15/05/2024 09:50
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Esta es la decimocuarta parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Ponemos fin al Capítulo 8 (La República frente a la sublevación: una alianza de clases antifascistas) que trata del final de la carrera política de Caballero. Este fue el principio del fin:

El proceso de resquebrajamiento tuvo como trasfondo tres notorias discrepancias políticas. La primera, y más antigua, fue la permanente confrontación en el seno mismo de las filas socialistas[202]. La segunda, el distanciamiento, abocado a un enfrentamiento progresivo, entre la política de Caballero y las directrices y derivas que puso en juego el Partido Comunista y sus asesores soviéticos. Y por último está, como tercer problema, no solo la falta de apoyo real al proyecto, sino también las resistencias más o menos soterradas por parte de cenetistas y faístas a cumplir las disposiciones gubernamentales y la benevolencia general con que Caballero las consideró.

Fue en ese interregno cuando el PCE publicó su primer gran programa de guerra conocido como las «Ocho condiciones de la victoria», que aparecería al público el 18 de diciembre. Era la primera llamada de atención.

la pérdida de Málaga y las circunstancias en que se produjo fueron un duro golpe para la política militar del jefe del Gobierno, que la dirigía personalmente ante la creciente oposición de los comunistas. Y los subsiguientes éxitos del Jarama y de Guadalajara nunca fueron puestos en el haber de tal política, salvo por Caballero mismo y sus seguidores…

El crecimiento de las críticas y la oposición llevaron a Caballero a plantear su dimisión, como se refleja en su importante entrevista y almuerzo con Azaña del día 19 de ese mes [de febrero del 37] en Benicarló.

Que la crisis alcanzaba niveles de gravedad lo muestra el hecho de que el 14 de marzo hubo una escena más que violenta entre Caballero y Álvarez del Vayo, ministro de Estado. La desconfianza se había acrecentado de forma extraordinaria. Caballero le recriminó su intervención en asuntos militares ajenos a su ministerio. Y lo que era más significativo: que su actividad había hecho que «la minoría comunista en el Gobierno parece haber aumentado con usted». Grave sospecha que no hacía sino comenzar.

En la crisis de febrero, pasando por la de marzo y en la definitiva de mayo, la intervención de Azaña fue más bien conciliadora y solo adoptaría decisiones cuando todas las alternativas llegaron a estar bloqueadas. La falta de sintonía se refleja, no obstante, en un comentario de Azaña en el que, refiriéndose a la subida de Negrín a la presidencia, escribe: «Ya no tengo la impresión de que estoy hablando con un muerto».

Efecto que me produce Largo. Contraste con lo antiguo. Reacciones de viejo. Incompetencia en la administración y el Estado. Falta de ideas personales —de imaginación—, de energía. Le encandila lo sindical. Manera de despachar»[238].

Era conocido en el lenguaje de pasillo por «el Viejo»; hombre de talante difícil, duro en su lenguaje, poco flexible y un punto autoritario. El Viejo no cedía fácilmente en contra de sus propias convicciones. En cuanto a sus cualidades como gobernante, el juicio era aún más desfavorable. Un náufrago político como Portela Valladares escribiría que «Largo Caballero vendrá aquejado de su eterno mal: angosto e intolerante pensamiento».

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El PCE empieza sus ataques (lo contamos aquí: Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin – El PCE decide que Negrín reemplace a Caballero):

La querella con los comunistas tuvo un punto de inflexión en un acontecimiento al menos simbólico: lo ocurrido al final del Pleno Ampliado del Comité Central del Partido Comunista que tuvo lugar en los primeros días de marzo de 1937 en Valencia, donde se oyeron discursos virulentos contra la política de Caballero, como el de José Díaz y, sobre todo, el pronunciado por uno de los ministros con que el Partido Comunista colaboraba precisamente en el Gobierno, Jesús Hernández. El discurso de Hernández apareció acto seguido publicado como folleto[244]

Caballero pide su dimisión, Hernández le contesta que su colaboración no es personal, sino en representación del Partido. El PCE dice que no y Caballero tuvo que resignarse a aceptar la situación… Así ve Aróstegui el asunto (es bastante divertido):

la imaginativa frescura y desinhibición de su autor, que las hace más creíbles, su transcripción detallada, la discusión sobre su veracidad ha sido y sigue siendo frondosa[253].

 

Hernández describe los precedentes del encargo que se le hizo de pronunciar ese discurso y de emplearlo para atacar a fondo la política de Largo Caballero. Pero esa «revelación», que no cuenta con otras fuentes, es, en consecuencia, imposible de contrastar.

 

… ante el descontento generalizado por la orientación del Gobierno Caballero, se tomó la decisión de emprender acciones para proceder a «ablandar» a su presidente.

 

Que en aquella reunión estuviesen presentes o no todas las personas cuyas intervenciones describe Hernández con truculento lujo de detalles —entre ellas Togliatti, cuya presencia en España en este momento es dudosa—, lo cual parece preocupar mucho a los autores, o que incluso semejante reunión no tuviese en realidad lugar, no viene aquí excesivamente al caso. No se trata de tomar el rábano por las hojas… Sí viene, en cambio, el contenido mismo del discurso de Hernández.

Ojo a esto:

 

«¿Pues no es usted el ministro de la Guerra?», le espetó Azaña. A lo que la contestación fue: «Yo no soy Presidente, ni ministro, ni nada». Azaña prefirió entonces acudir al sarcasmo ante la información que le daba el jefe del Gobierno y ministro de la Guerra. Fue en el Consejo Superior de Guerra donde se planteó la sustitución de Toribio Martínez Cabrera. Nadie presentó candidato. Entonces Álvarez del Vayo —Caballero enfatiza este asunto— propuso a Rojo. Just y Prieto se abstuvieron, y por tres votos resultó elegido Rojo «en contra del criterio del Ministro».

Los comunistas estaban segando a los socialistas la yerba debajo de sus mismos pies:

… se evidencia ahí su larga lucha contra los comunistas, su enorme desagrado porque estos están atrayendo a las masas que considera suyas, del Partido Socialista y de la Juventud Socialista, su desagrado por el hecho de que el partido, que hasta hace poco era débil, está creciendo en fuerza, lo que podría eclipsarle y dejarle a un lado. Teme la excepcional influencia que tiene el partido en una parte del ejército y se esfuerza por limitar esa influencia.

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El Partido Comunista lo pedía: «Insisto en esta cuestión, y no solo en mi propio nombre —dice Stepanov— sino en nombre de toda la dirección del Partido». Y es que «Caballero no quiere la derrota pero teme la victoria[277]» porque barruntaba que tal victoria en ese momento supondría la consumación de la política comunista y su hegemonía, dado que tal victoria no sería posible sin los comunistas.

Caballero seguía sin soportar la idea de una renovación radical del alto mando porque «esa renovación está de manera inevitable relacionada con un fortalecimiento del papel y la influencia de los jefes militares que se alinean en el partido comunista o con sus posiciones».

 

… la batalla anticomunista de Largo Caballero —y, recíprocamente, la batalla anticaballerista de los comunistas— llegó a un punto de no retorno a fines de marzo de 1937. … fue consciente, e intentó contrarrestarlo, del peligro de que la ayuda diplomática y logística de la Unión Soviética, en todo caso decisiva, acabara hipotecando la República a los intereses internacionales de aquella gran potencia…

Y el PSOE también se está haciendo comunista:

Caballero, en general, había prescindido en sus decisiones de los criterios de la Ejecutiva del partido, pero de ello no se dedujo una agudización del enfrentamiento de forma directa, sino más bien la deriva del socialismo centrista hacia las posiciones del Partido Comunista.

… «El Comisariado Político del Ejército lo creó Largo Caballero y este designó Comisario General a Álvarez del Vayo». En ese sentido decía Prieto con irrebatible lógica: «Y si era conocida la conducta de este “desde mucho antes de la guerra”[284], ¿cómo se le dio la cartera de Estado y además el Comisariado?». La absorción del Partido Socialista por el comunismo, denunciada por Araquistáin, «fue alentada y protegida por Caballero, Vayo, Araquistáin, que dirigieron la unificación de las Juventudes Socialistas».

En realidad, la batalla anticaballerista desde el Partido tuvo como protagonista y director, como ejecutante, más bien a Ramón Lamoneda. El secretario del partido fue clave en todos los intentos de aproximación al PCE, especialmente en la propuesta de creación del Partido Único del Proletariado, y a él se debe el éxito definitivo de la creación de los Comités de Enlace PCE/PSOE, acuerdo al que se llegó en abril de 1937.

Además, estaba el enfrentamiento de comunistas y anarquistas. Todo ello lleva a los sucesos de mayo del 37 y al fin del Gobierno de Caballero, que sería desplazado de la escena política sin mayor ceremonia.

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