Getting your Trinity Audio player ready...
|
Alerta Digital apuesta por el identitarismo como eje vertebrador de la vida española y revulsivo de la moral pública. Estamos convencidos que ese humanismo cristiano, reflejo del orden natural y no de las ideologías en boga, férreamente sustentadas en leyes civiles, desde el homosexualismo a la de género, es el único espacio viviente donde el ser humano puede hallar sentido imperecedero a su existencia.
Los patriotas identitarios seguimos las leyes naturales y el sentido común, por eso acertamos en tantas cosas con décadas de antelación, mientras que el sectarismo liberal-marxista sólo ve en las personas a simples dígitos intercambiables, sin tener en cuenta los factores culturales, étnicos y religiosos que conforman la identidad de los pueblos. Es como si pensáramos que los yanquis de hoy en día provienen del mismo tronco genético-cultural que los indios sioux o los apaches y nos preguntáramos cómo han pasado en dos siglos de vivir en chozas paleolíticas a construir rascacielos y conquistar el espacio… Normal que liberales y marxistas se sorprendan de estas cosas y no entiendan nada.
Cuando se habla tanto de democracia y de libertad nadie define esos términos y, por lo tanto, no sabemos de qué estamos partiendo. Cada uno puede entenderlos como quiera y así no vamos a ninguna parte. Libertad es capacidad de obrar o de no obrar, de elegir entre el bien y el mal. O la libertad de especificación, que consiste en elegir una cosa con preferencia de otras. Dicho más claro, para que haya libertad en el acto humano tiene que no haber coacción. Hay dos clases de coacción: la coacción física o externa y la coacción moral, que es la limitación de nuestros actos humanos por no chocar con la Justicia. Por lo tanto, somos inmunes de coacción física, pero no somos inmunes de coacción moral, porque hay un límite más allá del cual nuestras acciones no pueden llegar si rompen ese orden querido por Dios.
En contraposición, los laicistas interpretan la libertad como un producto de consumo. Ningún político laicista puede darnos un litro o un metro cúbico más de libertad. Es algo metafísico, que está por encima de la física, como lo está la felicidad, la belleza o la eternidad. La libertad, en vez de ser un término político, en realidad es un concepto religioso, porque en ella, en la forma de actuar, nos definimos como somos y por tanto marcamos nuestra moralidad, nuestra vida, nuestra identidad, nuestra historia… de las cuales tendremos que dar cuenta.
Por consiguiente, a través de la libertad demostramos lo que somos en orden siempre a una finalidad trascendente, lo que la convierte en un concepto religioso en último término.
Paradójicamente, los que más atropellan la libertad de los demás son los que se llaman demócratas y los apóstoles del globalismo. Ellos quieren la democracia para permitirse esa inmunidad de coacción moral, ya que en un sistema más justo, en un régimen regido por las leyes naturales, sí que chocarían con las leyes morales. Alguien tiene que dictar con conciencia y así nos es extraño que las democracias liberales estén acelerando la descomposición de la civilización más fecunda que haya dado la historia de la humanidad.
Cuando las sociedades acaban tan fragmentadas como la nuestra, con divisiones en todos los ámbitos, sobre todo el de la familia, es porque al globalismo le interesa que el ‘hombre-masa’ se imponga a la excelencia del hombre hecho a imagen de Dios. Se pretende que la verdad tenga que ver con el número. De hecho, un especialista puede tener razón contra todo el mundo. La verdad no depende del número y está por encima de nosotros, ya que para eso está la ley natural, la ley divinopositiva. Todo lo demás no depende del predicador sino del que viene de lo alto, cosa que no admite la democracia, que dice que todo tiene que venir de abajo, de la masa. Y la masa, demostrado ha quedado, casi nunca tiene la razón.
Hay algo, sin embargo, contra lo que el sistema democrático liberal no puede ni podrá nunca. Me refiero al orden natural. Los identitarios cristianos tenemos la ventaja sobre los globalistas en que somos depositarios de esa certeza y de ese espíritu sin los cuales Europa transita de mal a peor cada año. Aunque nos toque vivir aún momentos de zozobra, ese espíritu soplará cuando la noche oscura termine y vuelva a amanecer.
No debemos caer en la trampa de los impostores que en nombre del patriotismo nos hablan de aparcar a Dios de los asuntos terrenales. En eso no se diferencian de nuestros enemigos. No se tiene en cuenta la ley que está por encima del hombre. El hombre se considera un dios capaz de organizarse por sí mismo, prescindiendo de Dios y de la ley natural. Luego viene el choque con nosotros mismos. Ese es el problema de las contradicciones democráticas, que parten de dos principios falsos: que todos somos iguales y de que la verdad viene de abajo, del número y no de arriba como revelación. Como la democracia no conduce a la revelación ni a nada que venga fuera de este mundo, el hombre se considera un dios, y ahí están sus contradicciones, que acaban en la ley implantada por las élites para privilegio de unos pocos. No es casualidad por tanto la saña cristianofóbica empleada por los miembros de la izquierda y el laicismo radicales, títeres del verdadero poder en la sombra.
Cuando se abusa de la ley natural, la ley natural no perdona nunca y vienen las consecuencias, dado que la naturaleza tiende a defenderse por sí misma. Así que cuando se la ataca, más pronto o más tarde se ven las consecuencias por haber cogido un camino equivocado. En ese sentido, ante las consecuencias que nos está trayendo en forma de vidas humanas la transgresión del orden natural que los identitarios defendemos, no debemos caer en el error de responder a ellas con velitas ni ositos de peluche. Ni siquiera empatizando con las víctimas, por duro que parezca. Siempre podremos argüir a nuestro favor que llevamos años advirtiendo del peligro y que una sociedad no merece el derecho a la comprensión, y mucho menos a la compasión, cuando ignora las verdades objetivas, se desvía del camino verdadero y opta por fórmulas tan suicidas que no harán sino acrecentar su inseguridad y agigantar su desvertebración moral.
AD ha asumido la responsabilidad plena de defender las ideas de la derecha identitaria obedientes del orden natural porque tenemos el convencimiento de que ese sentido de la identidad colectiva y de nuestra pertenencia a un pasado, lleno de recuerdos incitantes, es el único espacio donde los occidentales terminarían descubriendo las razones extraordinarias de su supervivencia.
Autor
Últimas entradas
- Actualidad08/08/2023Don Felipe, échele huevos, sí se puede. Por Armando Robles
- Opinión04/08/2023Presidente Putin, ¡quiero un pasaporte ruso! Por Armando Robles
- Lo más visto26/07/2023Son de VOX los restos desabridos de un banquete sucio. Por Armando Robles
- Opinión19/07/2023PSOE: una historia repleta de crímenes y mentiras. Por Armando Robles
Un católico es fiel a Jesucristo Nuestro Señor, que es camino, verdad y vida. Un católico es el cristiano verdadero y no puede tolerar la mentira en lo más mínimo. Por eso no puede entrar en política sin condenarse eternamente. No puede ser elegido ni elegir, porque de hacerlo, traicionaría al Señor, cuya Santísima Voluntad no puede discutir ni enmendar, por muy dura que sea.
Por ello, un católico no puede ser de izquierdas, porque la izquierda es el marxismo, moderado o extremo, socialdemócrata-progresista o socialista-comunista-bolchevique. Y no hay más que leer el Manifiesto Comunista de K. Marx y Engels, y tener constancia de las salvajadas que esa ideología ha causado y causa, por desgracia, para que nadie opte por apoyar a la izquierda si verdaderamente ama a Dios y a la Santísima Virgen María. No hay ideología más satánica que la marxista, que por desgracia ha logrado y logra seducir a buena parte de la humanidad. Los hechos no se discuten.
Ahora bien. Un católico verdadero y coherente con su fe, con las Sagradas Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, no puede ser de derechas, es decir, ni liberal, ni conservador o liberal-conservador. Los frutos del liberalismo-conservadurismo son un atentado contra los pobres, aunque no tan gravísimos como los causados por el marxismo, aunque el liberalismo y conservadurismo son también materialistas en exclusiva. Y ello ha quedado bien patente también por los hechos. Aquí en España, desde la invasión de Napoleón y las salvajadas de liberales y conservadores a lo largo de todo el siglo XIX (especialmente las amortizaciones que esquilmaron a la Iglesia y, con ella, a los más pobres), que abonaron el odio que estalló el siglo siguiente. Nada hay más anticonservador que dar la vida por los amigos. Nada hay más anticonservador que las palabras del Señor en referencia a quien pierda su vida por el Señor, que la ganará, mientras que quien gane su vida, la perderá. Y así lo entendieron decenas de miles de católicos españoles verdaderos que, desde 1931, prefirieron la muerte a la apostasía. Nada hay más anticonservador que la parábola del rico y Lázaro. Nada hay más anticonservador que las advertencias del Señor a los ricos (Lc 6, p. ej) y de que no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero. Los intentos de la derecha de todos los países, empezando por los príncipes alemanes en tiempos de Lutero y siguiendo con los seguidores de Calvino en Europa Occidental, incluído UK, son ejemplos de cómo la derecha conservadora o liberal es un anticristo del que todo católico debe desprenderse para siempre, pues han llegado a la salvajada de instrumentalizar la Palabra de Dios en favor se sus intereses materiales mundanos, «creándose» una caricatura de Dios hecho a medida. De ahí vienen los cismas protestantes y las herejías tipo doctrina social «de la Iglesia» (que, por supuesto, no es, en absoluto, de la Iglesia. La Iglesia solo puede enseñar la Palabra de Dios, no los intereses mundanos de unos u otros).
Los católicos verdaderos, los que aman a Dios en verdad y no solo de palabra, guardan la Palabra de Jesucristo Nuestro Señor contenida en los Santos Evangelios y no transigen en absoluto con la mentira, el engaño, la manipulación, la hipocresía y las falsas doctrinas de los políticos, sean del signo que sean. Los «no serviam» o estirpe de satanás, los políticos, tratarán siempre de engañar a los católicos para lograr su perdición eterna por hacerse mentirosos o aficionados a la mentira (Ap 22, 15).
Los católicos bien saben que la libertad y la propiedad vienen de Dios, que sin Dios no podemos hacer nada, no hay prosperidad posible si Dios no lo permite. Saben que solo Dios defiende a los pobres y oprimidos (véase las Bienaventuranzas en Mt 5) y cómo ha de ejercerse el poder, es decir, que el primero entre los católicos, ha de ser su servidor, su esclavo, y no aprovecharse de él o ella para buscarse a sí mismo, que es lo que hacen los políticos y sus grupos de interés. Los católicos verdaderos atienden a la Verdad y bien saben que solo Dios otorga paz, inteligencia, sabiduría, seguridad, esperanza y todos los dones y frutos por los que algunos darían toda su fortuna. Por desgracia son pocos los que lo creen. No hay fe, esa es la triste realidad. Y así está el mundo, incluida España, la nación cuyas gentes, de generación en generación, han amado y aman más a Dios que ninguna otra nación de la tierra. Ahí están los hechos históricos para demostrarlo. Nadie dio más santos, mártires, misioneros, soldados católicos cruzados y prosperidad, porque la prosperidad material es consecuencia del cristianismo verdadero, el católico, incluso en los países de mayoría protestante o rebelde a Dios. Los católicos no pueden traicionar a Dios votando ni a rojos ni a ricos. Eso les llevará, con toda seguridad, al infierno, por idolatría.