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La Brigada Lincoln fue un grupo de voluntarios norteamericanos que vino a España supuestamente a combatir contra el golpe militar pero que fueron incorporados a la estructura comunista de las Brigadas Internacionales, sometidas a la URSS y que luchaban para la implantación revolucionaria de la dictadura del proletariado. 

Muchos de los voluntarios norteamericanos, a los que tantas veces a elogiado Pablo Iglesias, la última durante la visita del presidente de EEUu Barak Obama a España, fueron asesinados por la brutal represión impuesta por André Marty, el socialista francés que estableció el precio de la vida humana en 75 céntimos de peseta, el precio de un cartucho en aquellos momentos.

Claro está que el líder de Podemos no ha explicado esta circunstancia al dirigente de EE UU que conocerá, por su vertiente romántica, la versión edulcorada de sus compatriotas que vinieron a España con el único objetivo de matar a aquellos españoles que no pensaban como ellos. Ni que decir tiene que por aquel entonces el comunismo era legal en Norteamérica y que muchos de los que vinieron a lucha a España eran furibundos comunistas que luchaban por la ideología más criminal que ha conocido la Historia.

El mismo George Orwell describió las Brigadas Internacionales de manera muy gráfica como “peones del estalinismo y estalinistas disfrazados enviados desde Moscú para acabar con los trotskistas del POUM e implantar en España una dictadura marxista-estalinista”.

El autor socialista británico en su libro “Homenaje a Cataluña”, explica como “Extranjeros procedentes de la Columna internacional y de otras milicias eran hechos prisioneros cada vez en número más creciente. Generalmente eran detenidos por desertores (…) el número de desertores extranjeros prisioneros llegaron a diversos centenares, pero la mayoría llegaron a ser repatriados gracias al escándalo que se produjo en sus países de origen”.

Otro intelectual que también fue voluntario en España, Cecil Eby, en su obra «Voluntarios norteamericanos en la Guerra civil española», cuenta el desengaño que sufrieron los brigadistas al ser testigos de la estalinización de la política republicana y la consiguiente represión del POUM del cual muchos brigadistas eran simpatizantes. Las deserciones empezaron a abundar, al mismo tiempo que las detenciones. Los brigadistas detenidos iban a parar principalmente a la prisión de Albacete, tristemente famosa por su rigor extremo.

Así se reprimía en las Brigadas Internacionales

André Marty, conocido como “carnicero de Albacete”, era un comunista francés que fue nombrado por Stalin inspector general de las Brigadas Internacionales (BI) y responsable de su cuartel general en la localidad castellanomanchega de Albacete. Marty fue uno de los responsables de la brutal represión a la que fueron sometidos los voluntarios de las BI por diferentes causas. Su vida, que tan solamente valía 75 céntimos para Marty, podía acabar entre torturas y asesinatos si osaban dudar de la disciplina comunistadentro del cuerpo, si solicitaban la devolución de su pasaporte o si reclamaban algún permiso concedido y no disfrutado y, por supuesto, la negativa a reengancharse tras cumplirse los seis meses que duraba su voluntariado era causa de sentencia automática de muerte. En cualquier caso, el responsable máximo de la represión sobre los interbrigadistas, como gustaban en definirse, lo tenía claro: ‘La vida de un hombre vale 75 céntimos, el precio de un cartucho’

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El propio Marty reconoció haber ordenado la muerte de casi 500 brigadistas a su cargo en Albacete. El reconocimiento lo hace en una carta enviada por el francés que se encontró en los archivos de la KGB tras la caída del muro de Berlín. En la carta decía, textualmente: “no he dudado en ordenar las ejecuciones necesarias. Esas ejecuciones, en cuanto han sido dispuestas por mí no pasan de quinientas, todas ellas fundadas en la calidad criminal de los condenados”. En su misiva obvia las, al menos, cuatro ejecuciones –dos tenientes y dos sargentos-, que asesinó en presencia de la tropa en el aeródromo de Albacete para dar un escarmiento público a quien quisiera abandonar las Brigadas.

Pero no fue el francés, que volvió a su país tras la guerra donde fue diputado comunista hasta un año antes de su muerte en 1956, el único criminal que asesinó u ordenó asesinar a camaradas por su “desafección al comunismo”. Son dos docenas de dirigentes comunistas los que cometieron crímenes similares: Josip Broz “Tito”, Alexander Orlov, Erno Gerö, Emilio Kléber, Karol Swierczewky, Richard Staimer, Walter Ulbricht, Enrich Mielke, Zimbaluek, Otto Flatter, Georg Scheyer, Marcel Lantez, Vital Gayman, Martino Martini, Richard Ruegger, Vicenzo Bianco, Vittorio Vidali, Emilio Suardi, Alfred Herz o George Mink, Herman o Alexander Petrovich Ulanovsky, Palmiro Togliatti, Luigi Longo, Emil Copic, Vladimir Copic, Rudolf Frei, Moritz Bressler y Wilhelm Zeisser.

Curioso es el caso de Josip Tito, que pasaría a la historia como el comunista que mantuvo a Yugoslavia unida frente al estalinismo, y que fue un firme defensor del líder comunista soviético durante su etapa en España. Un reciente libro del periodista serbio Pero Simic, que no se ha traducido todavía en España, pero cuyo título traducido literalmente sería “Tito, el secreto del siglo”, asegura que el dirigente yugoslavo, durante su etapa en la Guerra Civil española “mató más comunistas que todo el ejército de Franco”.

Esta tropa de asesinos comunistas actuó en todo el territorio español y solían ejecutar a sus víctimas agrupadas por nacionalidades. Así, Marty llegó a ordenar la muerte de 83 belgas en un solo día, como publicó el 23 de marzo de 1939 el diario Le Populaire de Bruselas. En la prisión de Cambrils (Tarragona), el responsable comunista Otto Flatter (su nombre real era Ferenc Münnich y fue ministro del Interior en Hungría) ordenó la ejecución de 60 reclusos en su calidad de jefe de la XI Brigada Internacional.

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Otros sesenta presos de la prisión que organizaron los brigadistas en el castillo de Castelldefels fueron asesinados por orden del comunista croata Emil Copic. Cincuenta más cayeron en la prisión de Horta (también en Barcelona). En el frente de Aragón, 25 voluntarios norteamericanos que pidieron volver a su país fueron abatidos en el verano de 1938, en enero del mismo año habían sido asesinados 9 alemanes integrados en la Brigada XI en Teruel y un número indeterminado fueron ejecutados en Seseña en noviembre de 1937, cinco más en Valsaín (Segovie) en mayo de 1937, tres finlandeses en Tarragona en abril de 1938, dos franceses en Pozoblanco (Córdoba), y muchos otros casos repartidos por toda la geografía española.

Hasta tal punto fue dura la represión contra los miembros de las Brigadas Internacionales que no eran sumisos a los dictados de Moscú, que muchos de ellos reflejaron estos excesos en libros escritos después de la Guerra Civil. Así, Sandor Voros, que fue comisario político de la XV Brigada aseguró: “El terror cunde en las Brigadas Internacionales. Para detener la ofensiva fascista necesitamos aviación, artillería, tanques blindados, transporte, oficiales preparados, suboficiales y combatientes. Los líderes del Kremlin piensan de otra forma; aunque nos proporcionan material, confían sobre todo en el terror. Oficiales y soldados son implacablemente ejecutados siguiendo sus órdenes. El número de víctimas es particularmente elevado entre los polacos, eslavos, alemanes y húngaros, sobre todo entre los que vinieron a España desde Moscú. Son ejecuciones sumarias que el SIM lleva a cabo en secreto en la mayoría de los casos”.

El italiano Carlo Penchienati, que participó en la Guerra de España como comandante de los voluntarios italianos alistados en la Brigada Garibaldi no dudaba en asegurar que la cheka “funcionaba a pleno rendimiento”.

Autor

REDACCIÓN