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La Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos fue construida entre los años 1940 a 1958. Desde hace años es noticia, cuando no lo tendría que ser. Y más desde la aprobación, el 15 de septiembre de 2020, del anteproyecto de Ley de Memoria Democrática. Ya el 17 de octubre de 2007 todos los partidos del Congreso de los Diputados aprobar la despolitización del Valle. Ahora lo quieren convertir en un cementerio civil. Y la pregunta es, ¿qué derecho tienen? Ninguno. Tampoco han preguntado a las 33.847 familias que tiene ahí un familiar -de ambos bandos de la guerra civil- si están o no de acuerdo. El problema de todo estos es el revanchismo histórico. Porque en este anteproyecto hay mucho de revanchismo y muy poco de cordura. Muchos de ellos desconocen la verdad y, si la conocen, la esconden. La extrema izquierda tiene un objetivo: reescribir la historia. Y esta empieza por la desaparición del Valle de los Caídos. Teniendo en cuenta esto, a una ley no se le puede poner el adjetivo de “democrática”, pues no lo es. Su democracia no es la que todos los demócratas entendemos. El guerracivilismo sirve para tapar la incompetencia de algunos políticos. Al ser incapaces de gobernar, suplen esta carencia volviendo al pasado y sacando a pasear a sus fantasmas. Todo este pasado quedó superado durante la Transición. Ahora bien, como que tenemos unos políticos que viven más en los años treinta del siglo pasado que en la actualidad, disfrutan reviviendo el frentepopulismo que nos llevó a una guerra civil.

Sobre la obra y sus falsedades

La Abadía se encuentra en el municipio de San Lorenzo de El Escorial, en la sierra de Guadarrama -donde se vivieron grandes luchas durante la guerra civil-. En el decreto fundacional, 1 de abril de 1940, podemos leer:

La dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya, no pueden quedar perpetuados por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades los hechos salientes de nuestra historia y los episodios glorioso de sus hijos.

Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos que desafíen al tiempo y al olvido y constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor.

A estos fines responde la elección de un lugar retirado donde se levante el templo grandioso de nuestros muertos que, por los siglos, se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria. Lugar perenne de peregrinación, en que lo grandioso de la naturaleza ponga un digno marco al campo en que reposan los héroes y mártires del Cruzada. Por ello previa deliberación del Consejo de Ministros;

DISPONGO

Articulo 1º – Con objeto de perpetuar la memoria de los que cayeron en nuestra gloriosa Cruzada se elige como lugar de reposo, donde se alcen la Basílica, Monasterio y Cuartel de Juventudes, la finca situada en la vertiente de la Sierra del Guadarrama con el nombre de Cuelgamuros, declarándose de urgente ejecución las obras necesarias al efecto y siéndoles de aplicación lo dispuesto en la Ley de 7 de Octubre de 1939.

Artículo 2º – Los gastos que origine la compra del lugar y la realización de los proyectos serán con cargo a la suscripción nacional, que quedará, en la parte que le corresponda, sujeta a este fin.

Articulo 3º – Por la Presidencia del Gobierno, se nombrará la Comisión o Comisiones necesarias a fin de dar en el menor plazo, cima a esta obra.

Así lo dispongo por el presente Decreto, dado en el Pardo, a primero de abril de mil novecientos cuarenta”.

Los arquitectos responsables fueron Pedro Muguruza y Diego Méndez. En la parte artística fueron escogidos Juan de Ávalos y Santiago Padrós.

Diego Méndez, que se encargó de la continuación de las obras y del proyecto y construcción de la Cruz, tras la renuncia, por enfermedad, de Pedro Muguruza, afirma en su obra El Valle de los Caídos. Idea. Proyecto. Construcción, lo siguiente:

El monumento de los Caídos tuvo desde el principio, en la mente de su Fundador, un profundo significado. No se trataba de un gigantesco cementerio para los muertos de España. Se pretendía que su cristiano reposo fuese además homenaje de todo un pueblo a quienes le legaron una España mejor, y éste sólo será auténtico si lo mueve la fe en la inmortalidad del alma. El Monumento debería ser un templo donde la Iglesia desplegase su liturgia fructífera, que no sólo sería sufragio, sino que el culto al Supremo Hacedor daría plenitud al Valle de los Caídos.

Para las generaciones venideras debería ser además recuerdo tangible de una tragedia. Lección perenne de nuestra historia. Y al Soldado Desconocido se levantaron monumentos en todas las ciudades, emocionado homenaje, sí, pero estéril y triste, porque el Soldado Desconocido no reposa bajo la sombra de una Cruz. El Monumento que España levantaba a sus Caídos debería tener un acento cristiano. Nuestros soldados tenían que reposar en tierra sagrada, en un templo santo. Cuando el tiempo pase y las generaciones futuras digan, aquí están enterrados unos héroes que lucharon y murieron cuando fue preciso luchar y morir, pero de los que nada sabemos, el Monumento habría pasado a ser una tumba gloriosa. Tumba, osario, panteón que sólo se visitase por curiosidad o con frío espíritu arqueológico, cuando no con una frívola inconsciencia del turista. Por eso la mente del Fundador lo concebía, no como uno más de los que a lo largo y ancho de España inmortalizan una acción guerrera, sino que en él debía de latir el pulso de la Patria con una profundidad y con un símbolo espiritual superior de un episodio, por muy alta que fuera su grandeza.

Debió ser un Monumento latente, vivo, para que cuando el recuerdo del hecho actual se difumine en lo nebuloso del tiempo, no fuera necesario ir al Valle con un libro abierto, con una guía, para saber que esto se construyó por aquello. Debe recordar, inmortalizar a los hombres que en la aventura histórica supieron tender y defender él puesto que había que salvar a España. Porque en fin de cuentas la idea del Fundador era que el Monumento fuese, nada más y nada menos, que el altar de la Patria, el altar de la España heroica, de la España mística y de la España eterna.

La maledicencia ha cargado las tintas a la hora de valorar el papel que en la realización de las obras desempeñó dicho personal. Lo rigurosamente cierto es que este pequeño grupo de obreros fue atendido, aunque con las naturales limitaciones derivadas de su situación, en pie de igualdad con el resto de los trabajadores libres. Su especial psicología impulsó a algunos de ellos a asumir voluntariamente las misiones más peligrosas, aquéllas en las que para vencer a la naturaleza, había de esgrimir las armas del coraje y la dinamita. Sobre alguno de estos hombres, más no sólo sobre ellos, recayó la ciclópea tarea de horadar el Risco de la Nava, para hacer sitio a la prodigiosa Basílica que hoy alberga. Ya, como personal libre, la casi totalidad continuó su tarea en el Valle hasta el fin de las obras, contratados por las diferentes empresas. Hubo, incluso, algunos que pasaron después a trabajar en la Fundación”.

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Con respecto a su construcción existe una leyenda negra, que incluso avala el historiador Paul Preston en Franco, caudillo de España (RBA, 2005). Según esto, se afirma que se empleó en su construcción a miles de presos republicanos que, de esta manera, redimían parte de su condena. También afirman que muchos de estos presos no llegaron nunca a gozar de la libertad, pues los accidentes eran diarios y en muchos casos mortales. La segunda leyenda negra es que el Valle de los Caídos se erigió como faraónica tumba de Francisco Franco. Ambas afirmaciones carecen de fundamento. Es verdad que si se repite muchas veces una falsedad al final resulta creíble. Y esto ha pasado con estas dos aseveraciones. Se ha repetido tanto, a lo largo de los años, que pesan más que la verdad.

No podemos negar que durante su construcción trabajaron preso políticos. Negarlo sería mentir. Ahora bien, también hubo presos comunes. Ambos fueron al Valle de los Caídos de forma voluntaria. Esto ha quedado enmascarado y se ha preferido explicar todo lo contrario. Vende más la mentira que la verdad. El Gobierno de Franco dio la opción que un preso, fuera el carácter que fuera -común o político- pudiera acogerse a redimir pena por el trabajo. Quienes se acogieron a esta opción contaron 6 días menos de condena por día trabajado. De esta manera todos pudieron reducir su condena a un tercio. Además recibieron un sueldo por el trabajo allí realizado. Llegaron a percibir 7 pesetas diarias más la comida. Esto suponía que ninguno permaneció como preso más de cinco años, siguiendo después la mayoría como trabajadores libres. En 1950 ya no quedaban penados en la construcción del Valle de los Caídos. También los trabajadores podían llevar a residir a sus familiares junto a ellos en las viviendas rústicas del poblado.

Se han dado muchas cifras con respecto a las personas que allí trabajaron. Algunos historiadores han afirmado que 200.000 presos políticos habían sido obligados a trabajar forzosamente en la obra. La realidad es otra. A lo largo de los 17 años que duró la construcción trabajaron un total de 2.643 personas, y no todos al mismo tiempo. De todos estos sólo 243 eran penados. Con lo cual sólo el 9% de los trabajadores eran presos, ya sea políticos como comunes. Los números no mienten, los políticos maliciosos sí.

Una de las personas penadas que estuvo trabajando en el Valle de los Caídos, para redimir su pena, fue el doctor Ángel Lausín. Fue destinado al dispensario. Llegó en 1940 y se marchó al finalizar las obras. Como veremos, la palabras del doctor Lausín desmienten la afirmación que la construcción del Valle de los Caídos causó miles de muertos:

Como médico del Consejo de Obras del Monumento me ocupé de todos los obreros de las diversas empresas que trabajaban allí. Allí hubo accidentes, enfermos, partos, en fin, de todo. Pero para los heridos graves se organizaba el traslado en ambulancias… Los traían a la Clínica del Trabajo, que está en la calle de Reina Victoria… Hubo catorce muertos en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado allí prácticamente todo el tiempo.

De los presos políticos que estuvieron allí hasta el año cincuenta, y yo he estado allí, la mayoría eran excelentes personas, estaban cumpliendo una condena por cosas políticas y estaban ganando unas pesetas para mantener a sus familias. Una vez liberados, muchos se quedaban allí trabajando. Alrededor de los años cincuenta ya quitaron los establecimientos penales y sólo quedó el personal libre”.

El escultor Juan de Ávalos, republicano y afiliado al PSOE, con el carnet número 7, aseguraba que “gané un concurso para hacer unas estatuas con un equipo donde no había esclavos y que fue una obra hecha con la vergüenza de haber sufrido una guerra increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros muertos juntos”.

Y continuaba diciendo: “Me da risa cuando se empeñan en relacionarme con Franco. Yo sé quién soy. Lo que pienso. Lo que siento. Esa depuración me obliga a marcharme de España en 1944, harto de hacer santos baratitos garantizando los milagros y de pintar retratos de señoras a cambio de una miseria. Me exilio a Portugal sin que me permitan llevarme mi obra allí. Sólo pude sacar, escondido bajo el asiento del Lusitana Exprés, un busto que le hice a Manolete cuando vivíamos en la misma fonda y toreaba con trajes prestados. Volví a Madrid en 1950 con una exposición nacional en la que presenté el Héroe muerto. Don Paco visitó la muestra como si se tratara de una revista militar y se paró ante mi estatua diciendo: Este es el gran escultor que necesita España”.

Damián Rabal, cuyo padre y él mismo trabajaron como obreros libres, contratados por la empresa San Román, le explicaron a Daniel Sueiro en El Valle de los Caídos. Los secretos de la cripta franquista, que la cripta se comenzó a perforar a finales de 1941 con diez o doce obreros a los que pronto se sumaron trabajadores procedentes de Peguerinos, El Escorial y Guadarrama, y que los penados llegaron a finales de 1942. Además afirma: Allí mucho más suave que en las prisiones. Todos (los obreros profesionales) procurábamos echar una mano… porque los presos no eran útiles para aquella clase de trabajo; se lesionaban, no sabían ni podían. Muchos iban solos a El Escorial o a Guadarrama, y no se fugaban, sino que volvían. Además podían tener allí a sus mujeres. Ellas iban allí y ya se quedaban.

El practicante, Luis Orejas, condenado a nueve años, quedó en libertad poco después de su llegada al Valle de los Caídos, pero prefirió quedarse allí donde empezó ganando quinientas pesetas mensuales. Llevó a su mujer y allí nacieron sus cuatro hijos. Tras la inauguración del Valle de los Caídos logró una plaza de practicante en el servicio de urgencias de La Paz. Gonzalo de Córdoba, el maestro, había sido condenado a la última pena, conmutada por treinta años. Cobraba, al llegar al Valle de los Caídos, en mayo de 1944, mil cien pesetas mensuales. Gregorio Peces-Barba del Brío -padre de Gregorio Peces-Barba- condenado a muerte, también le fue conmutada la pena de muerte en 1942, llega al Valle de los Caídos a comienzos de 1944 y en abril recibió la libertad condicional, con lo que pudo abandonarlo. Durante esos meses le acompañaron su mujer y su hijo. Gregorio Peces-Barba declaró sobre el Valle de los Caídos:

Por mi parte, tampoco puedo decir que haya estado arrancando piedras, sería estúpido decir eso; no hubiera sido demasiado útil arrancando piedras. Yo estuve en el trabajo de las oficinas.

Lo que teníamos que ir inculcando a las generaciones que pudieran sucedernos, es que en España no podía volver a repetirse aquella tremenda catástrofe que supuso nuestra Guerra Civil. Por eso pienso que los vencidos de la guerra no hemos tenido nunca, no hemos tenido jamás deseos de venganza; no hemos querido ni hemos tenido presente más que el deseo de que entre las dos Españas no se siguiera ahondando. El ahondar entre las dos Españas no ha sido fruto de los vencidos. Yo quiero resaltar eso, que a los vencidos, que hemos hecho la Guerra Civil y somos supervivientes de la Guerra Civil, no se nos puede ni se nos debe tachar de revanchistas ni de marcados. Los que hemos hecho la Guerra Civil hemos sido desde el primer momento los más interesados en educar a nuestros hijos en el respeto y en el amor al prójimo; en educarles en el sentido de que su vida y su actividad y sus vivencias políticas vayan encaminadas a que de una vez para siempre vuelva a haber paz entre los españoles y aquello no vuelva a producirse”.

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Las 33.847 personas enterradas allí lo fueron por decisión voluntaria de sus familiares. El gobierno dio facilidades para ello. Se les pagaba el viaje y el traslado de los restos mortales. Los que quisieron así lo hicieron. Los que no fueron libres para no hacerlo. En el monasterio se encuentran en 19 archivos las fichas con los datos de aproximadamente la mitad de los allí enterrados. De la otra mitad se desconoce la identidad, existiendo varias hipótesis, y siendo casi seguro que fueron recogidos de fosas comunes de Brunete, Grado, Gandesa, Tarragona, Badajoz y Teruel. El periplo de los restos mortales enterrados en el Valle de los Caídos fue lento. Pocos saben que el último entierro se realizó el 3 de junio de 1983. Era un ataúd procedente de Villafranca del Penedes (Barcelona). Esto pasaba durante el primer gobierno de Felipe González.

Así pues, el Valle de los Caídos fue construido como simbólico enterramiento indistinto de víctimas de una guerra de ambos bandos. Los dos combatieron para defender unos ideales que consideraban justos. La Abadía es un lugar de reconciliación y no de luchas políticas. Y, como dijo el Papa Juan XXIII, después de visitarlo, convino que España era la única nación que erige un monumento a los caídos de ambos bandos, vencedores y vencidos. Exclamando: “¡En Francia sólo se hacen en honor de los vencedores!”.

La obra costó 1.086.460.331,89 pesetas. Tuvo un coste humano de 14 personas y la muerte lenta de otra cincuentena al contraer, durante los años que trabajaron en el Valle, la silicosis. Desde su inauguración, en 1958, hasta la muerte de Franco, en 1975, el Valle de los Caídos fue visitado por 70.000 personas.

Descripción del Valle de los Caídos

La basílica está excavada, perforando el Risco de la Nava y tiene una longitud de 262 metros. Su máxima altura se alcanza en la bóveda del crucero, con 41 metros. Las dimensiones actuales, después de decorada con un mosaico de estilo bizantino, es de 37,80 metros sobre el suelo. Para el mosaico se utilizaron unos 5 millones de piedrecitas esmaltadas en diversos colores, que forman diferentes conjuntos de figuras y un Pantocrátor con la inscripción Ego sum lux mundi. A su derecha, Santos mártires españoles, capitaneados por San Pablo, con la espada. A su izquierda, Santos españoles no mártires, capitaneados por Santiago Apóstol. En el lado opuesto, a la derecha la Virgen subiendo a los cielos a los soldados muertos. A la izquierda, a los civiles sacrificados. Es obra de Santiago Padrós.

Sobre la puerta de entrada a la basílica está colocada la estatua de la Piedad del escultor Juan de Ávalos, en piedra negra de Calatorao (Zaragoza), que mide 12 metros de longitud por 5 de altura.

La puerta de entrada, en bronce macizo con bajorrelieves con los doce apóstoles y los misterios del Rosario, es obra de Fernando Cruz Solís. Sus dimensiones son: 10,40 x 5,80 metros y un peso de 30 toneladas.

Los vestíbulos son de 11 metros de ancho y de alto; en el segundo de ellos, al lado izquierdo está situada la fecha de su inauguración, 1 de abril de 1959, y la de la consagración como Basílica Menor, el 4 de junio de 1960. Los Ángeles montando guardia, en bronce macizo y 6 metros de altura, son obra de Ángel Ignacio González. La Gran Reja, de 11 x 11 metros, formada por 3 cuerpos separados por 4 machones, con puerta de dos hojas, es obra del escultor José Espinós Alonso. La Cripta tiene 262 metros de longitud y la nave 22 metros con 6 capillas laterales. A la izquierda, la primera corresponde a la Virgen de África; la segunda a la Virgen de la Merced; la tercera a la Virgen del Pilar; a la derecha, la primera a la Inmaculada; la segunda a la Virgen del Carmen y la tercera a la Virgen de Loreto.

Las estatuas de la entrada al crucero, esculpidas en piedra, representan a los combatientes y son obra de los escultores Antonio Martín y Luis Sanguino. La capilla del Santísimo está situada a la izquierda: Sagrario de plata y esmaltes de José Espinos Alonso. La capilla del Cristo Yaciente, situada a la derecha, tiene la escultura de Cristo, de alabastro; las de San Juan y La Magdalena, en madera policromada, de Ramón Lapayese.

El Coro dispone de 70 clásicos sitiales y dos estatuas: una de San Benito y la otra de San Francisco, ambas del escultor Ramón Lapayese.

El Altar Mayor, construido en una sola pieza de granito pulimentado de 5,20 metros de longitud x 2,20 metros de anchura y 0,20 de gruesa. Sobre él se alza una Cruz cuyos brazos y tronco son de enebro, y el Cristo en madera de caoba policromada, obra de Julio Beovide, situado en la vertical de la monumental cruz de roca y en el centro de la bóveda de la cripta, desde donde se le ilumina con luz cenital en el momento cumbre de la misa. Los cuatro Arcángeles: San Miguel, San Rafael, San Gabriel y San Uriel, en bronce y 7 metros de altura, son obra de Juan de Avalos.

La Cruz Monumental es obra del arquitecto Diego Méndez, de 150 metros de altura desde su base. En su primer basamento, los cuatro evangelistas: San Lucas, con el toro; San Juan, con el águila; San Marcos, con el león y San Mateo, con el hombre o ángel; alcanza los 25 metros. En el segundo basamento están colocadas las virtudes y se eleva 17 metros más. El fuste de la cruz, otros 108 metros. Los brazos, de uno a otro extremo, miden 47 metros; y en la parte superior de dicha cruz se mantiene una oscilación constante de unos 12 centímetros, que resulta imperceptible. Su peso se estima en unas 200.000 toneladas. En total, 150 metros de altura y desde la explanada unos 300 metros. Las esculturas son obra de Juan de Ávalos. Para ascender a la base de la Cruz, a una altitud de 1.400 metros, además de un ascensor interior que sube hasta lo alto de la misma, se ha instalado un funicular que, arrancando desde los 1.258 metros de altitud, sube hasta 1.383 metros, salvando una pendiente máxima de un 53,1%. También se puede subir a pie desde el plano de la abadía benedictina, por una senda y una escalera de 280 escalones.

La Abadía benedictina forma un conjunto rectangular de 300 metros de longitud y 150 metros de anchura, donde se distribuyen: Monasterio, Lonja, Hospedería externa y Centro de Estudios Sociales. Todo ello regentado por la comunidad benedictina. La zona monástica, asentada en la base de cruz, se compone de dos cuerpos; a la derecha de la puerta posterior de la cripta, el monasterio y a la izquierda la escolanía.

Autor

César Alcalá