25/10/2025 08:22
La pérdida de la posición de lgueriben fue el principio del fin de la debacle, como derribar una ficha de dominó que arrastra al resto en su caída.
Abd el-Krim olió sangre.
Y el 22 de julio de 1921 arrasó de madrugada el campamento de Annual.
Sobrepasado por la inesperada avalancha que se le vino encima, el general Silvestre dio la orden de retirada que se produjo en estampida.
Sin embargo, las salvajes cabilas rifeñas no tendieron precisamente un puente de plata al enemigo.
Al contrario. Lo persiguieron con saña.
En la caótica desbandada, la tropa, presa del pánico, no acató las órdenes de sus superiores y acabó matándose entre sí por subirse a la grupa de un mulo.
Más de diez mil soldados españoles fueron masacrados por los rebeldes.
Atormentado por su imprudencia o porque no pudo soportar semejante borrón en su hasta entonces intachable hoja de servicios, todo apunta a que el general Silvestre se voló los sesos.
Oficial de extraordinario coraje y valor -en la Guerra de Cuba tras ser atado a un árbol sobrevivió a las once puñaladas que le asestaron los mambises-, venerado y querido por sus subordinados, se convirtió en la cabeza de turco de aquella hecatombe, una de las páginas más negras de la Historia de España.
Fue entonces cuando el general Navarro asumió el mando.
Los tres mil supervivientes iniciaron una travesía en dirección a Melilla, caminando exhaustos por la desértica carretera bajo el abrasador sol africano, pero al cruzar el cauce seco del río Igan, los rifeños, que les habían tendido una emboscada, abrieron fuego.
Solo el heroico comportamiento de los jinetes del Regimiento de Caballería Alcántara 14, al mando del teniente coronel Fernando Primo de Rivera -hermano del futuro dictador- pudo paliar una matanza todavía mayor.
Las cargas suicidas de esos valientes centauros del desierto permitieron escapar a la mayoría de sus compatriotas que, a duras penas -el general Navarro se negó a soltar lastre abandonando a los heridos-, lograron arribar al cuartel de Monte Arruit, donde se refugiaron, aunque por poco tiempo ya que a casi todos ellos les aguardaba un trágico destino, del que tampoco se libraría el teniente coronel Fernando Primo de Rivera: la metralla de una granada le alcanzó el brazo y hubo que amputárselo sin anestesia a causa de la gangrena.
Sitiados por el moro en el fuerte de Monte Arruit, los supervivientes de Annual, sin agua, sin víveres ni munición, apenas resistieron dos semanas hasta que el general Navarro acabó capitulando.
Pero los rebeldes incumplieron lo pactado y nada más contemplar las armas agolpadas en el suelo, se abalanzaron sobre los indefensos soldados españoles, pasándolos a cuchillo.
‘Acusar a alguien de asesinato en esta guerra, es como poner una multa por exceso de velocidad en las Quinientas Millas de lndianapolis’, anota en su diario el capitán Willard en ‘Apcalipse Now’ mientras navega por el río en una barcaza con la misión de matar al coronel Kurtz, un ex boina verde que ha enloquecido organizando su propio ejército en el corazón de la jungla durante la Guerra del Vietnam.
Sin embargo, las atrocidades perpetradas por los rifeños en Monte Arruit rebasaron todo lo imaginable: los soldados españoles que se salvaron de ser mutilados o degollados como corderos, fueron quemados vivos, abiertos en canal o emasculados, introduciéndoles los testículos en la boca y cosiendo sus labios con cordones. Las mujeres no les iban a la zaga, arrancándoles la dentadura o golpeando sus cabezas hasta reventarlas en una orgía de sangre y frenesí.
De aquella escabechina, los rifeños solo indultaron a un reducido grupo de soldados y oficiales -entre ellos el general Navarro- a los que hicieron prisioneros.
Semanas después, los soldados españoles contemplaron espantados el macabro espectáculo de aquellos cadáveres insepultos calcinados por el sol en medio de un insoportable hedor.
Entretanto Melilla, que había quedado a merced de los rebeldes, fue salvada ‘in extremis’ por un cuerpo de élite de reciente creación: la Legión, que al mando del comandante Franco realizó un esfuerzo titánico recorriendo casi cien kilómetros en apenas treinta horas para custodiarla cuando sus habitantes aterrados ya se agolpaban en el muelle para zarpar a la península.
‘Nunca un legionario podrá decir que está cansado’, reza no en vano el credo de la Legión, inspirado en el Bushido japonés.
De madrugada, una llamada del teniente coronel Millán Astray despertó al comandante Franco mientras dormía en el campamento de Rokba el Gozal, ordenándole -sin más explicaciones- que se dirigiera urgentemente a Melilla con sus hombres.
Tras aquella agotadora marcha, la l bandera del Tercio de la Legión llegó a la estación de Tetuán donde un tren los transportó a Ceuta.
Allí, al caer la tarde, abordaron el bajel Ciudad de Cádiz que los iba a trasladar a Melilla.
Una vez todos formados junto a la dársena, Millán Astray se dirigió a ellos con su poderosa voz:
-¡Legionarios!: De Melilla nos llaman en su auxilio. La situación es grave, quizás en esta empresa tengamos que morir todos. Si alguno no quiere venir con nosotros, que se marche. Queda licenciado ahora mismo…
En medio de un denso silencio, todos permanecieron inmóviles.
-Ahora jurad -clamó el fundador de la Legión-. ¿Juráis todos morir en socorro de Melilla?
-¡Sí, juramos! ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Viva la Legión! -gritaron al unísono antes de partir a toda máquina con destino a Melilla donde fueron recibidos con alivio y alborozo.
Aquellos aguerridos legionarios no solo evitaron otro baño de sangre sino que Melilla dejará para siempre de ser española.
Empero la ingratitud de no pocos de sus descendientes, muchos de los cuales le deben al comandante Franco y sus hombres que sus ancestros no fueran pasados a gumía, ha consentido que la estatua que se había erigido en su honor haya sido retirada, apelando a la Ley de la Memoria Democrática -con la sola oposición de Vox y la abstención del Partido Popular, que prefirió mirar hacia otro lado- cuando, por si fuera poco, dichos sucesos acaecieron el verano de 1921 y son, por consiguiente, muy anteriores a la Guerra Civil.
Actualmente la escultura de bronce del comandante Franco, con una vara de mando en una mano y unos prismáticos en la otra, yace en una caja de madera en un almacén de Melilla.
Sin embargo, este 12 de octubre, día de la Hispanidad, la mascota de la Legión que en esta ocasión no será una cabra sino un borrego llamado ‘Baraka’, desfilará, una vez más, entre vítores y aplausos por las calles de Madrid, mal que le pese a Gabriel Rufián que ha tenido la desfachatez de comparar su ‘coste’ con el show de la flotilla de Ada Colau.

Autor

Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa García de Oteyza es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha desarrollado su actividad profesional en la Bolsa, la Banca y la Empresa.
Hijo del que fuera ministro de Hacienda de Franco, Juan José Espinosa San Martín, Miguel es también autor de tres libros. El más reciente, "Mi tío robó los diarios de Azaña y otras historias familiares".
LEER MÁS:  Beatriz Paredes Camuñas: “Nuestra Historia es el punto de encuentro para todos los españoles de nuestra época”. Por Javier Navascués
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