14/05/2024 15:23

Dios es primordial en mi vida; es un leit motiv de existencia después del duro trasegar de la sustancia amarga de una vida sacrificada. Quizá hasta sea conocedor del conocimiento de causa que da la práctica experiencia de los designios del espíritu. Quizá.

Algo no cuadra en este inmenso puzle de la misericordia y el esplendor de la fiesta: consumismo en nombre de Dios es un modo de adorar becerros de oro. El que tenga para abonar la felicidad, disfruta la fiesta; quien carece de todo, la soporta. La hipocresía es así de dañina porque el que la ejerce vive en tranquila conciencia desconociendo los perjuicios de quien la sufre.

Al Demonio le interesa que exista una festividad como la Navidad. Es necesario que se hable de paz, amor y otras excelsas virtudes inherentes a los divino para que la continuidad de la codicia, la avaricia y el cinismo sangrador sigan alimentándose de sus víctimas el resto del año.

A tenor de lo vivido durante tantos años de lucha y resistencia, de comprobar que los mezquinos, traidores, engañadores, criminales con apariencia honorable, gentuzas de baja estofa son los idolatrados de un mundo que se consume por la dirección inmensamente errática de quienes lo lideran, me quedo con la frase de aquel niño crecido anunciando que: “Los primeros serán los últimos y los últimos los primeros”. En el reino de los Cielos dudo que se pueda celebrar una Navidad así de trágicamente frívola. Millones de buenas personas son subyugadas por necios que llevan irremisiblemente a sus pobladores hacia la negación de la vida, dejando el suicidio como esperanza para el fin de los sufrimientos.

No debería celebrarse una fiesta navideña que da ocasión de brindis a los muchos diablos de la discordia que se han aprovechado de la generosa sumisión de tanta víctima. Cuanto más percibo la verdadera Justicia de Dios, menos creo en las palabras de los hombres que predican sus misterios. A fin de cuentas ya dijo Jesús: ”Gracias Padre que revelaste tus misterios a los pequeñuelos que no a los sabios ni a los discretos”. Tan necios son los que predican los misterios ya revelados que los ateos que niegan envanecidos la existencia de un algo Superior que merme la vana intelectualidad de los soberbios… y aquí nadie parece darse por aludido de tan expresos mensajes como el que llamaba hipócrita, raza de víboras a quien llamara padre sobre la Tierra porque Uno solo es el Padre que está en los Cielos. La ignorancia es como la falsedad en los asuntos divinos: la una no puede existir sin la otra.

Significativo es que se celebre el nacimiento como la muerte de quien volvería a ser crucificado en los tiempos modernos que vivimos. Es mejor mantener en la cruz a un resucitado. Una representación de Luz hubiera sido más coherente pero la cruz deja siempre pingües beneficios a la mayor gloria de los hombres que no de Dios. El sacrificio vende por ese imponderable carácter sadomasoquista de la especie humana. No confundamos tanto oportunismo con los designios divinos. Dios es Luz, no la sombra que deja la huella de los hombres.

En un mundo en el que nos enorgullecemos de tanto dolor, falsedad, brutalidad sangrienta del cuerpo o del alma- quizá mayor laceración sufra el espíritu de los inocentes con tanta hipocresía-, dignidad en apariencia etc., no puede haber Navidad que valga para iluminar la noche de la vida y disimular la maldad de los seres humanos. Prepararnos con resignación y alegría, encima, para las muchas asechanzas que nos deparará el vil engaño que nos somete el resto de los meses, como si llegado Diciembre el balance asqueante de muchas vidas fuese favorable y debiéramos alzar la mirada al cielo, perdonando los terrores del pasado, para volver a encajar los golpes futuribles de este engaño mundanal que hinca sus más crueles puyazos a base de sermones de justicia inexistente.

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Dickens en su tiempo, aún podía escribir su cuento de Navidad; hoy en día el demonio de la gran mentira del mundo está ya demasiado al descubierto como para ignorarlo. Yo no quiero luces de Navidad sino la Luz inconmensurable de Dios fuera del engaño de los poderosos, los menos pequeñuelos que se pueden imaginar. Quiero Verdad. Estoy en el hartazgo de soportar la falacia de una Navidad mundanal a gusto del consumidor, así se froten las manos los mercaderes de anchas sonrisas, como los bolsillos, mientras estrechan cada vez más insoportablemente la esperanza de la existencia.

Reivindico el renacimiento de Cristo, la Parusía, el regreso de quien decía que nos dejó con el Príncipe del Mundo pero que volvería a combatirlo. El manto de esa alteza infernal está cubriendo absolutamente todo y no queda duda del engaño para aquellos que sufren el desnudo desconsuelo. De ahí la promesa de las Bienaventuranzas que saciaría a los que padecen sed de Justicia como la que reivindican las víctimas del terrorismo en España igual que las del Estado Islámico en los feudos de ese adorado Satanás que da rienda suelta a su imperio del horror. Sea pronto desechando la pútrida conformación de los que se dicen jueces y obran mal e infamia bajo el pretexto de la Ley y la Justicia que no existen.

La Navidad, siento decirlo en el amargo despertar a la realidad que prescinde de cinismo costumbrista, no es para quienes quedan en la cuneta de la desesperación, sin nadie a quien poder acudir. El auxilio es denegado por una ley de supervivencia intransigente en un sálvese quien pueda que dictan los apoltronados, los acomodados que con sus actos inicuos o equívocos condenan a los demás que ordenan. No hay nada a lo que entregarse esperanzado en la expectativa de obtener una compensación merecida de la que otros se llenan las manos en nombre de un extraño dios de las influencias terrenales, de la Política, de la Justicia, de los derechos sociales y demás monsergas tan lucrativas como demuestra ser la Navidad y el bombardeo constante de los anuncios de la felicidad prefabricada que se obtiene si se paga. Hipócritas, sí.

No me engaño, siendo mejor abrir los ojos del corazón, así vea. Éste es el mundo de un demonio, no de lo divino. El engaño perdura pero la esperanza reside en ese futuro revelado, apocalíptico, relativo a revelación, cuando hayan de caer las máscaras de las malignidades que aparentan ser bendiciones siendo solo el postrero engaño al descubierto de un orbe falseado y concluyentemente malogrado.

En la Parusía, Cristo no viene a dar amor sino espada. A separar querencias, a enfrentar padres contra hijos y hermanos contra hermanos. A extirpar la hipocresía de las bellas palabras, acompañadas de obras deformes, con la afilada espada de su verbo.

La Navidad es la gran oportunidad de los que se aprovechan de la buena fe de sus engañados sencillos de corazón, incapaces de obrar mal, pero ya vivimos avisados en un averno de las élites encumbradas por el embuste de la conciencia colectiva. Muchos son los damnificados por esa apariencia servil de los poderosos que dicen trabajar por todos mientras lo hacen por sí mismos y sus intereses ajenos de la colectividad.

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No puede haber Navidad legítima, existiendo la promesa divina de que “vendrá como un ladrón en la noche”, para arrebatar el escenario de lo inmundo que representa esta Tierra a imagen y semejanza de sus engañadores, no de Dios.

No puedo, con la experiencia acumulada de una lucha perpetua, celebrar una Navidad el año en que muchos perdieron sus razones de vivir. En una España, con el oscurantismo de una matanza de 192 personas, que da carpetazo el próximo 2024 a las investigaciones no hallando a los autores intelectuales y con un miserable suelto que destrozó un país en 7 años.

No hay Navidad que valga ante la malignidad del descaro que juzga la dignidad y el honor bajo el yugo de la hipocresía y la mentira histórica. Creo más en la Justicia divina, el afilado filo de la espada de la verdad que pueda cercenar las raíces podridas de estas sonrisas de falsedad en que priman la oportunidad del dinero-moneda de cambio del demonio-por el ablandamiento artificioso del corazón que luego es extirpado de cuajo por la misma canalla que celebra por todo lo alto la Navidad, con el dividendo de la ruina y la derrota permanente de los más desprotegidos. Los sencillos y por ende los más sacrificados; los corderos frente a los cabrones que anuncian las luces de lo esperanzado para luego sumirnos en la oscuridad de sus caprichos avaros e insaciables.

Mientras continúe la brutal injusticia contra el inocente-cada vez más numeroso con esta criba de siglo XXI que se practica contra todo- no celebraré una fiesta que pretende ser un borrón y cuenta nueva dejando muchos cadáveres en vida por el camino. No puede existir siquiera la apariencia de un nuevo comienzo, cuando son millones de seres humanos los que no poseen la oportunidad de reiniciar sus vidas marcadas por una tragedia.

Pido a Dios, al verdadero que no adoran los falsos porque le desconocen, que enmudezca las sentencias de los jueces prevaricadores, que deje en carne viva la aparente formalidad del orden que es esbirro de intereses bastardos ajenos de la Justicia. Le pido que levante el telón de las bambalinas pútridas del mundo donde se representa esta mala obra de Humanidad en el escenario de la gran farsa universal. Que la risa de los necios se quiebre con una mueca de dolor, para que sonrían los verdaderos merecedores de las recompensas que la oscuridad niega.

En el Reino de los Cielos no hay Navidad que celebrar que no sea la del renacimiento en el corazón de la Luz que todo lo ilumina y que nunca debió dejarnos en este transitar por el Valle de las Sombras desde el que nos invitan a invertir en felicidad, comprada al precio de la entrega del alma conjunta de esta gran estafa inevitable que es la Navidad para mayor gloria de los mercaderes…

Me voy a comprar los regalos. (Dios mío qué difícil resulta todo).

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BdT

Feliz Navidad a la gente de bien.

Navidad, la de verdad, claro. La que se muestra con su verdadero significado.

La otra, a los zombis les viene bien. A los mercaderes y a los tiranos, también. Luego, todos estos, si logran superar su estado vegetal, aunque sea por momentos, se convierten en plañideras y hacen que rezan para que otros les resuelvan sus problemas. Esa, para ello, que a otros nos da igual y no participamos de ella.

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