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23 agosto 1936)

«Cipriano, han matado a Melquiades, me voy, dimito, yo no puedo permanecer en una República que asesina a un hombre como él».

 

 

Aquel 23 de agosto fueron torturados y fusilados sin juicio alguno:

    DON MELQUIADES ALVAREZ GONZÁLEZ, Decano del Colegio de Abogados de Madrid, insigne jurista y orador, Diputado durante muchas legislaturas, Jefe del Partido Republicano Liberal Demócrata y ex Presidente del Parlamento.

    DON JOSÉ MARTÍNEZ DE VELASCO, Jefe del Partido Agrario, ex Ministro de la República.

    DON JULIO Ruiz DE ALDA, aviador militar, tripulante del glorioso avión Plus-Ultra, fundador de la Falange Española, en la que acompañó desde un principio a José Antonio Primo de Rivera.

    DON FERNANDO PRIMO DE RIVERA Y SÁENZ DE HEREDIA, Oficial del Ejército y Médico, hermano del Jefe de la Falange Española.

    DON RAFAEL ESPARZA, Diputado que fue a Cortes.

    DON MANUEL RICO AVELLO, ex Ministro y ex Alto Comisario de España en Marruecos durante la República y Diputado a Cortes en 1936. Como Ministro de la Gobernación, en 1933, siendo entonces Jefe del Gobierno Martínez Barrio, garantizó personalmente la sinceridad de aquellas elecciones que dieron el triunfo a las derechas.

DON FRANCISCO JAVIER JIMÉNEZ DE LA PUENTE, Conde de Santa Engracia, que había actuado en política como liberal monárquico.

DON RAMÓN ÁLVAREZ VALDÉS Y CASTAÑÓN, ex Ministro de Justicia de la República, miembro del Partido Republicano Liberal Demócrata y Diputado a Cortes en 1936.

DON JOSÉ MARÍA ALBIÑANA, Abogado, Médico y Diputado a Cortes en 1936.

DON OSWALDO FERNANDO CAPAZ, General del Ejército y colonizador de Ifni durante la República.

DON RAFAEL VILLEGAS MONTESINOS, General del Ejército.

DON SANTIAGO MARTÍN BÁGUENAS, Comisario de Policía.

DON IGNACIO JIMÉNEZ MARTÍNEZ DE VELASCO.

 DON ENRIQUE MATORRAS PÁEZ, falangista, procedente de las filas del comunismo, cuyos errores había abjurado públicamente en un libro que publicó con el título de El comunismo en España. Contaba veintitrés años al ser asesinado.

Y ahora vayamos a los hechos. Pero, con una advertencia preliminar. Nada de lo que van a leer hoy es de mi cosecha, pues en este caso me he limitado a reproducir unas páginas de la «Causa General» (el extenso proceso de investigación que impulsado por el Ministerio de Justicia e instruido por el Ministerio Fiscal se llevo a cabo sobre la Guerra Civil entre 1940 y 1960) y otras de las «Memorias» de D. Ramón Serrano Suñer, por ser uno de los pocos que se salvaron aquel día de la masacre y sobrevivió para poderlo contar (ojo, y yo, eso sí, tuve la fortuna de escucharle personalmente durante toda una tarde y añadiendo detalles nuevos que se le venían a la mente y que ponían los pelos de punta).

 

Vayamos a la «Causa General»

 “Ante el terror abiertamente desencadenado por el Frente Popular, a partir del 18 de julio de 1936, la seguridad de la vida y de los derechos de los españoles residentes en zona marxista era nula, alcanzando este riesgo, no tan sólo a los enemigos declarados del Frente Popular y a las personas simplemente simpatizantes con la Causa Nacional, sino también a los neutrales e incluso a los republicanos no sometidos al extremismo, constituyendo también un grave peligro la posesión de bienes de fortuna que pudieran ser una tentación para la codicia de los milicianos, así como la enemistad personal de cualquiera de los forajidos que acababan de ser armados por aquel Gobierno y resultaban omnipotentes. Los hogares eran allanados y saqueados, y sus ocupantes detenidos arbitrariamente y asesinados—muchas veces eran exterminadas familias enteras—, dándose el caso de que en un mismo día fuese invadido violentamente un domicilio varias veces, siempre por diferentes milicias. Las horas de la noche eran preferidas por las milicias y por los agentes del Gobierno para sus registros domiciliarios, por lo que el sueño de los habitantes de las poblaciones sometidas al marxismo se veía constantemente turbado por el temor a la invasión de la morada y al asesinato, incluso en aquellas familias más apartadas de las actividades y de las preocupaciones políticas.

En medio de este terror de que se encontraba penetrada la vida ciudadana en la zona roja, y principalmente en Madrid, residencia del Gobierno del Frente Popular, el ingreso en una cárcel oficial era considerado como un privilegio por los habitantes de la capital de la nación, ya que durante el primer mes de la contienda civil aún se presumía que el Gobierno de la República aseguraría el respeto a los presos confiados a la custodia de las autoridades. Este optimismo respecto de la seguridad existente en las prisiones de Madrid no era compartido por todos; no obstante, tales temores eran acallados por los demás presos, que no podían suponer que en la misma sede oficial del Gobierno de la República, que se titulaba legítimo y que se encontraba investido de la fuerza necesaria para hacerse respetar, se realizara y permitiera una trasgresión monstruosa del derecho de gentes. Ya el día 8 de agosto de 1936, el diario de Madrid Política, órgano del Partido de Izquierda Republicana, publicaba en su página cuarta una información sobre la Cárcel Modelo, insultante y despectiva para los presos, hacia los cuales reclamaba por este medio la atención pública. Entre otros párrafos de la malintencionada información, pueden destacarse los siguientes, alusivos a los reclusos:  «… varios curas, castrenses o civiles, y como cumple a su oficio, gordos y lustrosos, salvo rara excepción… Sin afeitar la mayoría, no se diferencian gran cosa de los presos vulgares. El aire distinguido se lo daba la ropa o el uniforme… Hablan poco, meditan mucho y sollozan bastante… En otras galerías… albergan más fascistas de los comprometidos en la rebelión y otros que fueron apresados antes de que aquélla estallase, como los directores falangistas Ruiz de Alda y Sánchez Mazas. Y existen, por fin, los presos políticos. Antiguos y recientes. Los más notorios, de los últimos, son el Dr. Albiñana, D. Melquíades Álvarez y Martínez de Velasco. El tercero sólo ha pasado—con la de hoy—tres noches en el «abanico». ¡Lástima que Lerroux y Gil Robles no les puedan hacer compañía !…».”

 

 “La población penal de la Cárcel Modelo, tras el 18 de julio,  se hallaba distribuida en la siguiente forma: En la primera galería, militares; en la segunda y tercera, falangistas; en la cuarta, delincuentes comunes contra la propiedad, y en la quinta, expedientados, con arreglo a la Ley de Vagos y Maleantes, y presos comunes por delitos de sangre; estaban encerrados en el cuerpo central del edificio los llamados hasta entonces—presos políticos-, y en los sótanos, algunos otros de los sujetos a la Ley de Vagos y Maleantes.

El día 15 del referido mes de agosto, el Subdirector de la prisión anunció a los reclusos que, por orden del ministro de la Gobernación, iban a entrar milicianos para cachear a los presos de significación derechista, y, en efecto, agentes de la Dirección General de Seguridad, a cuyo frente figuraba Elviro Ferret Obrador (personaje principal de la «checa» que funcionó en las calles del Marqués de Cubas, número 19, y Montera, número 22), y milicianos de los partidos socialista y comunista, entraron en la prisión y procedieron a efectuar un registro general, insultando y amenazando de muerte a los reclusos y robándoles ropas y objetos de valor en gran cantidad. Con agentes y milicianos penetró en la prisión un grupo de milicianas, vestidas como los hombres y armadas de pistolas, que se dedicaron a improvisar mítines, haciendo labor de captación y propaganda entre los delincuentes comunes, a los que procuraron soliviantar con soflamas, fomentando al propio tiempo su odio contra los numerosos presos políticos. De esta forma consiguieron que cesara el ambiente de indiferencia que hasta entonces existía entre los delincuentes comunes respecto a los presos políticos, sustituyéndolo por una viva hostilidad de los primeros hacia los últimos, preparando así un clima propicio para los trágicos sucesos que pronto tuvieron lugar.

Pocos días después, en la «checa» oficial de la calle de Fomento se tomó el acuerdo de realizar un registro en la misma cárcel. Se encomendó esta misión al miembro de la «checa», conocido atracador, Felipe Emilio Sandoval (a) «Dr. Muñiz» (que poco antes había sido puesto en libertad en la Cárcel Modelo, en la que el 18 de julio de 1936 se encontraba por su intervención en el robo a mano armada de que fue víctima el Conde de Ruidoms, en los últimos días del mes de junio del propio año 1936). Para llevar a cabo su nuevo cometido policiaco, Sandoval buscó a unos cuarenta milicianos de los que prestaban servicio en la «checa» que la sindical Anarquista C. N. T. había instalado en el cine Europa, entre los que figuraba Santiago Aliques Bermúdez, conocido malhechor, de quien obran los antecedentes fehacientes y oficiales que siguen : Reclamado por la Autoridad judicial desde el año 1920, nueve veces por hurto, tres por estafa, dos por atentado, dos por usurpación de funciones, uno por lesiones, uno por malos tratos, uno por abusos deshonestos y uno por robo a mano armada, habiendo sido condenado en el año 1925 a ocho años, cuatro meses y ocho días de presidio por hurto, atentado y usurpación de funciones. Estos milicianos comenzaron el registro el día 21 de agosto, y lo suspendieron para reanudarlo al día siguiente, preparando, en unión de los presos de que luego se hará mérito, la matanza que iba a tener lugar.

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El día 22 de agosto, según declaración prestada por el funcionario de Prisiones, entonces destinado en la Cárcel Modelo, don Fidel Sánchez Losada, entraron a prestar servicio funcionarios de significación extremista identificados con la situación política dominante, llegando algunos a doblar el turno para que todos ellos fuesen de absoluta confianza de los dirigentes marxistas, y se reanudó el registro que los milicianos confederales habían comenzado el día anterior. Para esto dejaron encerrados en uno de los patios a los presos políticos que en aquel momento se encontraban en el mismo y encerraron en sus celdas a los otros detenidos de análoga significación, dejando en plena libertad dentro de la cárcel a los delincuentes comunes. Estos solicitaron su libertad absoluta y amenazaron con prender fuego a la prisión si no les era concedida inmediatamente, y sobre las cuatro de la tarde, los presos comunes de la quinta galería y de los sótanos incendiaron la leñera de la tahona del establecimiento, alcanzando el incendio pronto alguna importancia, hundiéndose el piso de entrada a la segunda galería, sin causar víctimas. Los elementos de la C. N. T. aprovecharon aquella circunstancia para propalar la falsa noticia de que el incendio era obra de los presos fascistas, que querían escapar, y para evitarlo, llamaron a los milicianos, acudiendo a los alrededores de la Cárcel Modelo grupos de milicias de todas las significaciones frentepopulistas, que ocuparon las azoteas de las casas inmediatas y penetraron en el interior de la prisión, mientras las turbas extremistas pretendían asaltar el edificio para acabar con los presos desafectos al Frente Popular.

Al comenzar el incendio, los funcionarios de la prisión dieron aviso de lo que ocurría a las autoridades y al parque de bomberos, acudiendo el director general de Seguridad y el de Prisiones y, más tarde, el Ministro de la Gobernación, General Sebastián Pozas, observando todos ellos una actitud pasiva, sin adoptar medida alguna para evitar los sucesos que se avecinaban. Los bomberos sofocaron el incendio; pero los milicianos, que se adueñaron completamente del edificio, teniendo como cabeza visible al dirigente socialista Enrique Puente, pusieron en libertad a los presos comunes, que asaltaron el almacén de víveres, el economato y las oficinas; comenzaron a hacerse disparos con ametralladora desde los edificios contiguos contra el patio donde se encontraban numerosos presos, matando a algunos de ellos, como D. Manuel Chacel del Moral, e hiriendo a otros. Algunos elementos destacados de izquierdas, que habían acudido al lugar de los sucesos, instaron al Director General de Seguridad, Diputado de Izquierda Republicana, Manuel Muñoz, para que impusiera su autoridad y evitara el asesinato de los presos, pero Muñoz no mostró interés alguno en este sentido, y abandonó la prisión al anochecer, dejándola en manos de los que aquella misma noche comenzaron la matanza de presos.

Sobre las siete de aquella tarde, cesado casi por completo el tiroteo, el militante socialista Enrique Puente, dueño de la situación y contando con la tolerancia pasiva del Ministro de la Gobernación y de los Directores Generales de Seguridad y de Prisiones, obligó a los funcionarios a que se marcharan de la cárcel; ya sin funcionarios de Prisiones, los milicianos hicieron una selección de unos treinta y dos presos, a los que llevaron a un sótano con amenazas de fusilarles, y después a la primera galería, en donde se concentró a todos los presos políticos, indicándoseles que se iba a proceder a su fusilamiento en masa, sin que por entonces se llegase a este extremo, pero realizándose, en cambio, en la madrugada de dicho día una selección efectuada por policías y milicianos en los sótanos de la quinta galería de la cárcel, siendo asesinados, entre otros, los siguientes presos políticos de diversas significaciones, incluso algunos de ellos conocidos por una vida política al servicio de la democracia:”.

         (lista arriba reproducida).

 

Y ahora la versión  de D. Ramón Serrano Suñer, que estaba allí y se salvó de milagro.

“En los primeros días de agosto – me dice-  nos hallábamos en el departamento de “políticos”, en la Modelo, D. Melquiades Álvarez, D. José Martínez de Velazco, los ex ministros Álvarez Valdés, Rico Belló y Salas, el conde de Santa Engracia, el Dr. Albiñana, Fernando Primo de Rivera, Ruiz Alda, los diputados Esparza y Salort, José Gómez, el fidelísimo agente D. Miguel Primo de Rivera, varios jóvenes falangistas, entre ellos Panizo, y yo.

Hay que advertir que la Cárcel Modelo no estaba todavía en poder de las milicias. Estas regían la vida de todos los centros policiacos y de todas las cárceles –San Antón, General Polier, Duque de Sexto y la Nueva de Mujeres en las Ventas – pero se habían detenido en las puertas de la prisión de la Moncloa. Teníamos, pues, jurisdicción exenta y la vigilancia interior y exterior la montaba una compañía de los de Asalto. El cuerpo de guardia lo tenía al final de la galería de políticos, y a traces de una puerta “Condenada” les oíamos hablar, y por ellos mismo nos enterábamos de la situación caótica y terrible de Madrid. Ya la ciudad estaba rodeada del cinturón de asesinados que se renovaban todos los amaneceres. Ya la fiera se había abatido sobre los madrileños con caracteres únicos de ferocidad y vileza.”

“Permanecíamos en una relativa tranquilidad –continua el Sr. Serrano Suñer- del 5 al 12 de agosto. Pero ese día o al siguiente –no recuerdo bien- apareció un suelto en el periódico Claridad, órgano de Largo Caballero que era una verdadera excitación contra los detenidos de la Modelo. Decían pérfidamente que dentro de la cárcel había muchos fascistas, y entre ellos figuraban numerosos vigilantes. Al día siguiente desaparecieron dos de éstos y no se supo más de su suerte.

Tres días después, el mismo periódico iniciaba descaradamente una campaña contra nosotros y contra los presos de la galería. El día 17 –por primera vez- se presentaron en la Cárcel las milicias en función política, según dijeron, pero para registrarnos, interrogarnos y robarnos según vimos. Nos quitaron todos los vales y cartones representativos de nuestro dinero depositado en la Dirección las alhujas y loso documentos. A un ilustre titulo que se hallaba con nosotros le robaron tres mil pesetas en billetes españoles y unas cuantas libras en papel que había logrado ocultar en un zapato.”

“En las primeras horas de la tarde fueron puestos en libertad los vagos y maleantes de la galería primera y varios de la segunda. Más los que quedaron, de acuerdo con los milicianos, hicieron una protesta porque tardaba su liberación  prendieron fuego a sus petates. Salía un poco de humo de la galería, que quedó remansado en el aire quieto y ardoroso… Casi instantáneamente escuchamos infinidad de detonaciones y un griterío angustioso y escalofriante. Desde las azoteas de las casas fronterizas al patio de la galería primera se disparaba con ametralladoras. Emplazaba allí, contra los presos que se paseaban, bien ajeno al simulado incendio de la segunda galería. Esos presos eran todos jefes y oficiales de la guarnición de Madrid, porque los detenidos comunes habían sido liberados un par de hora antes como hemos dicho.

 

Don Melquiades Álvarez vivo

 

Se produjo una gran confusión y fueron alcanzados por las balas unos 30 o 40 presos. El General Capaz, serenamente, como si estuviera en la batalla, comenzó a mandar, vio donde estaban los ángulos muertos y distribuyó en ellos a la gente, con lo que evitó una horrible matanza. Aquellos muertos y heridos quedaron allí, en el patio junto a las tapias, durante toda la noche, bajo el silencio, roto de vez en cuando por el ruido de los tiros…

Todavía en el fragor de la cacería de estos presos subieron a “Políticos” varios milicianos. Eran las seis de la tarde. Esta vez venían acompañados de los oficiales de Prisiones. “Desde aquí –dijeron- habéis disparado. Cada un en su celda y en posición de firmes al lado de la cama”. Suponíamos todos que nos habrían metido en los petates el arma acusadora como se acostumbra en los trucos de la Policía, y previmos nuestro próximo fin. No fue así y no encontraron nada, pero nos tomaron la afiliación a todos, y cuando algunos quisimos desfigurar nuestros apellidos nos encontramos con que los oficiales de Prisiones corregían la equivocación y nos señalaban por tanto, a la furia de nuestros perseguidores”.

 

“Íbamos a cenar, porque eran las nueve de la noche cuando escuchamos, con espanto en el alma un bárbaro ruido en la escalera. Ocho facinerosos de las FAI irrumpieron en la galería llevaban todos el trágico pañuelo rojo sobre el cuello y portaban pistolas ametralladoras. Ahora mismo los veo como se nos aparecieron. Uno muy moreno, casi negro, con el pelo alborotado cayéndole sobre los ojos feroces; otro con unas polainas de soldado, una camisa deshilachada y un gorro de una forma extraña y ridícula. Otro, en fin, con el torso sudoroso al aire.

Estos son nuestros –gritaron- ¡Son nuestros! Como toda la cárcel. Vamos a matarlos aquí en fila por fascistas y traidores.

Nos encomendamos a Dios (los labios musitaban una plegaria mientras nuestros pensamientos volaban hacia la mujer y hacia los hijos) y nos alineábamos, Primo de Rivera era el primero de la fila. Le preguntaron e insultaron, y él respondió:

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“Podéis matarme porque sois cobardes y tenéis la fuerza pero que nadie ponga la mano sobre mí, porque lo destrozo”.

A Ruíz de Alda le arrebataron un reloj, precisamente el que le sirvió en su travesía del Plus Ultra. Al miliciano que se lo arrebató se lo dijo así y el bávaro contestó riéndose:

 

Con eso tiene historia

Cuando terminó aquel interrogatorio brevísimo que nos hicieron nos dieron órdenes de salir y bajar. Nos llevaban cogidos de los brazos, llegados así al “clavo”, o sean el centro donde convergen las cinco galerías. Allí había una gran muchedumbre de milicianos y milicianas con fusiles, confundidos con guardias de Asalto y, oficiales de la cárcel. ¡Era la plebe sin freno oliendo la sangre, con todos sus instintos primarios desbordados y en tensión! Entramos en la primera galería. Los presos de ella, que se habían librado de la cacería de la tarde, estaban sentados en el suelo con la vista fija en el puente que servía de observación a los vigilantes de turno. En ese puente, milicianos y milicianas, con sus mosquetones apoyados en la barandilla, montaban la guarda y debajo y ya en el suelo de la galería, un hombre joven, sucio, desgreñado –las crenchas le caían, estaba sentado ante una mesita pequeña, llena de papeles. Dos cirios le alumbraban, y la rojiza claridad que aquellos despedían hacían bailar en las paredes sombras desfiguradas.

Cada vez que recuerdo la escena siento una angustia  parece que mi corazón se rompe. ¡Sabíamos que la pared por medio estaban los muertos y heridos de la tarde anterior, sin asistencia alguna, bañados en sangre!.

Nos ordenaron que nos sentásemos delante de los otros presos. Menos cinco, cupieron todos en una primera fila. En la segunda nos acomodamos los demás.

Así pasaron unos minutos hasta que entró en la galería un grupo que mandaba un miliciano de la UGT.

“Cuidado” –gritó- Acabamos de ser nombrados por el Comité de la cárcel, y nada se hará aquí sin nuestro consentimiento.

Protestas, discusiones, recogida de papeles, entradas y salidas… Así hasta la media noche.

Melquiades Álvarez y Álvarez Valdés estaban sentados juntos en el suelo. Yo los tenía delante. Mientras esperábamos, la Horda nos hacia objeto de insoportables vejaciones. Las mujeres se distinguían en esta obra feroz. Nos ofrecían galletas para que fuéramos bien alimentados a la otra vida. Nos denigraban con bajos insultos y todos hacían blanco de su predilección al doctor Albiñana y a D. Melquiades. Este, serenamente se volvió y me dijo.

Mire usted que tener que aguantar estos vejámenes de tales miserables hasta que llegue la hora de que nos fusilen.

Álvarez Valdés, digno y entero, asintió, y entonces D. Melquiades, con su palabra cálida, que tenia aun en aquel trance la forma grandiosa de su oratoria protesté indignado de la mentira de las democracias que abrían un camino de dolor y ruina a la Patria y a la Humanidad.

“Y todavía en esta hora –añadió- se dan las manos sobre el crimen, y así se presentan ante el mundo. Yo maldigo y reniego de esa vil democracia y me arrepiento mucho”

En voz alta, para que lo oyeran bien los sicarios que le escuchaban, elogió el gran gesto del Ejército que salvaba la nación de la vergüenza y el vilipendio, e invocó repetidas veces el nombre de Dios.“De aquellas entradas y salidas de nuestros verdugos y de las palabras sueltas que a nosotros llegaban dedujimos que lo que discutían era si se nos fusilaba en masa a todos los que estábamos en la galería o sólo a los políticos.

Prevaleció esto último. Oímos decir:

“¡A estos, que son los gordos! Que vengan los de la primera fila.”

La ya fúnebre  comitiva salió. En ella iban Melquiades Álvarez, Martínez de Velasco, Álvarez Valdés, Albiána, Rivo Avello, Santa Engracia, Primo de Rivera, Ruiz de Alda, Esparza, Salort, José Gómez, el chofer de Ruiz de Alda y cuatro falangistas. Los llevaron al sótano de la galería. Cinco minutos después oímos las descaras.

De lo que allí aconteció nada se sabrá porque la muerte selló los labios de los mártires. Es decir, supimos – porque los asesinos, indignados, lo comentaban a voces- que todos murieron con altivez y desprecio profundo hacia sus verdugos. Uno de éstos gritó al poner pie en el puertecillo.

Ha habido miserable de esos que ha gritado “Arriba España”.

Y entonces las mujeres como furias volvieron a insultarnos.

Hacia las dos de la madrugada sacaron los cadáveres del sótano y los pasaron ante nosotros. Los llevaban en escaleras de mano a modo de parihuelas, con un lienzo mal echado sobre los cuerpos muertos. Veíamos con los ojos agrandados por el terror, las cabezas amigas, las manos que estrechamos tantas veces… ¡sin vida ya!”

“Teníamos el alma destrozada y las fatigas físicas nos vencían. Como ensueños en aquella penumbra tristísima; yo vi que carios milicianos salían de la galería al patio con pequeñas linternas y oí que gritaban.

¡Ese que se llama el general Capaz!

El General don Osvaldo Capaz su “hazaña” de “Ifni”

Lo trajeron poco después. Le ataron los brazos a la espalda y a empellones lo llevaron al sótano. Al salir con el cañón de la pistola sobre la nuca, gritó.

“¡Cobardes! ¡Miserables! ¡Un hombre como yo tiene derecho a que se le mate de frente!”.

A Ordiales, el ex gobernador de Zaragoza, ni siquiera lo sacaron al patio. Le mataron allí, en un rincón entre los heridos que se desangraban. Al hijo de Fanjul, que era médico, y estaba detenido por su apellido, en otra galería le obligaron a curar a varios heridos de la refriega de la tarde, y cuando terminó la tarea lo fusilaron.”

 

Y Azaña quiso dimitir

Y leído todo esto no puede extrañar que D. Manuel Azaña, el hombre de la República, el defensor a ultranza de la libertad y la justicia, al ser informado de la matanza de la Cárcel Modelo y que entre los asesinados estaba su primer jefe político y su gran y admirado amigo Melquiades Álvarez, se echara a llorar (se sabe por sus íntimos que desde que empezó la Guerra lloraba con mucha facilidad) y escribiera su Dimisión. Una dimisión que su cuñado Cipriano Rivas Cherif no entregó al Presidente de las Cortes, como era obligado, y ahí quedó la cosa, porque a los dos días Don Manuel se había olvidado de la matanza y de su amigo…

 

 

(» Cipriano, han matado a Melquiades, me voy, dimito, yo no puedo permanecer en una República que asesina a un hombre como él»)

Pero quedó el testimonio de Indalecio Prieto, su amigo «Don Inda», porque también a él le lloró y le habló de su dimisión.

Al releer hoy el relato de D. Ramón he recordado que el día que me contó en persona su «batallita de viejo» (eso decía él con frecuencia) al terminar le pregunté: ¿Y usted cómo se salvó?….Un milagro, amigo Merino, un simple detalle instintivo… Verá, cuando aquel Tribunal, lleno de pistolas y fusiles y metralletas, nos hizo bajar de la galería donde estábamos «los políticos» nos pusieron de pie, y así permanecimos todo el tiempo que aquel energúmeno nos estuvo adoctrinando sobre la bondad de la muerte (¡hay que joderse!), hasta que de pronto gritó: ¡ Siéntense, coño! (sí, eso dijo)… y ahí se produjo el milagro…porque al sentarnos, sin premeditación alguna, yo quedé en una segunda fila…y eso me salvó, ya que a los pocos minutos gritó (no sabía hablar):

 

    ¡Los de la primera fila…AL PATIO!… naturalmente yo me quedé sentado… y no habían pasado 5 minutos cuando oímos los disparos que acababan con los de la primera fila…Imagínese, Merino, porque los que estábamos en la segunda pensamos que había llegado nuestra hora… pues no, aquel sujeto, de pronto, se levantó y gritó:

    ¡¡ Tengo hambre !!… Por hoy se acabó, mañana seguimos…  y afortunadamente no hubo mañana, al menos de momento.

Señores, lo dicho, yo ni quito ni pongo Rey, pero ayudo a mi señor y mi señor será siempre, siempre, la verdad y la Historia (o la Intrahistoria).

Nota: La Cárcel Modelo de Madrid (conocida en la época como Cárcel Celular) fue la principal prisión para hombres de Madrid durante el último cuarto del siglo XIX y primera mitad del XX, ubicada en el actual distrito de Moncloa-Aravaca. Se empezó a construir en el año 1877 y fue inaugurada en 1884, La denominación «Modelo» se impuso para ofrecer ejemplo y norma a futuras cárceles de otras provincias españolas. Su construcción tenía por objeto sustituir a la penitenciaría madrileña de carácter dieciochesco denominada el «Saladero». La cárcel estuvo operativa hasta el año 1939 cuando; tras los daños recibidos durante la Guerra Civil, el edificio fue derruido. La cárcel ocupaba en la Moncloa un lugar casi coincidente con el del edificio del Cuartel General del Ejército del Aire, construido posteriormente.