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Hace unos días una antigua paciente mía de 89 años me llamaba con desesperación desde una residencia española de mayores; ya sabe el lector que se trata de uno de esos nuevos campos de concentración exclusivos de las democracias modernas donde los hijos e hijas de nueva generación encierran a sus ancianos padres para impedir que éstos les molesten. La pobre anciana me hizo una llamada desesperada de auxilio ante la amenaza que le habían hecho de ponerle la, ya muy célebre y conocida, vacuna contra el COVID-19; ante la negativa inicial de la anciana mujer, la amenaza se había transformado en un ultimatum, puesto que le habían advertido de que si se negaba a vacunarse se le expulsaría de la residencia sin ningún tipo de miramiento, puesto que el personal de la residencia sabía que la señora en cuestión no tenía ningún sitio donde ir ya que su pensión era la única patria y posesión de la anciana y la utilizaba para pagarse la residencia.
Esta buena mujer casi nonagenaria siempre había gozado de buena salud y la conservaba a pesar de su avanzada edad y, además, presumía de no haber necesitado mucho de médicos ni de medicinas y que nunca se había vacunado ni de la gripe ni de nada puesto que ya tenía más de 25 años, cuando empezaron las vacunaciones generalizadas en España allá por los años cincuenta y sesenta; pero ahora le querían obligar a vacunarse quisiera o no, porque el director de la residencia, siguiendo órdenes de la consejería de salud y, también, por propio convencimiento se había emperrado en que todos los ancianos de su residencia se vacunaran sí o sí. Finalmente, pasando por encima de sus protestas y peticiones, los derechos individuales inalienables de esta anciana fueron violados y se le forzó a vacunarse.
Unas semanas después me volvió a llamar y me contó que después de la vacuna, ella y un numeroso grupo de compañeros de la residencia se sintieron enfermos y con molestias que se presentaron en distintos formatos: desde fiebres y estados parecidos a la gripe a salpullidos en la pielamén de algunos dolores musculares y en articulaciones, hinchazón de la zona inyectada, reacciones parecidas al asma y, además, habían muerto tres de sus compañeros… pero las autoridades sanitarias de la residencia se habían apresurado a comunicar que, esas muertes y esas molestias, no tenían ni podían tener relación alguna con esas nuevas vacunaciones que tenían un carácter experimental; aunque esta dulce señora, con un mínimo de sentido común, se hiciera esta pregunta: ¿cómo lo pueden asegurar si se trata de unas vacunas que nunca antes se habían probado?
No hay ni puede haber contestación lógica a esta pregunta pero la voluntad del director de la residencia se impuso imperativamente y un silencio cómplice de todos los empleados acompañó esa decisión déspota y, poco a poco, el quehacer cotidiano de la residencia volvió a la normalidad en los días sucesivos.
Esa actitud despótica y abusiva del director de la residencia es compartida casi unánimemente por todos los partidos políticos de nuestro país; de hecho, sus líderes ya sean nacionales o regionales parecen querer competir en una carrera absurda para destacarse entre los más déspotas y abusones ante los derechos de los ciudadanos y parecen querer imponer, sí o sí, las vacunas de manera obligatoria a toda la ciudadanía aunque sea violando la libertad que la constitución reconoce a cada ciudadanos para decidir sobre su propia vida. Para justificar esta actitud claramente abusona arguyen razones de bien común y afirman que quieren proteger a toda la población y acabar con la “pandemia”.
Pero, esta actitud política de los líderes actuales ¿ tiene algún sentido lógico o biológico? ¿tiene sentido obligar a todo el mundo a vacunarse?
Para responder a estas preguntas hay que tener claro unas cuantas realidades que no se tienen en cuenta y éstas son:
1ª) Las vacunas no son germicidas; es decir, no son sustancias que aniquilen a los supuestos gérmenes que supuestamente causan enfermedades; esa facultad germicida la poseen los antibióticos, los antisépticos o los desinfectantes pero NO las vacunas.
Las vacunas son productos industriales que, teóricamente, estimulan el sistema inmunitario para que, si se produce una infección, se defienda con los anticuerpos que haya podido fabricar ese organismo por efecto de la estimulación previa de la vacuna. Por tanto, la vacuna no extermina a ningún germen, sólo fortifica al sistema defensivo estimulando la producción de anticuerpos… en el caso de que lo haga.
2ª) Los vacunados conservan en su organismo la presencia de aquellos gérmenes contra los que se vacunaron. Como hemos dicho que las vacunas no eliminan a los gérmenes, todos los vacunados, por ejemplo, contra la difteria conservan en su organismo bacilos de la difteria, puesto que viven con nosotros en relación de simbiosis; lo mismo ocurre en aquellos vacunados contra el cólera, o la meningitis, o la tosferina… todos tenemos y conservamos esas familias de bacterias a pesar de haber sido vacunados contra ellas porque, repetimos, las vacunas no tienen ningún efecto germicida o, lo que es lo mismo, no matan microbios; en todo caso, aunque es muy dudoso, estimulan la producción de anticuerpos contra ellos en nuestra sangre, por si se les ocurriese invadir nuestro medio interno. Aunque esto último, repetimos, no esté comprobado.
Por tanto, si las vacunas funcionan (y parece ser que nuestros médicos y líderes políticos no lo dudan) hay que deducir que todos los que se vacunan han fabricado anticuerpos y, por ello, están protegidos contra los gérmenes ¿no?… Y si toda la población que se vacuna está protegida ¿qué puede importar que haya alguien que no esté vacunado? O ¿es que, en realidad, no creemos que las vacunas funcionen? Porque si funcionan como aseguran los vacunados están protegidos y los no vacunados serían los únicos que están en riesgo de contagiarse. ¿no?… Y éstos, los no vacunados, no pueden contagiar a los que ya están vacunados, puesto que éstos últimos están protegidos ¿no?… Como puede ver el lector, esto es lógica elemental aristotélica o sentido común ¿no?
Volviendo al caso de nuestra anciana de 89 años: si el director de la residencia está seguro de que la vacuna protege a todos los ancianos que la reciben ¿que le puede importar que una persona, libremente, decida no vacunarse y, libremente, asumir el riesgo de infectarse? ¿no están protegidos los demás? Entonces ¿tiene algún sentido lógico o biológico violar la libertad de esa señora? Claramente no. Ese ha sido un caso de flagrante abuso de un déspota desalmado y bravucón que, encima, se debe sentir satisfecho por el deber cumplido pero, en realidad, es un cobarde abusón de ancianos indefensos.
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