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Las democracias requieren un compromiso relativamente fuerte por parte de sus ciudadanos. El ser ciudadano se considera un importante componente de la identidad. Gellner habla en general; en cualquier sociedad existe una amplia gama de casos, que abarcan de los más entusiastas y motivados a los exilios interiores más desviados. Pero el término medio de esta gama debe de estar más cerca del límite máximo que del mínimo. La condición de miembro debe constituir algo importante. En particular, debe importar más que lo que divide a la ciudadanía.

En otras palabras, el Estado moderno democrático necesita un grado saludable de los que se suele llamar «patriotismo», un fuerte sentido de identificación con la forma de gobierno y una disposición para dar algo de sí mismo por su bien. Por ello estos Estados deben tratar de inculcar el patriotismo y crear un fuerte sentido de identidad común, incluso si no existiera previamente. Y por eso uno de los impulsos de la democracia moderna ha sido tratar de cambiar el equilibrio dentro de la identidad del ciudadano moderno, de modo que ser un ciudadano adquiera precedencia sobre el resto de los polos de identidad, como la familia, la clase, el género e incluso la religión. Esto debe promocionarse de forma deliberada sobre la base de una ideología expresa, como en el caso del republicanismo francés. O puede ser impulsada de modos más directos como consecuencia de la disposición que convierte a otros modos de descripción, género, raza, religión, en irrelevantes para operar en la vida pública.

Pero el efecto es el mismo, y podemos ver que complementa los factores resaltados por Gellner. Esta homogeneización de identidad y fidelidad que debe alimentar para su subsistencia es paralela a la homogeneidad de idioma y cultura que el Estado y economía modernos npo pueden ayudar a fomentar. En ambos casos las cuestiones que nos dividen, que nos diferencian en subgrupos, se difuminan, sea totalmente o, al menos pierden importancia.

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¿Cómo se conecta esto con el nacionalismo? Bien, un vínculo obvio es que el nacionalismo puede suministrar el combustible para el patriotismo, y en tan gran medida, que podemos tener problemas para diferenciarlos. Pero es importante tenerlos diferenciados si queremos entender nuestra historia. Si pensamos en el patriotismo como una fuerte identificación ciudadana, el nacionalismo es un fundamento para el patriotismo, aunque no el único.

Si soy nacionalista, debo fidelidad a este Estado por ser el Estado de los X, donde X es mi identidad nacional, tengamos o no la suerte, o la fuerza o la virtud, de tener un Estado.

Pero el patriotismo puede tener también el significado que tuvo para los antiguos. Amo mi Patria, y lo que la hace esencialmente mía son sus leyes. Fuera de estas leyes, la Constitución, está desnaturalizada y ya no será mía. No hay referencia aquí a la identidad prepolítica; al contrario, la patria está políticamente definida.

Sea como sea , el nacionalismo, que falta en España, pudiera ser el motor más prestamente disponible para el patriotismo.

Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca

Autor

REDACCIÓN