21/11/2024 20:47
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Artículo de John Cody en Remix News sobre la hipocresía de la UE con respecto a China.

Hagamos un experimento. Imaginemos que Hungría decide encarcelar a su población musulmana en campos de trabajo, destruye sistemáticamente cada mezquita e implementa programas de reeducación para eliminar el islam como religión. Además, Viktor Orbán se instala oficialmente como “primer ministro a perpetuidad” y prohíbe las elecciones democráticas. Todos sabemos lo que pasaría. Como mínimo, Hungría sería expulsada de la UE, los titulares mundiales clamarían contra el nuevo nazismo que acecha a Europa y estallarían protestas masivas en ciudades europeas pidiendo la cabeza de Orbán. Twitter se llenaría de hashtags anti-húngaros, algunos tal vez incluso amenazando con la violencia, pero se les permitiría seguir siendo tendencia. Las naciones de la UE no solo condenarían rotundamente a Hungría, sino que incluso podrían enviar “fuerzas de paz” para derrocar al gobierno húngaro si continuase por ese camino. La Europa liberal no toleraría ese comportamiento.

En caso de que no veas hacia dónde va este experimento, actualmente, en el mundo real, China está encarcelando a un millón de musulmanes uigures, destruyendo sus mezquitas por millares y “reeducándolos” para convertirlos en ciudadanos comunistas obedientes en campos de prisioneros, eliminando de ese modo su cultura e incluso su voluntad de resistir. Esto no es una teoría de la conspiración, los guardianes de los medios de comunicación liberales como The Guardian y la BBC, que son el tipo de publicaciones que leen casi todos los diputados liberales de Bruselas, han confirmado todo esto. De hecho, las imágenes de satélite confirman que en 2020 en la provincia de Xinjiang se destruyeron un mínimo de 8.500 mezquitas y otras 7.000 fueron dañadas. No es un error tipográfico. Literalmente 8.500 mezquitas han sido eliminadas y muchas más dañadas. Además de todo esto, la Associated Press también ha informado sobre programas para esterilizar a los musulmanes y el uso del aborto para reducir su población. Sin embargo, no habrá una fuerza de paz europea para “liberar” a estos musulmanes y mucho menos sanciones impuestas a China por sus acciones. No, por el contrario, la UE acaba de recompensar a China con un acuerdo comercial histórico, un acuerdo comercial que solo fortalecerá al ya virtualmente omnipotente liderazgo comunista chino. El mismo liderazgo que instaló a Xi Jinping como «presidente a perpetuidad”, el mismo crimen por el que la UE probablemente expulsaría a Orbán de la UE.

Internos en un campo de «reeducación» asisten a un evento contra el extremismo. El gobierno chino describe estos campos como «centros vocacionales de entrenamiento»

El año pasado marcó un importante punto de inflexión en la campaña de la UE contra Hungría y Polonia. El Parlamento Europeo y la presidencia alemana del Consejo Europeo han impulsado sanciones por el Estado de Derecho contra ambos países, alegando que no siguen las normas democráticas y que violan los derechos humanos con sus políticas anti-inmigración. Alemania y Francia, que desempeñaron un papel importante en el impulso de un mecanismo de sanciones contra Hungría y Polonia, son también las principales fuerzas impulsoras del acuerdo comercial con China. Angela Merkel consiguió numerosas cláusulas favorables para la industria alemana, incluyendo una codiciada licencia de telefonía móvil para Deutsche Telekom, la primera para una compañía telefónica extranjera. Entonces, ¿por qué este doble rasero? ¿Por qué la UE combate a Hungría y Polonia, dos países con democracias reales, y trata a la China comunista como un país que no está llevando a cabo una limpieza étnica?

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En primer lugar, a pesar de toda la fachada de derechos humanos y democracia sobre la que tanto predica la UE, el poder importa. La economía exportadora de Alemania, junto con muchas otras naciones europeas, depende en gran medida de China. El país asiático lo sabe y actúa en consecuencia. Hungría y Polonia, por otra parte, siguen siendo débiles tras décadas de comunismo al estilo soviético, al menos en comparación con China, y esta debilidad los ha hecho vulnerables a los ataques políticos. En segundo lugar, países como Alemania, y en menor medida Francia, se han creado una poderosa imagen de sí mismos como defensores de los derechos humanos, la libertad y la democracia. Merkel tiene una popularidad muy alta en su propio país y en el extranjero, y es generalmente vista como la política más poderosa de Europa. Esto da a Alemania cobertura para aplicar políticas contradictorias, incluidos los acuerdos comerciales que benefician a los autócratas, especialmente si hay pocas razones para que la opinión pública sea negativa. En tercer lugar, hay actores poderosos en Europa que favorecen a países que apoyan cuestiones como los derechos LGBT, el aborto y, quizás lo más importante, la inmigración masiva. Estos poderosos grupos, incluidas las ONG apoyadas por George Soros, los políticos de izquierda y sus aliados en los medios de comunicación, están dispuestos a pasar por alto algunas políticas siempre y cuando se cumplan ciertos criterios. Si Merkel estuviera en contra de las fronteras abiertas, su apoyo al acuerdo comercial con China habría recibido casi con toda seguridad una prensa mucho más negativa.

Otro aspecto del problema es que la represión china de los uigures musulmanes plantea una cuestión molesta para los liberales e izquierdistas blancos que conforman la mayor parte de la élite gobernante e intelectualidad europea. Representa un conflicto en el que una raza está oprimiendo a otra raza, pero ninguna de ellas es blanca. Esto crea un nivel de disonancia cognitiva incómoda para los eurodiputados, trabajadores de ONG y autoridades de la Comisión y del Consejo en Bruselas. Un grupo de personas blancas que cada año compra más y más las ideas, cada vez más de moda, que se han apoderado de Occidente: privilegio blanco, fragilidad blanca, colonialismo blanco, racismo sistémico, etc. El conflicto en China no se adhiere a estas ideas de moda ni a las ordenadas cajas en las que a los liberales les gustaría definir el mundo. El conflicto entre los chinos han y los uigures es colonialismo, pero no colonialismo europeo, se trata de poder étnico, pero no de poder blanco, se trata de supremacismo, pero no de supremacismo blanco. Si realmente se reflexionara sobre las implicaciones de este tipo de colonialismo asiático, incluso se podría abrir la puerta a repensar todo el pasado colonial de Europa, otro tema de moda para el conjunto liberal ilustrado en Europa. Por ese motivo, para esta élite liberal e izquierdista y sus seguidores en Twitter, el odio por Orbán superará siempre al odio por la China de Xi.

A pesar de que los medios de comunicación han dado cierta cobertura a la cuestión uigur, no hay una indignación visceral de los liberales por este asunto. La mayoría de ellos, incluidos los europeos, prefirieron dedicar su indignación a Donald Trump en los últimos cuatro años y no hay pocas razones por las que no podrían albergar la misma ira y odio por un gobierno verdaderamente autoritario en China. De hecho, gran parte de la élite empresarial, política e incluso militar de Occidente todavía pide mantener estrechos lazos con China, con algunas excepciones crecientes en los Estados Unidos y políticos menores en países como la República Checa. En lo que respecta a los europeos en general, la mayoría probablemente no es consciente de que los uigures se enfrentan al encarcelamiento en China o incluso no sabe lo que son. Desafortunadamente para los uigures, tienen al grupo equivocado de personas persiguiéndolos. Si quieren llegar a la conciencia pública, les ofrezco un consejo: simplemente que empiecen a afirmar que no es realmente China la que está detrás de la represión, sino que son, de hecho, Orbán y Kaczyński de Polonia trabajando mano a mano en un acuerdo secreto con China por un “odio compartido hacia los musulmanes”. Esa es una historia que podría llamar la atención de funcionarios poderosos tanto en Alemania como en la Comisión Europea, junto con los verificadores de Twitter. Si los uigures pueden convencer al mundo de que Orbán es realmente la mente maestra que los encarcela, los esteriliza y destruye sus lugares de culto, entonces países como Alemania comenzarían a preocuparse cada vez más por el “estado de derecho” en China.

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Si los medios de comunicación fueran “justos y equilibrados”, entonces Alemania, Francia y otras potencias de la UE parecerían ridículas eligiendo el dinero sobre los valores en el caso de China solo para lanzar un ataque total contra Hungría y Polonia por las llamadas prácticas iliberales. Por lo tanto, la próxima vez que escuches a las ONG atacar la postura de Hungría sobre la migración o a los políticos de la CDU de Angela Merkel referirse al estado de derecho en Hungría, alguien debería señalarles el acuerdo comercial de la UE con China. Pregúntales ¿por qué, en lugar de impulsar la enorme economía china, la UE no está abofeteando a China con sanciones? La verdadera respuesta es que China tiene mucho poder y Hungría tiene muy poco.

Estos hechos, siendo tan evidentes, no harán que los liberales o izquierdistas se cuestionen por un segundo por qué odian más a Orbán que a Xi. Muchos de ellos, aunque vagamente conscientes de estos hechos, simplemente no pueden sentir un odio visceral por Xi. Tampoco sería políticamente conveniente. Esas mismas ONG y políticos no pierden el sueño por lo que les está pasando a los uigures. De hecho, ni siquiera piensan en ellos. Son “persona non grata” que solo merecen unas pocas notas de prensa al año mientras la exportaciones e importaciones continúan fluyendo entre China y Europa. Pero el trágico destino de los uigures, al otro lado del mundo, debería servir de valiosa lección a los críticos de aquellos que tratan de ocupar el terreno moral en los pasillos del poder en Bruselas. Son tan falsos como sospechas que son.

Autor

Álvaro Peñas