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Canto a la resiliencia y la conciliación. Hace unos años me contactó Rafael Valdivia Blánquez. Le había conocido vagamente en los tiempos en que él era niño, y yo pasaba de vez en cuando por Marmolejo para ver a mis abuelos. Marmolejo había entrado ya en la decadencia que sobrevino antes de la remodelación del balneario. Era un pueblo pequeño dedicado sobre todo a la aceituna, de gente sencilla, acostumbrada a sacar del campo lo necesario para la subsistencia. Mi abuela Laura y su segundo marido, Manuel, se habían conocido allí, y allí se instalaron hasta que ambos murieron, en un piso céntrico demasiado grande y más tarde en otro más reducido en el barrio del Huevo. Manuel tenía allí espacio para su biblioteca, y mi abuela para los recuerdos de una vida de novela.

“Tu abuelo me abrió a la literatura. Todo lo que soy hoy día se lo debo a él”. Rafa Valdivia es hoy día ingeniero y concejal de Cultura en el Ayuntamiento de Marmolejo, pero cuando hablamos volvía a ser aquel niño que siempre andaba con Manuel, buscando entre los libros la riqueza en la expresión y el conocimiento que ellos contienen. Había pasado con él, como yo misma en tantas ocasiones, las horas comentando pasajes, una frase sublime, un hecho sorprendente… Sin apenas conocernos, ya compartíamos el cariño por una misma persona. Quería que le contara sobre Manuel, porque la presencia en su vida de aquel hombre extraordinario le había inspirado la necesidad de escribir. Y de este modo salió a la luz “Los libros del Maestro”, que presenta el 1 de septiembre a partir de las 21:00 horas en el Museo de Arte Contemporáneo Mayte Spínola de Marmolejo.

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Cuando les comenten sobre este libro, publicado por editorial Samarcanda, les dirán que es la historia de una “particular relación entre un docente represaliado durante la Guerra Civil, ultrajado por el franquismo, y un alumno que descubre la historia mas personal del docente a partir de los libros”. Sin embargo, en el ánimo del autor está contribuir a que las viejas heridas se cierren de una vez. La novela “trasciende los límites de una mera narración de la Guerra Civil española. Es un relato conmovedor que entrelaza generaciones, una oportunidad para la reconciliación y un profundo tributo al poder de los libros y de la lectura”.

“Una oportunidad para la reconciliación”. Manuel tuvo el acierto de no inculcar en aquel niño el odio y el rencor. Había nacido en Cintruéñigo (Navarra), y fue denunciado por un vecino del pueblo que le envidiaba la novia. Él, que nunca había tenido interés por la política, se vio en el Penal del Dueso, y allí estuvo siete años de su primera juventud hasta que pudo escapar montado en un caballejo llamado Acanturo. Al regresar encontró a su antigua novia casada con su delator, como el Conde de Montecristo…

Cuando Manuel me contaba aquellas cosas lo hacía sin rencor. Eran las circunstancias de la Guerra Civil, y en todas partes se cocieron habas. Cuando se unió a mi abuela era consciente de que ella venía de una familia distinguida, y que en su casa existía un íntimo trato con el general Queipo de Llano. No creo que se parara siquiera a pensar que aquello pudiera ser un inconveniente, si acaso una anécdota curiosa.

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Por respeto a mis abuelos, Rafa Valdivia ha cambiado los nombres de los protagonistas y también ha ficcionado algunos hechos, porque hay mucha gente que no tiene esa grandeza de miras y pudiera verse inclinada a opinar de temas que no les conciernen. Parte de esta historia maravillosa lleva la impronta de mis abuelos, pero sobre todo lleva un mensaje que deberíamos compartir todos los españoles: hay que entenderse y convivir desde el respeto, dejando atrás unos y otros el pasado. Manuel nunca pidió venganza: en lugar de ello se dedicó a convertir su vida en algo que le hiciera sentir orgulloso. Desde donde esté, estoy segura de que con Rafa Valdivia ha sentido colmada su aspiración.