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La intervención militar tuvo lugar en 1588, con la mayor flota que habían visto los ojos de la Historia hasta ese momento, organizada por la corona española, para invadir Inglaterra. La sufrida derrota de la expedición se debió más a las inclemencias del tiempo que a los cañones de la Royal Navy.

El poder de Felipe II era envidiado por muchos países europeos por la gran cantidad de territorios que gobernaba. Además, nuestros enemigos, sentían celos por el éxito en las colonias americanas y nuestra presencia en Italia, Flandes y Portugal. La fama de nuestros gloriosos y temidos Tercios en los Países Bajos, para sofocar aquellos territorios, empujaron a la pérfida Albión a rondar nuestras costas y acosar a nuestros barcos que venían cargados de riquezas de América con piratas patrocinados por Su Graciosa Majestad, Isabel I, reina de Inglaterra.

La chispa fue activada por la propia reina de los ingleses al ayudar a los rebeldes que luchaban contra España en los Países Bajos y a las acciones de piratería de Francis Drake que se hizo a la mar para repartir cañonazos con sus corsarios.

Así lo describe el historiador español Carlos Gómez-Centurión en su libro “La Armada Invencible”: «Las autoridades inglesas lanzaron al Atlántico una flota de 25 navíos, al mando de Francis Drake, con el propósito de hostigar a los barcos españoles y asaltar sus colonias en las Indias occidentales. Antes de cruzar el océano, la flota saqueó Vigo, continuando viaje hacia el Caribe para capturar Santo Domingo (…) Aquello era más de lo que Felipe II podía tolerar sin emprender represalias. A finales de 1585 y, por primera vez desde el siglo XIV, Inglaterra y España estaban en guerra abierta».

El plan para dominar Inglaterra

En 1586, cansado Felipe II de tanto hostigamiento, decidió planificar una acción inaudita para aquella época: tomar Inglaterra por la fuerza, preparando una armada que, partiendo de Portugal, viajara hasta Dunquerque, al norte de Flandes, a través del Canal de la Mancha, para reunirse con los Tercios españoles al mando del Duque de Parma, a los que ofrecería escolta hasta Inglaterra. Una vez en tierra inglesa, los soldados asediarían Londres y capturarían a la mayoría de los miembros de la familia real.

Desarrollado el plan de ataque, el rey Felipe quiso asegurarse la victoria y ordenó construir una gigantesca flota que, solo con su presencia, helara los corazones de sus enemigos. Esta sería la Gran Armada.

Zarpa la gigantesca flota

Necesitaron tres años para que los astilleros construyeran una flota como la que había imaginado el rey Felipe II. Tuvieron que acondicionar barcos mercantes para el combate. El 28 de mayo todo estaba preparado para ir contra los ingleses desde el puerto de Lisboa.

«A bordo de 130 navíos –que sumaban casi 60.000 toneladas- viajaban unos 8.000 marineros y 20.000 hombres, entre oficiales y soldados de diferentes nacionalidades. Se habían embarcado además 180 sacerdotes y religiosos, 74 médicos, cirujanos y enfermeros y más de medio centenar de funcionarios y escribanos que debían de dirigir y hacerse cargo de las tareas administrativas y de gobierno durante la ocupación de Inglaterra». La flota iniciaba su travesía al mando de Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia.

Comienzan las dificultades

Ya en la mar, la «Felicísima Armada» puso rumbo a La Coruña, lugar donde se pertrecharía de víveres y municiones antes de iniciar la nueva singladura.

«El día 19 de junio (…) anclaron en La Coruña, pero antes de que la Armada hubiese terminado de entrar en el puerto, se declaró una violenta tormenta que dispersó casi la mitad de la flota. (…) Varios días después seguían sin tener noticias de numerosos navíos, otros estaban averiados y cada día caían más hombres enfermos», comenta el historiador Gómez-Centurión.

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Tuvieron que pasar varias semanas hasta lograr recomponer la flota. Este contratiempo sería el inicio de los ataques que la meteorología contra la mal llamada Invencible; el 26 de julio una nueva tormenta atacó de nuevo a la Armada ocasionando que unos cincuenta buques perdieran su rumbo y se alejaran del convoy. Tuvieron que luchar con dureza durante tres días para reunir de nuevo a los buques y reanudar la marcha hacia Inglaterra.

Primer encuentro con el enemigo

Desde la isla, los ingleses avistaron enseguida a la temible flota española. El corsario Francis Drake, que también ostentaba el rango de vicealmirante de la Royal Navy, no mostró gran inquietud ante la llegada de los navíos españoles. «Según la leyenda, Drake, que estaba jugando a los bolos cuando (se presentaron) con la nueva, exclamó: “Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles”».

Los británicos armaron esa misma noche 54 buques para responder a la Armada, al creer que los españoles desembarcarían en sus costas. Sin embargo, la escuadra del rey Felipe II no tenía órdenes de combatir en ese momento, sino de atravesar el Canal de la Mancha para llegar a Flandes para recoger a la infantería que invadiría Inglaterra.

Ambas escuadras se avistaron cerca del extremo suroeste de las costas inglesas. Aquel fue el momento en que los soldados de la pérfida Albión observaban por vez primera a la Gran Armada, sin duda la mayor concentración de buques que habían avistado en su vida.

Una curiosa batalla

Una vez avistada la flota española por los ingleses, éstos últimos comprendieron que no podían enfrentarse a aquella inmensa mole de navíos sin salir mal parados. Decidieron entonces utilizar su poderosa artillería y bombardear a la escuadra hispana sin arriesgarse mucho.

Los expedicionarios no pudieron hacer otra cosa que hacer uso de tácticas para que los británicos se acercaran más para bombardearles. Pero no surtió efecto la estratagema ya que el enemigo disponía de barcos más ligeros y rápidos, lo que desesperaba a los navíos españoles, que atacaban y se retiraban a placer.

Sobre el mediodía los soldados de Isabel I abandonaron la lucha sin apenas causar daño a la Felicísima Armada. De hecho, las bajas españolas las recibieron mientras continuaban su viaje, lento e imparable, hacia Dunkerque. Medina Sidonia tenía órdenes de no detener su viaje y evitar el combate a menos que fuera estrictamente necesario.

«Las primeras pérdidas españolas de importancia se produjeron después de la batalla: fueron dos accidentes al margen del ataque enemigo, que costaron a la Armada la pérdida de dos naves importantes. Primero, la “San Salvador” (…) fue pasto de las llamas debido al estallido de unos barriles de pólvora. Después, la “Nuestra Señora del Rosario” (…) chocó al maniobrar con otra embarcación andaluza resultando gravemente dañada. Ambas caerían en pocas horas en manos de los ingleses», según narra el historiador mencionado.

La reina Isabel I ordena la ofensiva

Ante el acoso constante a la flota, en días sucesivos los ingleses cañonearon intensamente los barcos españoles; el 6 de agosto la Gran Armada tuvo que arribar al puerto francés de Calais, ubicado a unos 46 kilómetros de Dunkerque. Limitados de munición y con buques dañados tras varios combates, Medina Sidonia envió una misiva al Duque de Parma, en la que le informaba que debía trasladarse lo antes posible hasta esa nueva posición con sus hombres, para poder cumplir la misión.

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El Duque no estaba preparado, debido a la falta de materiales y de munición. La misión se complicaba cada vez más. Para colmo, a la mañana siguiente, los ingleses iniciaron una ofensiva sobre la Armada, cuando estaba amarrada, lanzando varios brulotes; barcos que, una vez desalojados, eran cargados con munición y pólvora, a los que se les prendía fuego antes de lanzarlos contra el enemigo.

«Cuando los brulotes acortaron distancias y se dispararon sus cañones a causa del calor, el pánico desquició una situación ya deteriorada. Cada barco de la flota tenía echadas dos o incluso tres anclas y casi todas se perdieron. La mayoría de los capitanes se limitaron a cortar sus amarras y huyeron. (…) De un solo golpe la Armada se había transformado de una fuerza de combate cohesionada y formidable en un conjunto de barcos dominados por el pánico», según cuenta el historiador Geoffrey Parker y el profesor emérito de arqueología submarina Colin Martin en su obra conjunta “La Gran Armada: La mayor flota jamás vista desde la creación del mundo”.

La meteorología, también en contra

A la mañana siguiente reinaba el caos en la Gran Armada. Medina Sidonia sólo pudo desesperarse y maldecir mientras la Armada, arrastrada por las corrientes hacia el este de Inglaterra, intentaba reagruparse bajo un intenso cañoneo enemigo.

Sin embargo, lo peor estaba aún por llegar. «A media tarde se desencadenó un violento temporal mientras los españoles estaban cada vez más indefensos, contra los ingleses y contra el viento que les arrastraba», señala Gómez Centurión en su trabajo.

Todo parecía haberse puesto en contra de la Gran Armada. Después de intentar atacar a la flota inglesa en un acto desesperado, Medina Sidonia aceptó su derrota y se dispuso a poner rumbo hacia aguas españolas. Este plan sería de difícil ejecución porque sus navíos no podían volver a atravesar el Canal de la Mancha, ahora dominado por los británicos.

El triste regreso

Medina Sidonia ordenó entonces bordear por el norte Inglaterra, una complicada travesía que terminaría con lo que quedaba de la Armada. «Se inició así un largo y penoso viaje de retorno, a veces convertido en una auténtica pesadilla, durante el cual miles de hombres perdieron la vida y varias decenas de barcos se fueron a pique», explica el experto español. En septiembre de 1588, menos de una decena de barcos llegarían a las costas de nuestro país. La Gran Armada no pudo hacer honor a su nombre.

Algunos historiadores y estudiosos puntualizan que el nombre de Invencible no fue utilizado, salvo por ciertas reseñas de los ingleses, y que lo usaron en son de burla y que, ni ellos mismos volvieron a utilizar nunca; para los británicos era más frecuente referirse al nombre de Spanish Armada. Pero, ya se sabe, los españoles seguimos siendo tan estúpidos y masoquistas que la mayoría continúa llamándola así.

El diario ABC publicó interesantes trabajos de estos luctuosos acontecimientos, además de la abundante documentación del Archivo de Indias y de los trabajos de autorizados investigadores, que han servido de base para este comentario. De las derrotas se aprende tanto como de las victorias. Pero no conviene olvidarse de éstas últimas. Y sería de gran interés que los especialistas nos documentaran sobre los gloriosos Tercios y su gran organización logística.