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La tercera parte de esta reseña del El Mono azul de Aquilino Duque presenta el último capítulo (Libro VI, Banderas Victoriosas) y desarrolla algunas reflexiones, apuntadas ya en las partes primera (El Mono azul de Aquilino Duque, una gran novela corta de la Guerra Civil – Parte primera) y segunda (El Mono azul de Aquilino Duque, una gran novela corta de la Guerra Civil – Parte segunda).
Banderas victoriosas, expresión que -no hace falta decirlo- procede de un verso del Cara al Sol, se refiere naturalmente al final de la guerra.
El primer episodio, Lunares secretos, trata de los avatares de la relación de Ignacio y Araceli durante la guerra. Un ejemplo de cómo Aquilino Duque presenta una vivencia haciéndosela revivir al lector:
Cerraba Ignacio los ojos y se veía cegado por dos soles negros, dos estrellas de terciopelo, la doble quemadura que en la piel delicada habían dejado dos besos incandescentes. Cuando abría los ojos, desaparecían los lunares y, si se miraba al espejo, los veía en su propia cara, pero alargados en ojeras, barcas oscuras de sus ojos navegantes.
La hora de los feos cuenta la historia de Charo, hermana de Araceli que se había ido a Madrid tras ganar una oposición y que logra sobrevivir con dignidad en el Madrid rojo. En la descripción que Araceli hace de la canalla roja se retrata una fealdad física que apunta a su maldad moral:
Pero lo que más impresionaba en aquellas gentes era la fealdad. El hambre pasada de generación en generación como una tara hereditaria, las deformidades físicas impuestas por algún trabajo penoso e innoble que pasaba de padres a hijos como una maldición, el encogimiento general sobre un estómago encogido, los hombros deformados, los pechos hundidos, las piernas torcidas, los ojos legañosos, los labios leporinos con su horrible cresta de dientes que bajaba desde los moqueantes narigales.
El bueno de don Aquilino nos la explica -en la mejor tradición marxista- como consecuencia de la opresión social y la compensa además con una referencia a la maldad sin paliativos del otro bando:
Ignacio dijo haber visto también mucha fealdad y mucha maldad; cómo cierto individuo, que a los rojos que se pasaban fingía acogerlos para luego matarlos por la espalda y que se complacía en ejecutar sin confesión a los condenados que pedían ese consuelo, lo había amenazado a él para curarle los escrúpulos con imponerle el servicio de mandar un pelotón de fusilamiento.
¿Habrá habido casos así? No digo que no sucediera nunca -y me parece más que comprensible, y además merecido por la milicianada- sino que se hiciera de forma repetida y que se permitiera. Es imposible, porque los capellanes nunca lo podrían pasar por alto. Y sigue una reflexión que es la del típico derechista que se acaba de sentir a salvo y ya está empezando a pensar que si los rojos no lo persiguen es que se está haciendo algo mal.
Había en sus semblantes una ferocidad tan sanguinaria que a Ignacio le entró un miedo tal que por un instante se sintió físicamente entre los defensores de la posición roja que aquellos salvajes estaban a punto de pasar a cuchillo.
Es un buen ejemplo de la patética mala conciencia derechista. ¿Se está tragando don Aquilino las mentiras de la propaganda roja, como en el caso de Badajoz? Vaya por delante que pasar a cuchillo al enemigo que no se ha rendido es perfectamente legítimo.
La belleza subversiva es otro episodio con esos entrelazamientos de la trama tan interesantes en esta novela. No doy detalles.
Esto lo veo más que forzado:
Contó Charo su caso en el Ministerio; su jefe inmediato le dio una carta de presentación para Prieto, a quien conocía de cuando fue de Hacienda a comienzos de la República, y Prieto, que en aquel momento pesaba más que todo el Quinto Regimiento con bandera y música y era, además, una persona decente, la puso bajo su protección inmediata y le aconsejó que, para evitar sorpresas y madrugones, dejara la pensión y se instalara en los altos del Ministerio.
El “decente” Prieto (¡Por favor, don Aquilino…!) no podría estar ya en Madrid; a esas alturas de la película había ya puesto a salvo sus abundantes mantecas en Valencia con todo el gobierno “republicano” y estaba disfrutando tan ricamente del sol y de los productos de la huerta.
Reflexiones de un soldado victorioso (así debe de ser):
Ser joven, y haber estrenado la libertad y haber burlado el peligro y, lo que era más importante, haber consumido en poco tiempo toda su ración de vida y luego encontrarse con que la vida estaba intacta, con que nadie descontaba los anticipos vividos. No parecía que hubiera habido sufrimiento; todos hablaban sólo de todo lo que se habían divertido, de lo que nadie les podía quitar ya, ni nadie vivir como ellos, porque aquella guerra era, por supuesto, la última de las guerras posibles, porque para eso se hacen las guerras, para que no haya más guerras, y aun en el caso de que las hubiera, ninguna sería tan maravillosa como aquella que los había hecho hombres. Evocaban aquel viaje, aquella exploración, aquel descubrimiento, aquella novela de aventuras, aquellos tres años de vacaciones en que el acecho de la muerte eternizaba la juventud. Habían sido tres años de noviazgo con la muerte para acabar dejándola plantada con su mono azul de miliciana; tres años de torear al tiempo, y ahora que todo cambiaba, que a cada uno le esperaba una vida nueva, que se le abría un horizonte de éxitos imaginarios, que cada cual volvía hecho hombre a la vida que dejó siendo muchacho, el tiempo tendría que armarse de paciencia, como un viejo cochero de punto en una estación donde no paran ya los trenes.
Don Aquilino era niño entonces y recrea lo que pensará el soldado cuyo ejercito acaba de coronar la victoria. Y así es la paz que sigue:
Tarde o temprano aquellas insignias, aquellos distintivos, aquellos uniformes irían pasando de las terrazas de los bares a los baúles de los desvanes. Y ya podía el tiempo, si quería, cargar en su coche fúnebre aquellos baúles, facturados en trenes en vía muerta; ya podían envejecer en alcanfor los uniformes, los distintivos, las insignias, las condecoraciones, que quienes los habían ganado y lucido seguirían siendo jóvenes hasta la consumación de los siglos, estrenando novias, empleos, años, sueños, y así estrenándose a sí mismos.
El libro acaba con el final de la guerra. Se añade un último episodio corto, de un párrafo, para decirnos que Ignacio y Araceli se casaron, por eso del final feliz. De Estrella, cuyo final queda en el aire, solo queda dicho esto:
De Estrella pocos se acordaban ya, porque la última vez que fue vista era aún de carne y hueso
* * * * *
A continuación van algunas reflexiones, apuntadas ya en las partes primera y segunda.
Desde el punto de vista literario estamos ante una novela corta muy armada y mejor escrita. El estilo es apretado sin llegar a recargado en ningún caso. Leemos algunas descripciones que hacen revivir, superándolas, nuestras experiencias de la realidad. Eso es el gran arte, y no otra cosa. En cuanto al vocabulario, hay muchas palabras, relacionadas con el mundo rural de hace cien años que tendremos que consultar en el diccionario; bastantes de ellas no aparecerán.
La trama está muy bien urdida. Los personajes verosímiles, con auténtica personalidad; aunque son representativos de su clase y condición nunca son estereotipos. Como indicado, para mí hay uno muy especial, Estrella, a la que se le podría haber sacado algo más de jugo. De hecho, el mayor fallo que le veo a la novela es el dejar en suspenso su final.
Eso en cuanto a lo meramente literario, porque tratándose de una novela sobre nuestra Guerra Civil, no se puede soslayar el aspecto político ¿De qué bando es la novela? Por el autor, cuya familia tuvo que huir de su pueblo para salvar la vida, por el protagonista y por la zona donde tiene lugar la acción, la novela es “del bando Nacional”, por supuesto. Y sin embargo…
Aquilino Duque recoge falsedades infames como la corrida de rojos en la plaza de toros de Badajoz. La novela está escrita en el 73 y podemos suponer que si don Aquilino hubiera sabido lo que ahora sabemos (por ejemplo: En el aniversario de «de la matanza de Badajoz» SND Editores desenmascara las mentiras con tres libros imprescindibles) no hubiera incurrido en ello. Sin embargo, si incluyó en la novela sin necesidad esa referencia a un episodio sospechosísimo, cargado con todos los indicios posibles de ser propaganda de guerra inverosímil para cualquier persona medianamente perspicaz, podemos concluir que fue en busca de una evitación consciente o inconsciente de la acusación de parcialidad por “los amos de la cultura”. ¿Trató de congraciarse en la ficción para no tener que hacerlo en la realidad?
Hay otros indicadores. Por ejemplo, al tratar del estallido de la Guerra Civil en Málaga nos cuenta un detalle humanitario de un marinero rojo, pero al tratar de la represión del crimen por el bando nacional se presentan caracteres poco simpáticos, incluso repugnantes, como el del oficial que “se complacía en ejecutar sin confesión a los condenados que pedían ese consuelo”. Caso muy, muy poco creíble, porque para eso estaban los capellanes. A veces se roza el ridículo, por ejemplo al tratar de “decente” a Prieto.
Como indicado, solo un esfuerzo consciente por no se acusado de derechismo -o algo “peor”- por la izquierda explica esto. En lo inconsciente, estemos probablemente ante la típica debilidad derechista, consecuencia quizás de un exceso de bondad cristiana. Por la caridad entró la peste…
El nombre del protagonista, Ignacio, me hizo pensar en el de la trilogía de Gironella. Al principio no me pareció que tuvieran mucho que ver, pero bien pensado creo que podemos relacionarlos. Hay varios puntos de coincidencia entre los dos personajes: en ambos casos son soldados del bando nacional, en ambos casos el Alzamiento les sorprende en zona roja y tienen que huir, y en ambos casos tienen una actitud reservada, incluso critica, con el bando en el que luchan. Ahí lo dejamos, para quien quiera profundizar.
En todo caso, es una gran novela ambientada en la Guerra Civil. Si don Aquilino quiso condescender -por exceso de buen corazón, por caridad cristiana o por debilidad- con la canalla roja, tenemos que decir que en su pecado lleva la penitencia. Esta es la pintada que dejaron en su entrada de la wikipedia para espantar a sus posibles lectores:
Abiertamente reaccionario, ha elogiado el fascismo y las figuras de Francisco Franco, Benito Mussolini y Augusto Pinochet.
Que en paz descansen todos ellos; en particular, don Aquilino. Si es que les dejan… Y que reflexionen los derechistas si vale la pena tratar de maquillar los crímenes de una canalla de unos hijos del Diablo vendidos a la mentira.
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