28/04/2024 04:02
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Este es el único otro libro de Aquilino Duque, que en paz descanse, que encuentro en el canal-biblioteca de Telegram al que recurro habitualmente. El otro es El Mono azul, del que tratamos aquí. Es decir, solamente hay dos libros de este gran escritor, silenciado por haber sido un falangista, y falangista ocasional.

Los Consulados del Más Allá es otra gran novela corta que hay que leer saboreando cada frase porque tiene también una escritura apretada, aunque algo más suelta que la de El Mono Azul. Fue la primera novela de don Aquilino:

 

En 1958 se dio a conocer con dos obras de poesías, a las que siguieron estudios literarios de diversos autores anglosajones. Pero si hasta 1966 sólo fue conocido como poeta, a partir de esa fecha, en que publica Los consulados del Más Allá, ciméntase también su prestigio como notabilísimo prosista.

Está construida con unos capítulos más bien cortos que son una serie de cuadros en que se presenta a los personajes mediante unas descripciones y escenas más que sabrosas. Los personajes son todos unos especímenes entre raros y muy raros. Estamos ante un realismo mágico auténtico, pero sin las servidumbres de la pertenencia a ninguna ganadería editorial y, sobre todo, sin el empalago que producen algunos de los textos de los próceres de la citada corriente.

Don Aquilino reparte estopa a diestro y a siniestro, y con mucha zumba. A veces con mordacidad, pero nunca de la antipática. Me hizo pensar en Valle Inclán, aunque este trataba a sus personajes no con la guasa andaluza de Duque, sino con retranca gallega y a veces con una sorna socarrona e hiriente, y cargada y recargada y sobrecargada de mala leche.

Ejemplo de la guasa que decimos son estas pinceladas con que se presenta a los personajes:

 

… el doctor don Samuel Clamores, lector impenitente de El origen de las especies…

… el marqués de Puerto Escondido, aficionado a la arqueología y al toreo…

… el bachiller Falele Acquaviva, dado a la teología y al gusano de seda, alcanzar el éxtasis místico sometiéndose a pases magnéticos.

… Don Felipe Segundo, cónsul del Uruguay, enlutado y taciturno…

… el comodoro Aftalión, cónsul de Colombia, desencajaba los ojos glaucos y la boca sin labios mientras se atacaba en un narigal un cuarterón de picadura…

… don Expedito Guanyabéns, corresponsal de El Comercio de Lima, adelantando un perfil de dromedario.

… Li Suzuki, médium y pitonisa…

El teniente Rodrigáñez, bisoñé de pico sobre la calva prematura, macilento y achulanganado…

Hay algunas escenas antológicas:

 

  —Caramba, qué doncella más apañada… —comentó con mesura canónica.

  Aguardó don León a que desapareciera Adelaida, escudándose con el bastón y el sombrero de don Delfín, y explicó, bajando la voz:

  —Calle usted… Pero lo mejor de todo es que es totalmente analfabeta.

  —¡No me diga! —a don Delfín le tembló el bigote rubio y se le encendieron dos luces verdes entre las largas pestañas.

  —Analfabeta integral… —remachó don León—. Y empeñada en que la enseñe a leer.

  —¡No se le ocurra a usted!

Esto es casi valleinclanesco.

En las descripciones, no se da puntada sin hilo:

 

Conocedor don León del punto flaco de cada uno, invitaba a veces a su casa a seres que sabía o creía inferiores para divertirse zahiriéndoles mientras hacía como que los elogiaba. Y como a veces eran sus dardos tan sutiles o tan paquidérmicas sus víctimas, había don León de tener a mano una persona inteligente a quien nada se le fuera por alto y que supiera apreciar debidamente su ingenio de mala pata. El circunspecto don Delfín hacía las veces de testigo y espectador, interponiendo incluso su obesa humanidad entre los cándidos visitantes y la aristada y angulosa ferocidad de don León.

La novela trata de los años posteriores a “la Gloriosa”, y está ambientada en el Cádiz liberal, anglófilo y masónico de nuestros tristes destinos decimonónicos. Es de notar que don Aquilino no usa con ellos la florentina que bien se merecen. Unos ejemplos de aquel ambiente anglófilo:

 

Naturalmente, se picaba de que en su casa no hubiera nada que no viniera de Londres, destacando en esa virtud de la aristocracia jerezana de provocar la envidia de la burguesía y la admiración de la canalla con un derroche de importaciones británicas.

 

Volvían los visitantes altamente satisfechos de haber sido agasajados en país tan mísero y primitivo por un verdadero gentleman, cuya delicadeza llegaba al extremo de poner exclusivamente en inglés los letreros que a la entrada de sus fincas avisaban la presencia de perros mordedores.

Si Blas de Lezo hubiera levantado la cabeza…

Naturalmente, la novela incluye algunas peroratas políticas. Su tono es progresista, moderado o reaccionario, pero lo relevante es que son tan caricaturescos como los personajes que los profieren:

 

Gracias a la libertad realiza el hombre en su plenitud aquello para lo que ha nacido; gracias a ella ejerce el individuo sus más nobles facultades: el poder el poderoso, la humildad el humilde. Por eso, en la sabia distribución de derechos y cargas, de servidumbres y prerrogativas, de libertades en suma, no ha dudado Usía en asignar cada libertad específica a quien en mejores condiciones está de ejercerla: a las clases pudientes la libertad de comercio, a los revisteros taurinos la libertad de Prensa y a los institutos religiosos la libertad de enseñanza. ¡Hermoso trípode para asentar una Cultura!

 

El marqués de los Castillejos, más ingenuo que nosotros, pretende halagar a esa Europa corrompida pintando la fachada hispana con purpurina democrática, y si el duque de la Torre, prestándose a ese juego, no acierta a crear un sistema antidemocrático y mantiene el principio electivo como fuente del poder político, días amargos nos aguardan, porque, en frase clarividente del marqués de Valdegamas, el gobierno de los pueblos no puede tener como base el sistema electivo, principio de suyo tan corruptor, que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido, han muerto gangrenadas.

 

  —¡El Saboya se la jugó a Garibaldi y ahora nos la juega a nosotros! ¡Lindo contubernio de la Iglesia y la Masonería!

  —¡Antes mil veces don Carlos! —razonaba el compañero Trebonio, coceando a la andaluza bajo un rubio mostacho mosquetero—. Un rey descaradamente cavernícola por lo menos justificaría el alzamiento en armas de la revolución.

  El compañero Metelo Cimber era algo aragonés y tenía un tic de lepórido:

  —Con semejante rey —auguraba— camparán por sus respetos carlistas y neos, liberales y masones…

  —Seremos el hazmerreír de Europa —despotricaba el compañero Casca—. El progresismo reformista cerrará el camino a la revolución. Nos adormecerán con la retórica de la P: paz, progreso, propiedad, prosperidad, paternalismo y presente, en lugar de enardecernos con la retórica de la F: fe, fuerza, frente, fraternidad, fusiles y futuro.

El caciquismo liberal no puede dejar de estar presente:

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… Alcalde, presidente de la Diputación o gobernador civil a todos los efectos bajo las dictaduras conservadoras, pasaba al segundo plano con las dictaduras liberales, sin que la destitución del cargo entrañara cese en funciones, pues su experiencia como administrador, su sagacidad como político, su golpe de vista como hombre de negocios, sus relaciones como prócer y su control de consejos de administración como principal accionista lo hacían imprescindible aunque fuera entre bambalinas.

Dejando los asuntos políticos, aquí van unos ejemplos de las deslumbrantes descripciones de don Aquilino:

 

… don Prudencio Perdiguero, letrado de altos vuelos que se pasaba en la iglesia el tiempo que podía robar al bufete. Era don Prudencio lo que las viejas llaman un tipazo: alto, corpulento, bigote cano y ojos negros, voz timbrada y pies planos; prototipo de caballero cristiano, todo nobleza y serenidad, dominaba como pocos el difícil arte de la campechanía.

 

Empezó traficando en hierros viejos, que recuperaba en los campos de batalla de la Independencia, y cuando la guerra carlista era ya abastecedor de frentes y hospitales. Aparte de eso, se traía misteriosos trapicheos entre el campo de Gibraltar y la costa del moro, y al declinar su vida, en reparación sin duda de viejas estafas y engañifas, puso sus caudales a disposición de la colectividad en forma de préstamos al veinte por ciento, siendo fama que perdonaba los réditos siempre que había alguna hembra de buen ver en la familia del prestatario.

 

Muleta en mano embarcó a la becerra en un pase interminable y sin solución de continuidad, un pase de arabesco superligado hecho de rúbricas, tildes y demás florituras caligráficas enlazadas a filigranas cabalísticas, en cuyo laberinto de contraseña de notario se iba perdiendo y enredando el animal hasta que don León remató con una gran cruz aquella churrigueresca tracería de la que salía la becerra ya descuartizada, pasando sus vísceras a repartirse espontáneamente entre los espectadores, como por obra de unas manos invisibles.

 

El estrado relucía, isabelino y patriótico, con sus óvalos de púrpura festoneados de oro. Una pelota de luz atravesaba los visillos calados, rebotaba contra los espejos y se hacía añicos en los abalorios de la araña de Murano. El marqués de Casa-Dónovan estaba al fondo del salón; le daba la luz de lado y su patilla derecha se disolvía en un polvillo de oro. Depositó una carpeta de cuero verde con filetes dorados en las manos amarillentas de un escribiente enlutado, que se retiró con una reverencia, y rodeando la mesa de taracea florentina, toda incrustada de piedrecitas de colores, se aproximó a Nannarella con suma urbanidad.

 

Cerraba la velada el himno de don Leoncio, coronel aún en tiempos del percance, compuesto por un brigada músico de la fragata Villa de Madrid y que interpretaban a coro, puestos en pie, niñas y galanes, mientras la ya generala, mangas de jamón y collares de cuatro vueltas, atacaba el desafinado Gaveau con sus dedetes tiesos de tumbagas, soltando gallos y amagando síncopes en un revuelo de semicorcheas.

 

  —¡No sé qué se tendrá creído la buena señora!

  —¡Ni que tuviera millones de renta!

  —¡Que unas muertas de hambre te vengan con remilgos!

  —¡Son gente sin clase! ¡La niña no tiene siquiera la elemental delicadeza de dejarse meter mano!

 

No hay alimento tan rico en vitaminas como el gazpacho. Las contiene todas, y en crudo, que es lo bueno. Lo tomaron los árabes y lo tomaron los romanos. Y cuando Nuestro Señor Jesucristo pronunció en la cruz su quinta palabra, no fue hiel y vinagre lo que le arrimaron, sino una esponja empapada en gazpacho del que tenían un dornillo lleno los legionarios. Casi lo mismo puede decirse de las migas. Un segador disfruta más con un gazpacho y un pastor con unas migas que tú con una langosta a la americana.

 

… doña Ana era oriunda de la Martinica y, según las malas lenguas, había venido a la ciudad con los Cien Mil Hijos de San Luis, como cantinera. Apuntalaba con barbas de ballena un derrumbamiento de gelatinas y eran sus ojos dos grutas insondables donde verdes lamparillas daban las últimas boqueadas.

 

Byroncete de vía estrecha, arrebataba al artístico matrimonio con poemas fechados en capitales extranjeras en los que daba a entender que las mujeres lo perseguían y que él se dignaba amarlas por condescendencia. Otras veces halagaba su orgullo nacional con lecciones de psicología comparada extraídas de sus abundantes experiencias amorosas. Angélica le escuchaba con la boca abierta esmaltar sus disertaciones con frases en idiomas extranjeros; Falele entretanto lo imaginaba con botas de ante y jubón acuchillado burlando las rubias y blancas esposas de italianos maricas, franceses cabrones, alemanes bestiales e ingleses frígidos.

 

  —Son muy putas —resumía—. Como son protestantes, se acuestan lo mismo con uno que con otro sin conciencia de pecado. Una tía de ésas, lo que los ingleses llaman a good sport, es capaz de pasar la noche contigo y al día siguiente te ve por la calle y te saluda como si tal cosa… Ni el color se les altera… Ni se enamoran de uno, que sería lo decente… Y ellos son iguales. No conocen la dignidad. Los matrimonios son a cala y prueba, como los melones. También yo suelo aplicar la regla del trial and error…, pero no como ellos, claro, pues si yo me caso será con alguna que no se deje ni calar ni probar. Buenos chascos me he llevado con algunas mosquitas muertas… Cuando yo creía que iban a ser capaces de resistir, acababan haciendo igual que las demás… Como comprenderéis, para eso tenemos en España a las putas y a las criadas…, y uno será pecador, pero también es católico y caballero y no va a llevar al altar a una pelafustana… Porque yo mi problema de fe lo tengo resuelto; en cuanto al problema moral —añadía con una sonrisita picaresca y petulante— lo resolveré en cuanto que contraiga matrimonio…

Y se podía seguir, y seguir, y seguir con ejemplos del mismo peso. Pero vamos a poner fin, con dos temas. El primero las referencias al vino jerezano, porque estamos en el marco, y vemos nombrados a olorosos, amontillados, finos (fino palma en particular, el más fino más fino; hoy lo son todos) y hasta el elusivo palo cortado. Si quieres saber más de esto te puedes informar aquí: 43 Temas sobre el Vino: Manual completo para el aficionado

LEER MÁS:  La mosca “cojonera” de España. Por Antonio Cebollero del Mazo

El otro asunto es una sospecha mía: Por el estilo (con todos los peros que se quieran poner), por la temática, por la ambientación y por la localización, Los Consulados del Más Allá de Aquilino Duque es la continuación de Baza de espadas de Valle-Inclán “por otros medios”. He hecho una búsqueda en Internet, pero no lo he visto ninguna referencia a esa comparación. Ahí lo dejo para los profesionales.

El libro acaba con una referencia al asesinato de Prim, que había sido conjurado antes en el libro de esta manera:

  —Las Cortes no han votado la coronación de Amadeo, sino la muerte de Prim. Al menor roce que tenga con la derecha, le asestaremos el golpe, y así la opinión supondrá que es un ajuste de cuentas entre masones. ¡A cada cerdo le llega su San Martín!

“Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases…”

Los Consulados del Más Allá se pues leer aquí: https://telegra.ph/Los-consulados-del-Más-Allá-03-20-26.

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