20/05/2024 09:58
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El pasado jueves, el Tribunal Constitucional polaco decretó que el aborto eugenésico es incompatible con la constitución polaca. El tribunal resolvía así una querella presentada por 119 diputados polacos, mayoritariamente de Ley y Justicia (PiS), en 2019. En ese año, el número de abortos legales en Polonia fue de 1.110, de los que se practicaron un 97% por malformación del feto (casi la mitad por síndrome de Down). En consecuencia, los únicos supuestos legales de aborto en Polonia ahora son el peligro de muerte para la mujer y el embarazo debido a un incesto o violación. La noticia causó euforia en el movimiento provida que manifestó su satisfacción por una sentencia que considera histórica. La diputada del PiS, Anna Siarkowska, declaró que el tribunal había manifestado algo obvio, que “la vida humana tiene un valor imperativo, no importa si se trata de una persona enferma o sana. La vida de los niños con alguna discapacidad es tan valiosa como la vida de los niños sanos”. También señaló que ahora el objetivo de los diputados provida sería centrarse en ayudar a las familias que tienen hijos con discapacidades.

Por el contrario, la sentencia desató la ira de los grupos feministas proaborto y de la extrema izquierda, que se manifestaron esa misma noche frente a la sede del tribunal y del partido PiS, y posteriormente se dirigieron a la casa del presidente del PiS, Jaroslaw Kaczynski. Los manifestantes mostraron una violencia inusitada contra la policía, arrojando piedras e intentando romper el cordón policial, y fueron disueltos mediante el uso de gas lacrimógeno. Hubo 15 detenidos.

En el plano político, además del esperado apoyo a los manifestantes por parte de la oposición polaca, las críticas más furibundas vinieron, como suele ser habitual últimamente, de la Unión Europea. La comisaria de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Dunja Mijatovic, afirmó que era un “día triste para las mujeres” y que la sentencia “violaba los derechos humanos”. Iratxe García, presidente de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, manifestó que la sentencia era una violación a los derechos de las mujeres y una barbarie. Por su parte, Donald Tusk, presidente del Partido Popular Europeo, la calificó como una “villanía”. Las ONG globalistas también se han unido al coro de plañideras, así, la Fundación Helsinki de Derechos Humanos (financiada por Soros) señaló que la sentencia condenaba a la mujer a una “tortura de por vida”, por su parte, Amnistía Internacional iniciaba una campaña ante lo que consideraba como un nuevo ataque a los derechos de las mujeres.

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La protesta no terminó con los incidentes del jueves noche, y el feminismo y la izquierda han salido diariamente a la calle en distintas ciudades polacas bajo eslóganes tan pacíficos como, “El infierno de las mujeres”, “Tienen las manos manchadas de sangre”, o “¡Es la guerra!” Pero nadie esperaba lo que sucedió el domingo. Ese día, en ciudades como Varsovia, Lodz, Poznan o Cracovia, la ira del feminismo y la izquierda radical se dirigió hacia las iglesias. Grupos de manifestantes realizaron pintadas en las fachadas de los templos, insultaron y arrojaron objetos a las personas que acudían a misa, e incluso entraron en las iglesias arrojando petardos e interrumpiendo los servicios religiosos. Aquí es importante señalar que la iglesia polaca no ha presionado al Tribunal Supremo, incluso algunos obispos y sacerdotes se han distanciado del asunto y han pedido dialogo, y que la sentencia es consecuencia de la propia constitución polaca. Pero esto no tiene ninguna importancia para los grupos feministas porque la Iglesia Católica, dentro de sus esquemas ideológicos, es el enemigo a batir.

Ante una sorprendente pasividad policial, grupos católicos y patriotas polacos acudieron a defender las iglesias. Su presencia no desanimó a los violentos manifestantes de izquierda y se produjeron incidentes que obligaron a intervenir a la policía. Finalmente, la llegada de más voluntarios, incluso de aficionados de equipos de futbol locales, evitó que más iglesias fueran atacadas. El líder de la asociación de la Marcha de la Independencia, Robert Bakiewicz, dio una rueda de prensa improvisada frente a la Iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia, anunciando la creación de un grupo de autodefensa cívica que no permitirá que los que “están en contra de la civilización” ataquen a los católicos.  

La actuación policial levantó muchas críticas por su falta de contundencia, pero tiene una cierta explicación. La foto que los medios querían vender de lo ocurrido el domingo en Polonia no era la de las feministas agrediendo e insultando a las personas que acudían a misa, que fue lo que sucedió realmente, no, querían la foto de la policía polaca golpeando a mujeres por “defender sus derechos”. Y no lograron esa imagen. Mediante una insistente campaña se está presentando a Polonia como un país que se está encaminando hacia una dictadura retrograda y ultramontana, una sociedad sometida por la iglesia que oprime a mujeres y homosexuales. Si las fuerzas progresistas no lo impiden, Polonia se convertirá en la sociedad totalitaria mostrada en la serie “El cuento de la criada”. Todo eso es mentira, pero se repite una y mil veces. El caso Margot es un buen ejemplo, un extremista presentado como un símbolo de la represión del gobierno polaco contra los LGBT. Sin embargo, un video demostró que la causa de su arresto fue el ataque violento contra unos militantes provida, no su inclinación sexual, y que todo era un montaje.

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De la mano de esta campaña de acoso, Polonia ha sufrido toda clase de condenas por parte de una Unión Europea cada vez más alejada de sus principios fundacionales y al servicio de intereses globalistas. La reforma judicial, la política migratoria, o la violación de los “derechos humanos” de los LGBT, han sido esgrimidos una y otra vez para amenazar con la pérdida de fondos europeos a los políticos polacos por no aceptar la ideología de género o el reparto de refugiados. Ahora se enfrenta a la violencia y la provocación de una minoría. Jaroslaw Kaczynski llamaba ayer a los miembros y partidarios del PiS a defender las iglesias. “Este es un ataque que pretende destruir Polonia y dar el triunfo a fuerzas que conducirán al final de la historia de la nación polaca como la conocemos”. No le falta razón. Lo que se pretende no es un mero cambio de leyes, es una enmienda a la totalidad, un ataque a lo más profundo de la nación polaca que, fiel a su espíritu, sigue resistiendo.