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(Durante la Guerra Civil de 1936-1939)

 

Por motivos de salud, o mejor, por culpa de este encierro que padezco desde hace cuatro meses el virus comunista maldito, ayer 28 de marzo se me pasó el aniversario de la muerte de mi admirado y llorado Miguel Hernández. Así que hoy, aunque sea con retraso, quiero recordarle con todo el cariño del mundo y con mis mejores aplausos, para aquel que, ciertamente, fue el poeta del pueblo.

El año pasado le dediqué estas líneas que hoy me valen por igual:

 

“Aquel que se sublevó contra lo que estaba viendo en Madrid, donde el pueblo pasaba hambre y falta de todo mientras los gerifaltes del partido Comunista y los Altos Mandos del ejército nadaban y se revolcaban en la abundancia y disfrutando de todos los placeres…  un día, se cuenta, fue a visitar al poeta Alberti y a su compañera María Teresa León invitado a una velada de escritores antifascistas y al comprobar la prodigalidad de los alimentos, se levantó airado y susurró a su anfitrión, el poeta Alberti, “ Aquí hay mucha puta, y mucho hijo de puta”. Alberti, inveterado vividor a pesar de sus escasos años, le conminó a que lo dijese en voz alta. El oriolano no sólo lo voceó, sino que lo escribió, dicen los que presenciaron su enojo, en una pizarra donde figuraba el programa de la velada o el menú (no hay acuerdo en los testimonios). La bella María Teresa León se levantó con bravura guerrera y le dio una sonora bofetada a Miguel Hernández que le llevó con sus huesos a sentarse en el suelo. En el fondo, el oriolano tenía razón, no en la forma. Sus compañeros comprometidos contra el fascismo, no dejaban de ser los cerdos de Orwell en “Rebelión en la Granja”, mientras la población de  Madrid experimentaba la crudeza del sitio franquista. 

De entrada hay que reconocer que la vida de Miguel Hernández rompe con el método de Ortega, ya que las 4 etapas de 15 años en que divide la vida del hombre en el caso del poeta de Orihuela hay que reducirlas a dos, y éstas, incluso, a dos cortos periodos de tiempo. Su vida bien podía dividirse, como la de Jesús, en dos partes: la vida de niño y jovencito y la “vida pública”. De la primera se sabe que fue el segundo hijo de los 7 del matrimonio formado por Miguel Hernández Sánchez, que se dedicaba a la crianza y pastoreo de ganado, y Concepción Gilabert Giner, ama de casa. También se sabe que a partir de los 5 años el padre lo dedicó al pastoreo de las cabras y que sólo fue un curso a una guardería privada. Después estudia la enseñanza primaria en las escuelas del AVE MARÍA y algunos cursos de Bachillerato en el colegio Santo Domingo. Pero a los 15 años el padre lo manda ya por entero al cuidado de las cabras. Y es en la soledad de la Sierra donde aquel “ansioso de saber” aprovecha para leer todos los libros que caen en sus manos y que le proporciona Luis Almarcha, canónigo de la Catedral oriolana. Sin embargo, Miguel sigue estudiando y comienza a reunirse con otros jóvenes de su edad por las noches para hablar de lo que a ellos les gustaba, que no era otra cosa que la Literatura, entre los que está el que sería su amigo del alma, Ramón Sijé (a quien a su muerte le dedicaría uno de los `poemas más bellos que salieron de su pluma). También comienza a escribir sus primeros poemas, que va publicando en revistas locales y provinciales. Eso sí, nada de política, aquellos jóvenes sólo querían saber de letras.

Miguel, reunido, durante su viaje a Rusia

Así le llega la República el 14 de abril de 1931 y Orihuela celebra, como casi todos los pueblos de España, la caída de la Monarquía y la llegada del nuevo Régimen. Eso le hace abrir los ojos y asistir a los mítines de los políticos locales y de los personajes que llegaban al pueblo al iniciarse la campaña electoral de las Cortes Constituyentes. Y se le abre un mundo nuevo: las injusticias que ve en aquella España y lo mal que vive el pueblo. Miguel solo tenía 21 años.

Tal vez por ello en diciembre de ese mismo año decide marcharse a Madrid, pero también porque su protector, el canónigo, y otros profesores que había tenido, le convencen de que en Madrid están “la gloria” y “la fama” (el mismo pensamiento que años antes había tenido “Azorín”). Pero, Madrid era mucho Madrid para un joven que llegaba sin medios ningunos y sin trabajo. Sólo permanece 5 meses en la capital y hasta pasando hambre, los que aprovecha para saber de la existencia de la “Generación del 27”, conocer a algunos de los poetas ya famosos (en “El Gijón” y “El Comercial”), y leer las obras de ellos. El día 17 de mayo ya está de vuelta en Orihuela, ya tiene las ideas claras y ha estudiado y se ha familiarizado con la métrica, así que se pone a escribir, ansioso y como un loco los 42 poemas que incluiría en su primera obra, “Perito en lunas” (aunque no se publicará hasta dos años después).

Pero Orihuela se le queda pequeña y decide marcharse otra vez a Madrid, donde tiene más fortuna que en su primer viaje, porque enseguida José María de Cossío, que ya estaba redactando la enciclopedia “Los toros”, le contrata como secretario y redactor de textos. Al mismo tiempo consigue que el Ministro Fernando de los Ríos le apoye para participar en las “Misiones pedagógicas” en las que ya trabajaban Lorca y Casona. Además comienza a relacionarse con Aleixandre, Gerardo Diego, Neruda, Alonso, Cernuda y publica sus primeros poemas en la “Revista de Occidente” de Ortega. La vida empieza a sonreírle y muy pronto la fama comienza a llamar a  su puerta. Fama que le llegaría de pleno cuando en 1936 ve la luz su obra cumbre “El Rayo que no cesa”, aunque antes en 1935 le salió del alma la “Elegía a Ramón Sijé” tras su muerte

El 18 de julio le coge en Orihuela y cuando se recibe la noticia de la sublevación del Ejército en Marruecos no lo duda y se echa a la calle en defensa de la República. “Yo soy del pueblo y estaré siempre con el pueblo”. Pero, una vez que Alicante y todo el Levante ha permanecido fiel al Gobierno hace otra vez las maletas y se va a Madrid. La capital vive todavía la euforia de la victoria en el Cuartel de la Montaña y el pueblo madrileño con derroche de alegría pide armas. Miguel se acerca a sus poetas amigos, y a Rafael Alberti, el que más… y con él inicia las arengas revolucionarias y el “¡No pasarán!” de los comunistas. Son días de entrega total en los que el poeta se va identificando con las Izquierdas y hasta se afilía al Partido Comunista de España.

Así que en cuanto movilizan a su quinta se incorpora al 5º Regimiento de Milicias que mandaba Enrique Lister y como asesor cultural del Comisario político participará en el asalto y la toma del Santuario Virgen de la Cabeza (Andújar) y después en la Batalla de Teruel y en otros frentes de Andalucía y Extremadura. A pesar de su inmensa actividad propagandística en los frentes Hernández no deja de escribir y ese mismo verano se publica “El Rayo que no cesa”, su mejor obra.

En 1937 aprovecha unos días de descanso para casarse con Josefina Manresa, el amor de su vida y en cuanto vuelve de Orihuela viaja a la Unión Soviética en representación del Gobierno de la República para asistir al V Festival de Teatro Soviético… y de Rusia vuelve encantado con la Revolución y es ascendido a Comisario Político.  

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Aunque su espíritu humilde y su sentido de la justicia hacen que un día se subleve contra lo que está viendo en Madrid, donde el pueblo pasa hambre y falta de todo mientras los gerifaltes del partido y los Altos Mandos del Ejército viven en la abundancia y disfrutando de todos los placeres. Ese día sucedió la escena que se cuenta más arriba en casa de los Alberti

Lo que demuestra que Miguel Hernández no dejaría nunca de ser “El poeta del pueblo”.

Y por estar con su pueblo prefirió al llegar la derrota final, en abril del 39, no huir, como hicieron casi todos los demás, incluido su admirado Alberti, y quedarse a sabiendas de lo que le esperaba. Hernández fue detenido y encarcelado.

Y ahí comenzó su “viacrucis carcelario”, que se inicia en Rosal de la Frontera (Huelva) cuando la policía portuguesa le detiene y entrega por “paso ilegal de la frontera”. De allí pasa a una cárcel de Sevilla y el 9 de Mayo (1939) es trasladado a la de Torrijos en Madrid, donde presta declaración judicial ante el Juez del Juzgado Especial de Prensa. El 18 de septiembre, tras varias y exhaustivas declaraciones, el Juez Instructor dicta su “Autoresumen” y remite las actuaciones al Presidente de Guerra Permanente y con el informe (28 de septiembre) del Fiscal-Jefe del Ejercito (que calificaba los hecho de adhesión a la rebelión militar, con las agravantes de perversidad y alevosía) se señala el 7 de octubre para la vista del Consejo de Guerra y se ordena el traslado del preso.

¡Dios!, pero entonces sucedió algo increíble, porque cuando la Orden Judicial de traslado llegó a la cárcel de Torrijos el Director de la Prisión contestó urgentemente que el preso Miguel Hernández Gilabert había sido puesto en libertad “por un mandamiento del Director General de Seguridad el 25 de septiembre”… y no hubo más remedio que suspender la celebración de la vista del Consejo de Guerra, al menos hasta que se aclararan las cosas y se localizara al preso. ¿Qué había pasado? Pues en primer lugar quedó patente que la desconexión que había entre unos Organismos y otros era total y que mientras el Juez Instructor hacía su labor los políticos se habían movido a  favor del Poeta y habían conseguido su puesta en libertad. Todo fue movido por el también Poeta falangista Dionisio Ridruejo, a la sazón Director General de Propaganda, que dependía del Ministerio de la Gobernación y, por tanto, de Don Ramón Serano Suñer.

Al parecer – y esta versión la recogí de boca del propio Serrano muchos años después hablando del exilio de los escritores españoles al terminar la Guerra Civil – Ridruejo se presentó un día en su despacho y con la fuerza verbal que le caracterizaba casi le gritó:

Dionisio Ridruejo

 

–              ¡Hay que salvar a Miguel Hernández!

–              ¿Qué pasa ahora Dionisio?

–              ¿Estáis locos? ¿Queréis otro Lorca?… ¡Si matáis a Miguel Hernández Europa entera se echará  sobre España y contra el Régimen!

–              Explícate, por favor, Dionisio.

–              Ramón, Miguel Hernández es uno de los más grandes poetas que ha dado España y no se le puede condenar por haber luchado con el bando republicano… Si condenáis a todos los que lucharon contra nosotros ¿Qué España quedaría?

–              ¿Tan bueno es?

–              Ten, lee tu mismo alguno de estos poemas y lo comprenderás – y con un gesto de rabia le puso sobre la mesa “El  Rayo que no cesa” y “Vientos del pueblo”.

–              El hombre que ha escrito este poema no se merece ni estar en la cárcel  yo le daría hasta el Premio Nobel – y sin más se puso a leer este poema

 

 

SENTADO SOBRE LOS MUERTOS


Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo mantiene.


Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.

Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.

Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere.

Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué ponerse,
hambriento y sin qué comer,
el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.

Aunque le falten las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.

Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.

Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte
.

–              Si, son versos muy buenos… ¿y qué puedo hacer yo Dionisio?

–              ¿Que qué puedes hacer tú? Yo me iría ahora mismo al Pardo y le leería a tu pariente el poema que yo acabo de leerte.

–              Ja, ja, ja – y Don Ramón se echo a reír, según me contó él  mismo – si le leo un poema a mi pariente, como tú dices, seguro que firma su sentencia de muerte.

–              Déjate de bromas Ramón, que esto es muy serio. Hay que salvar y sacar de la cárcel a Hernández, lo contrario no sólo sería una muerte inútil sino una torpeza política enorme

Y tal vez por esa conversación el Director General de Seguridad mandó un mandamiento de puesta en libertad de Miguel Hernández  a la Prisión de Torrijos.

Pero, la Justicia no se contentó y el Juez mandó detener, con orden de caza y captura, al preso en libertad, que absurdamente en lugar de aprovechar los 10 día que habían pasado desde que salió de la cárcel para irse al exilio se había vuelto a Orihuela y ahí le detuvo la Guardia Civil y escoltado por ésta fue trasladado de nuevo a Madrid.

Al final la vista oral del Consejo de Guerra se celebro el 18 de enero de 1940. El tribunal estaba compuesto por: Presidente, Comandante, Pablo Alfara; Vocales; Capitán Francisco Pérez Muñoz, Capitán Ignacio Díaz Aguilar y Alférez Miguel Caballer Celis; Vocal Ponente; Capitán Vidal Morales.

Y el mismo día, el Consejo de Guerra Permanente dictó esta sentencia:

«Resultando probado y así se declara. Que el procesado MIGUEL HERNANDEZ GILABERT, de antecedentes izquierdistas se incorporó voluntariamente en los primeros días del Alzamiento Nacional al 5º Regimiento de Milicias pasando más tarde al Comisariado Político de la 1 ª Brigada de Choque e interviniendo entre otros hechos en la acción contra el Santuario de Santa María de la Cabeza. Dedicado a actividades literarias era miembro activo de la Alianza de intelectuales antifascistas, habiendo publicado numerosas poesías y crónicas, y folletos, de propaganda revolucionaria y de excitación contra las personas de orden y contra el Movimiento Nacional, haciéndose pasar por el «Poeta de la Revolución».

Se estima que estos hechos probados son constitutivos de un delito de adhesión a la rebelión, del pfo. 2º del art. 238 del C.J.M. y en uso de las facultades de los arts. 172 y 173 de dicho Código «se estima justo imponer la pena en su máxima extensión, se le condena a pena de muerte y en cuanto a responsabilidades civiles se estará a la Ley de 9 de Febrero de 1939».

Contra tal sentencia no cabe recurso alguno.”

Pocos días después él Auditor de Guerra del Ejercito aprobó que la sentencia era firme y ejecutoria, aunque “quedará en suspenso la ejecución del condenado hasta tanto se reciba el enterado de su S.E. el Jefe del Estado”.

Cosa que no llegó hasta el 25 de junio de 1940, o sea casi 6 meses después y el escrito del Jefe del Estado decía: “Se designa a conmutar la pena impuesta por la inferior en grado”. O sea, que lo salvaba de la muerte pero a 30 años de prisión. ¡6 meses esperando la muerte!

Tampoco este indulto fue casual porque en cuanto se conoció la sentencia con la condena a muerte se movieron sus amigos José María de Cossío, Dionisio Ridruejo, Carlos Sentís y Rafael Sánchez Mazas. El primero habló con el General Varela y el segundo con el “cuñadisimo” Serrano Suñer. Valera le contesta a Cossío en estos términos: “Tengo el gusto de participarle que la pena capital que pesaba sobre Miguel Hernández  Gilabert, por quien se interesa ha sido conmutada por la inmediata inferior, esperando que este acto de generosidad del Caudillo obligará al agraciado a seguir una conducta que sea rectificación del pasado”

Si, había salvado la vida pero no el “viacrucis carcelario” porque de momento fue al Penal de Ocaña, luego a una cárcel de Palencia y, por fin, al Reformatorio de Adultos de Alicante (donde compartió celda con Buero Vallejo) y allí fue donde enfermó, primero de bronquitis y luego con un tifus que se le complicó con tuberculosis.

Falleció en la enfermería de la prisión alicantina  a las 5,32 de la maña del 28 de marzo de 1942, cuando estaba a punto de cumplir los 32 años.

 Solo hay un poema en su vida que nunca debió escribir y que fue su pesar en los últimos días de su vida. Fue el que le dedicó

AL COMPAÑERO STALIN 

En trenes poseídos de una pasión errante

por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
recorro la nación del trabajo y la nieve.

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
De cada aliento sale la ardiente bocanada
de tantos corazones unidos por parejas.

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,
una masa de férreo volumen has forjado.

Has forjado una especie de mineral sencillo,
que observa la conducta del metal más valioso,
perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

Polvo para los zares, los reales bandidos:
Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
quemados por la sangre de los trabajadores.
Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
y cantan rodeados de fábricas y flores.

Y los ancianos lentos que llevan una huella
de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
por desplumar alegres su alta barba de estrella
ante el fulgor que remoza su ocaso.

Las chozas se convierten en casas de granito.
El corazón se queda desnudo entre verdades.
Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
como un arma afilada por los rinocerontes.
La metalurgia suena dichosa de garganta,
y vibran los martillos de pie sobre los montes.

Con las inagotables vacas de oro yacente
que ordeñan los mineros de los montes Urales,
Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.

Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
hacen girar su rostro de rayos hacia España.

Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
y que del vientre mismo de la madre los quita.

Dormitorios de niños españoles: zarpazos
de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.

Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
sangrienta de repente y erizada de astillas.
¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
panes y juventud sobre la tierra.

 

Y ya lo saben, yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor, y mi señor será siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria) y en este caso recordar que Miguel Hernández fue uno de los más grandes poetas que ha dado España.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.