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Hoy les voy a hablar de una mujer que en vida fue amada, respetada, admirada, denostada, odiada, temida, seductora, cariñosa, estoica, dominante, terca, imperiosa, apasionada y hasta peligrosa… o sea, de Federica de Grecia, la madre de la Reina Sofía y abuela del Rey Felipe VI… a pesar de que los comunistas griegos la llamaran «la bruja alemana» y que Franco un día le dijera a uno de sus Ministros que la mantuvieran lo más lejos posible de España. Porque hoy me la he vuelto a encontrar. Sí, acabo de leer que se ha publicado un nuevo libro sobre la Reina Federica, que recoge unos diarios que, al parecer, escribieron sus Damas de Honor durante los años gozosos de su vida.
Reina Federica
Y voy a hablar de ella, porque tuve la fortuna de conocerla personalmente e incluso de verla y hablar con ella durante ocho días casi seguidos. Sucedió en septiembre de 1971, cuando ella tenía 54 años y yo 31… y sólo puedo decir, como anticipo de lo que les voy a contar, que todo lo que se ha dicho o se ha escrito sobre ella yo lo resumo en unas pocas palabras. Para mí la Reina Federica fue, de entrada, una mujer muy guapa y muy elegante, después una mujer muy simpática y alegre… y, sobre todo, una mujer ansiosa de saber. El motivo de aquella entrevista fue la publicación de sus «Memorias» en España.
Pero, como creo que antes es obligado decir quién fue la Reina Federica de Grecia, me voy a limitar a reproducir una de las biografías que figuran en Google.
«Federica nació el 18 de abril de 1917 en Blankenburg, Harz, Imperio alemán. Hija de Ernesto Augusto III, duque de Brunswick, y de la princesa Victoria Luisa de Prusia, la única hija del emperador Guillermo II de Alemania y de la princesa Augusta Victoria de Schleswig-Holstein.
Federica era bisnieta del emperador alemán Federico III y de la princesa Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha.
Como descendiente del rey Jorge III del Reino Unido, en el momento de su nacimiento Federica ocupaba el trigésimo cuarto puesto en la línea de sucesión al trono británico.
Para su familia, era conocida como «Freddie».
En el año 1936 el príncipe Pablo, heredero al trono de Grecia, después llamado Pablo I de Grecia, le propuso matrimonio en Berlín donde ambos asistían a los Juegos Olímpicos. Su compromiso fue anunciado oficialmente el 28 de septiembre de 1937, teniendo Federica que abrazar la fe cristiana ortodoxa y renunciando a su confesión luterana. El 9 de enero de 1938 contrajeron matrimonio en Atenas.23 El parentesco de ambos era bastante cercano: Pablo era primo hermano de Victoria Luisa, la madre de Federica. Además, Pablo y Federica eran primos segundos al ser bisnietos ambos del rey Cristián IX de Dinamarca. Ello no impidió que conformaran un matrimonio armonioso y estable.
Durante parte de su matrimonio, residieron en Psykhikó, un barrio residencial de Atenas. Diez meses después de su boda, el 2 de noviembre de 1938, nació su primogénita: Sofía, futura reina de España.
Federica de Grecia con la Reina Sofía
El 2 de junio de 1940, nació su hijo Constantino.
En abril de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, la familia tuvo que ser evacuada a Creta. Poco tiempo después, las fuerzas alemanas atacaron Creta, y Federica y su familia se vieron forzadas a evacuar de nuevo, estableciéndose esta vez en Sudáfrica, junto con el rey Jorge II y el resto de la familia real. Allí nació la última hija del matrimonio, la princesa Irene, el 1 de mayo de 1941. Fue su padrino el mariscal sudafricano Jan Smuts. Se trasladaron posteriormente a Londres, donde pasaron el resto de la guerra.
El 1 de septiembre de 1946, Grecia decidió mediante plebiscito restaurar al rey Jorge II en el trono. De esta manera Pablo y Federica se convertían en príncipes herederos. Un año más tarde, el 1 de abril de 1947, el rey Jorge II moría, y Federica y su marido ascendían al trono como el rey Pablo I y la reina Federica de los helenos.
Los reyes Pablo y Federica y sus tres hijos, Sofía, Constantino e Irene, veraneaban en Petali, en Sifnos.
Tras la guerra civil (1946-1949) los reyes, en calidad representativa, lucharon por reconstruir un país empobrecido tras una gran inestabilidad política. En aquellos años, la reina Federica impulsó en todo el país la creación de una red de 53 orfanatos, los llamados Paidupoleis (Παιδο(υ)πόλεις en griego), para acoger a huérfanos y a niños de familias empobrecidas y desestructuradas por la guerra civil, procedentes en su mayoría de la región de Macedonia.
La pareja real emprendió también numerosos viajes oficiales en el extranjero para facilitar el establecimiento de relaciones exteriores con otras naciones. El 16 de noviembre de 1953, Federica fue portada de la revista Life con ocasión de una visita a los Estados Unidos.
A principios de los años 60, parte de la opinión pública próxima a la oposición empezó a reprochar a la familia real los gastos suntuosos que la corona originaba al Estado, en un país cuya recuperación económica todavía dependía en buena medida de la ayuda extranjera. En 1962, año de la boda entre su hija Sofía de Grecia y Juan Carlos de Borbón, se criticó que la dote de la princesa fuese pagada gracias a una ley presentada por el gobierno de Constantinos Karamanlís en el Parlamento griego.4 En 1963, los partidos de la oposición boicotearon las celebraciones del centenario del reinado de la Casa de Glücksburg en Grecia.4
El rey murió el 6 de marzo de 1964 y Federica se convirtió en reina madre de su hijo Constantino II. Durante el reinado de su hijo, Federica fue criticada en numerosas ocasiones por inducir en exceso al joven rey a que se entremetiera en la vida política del país más allá de su papel constitucional. En 1967, tras el golpe de los coroneles, Federica huyó de Grecia junto con la familia real después de que fracasara el contragolpe intentado por Constantino. Federica se instaló en Roma. Posteriormente, la familia real se trasladó a Londres».
Imagen del palacio de Tatoi.
Ahora vayamos a mi memoria, a lo que yo viví. El año 1971 yo ya era Subdirector de «Pueblo» (el «Pueblo» de Emilio Romero) y responsable de la compra de las Grandes Exclusivas que pudieran interesar a nuestros lectores. Entonces un día supe que la editorial inglesa «Macmillan» había publicado las «Memorias de la Reina Federica de Grecia» y eso me pareció interesante, pues la Reina Federica era la madre de la entonces Princesa de España (que no de Asturias) y venía a España con alguna frecuencia. Así que hicimos las gestiones oportunas, bueno las hizo Felipe Mellizo, en aquel momento corresponsal de «PUEBLO» en Londres y nos quedamos con los derechos de edición en España y en español. Si no recuerdo mal se pagó un millón de pesetas por ellos (caro, porque no se vendían los derechos de prensa y libro por separado y hubo que comprar el «paquete»). Naturalmente, lo primero que se hizo fue publicar en forma de serial las «Memorias», tras la traducción del equipo de traductores del periódico y mis retoques de redacción… con un gran éxito de nuestro público.
A continuación, y para recuperar algo del coste, le revendimos los derechos de libro a la Editorial Gregorio del Toro, «E. G. del Toro») y en algo más de un mes estuvo lista la edición española… y fue entonces cuando surgió la Reina Federica, ya que exigió conocer la versión española e incluso ver qué fotografías se incluían, antes de publicarse… y a España vino, exclusivamente a «ver cómo era su hijo español» (fueron sus palabras), pero como quería supervisarlo todo acordamos que el editor, es decir Gregorio del Toro, y yo, como responsable último del contenido en español, acudiéramos una mañana a La Zarzuela. (Antes a través de la secretaría de la Princesa se nos había consultado si nosotros hablábamos inglés, porque Su Majestad no hablaba español…) y nuestra sorpresa, el primer día, fue que de intérprete iba a actuar la propia Doña Sofía.
Pero, lo que iba a ser una sola entrevista fueron ocho mañanas, pues acordamos que yo leía y la intérprete, la hija, se lo trasladaba en inglés… y aquellas sesiones acabaron siendo memorables. Porque la Reina cortaba cada dos por tres lo que se le leía para explicar o ampliar o detallar lo que había escrito (o le habían escrito) y a veces se reía casi a carcajadas y otras se ponía hasta triste, en especial se puso seria cuando leímos las páginas dedicadas al exilio y su forzosa separación del marido (el Rey Pablo) el tiempo que tuvo que permanecer en Sudáfrica con sus hijos Sofía y Constantino (allí, en Ciudad del Cabo, nacería, precisamente, la Princesa Irene, su segunda hija, de la que no habrá más remedio que hablar después).
Y con especial interés tuve que leerle y releerle el capítulo que le dedicaba a la espiritualidad y al alma humana (y hablo de oídas y 49 años después), pues a mi me había llamado la atención que su pensamiento parecía sacado de la Mística española y que conocía la obra de Santa Teresa y San Juan de la Cruz… y así se lo dije. Pero, para ella fue una sorpresa, para ella y para mí, porque confesó no haber leído nada de los místicos españoles… y entonces se mostró tan interesada por conocer el misticismo que, incluso, me obligó a hablarle de Santa Teresa y San Juan durante toda una mañana. En un momento dado y al releer un párrafo suyo que le había subrayado se echó a reir y me preguntó por qué se lo subrayaba (era éste: «En mi juventud me molestaban los cumplidos que me venían de todos lados, porque todos eran para decirme que yo era muy guapa, muy hermosa, muy bella… cuando habría preferido que me dijesen que era lista, muy inteligente o ansiosa de saber») y yo le leí unas palabras muy parecidas que había escrito la Santa de Ávila: » Sabed, padre,que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos, decían que era inteligente, que era santa y que era hermosa. En cuanto a hermosa, a la vista está (y ciertamente no era Sofía Loren), en cuanto a discreta nunca me tuve por boba y en cuanto a santa eso sólo Dios lo sabe».
La boda de Juan Carlos y Sofía
Sin embargo, cuando más se emocionó fue cuando la intérprete, o sea Doña Sofía, la hija (que como pude comprobar aquellos días adoraba a su madre y disfrutaba con sus cosas lo que no está escrito) le tradujo los dos poemas que yo le llevaba como un «regalo místico» del enamorado de la Grecia clásica y biógrafo de Helena de Esparta que era yo por aquellos años. El «Vivo porque no muero» de la Santa y el «No me mueve mi Dios para quererte», dicen que de San Juan.
«VIVO PORQUE NO MUERO
(1) Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
(2) Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
(3) Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
(4) ¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
(5) ¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
(6) Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
(7) Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
(8) Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
(9) Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
***
y » NO ME MUEVE MI DIOS PARA QUERERTE»
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
SÍ, y resumo, que al final la Reina Federica no sólo le dio el Visto Bueno, sino que aceptó acudir el día que se presentaran a la Prensa y al público sus «Memorias»… cosa que se hizo en el Club Pueblo y lo estuvo, con la Princesa Sofía a su lado y en primera fila varios Ministros y entre otras autoridades y personajes de la vida social la Duquesa de Alba. Naturalmente las palabras de presentación de la obra corrieron a cargo de Don Emilio Romero, el Director de «Pueblo», quien las calificó de «fascinantes».
Noticia en La Vanguardia de 1971
Pero, no sin recordar que durante la copa de vino que se dio en el gran Salón del Club, la Reina se acercó a mi y me dio dos besos de agradecimiento: uno, dijo, por haberle descubierto a Santa Teresa y San Juan y otro porque «quiero que usted me ayude a escribir el segundo tomo» (esto tal vez porque yo le había señalado que no era justo que sus «Memorias» terminaran con el golpe de los Coroneles, teniendo unas vivencias tan interesantes, en especial su estancia en la India y sus estudios sobre el hinduismo) y me regaló un ejemplar de las memorias con una dedicatoria, que había escrito en español, que decía: «Al joven periodista español Julio Merino por haberme descubierto e introducido en el mundo de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, y por su amabilidad conmigo.
Un beso, «Freddie» (así la llamaban en la intimidad la familia y eso me emocionó)».
Luego, sus deseos, incluso llegó a invitarme a Roma, no pudieron cumplirse y no volví a verla… aunque seguí todos sus pasos y su estancia en Madrás (India), donde quiso vivir su exilio.
Por cierto que no puedo terminar este relato sin hablar de la Princesa Irene (como les prometí más arriba), porque hay una leyenda, o así llegó a mi, que no me resisto a contarles. Aunque antes, y como a mi me gusta, quiero que lean la pequeña biografía que he encontrado sobre ella.
IRENE DE GRECIA Y DINAMARCA
Irene de Grecia con la Reina Sofía
«La princesa Irene (en griego: Ειρήνη) nació en el exilio, cuando su familia se encontraba en Sudáfrica debido a la invasión de la Alemania nazi de Grecia. Su padrino de bautismo fue el mariscal sudafricano Jan Smuts. Se llamó Irene como su tía, la hermana de su padre, la princesa Irene de Grecia. De regreso a su país, estudió piano, siendo alumna de la pianista clásica Gina Bachauer. La destreza que alcanzó la llevó a trabajar un tiempo como concertista profesional. Fue educada en el Colegio Arsakio. De jóvenes, la reina Sofía y su hermana la princesa Irene, se interesaron por la arqueología y excavaron en Decelia, en las inmediaciones del Palacio Real de Tatoi, experiencia de la que escribieron dos ensayos de ediciones muy limitadas junto con su profesora, la señorita Theophanó A. Arvanitopoulou, entre los años 1959 y 1960. Sus títulos fueron: Fragmentos cerámicos de Decelia y Miscelánea arqueológica. En el año 2013, son publicados en España unificados, bajo el título En Decelia. Fragmentos cerámicos de Decelia y miscelánea arqueológica.1
Estudió también en Alemania, en el internado mixto Schule Schloss Salem, el único del país que ofrecía la posibilidad de conseguir el Bachillerato Internacional. Dicho internado tenía como directora a su tía en segundo grado, la princesa Sofía de Grecia.
En 1967, la familia real griega partió al exilio por el enfrentamiento entre el rey y la junta militar dictatorial que había tomado el poder en Grecia. Tras una corta estancia en Roma, Irene se mudó con su madre a Madrás, en La India, país donde viviría hasta poco antes de la muerte de la reina Federica, en 1981. Tras la muerte de su madre, Irene se mudó a España, y comenzó a residir en el Palacio de la Zarzuela, la residencia en Madrid de los monarcas españoles que es también el domicilio propio de Irene durante sus estancias en España.»
Y ahora la «Leyenda». Dicen que la Princesa Irene, que ciertamente permanece soltera a sus 78 años, durante su estancia en Madrás (la India) cuando se fue allí con su madre se enamoró perdidamente de un Santón (un «gurú») del linaje de los Kauchi, seguidores de la tradición NATHA… y que con él estaba a punto de casarse en 1976, pues al parecer el «gurú» era un tipo increíblemente guapo (un pura sangre Ario Indú), alto, fuerte, moreno hasta parecer negro, muy culto, porque había estudiado en Oxford y muy deportista… (Tenía entones 36 años y ella 34). Lo que por motivos familiares , dicen, no pudo ser…(fue por entonces cuando Doña Sofía, ya Reina, un día cogió a sus tres hijos y sin avisarle a nadie tomó un avión y se fue a la India, con ellas, o sea, con su madre y con su hermana y huyendo de Don Juan Carlos). ¡Ay, pero –como dicen– el amor es ciego y loco!… y un día, cuando ya estaban viviendo en la Zarzuela Doña Federica y la Princesa Irene, el «gurú» se presentó en Barajas con la intención de casarse con su amor con permiso o sin permiso de la familia… ¡ y se armó la de Dios!, pues la enamorada Irene se dispuso a unirse con él y el Rey y toda la Familia Real se opusieron tajantemente… Pero, la cosa fue a peor cuando la Princesa se encerró en su habitación y se negó a salir ni a ver a nadie y la madre, la Reina Federica se alió con ella, ya que el problema fue que el «gurú» dijo que no se marchaba de Europa sin su Irene… y ahí lo tienen durante casi un año viajando de Madrid a Roma, de Roma a París y de París a Madrid… y en la Zarzuela dos mujeres encerradas… y una Reina viviendo sin vivir… En fin, historia cierta o leyenda, como me la contaron lo cuento.
Y ya saben, que yo ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi Señor… y mi señor serán siempre…la verdad y la Historia (o la intraHistoria).
Julio MERINO
Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba
PD. Y estas «Memorias» de las que yo hablo aquí no tienen nada que ver con las que 40 años después ha publicado «La Esfera de los Libros» y que yo no conozco.
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