al diario El Adelanto de la ciudad charra un escrito en el que desvela su lealtad al “Ausente”: “por conducto de un condiscípulo, gobernador que fue unos meses en la situación pasada, a mí me ofrecieron el oro y el moro si me avenía a poner en solfa la personalidad del señor Unamuno, maestro al que debo las mejores y más hondas inquietudes de mi espíritu.”
Recibimiento a Unamuno en Salamanca el 13 de febrero de 1930.
Ambos autores se implican en el advenimiento de la República y en su proclamación, Unamuno en Salamanca y Sánchez Rojas en Peñaranda de Bracamonte. Muy pronto reclaman una República unitaria frente a las tendencias federalistas, mientras les embarga una sombra de pesimismo ante la realidad republicana. Don Miguel, ya en junio de 1931, advierte:
“Pase amigo. Pase el Jordán-Rubicón y entre en la nueva España, en la España federal y revolucionaria. Yo me quedaré en Gredos, pues empiezan a caérseme las manos y los pies. Cada vez sueño más con hierba fresca y verde, para descansar sobre ella o debajo de ella, al sol del cielo o a la sombra de la tierra.”
En los años siguientes acumulará críticas a la Constitución y a la República.
Alejandro Rodríguez, Rector de la Universidad de Santiago, Castelao, José Sánchez Rojas y Antón Vilar Ponte (25 de julio de 1931).
Sánchez Rojas, en sus Soliloquios publicados en octubre de 1931, confiesa:
“Ningún matiz de mi España me es extraño.
(…) yo os demostraré que, al pasar, quedó algo de su fisonomía espiritual en mi corazón. Y he amado todos los libros y conocido todas las literaturas peninsulares.
(…) Y ahora no sé por qué siento temblores infinitos, y me parece que quieren romperme esa unidad dentro del espíritu, y tengo en carne viva mi pobre sensibilidad de republicano esperanzado.
Yo, que sueño ahora, ahora sólo, con la España grande, no puedo en verdad, soportar estas discusiones aldeanas y familiares, estos diálogos de casinejo, estos tópicos del aislamiento y de la pequeñez.
(…) Hay un tesoro que salvar. Ese tesoro se llama España, los destinos españoles en manos españolas.
(…) Vamos de lleno a darnos la mano todos los de la meseta, los del litoral, los del Norte, los del Sur, los de abajo y los de arriba. Para caminar juntos y recorrer juntos la senda que nos espera. Ese tesoro que recibimos hemos de legarlo algún día, y no es cosa de andar en partijas testamentarias. Todo para España y España para todos.”
El 11 de noviembre dedica la atención a Miguel de Unamuno en su serie Figuras del parlamento, publicada por Mundo Gráfico:
“Don Miguel de Unamuno y Jugo, diputado a Cortes unamunista y miguelista por la provincia de Salamanca, no cabe en los estrechos límites de una semblanza. Habría que escribir todo un tratado especial, o mejor aún, una enciclopedia, ampliada y renovada continuamente, para agotar todos los matices y todos los tonos de su riquísima y compleja personalidad. Si lo hacemos aquí en estos momentos es ante el temor de que habiendo renunciado su acta por el pleito de las incompatibilidades, no tornemos a oír su voz, henchida de toda suerte de emociones y de pensamientos, en el recinto de la Cámara. Unamuno no es un partido, como él mismo ha dicho: es un entero. Las discusiones que tiene son íntimas, con su propio espíritu, y como Job, lucha hasta que raya el alba con su propia inquietud. Además, don Miguel no representa a Salamanca, con ser el representante más glorioso y el jefe natural de su Escuela: representa a España. Y es de temer que si él marcha del Parlamento quede muda la voz que dice el sentir de los españoles.
Unamuno ha contribuido como el que más a este nuevo estado de cosas. Ha sido el padre del régimen actual. Supo trocar su incompatibilidad personal con el jefe del Estado en un malestar colectivo, y la República es hija de sus desposorios con el sacrificio y con la violencia. El ilustre desterrado de Hendaya fue, durante la Dictadura, la conciencia de España. Ahora, en estos momentos, su España es una nueva ciudad de Dios que no resiste preocupaciones aldeanas, ni recelos, porque es toda ella sementera de ideales nuevos. Saludemos a don Miguel ante el temor de que abandone el Parlamento por el Rectorado. Es lo mismo: donde él esté, estará siempre la cabecera.”
Mes y medio después Sánchez Rojas cae enfermo en Salamanca, en el hotel Terminus donde se hospeda, y fallece el último día del año. Miguel de Unamuno preside el cortejo fúnebre y despide en la calle de San Pablo el coche que traslada sus restos a Alba de Tormes.
Don Miguel no abandona sus paseos por la carretera de Zamora. Su clara carretera, “soñadero feliz de mi costumbre”, cobra otro matiz:
“Carretera de los años
de mis ansias de consuelo
no padece desengaños
quien se entrega sólo al cielo.
Carretera de Zamora
al salir de Salamanca;
los siglos nos dan la hora
final de que todo arranca.”
(Salamanca, 18 de diciembre de 1932)
Unamuno paseando por la carretera de Zamora.
Exactamente cinco años después de la muerte de Sánchez Rojas, el 31 de diciembre de 1936, fallece en su casa Miguel de Unamuno. Ninguno de los dos desaparece totalmente, al contrario, nos legan en sus páginas su vida, sus anhelos, sus frustraciones y esperanzas. Bien lo explicó Don Miguel:
Todas las aves un ave
y un solo vuelo la historia.
Mientras te leo te vivo
Y me vives tú, aun muerto…
¿Muerto? ¿Qué es esto? Lo cierto
que leyéndote, cautivo
de tu letra, viva, agarro
espíritu, el de los dos,
y siento surgir a Dios
de nuestro mutuo barro.
(22 de junio de 1930)
Miguel Ángel Diego Núñez
Autor del libro
“Regionalismo y regionalistas leoneses del siglo XX (una antología)”
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