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El 15 de marzo es un día con unas connotaciones terribles en la historia de Portugal, un día que debería ser una fecha de duelo y de recuerdo a las víctimas inocentes, pero no lo es, es un día más en el calendario. Hace exactamente 60 años, entre el 15 y el 16 de marzo de 1961, 7.000 ciudadanos portugueses, 1.000 blancos y 6.000 negros, fueron masacrados en el norte de Angola en poco más de 48 horas. Los asesinos pertenecían a la UPA (Unión de los Pueblos de Angola), un movimiento independentista dirigido por José Gilmore Holden Roberto y que al año siguiente constituiría el FNLA – Frente Nacional para la Liberación de Angola, que se enfrentaría a las Fuerzas Armadas portuguesas durante 13 años. La masacre fue el inicio del terrorismo y de la guerra de guerrillas en Angola. Más tarde, el fenómeno se extendió a las provincias de Guinea Portuguesa (1963) y Mozambique (1964) en lo que sería conocido como la guerra de Ultramar.

En pleno proceso de descolonización e independencia de las naciones africanas, Holden Roberto consiguió distintos apoyos a su causa. Habib Bourguiba, presidente de Tunez, le ofreció ayuda en la lucha armada contra Portugal. Las armas fueron entregadas durante la misión tunecina de mantenimiento de la paz de la ONU en el Congo belga de 1960. El Congo se independiza ese mismo año y, puesto que la zona sur del país tiene la misma base étnica que la zona más septentrional de Angola, los bacongos, el nuevo estado se convierte en una retaguardia segura para la UPA en términos de entrenamiento, asesoramiento militar y suministro de armas. Por último, la elección de John Fitzgerald Kennedy el 20 de enero de 1961 es un nuevo apoyo para la “autodeterminación” de los pueblos africanos. La UPA empezó a recibir apoyo financiero del Comité Americano de África, de varios gobiernos africanos e incluso de la CIA.

El año 1961 empezaba de forma convulsa con graves incidentes laborales en las plantaciones de algodón de Baixa de Cassange, y en febrero se produjo un asalto armado contra una comisaría en Luanda que se saldó con siete agentes y entre 15 y 25 asaltantes muertos, posteriormente se relacionó a la UPA con este ataque. Pero nadie esperaba lo que iba a suceder el 15 y 16 de marzo. 

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El día amaneció como tantos otros en las plantaciones de café del norte de Angola (Dembos, Negage, Úcua y Nambuangongo), principal pilar económico de esta región, pero en lugar del canto del gallo, el amanecer fue anunciado por los gritos de una turba de asesinos: “¡Mata, mata, UPA, UPA!”. Armados con machetes y canhangulos (escopetas de fabricación casera), drogados para no tener miedo a las balas y sedientos de sangre, los militantes de la UPA empezaron a matar a todos los que se cruzaban en su camino, torturando y asesinando de forma salvaje a hombres, mujeres y niños.

La ira de los criminales no se dirigió únicamente contra los blancos, los negros “bailundos” (bantúes que trabajaban en los cafetales) que no se unieron a la UPA fueron también brutalmente asesinados. Las fotografías y películas de la prensa documentan la crueldad de la matanza: cuerpos desmembrados a machetazos o con sierras para cortar madera, mujeres destripadas, cabezas clavadas en estacas, bebés y niños aplastados contra las paredes… Muchas mujeres fueron violadas, en algunos casos por decenas de salvajes en pocas horas. Casas, plantaciones y aldeas enteras fueron saqueadas y quemadas, los distritos de Zaire y Uíge quedaron devastados.

Holden Roberto se encontraba en la sede de la ONU en Nueva York, en un primer momento no reconoció la autoría de la UPA por la crueldad del ataque. Sin embargo, le aconsejaron hacerlo para que ningún otro grupo pudiese reclamar la masacre y “apuntarse el tanto”. Roberto y los cabecillas de la UPA creían firmemente que la matanza provocó el éxodo de los colonos de Angola y había facilitado la independencia. Pocos días después, el 23 de marzo, la III Conferencia de pueblos africanos de El Cairo aprobó el “uso de la fuerza para liquidar el imperialismo”, mencionando Angola, Mozambique y Guinea. El crimen estaba legitimado.

Las fuerzas militares en la zona eran escasas, sólo había cuatro unidades de cazadores especiales en Angola, un escuadrón de caballería y no demasiados medios aéreos, por lo que los primeros en hacer frente a los asesinos de la UPA fueron los civiles, armados con armas de caza y organizados en milicias. Debido a las temporadas de lluvias y al mal estado de las comunicaciones, las primeras tropas llegaron a la zona tres semanas después de la matanza. En mayo llegó el primer contingente de tropas de refuerzo metropolitano y la respuesta del ejército portugués fue muy contundente. Pocos meses después la situación estaba relativamente controlada en el norte de Angola y la UPA refugiada en su santuario del Congo.

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Los asesinados de marzo son, como tantos otros, muertos de segunda clase, muertos que no entran en el relato porque eran “colonialistas”. Mientras que la gran mayoría de los jóvenes portugueses conocen a George Floyd, no tienen ni idea de lo que aconteció a sus compatriotas, hombres, mujeres y niños, blancos y negros, a manos de los “luchadores contra el imperialismo”, o desconocen que el soldado más condecorado de Portugal, Marcelino da Mata era de origen guineano. De eso no se habla, pero la izquierda sigue hablando del colonialismo y la derecha liberal calla. La prensa lusa no ha hecho mención al 15 de marzo salvo por dos excepciones. Un muy buen artículo de Frederico Nunes da Silva en Noticias Viriato 15 de Março: 60 Anos do Massacre que Vitimou 7000 Portugueses | Notícias Viriato (noticiasviriato.pt), que detalla la situación previa en Angola y lo ocurrido en la trágica jornada. Y la revista Sábado, que junto a la tercera entrega de las memorias de Barack Obama lleva en portada “Masacres en Angola. Las milicias de vigilancia blanca”. Los blancos son los malos, el relato es el relato. 

El mes pasado, el diputado socialista Ascenso Simoes pedía que se demoliera el monumento a los descubrimientos en Lisboa porque fue construido durante la dictadura y “hay que limpiar de la memoria elementos que son perjudiciales para la construcción de una democracia plena”. Limpiar de la memoria, una expresión que parece sacada de “1984”.  El mismo discurso al que ya estamos acostumbrados en España y que cada vez es más común en Portugal. Por eso es imperativo recordar, poner nombre a las víctimas y salvar la memoria. Para ganar la batalla del futuro, primero hay que ganar la batalla del pasado.

Autor

Álvaro Peñas