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“El burgués trata de vivir en un término medio confortable. Nunca habrá de sacrificarse o de entregarse ni a la embriaguez ni al ascetismo, nunca será mártir.
Al contrario, su ideal no es sacrificio, sino conservación del yo, su afán no se dirige ni a la santidad ni a lo contrario.
En resumen, trata de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas. Pero el burgués no estima nada tanto como al yo.
A costa de la intensidad alcanza seguridad y conservación; en vez de posesión de Dios, no cosecha sino tranquilidad de conciencia; en lugar de placer, bienestar; en vez de libertad, comodidad; en vez de fuego abrasador, una temperatura agradable.
El burgués es, consiguientemente por naturaleza, una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar.
Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley, la responsabilidad por el sistema de votación”.
Estas líneas pertenecen a El Lobo Estepario de Hermann Hesse, publicadas en 1927. Hesse fue escritor, novelista, poeta, periodista y pintor. Podría decirse también un pensador místico, un referente espiritual para miles de jóvenes idealistas del siglo XX.
En estas palabras seleccionadas del sabio suizo-alemán, se refleja la debilidad del espíritu moderno del burgués, su centralidad y la tibieza que hace débil a ese sujeto paradigmático aún vigente en el mundo actual, un sujeto inmanentista, intrascendente, pasajero y descartable.
Por ello ese burgués, materializado en la Modernidad, está sometido al placer de lo efímero y que es lo contrario a lo verdaderamente importante para los hombres diferenciados, para los verdaderos hombres libres, fuertes e indómitos y que no se inclinan ni arrodillan ante ídolos brillantes construidos de barro. Hesse también dijo una vez: “¡Cómo no voy a ser un Lobo Estepario, un ermitaño desgreñado, si estoy hundido en este mundo cuyas metas no comparto, cuyas alegrías no me atraen!”.
Como dijo Hermann Hesse, en definitiva, rechacemos este mundo, elijamos la libertad, despreciemos la comodidad, abrasémonos en el fuego sagrado y eterno. Rechacemos la comodidad de esa temperatura agradable pero que congela el espíritu. Seamos, en el mejor de los sentidos, como lobos esteparios, seamos verdaderamente incorrectos, seamos libres, pero de verdad.
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