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Decía Nietzsche en Así habló Zaratustra que «las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo».

El pasado jueves 12 de Enero, Juan García-Gallardo (Vox), Vicepresidente de Castilla y León, compareció en rueda de prensa para anunciar los nuevos acuerdos alcanzados en el Consejo de Gobierno. Se trataba de promocionar medidas sanitarias relacionadas con el fomento de la natalidad y el apoyo a las familias.

Entre otras medidas se mencionó la de que los médicos ofrezcamos a las mujeres que estén planteándose abortar la posibilidad de escuchar el latido fetal mediante ecografía. García-Gallardo no ignoraba que acababa de abrir la caja de los truenos. Parafraseando a Nietzsche, esos latidos, son las palabras silenciosas que han traído la madre de todas las tempestades. Los sumos sacerdotes de la cultura hegemónica salieron en tropel echando espumarajos por la boca y se rasgaron las vestiduras clamando al unísono «¡Blasfemia!».  Poco faltó para que golpearan y escupieran a Gallardo.

Visiblemente afectada, la progresía mediática liderada por su buque insignia El País, titulaba que la medida «obligaba» a las mujeres a escuchar el latido del feto. Era mentira, no obligaba, ofrecía la posibilidad. Pero ellos ya sabían que era mentira. Resulta evidente que cuando no tienes ningún freno moral dispones de una notable mayor cantidad de medios para alcanzar tus fines. Uno de esos medios tan eficaces es la mentira y otro la deshumanización del adversario político. Los políticos hacen gala de ese segundo medio cada vez que tildan a Vox como partido de «extrema-derecha». ¿Por qué es esto deshumanizante? Si afinamos todavía más el oído nos daremos cuenta de que en sus discursos tanto los partidos políticos del Gobierno de España como toda su comparsa de medios palmeros operan con una nueva genealogía de la moral: han suplantado los tradicionales términos bien y mal, por izquierda y derecha, respectivamente. El extremo-mal, no sería humano sino preternatural. Así todo es mucho más sencillo para sus votantes.

Otros, más moderaditos pero a la postre funcionando con idéntico mapa moral (quizá porque carecen de uno propio), señalaron haciendo aspavientos que aunque no obligase, el mero ofrecer la posibilidad ya suponía un chantaje emocional a la mujer, algo absolutamente intolerable. Incluso medios de comunicación conservadores trataron de buscar una tibia y mesurada equidistancia en la cuestión. Tras naufragar por abrazarse al iceberg del psoe state of mind, acabarán ahogándose como Di Caprio al ver que en la tabla no hay sitio para ellos mismos y el lastre de la equidistancia bienquedista.

Aprovechando el ciclón desatado quisiera situarnos en el ojo del huracán, paradójicamente su sitio más tranquilo, para disertar sobre un asunto que es evidente pero que quizá por ello con frecuencia pasa desapercibido. Se trata, ni más ni menos, del ocultamiento de la realidad a la conciencia, fenómeno bastante frecuente en la psicología humana. En este caso concreto me voy a referir al ocultamiento de la realidad a la conciencia de los personas que argumentan a favor del aborto. Es muy significativo que los seres humanos necesitemos convencernos de hechos y cosas que en el fondo sabemos que no son verdad y lleguemos incluso al delirio de creérnoslas (aunque nunca del todo). A esos hechos y cosas los llamaré pseudoverdades o mentiras autoinducidas. Seamos proaborto o seamos provida, en esta temática miraban fijamente a las cabras”s tberg del psoe state of mind,  of midn.,  hay dos hechos desnudos de todo juicio moral que deben centrar nuestra atención. El primero, que la vida humana comienza en la concepción. El segundo, que el aborto provocado es la eliminación deliberada de un individuo de la especie homo sapiens en el útero materno. Las personas que argumentan a favor del aborto utilizan pseudoverdades como la negación de esos dos hechos o los malabares lingüísticos de «interrupción voluntaria del embarazo» o «derechos de la mujer». Son eufemismos, palabras instrumentales emocionalmente mucho más amables a la conciencia que la crudeza de los términos «aborto provocado». Vemos como mediante la voluntad se manipula el lenguaje para intentar eclipsar a la propia conciencia la realidad desnuda que se presenta ante nuestro intelecto. Tratamos de alterar la realidad mediante el lenguaje para reconfigurarla y que se amolde a nuestros caprichos. Pero la realidad es más fuerte. Si algo nos ha enseñado la película Los hombres que miraban fijamente a las cabras, es que negar la existencia de una pared de ladrillo no disminuye la severidad del traumatismo craneoencefálico derivado de pretender atravesarla como si nada nos fuese a pasar.

Además, mediante estas pseudoverdades o mentiras autoinducidas normalmente nos colocamos en un plano superior, libre de toda culpa, más allá del bien y del mal, como abnegados héroes de la moralidad, filántropos de la redefinición de los derechos humanos aunque en verdad sólo seamos jenízaros de la cultura de la muerte y lacayos obedientes de las élites del nuevo orden mundial.

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Las pseudoverdades son como un punto ciego para la vista de la conciencia. Con ellas, desaparece la realidad que ocultan del campo visual de la conciencia, de manera que ésta ya no ve que no ve, deja de ser consciente de su ignorancia. Y, con el tiempo, acaba casi olvidando del todo la mentira que tuvo que creer en un inicio como cierta. Pero nunca existe el crimen perfecto. Nunca desaparecen al 100% los indicios. Las pseudverdades son como la huella o el fósil de un dinosaurio. Pero cuando la conciencia despierte, el dinosaurio todavía estará allí, acechando, y algunas personas se darán cuenta de que como Augusto Monterroso, se han contado un cuento a sí mismas.

El punto ciego, es la zona de la retina por la que entra en el globo ocular el nervio óptico. En los seres humanos y otros mamíferos es una zona de la retina desprovista de conos y bastones. No es, por tanto, sensible a la luz.

No somos conscientes del punto ciego porque no aparece en nuestro campo visual.  De hecho no fue descubierto hasta 1668 por el matemático y filósofo francés Edme Mariotte. Cada ojo tiene un punto ciego de un tamaño bastante considerable «escondido» dentro de su campo visual que habitualmente pasa inadvertido a la vista. Una manera de descubrirlo es realizar el ejercicio de dibujar en un papel un punto y a su derecha a unos 8 centímetros una cruz. Taparse el ojo derecho y mirar fijamente a la cruz  alejándose el papel muy despacio. En un  momento determinado, a unos 30 centímetros del papel el punto izquierdo desaparecerá. Si proseguimos alejando el papel el punto vuelve a aparecer.

Escuchar la ecografía del latido fetal es algo análogo a realizar este ejercicio.

Afirmar que «la mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera» es colocar un punto ciego para que la conciencia no vea que hay otro cuerpo (por cierto, la mitad de las veces de otra mujer) dentro del útero de la mujer embarazada. Con asombro he constatado cómo incluso médicos, que se supone que han estudiado la asignatura de embriología en primero de medicina, tratan desesperadamente de torcer la realidad con este subterfugio. Patético y humano, demasiado humano.

Orwell en su novela 1984 llamaba doblepensar, a la acrobacia mental a la que nos hemos referido con el nombre pseudoverdad o mentira autoinducida.

Es vulnerar el principio aristotélico de no contradicción. Es sostener simultáneamente que una cosa es y no es en el mismo sentido de lo mismo. Es un ejemplo de mal uso de la voluntad que se dedica a atacar algo tan sólido y noble como el hábito innato de los primeros principios.

Decía la Madre Santa Teresa de Calcuta en su discurso del 10 de Diciembre de 1979 al recibir el premio nobel de la paz que «el mayor destructor de la paz hoy es el crimen del inocente niño no nacido. Si una madre puede asesinar a su propio hijo en su útero ¿qué impedirá que nos matemos unos a otros?». Más adelante añadía que «para mí las naciones más pobres son las que han legalizado el aborto». Como se suele decir, tenía más razón que una santa. El estatus moral del feto no deriva de su semana de gestación, sino de su condición de ser humano (y lo es desde la fecundación). ¿Si creemos que el estatus moral del feto deriva del consenso parlamentario qué impedirá que consideremos que el estatus moral del niño, del anciano o del enfermo derive del consenso parlamentario?

Por su parte, Benedicto XVI, el 17 de septiembre de 2010 en el Westminster Hall londinense dijo que «si los principios éticos que sostienen el proceso democrático, no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia». Casi exactamente un año más tarde, el 22 de septiembre de 2011 en el Bundestag berlinés declaró que «Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del Derecho, en las cuáles está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta».

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Hubo una época no tan remota (corría el año 2010) en que incluso las cajetillas de tabaco se atrevían a decirnos la verdad…

«Fumar durante el embarazo perjudica la salud de su hijo». Imagen cortesía de Jaumes Vives Vives. Hoy la miraríamos murmurando entre dientes «maldita cajetilla ultraderechista». Pero a la evidencia científica se la traen al pairo nuestros berrinches.

El 18 de abril de 2005, horas antes de iniciar su pontificado Benedicto XVI habló en una célebre homilía de la dictadura del relativismo. Al final de su vida, en el libro de Peter Seewald, Benedicto XVI una vida, el pontífice emérito señalaba que «la sociedad moderna está formulando un credo del anticristo y el que se opone a él es castigado con la excomunión social. El temor ante el poder espiritual del anticristo es demasiado natural». La dictadura del relativismo, por tanto, ha servido como puente pero ya ha quedado atrás. Hoy se va consolidando un credo del anticristo, uno de cuyos dogmas principales es el aborto entendido como derecho. De manera que todo aquel que no comulgue con estos dogmas se situará fuera del marco democrático.

Suena un poco como a vivir en una novela distópica ¿verdad? Veamos un par de ejemplos. El mes pasado Isabel Vaughan-Spruce fue arrestada en Londres por rezar en silencio, en su mente, cerca de una clínica de aborto cuando ya estaba cerrada. Más recientemente, Smith-Connor fue multado por rezar en silencio por su hijo abortado hace 22 años ante el abortorio donde murió. La oración mental a favor de la vida es hoy un crimental orwelliano. Los poderosos de este mundo temen el poder de la oración. Debería darnos que pensar que los hijos de las tinieblas tengan más fe en el poder de la oración de un creyente que muchos de los que nos decimos hijos de la luz.

La conciencia es un órgano del que está dotado todo ser humano. Es un órgano muy misterioso cuya atención nos permite el discernimiento moral. Alegóricamente podríamos considerar que es como un instrumento musical. Cuando no se actúa de manera noble con la conciencia, ella, poco a poco, se va desafinando.

Existe un diapasón universal para la conciencia, es el mismo ahora y siempre, aquí y en la Cochibamba. Nuestra sociedad ha dado la espalda a ese diapasón universal. Cada vez que esto ha ocurrido en el pasado los sonidos del infierno han retumbado con mayor fuerza en la tierra. Y con ellos vuelven los sacrificios humanos. Dios no sólo puso fin a los sacrificios humanos (recuérdese la escena bíblica de Abraham e Isaac), sino que los invirtió de manera definitiva, sacrificando la vida de su Hijo por salvar la nuestra del pecado y darnos la vida eterna, que es la vida con Él si queremos seguirle.

Nietzsche tenía razón con aquello de «Dios ha muerto». Es cierto. Pero también ha resucitado. Y lo hizo partiendo la historia en dos, historizando a martillazos, moviendo esa losa de la muerte que era la losa que tapaba el sepulcro.

Ese diapasón fundamental puede decirse poéticamente que no solo tiene timbre y tono, también tiene ritmo y está vivo, digamos que late, es el latir del Sagrado Corazón de Jesús. Hay que volver a escuchar ese diapasón fundamental como hizo San Juan, el discípulo amado (y un poco vanidoso), quien en la última cena recostó su cabeza sobre Jesús. El cristiano perfecto está invitado a participar de los latidos de su Corazón.

No es casual ni puede serlo que la sentencia de Roe contra Wade fuese derogada el 24 de Junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. No es casual que escuchar el latido del feto haga que muchas mujeres que se habían planteado en un primer momento a abortar se arrepientan antes de llegar a hacerlo. No es casual que las leyes del latido fetal de algunos estados de EEUU hayan hecho cerrar muchos abortorios en dichos estados o hayan desplomado el número de abortos en países como Polonia (para tremendo berrinche deeply concerneado de la tocaya de la archivillana de La sirenita).

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REDACCIÓN
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