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Estoy bien seguro de que todos los profesionales de la milicia se dan exacta cuenta de la pendiente cuyo descenso inicio, y que se adivina a donde va a parar. Efectivamente , quiero escribir algo de nosotros mismos en relación con la política y no comenzaré a hacerlo sin gran recelo y no poco reparo. Como recordé en la carta a «Julio el rojo» en su momento, las leyes y reglamentos vienen sistemáticamente vedando a los profesionales toda actividad política desde hace mucho tiempo y en todos los tiempos y que, pese a las prohibiciones, aparecen inevitablemente implicados en todas las operaciones de aquel tipo, militares profesionales en no escaso número a lo largo de los dos últimos siglos de la vida de la nación española, que no es distinta al resto de las naciones de nuestro entorno.

Los partidos que se disputan la administración del Estado, aun cuando teóricamente patrocinan esa prohibición, presencian ahora estas intromisiones, alternativamente airados o complacidos, según ellas entorpezcan o faciliten sus movimientos y sus apetencias como es el caso de Julio, de Zaida o de ese Guardía que fue electo por el mismo partido que Julio en la pasada legislatura.

Uno de los máximos representantes del Estado liberal escribía en cierta ocasión que «para el Ejército no puede haber nada dentro del Estado que le sea indiferente: desde la educación que se le da al niño en las escuelas hasta aquella que recibe en los grados superiores de la enseñanza, desde la forma de acrecer las fuerzas contributivas de la Nación hasta el desarrollo de las obras públicas, ferrocarriles, puentes y carreteras; todos estos elementos constituyen eslabones que forman la cadena de los elementos militares para la defensa del territorio. No puede ser tampoco indiferente al Ejército la capacidad productiva del País, lo mismo en la agricultura que en la industria. No hay una fábrica que no pueda llegar a ser un día un elemento militar útil y necesario, ni un campo sin cultivo que no pueda perjudicar en un determinado momento al interés militar: todo con el Ejército tiene conexión». (Conde de Romanones)

Pues esto, la manera de hacer esto, el sistema dentro del cual se hace esto y las normas a que esto se ajusta, son, cabalmente, lo que constituye la política. Ahora bien, el régimen de partidos, con todas sus impurezas e inmoralidades, inevitables cuando la vida del organismo creado depende del éxito en su tarea proselitista, con la subsecuente pérdida del sentido de la justicia, singularmente en beneficio y provecho de los amigos y de los secuaces, tiene que producir una repugnancia invencible entre aquellos que tienen el honor y lealtad a España por divisa.

La propensión a considerar superfluo todo lo que no afecta de un modo directo a la vida profesional, les hace suponer que política es, razonablemente, ese embrollar, zurcir, engañar, urdir trapisondas y prevaricar sin escrúpulo, que, pese a las mejores voluntades, es la circunstancia de la vida política del cuasi-desaparecido Estado español. Y siente hacía todo ello una aversión profunda y sin recato.

No sería inteligente argüir que el Ejército intervino el 18 de julio de 1936 por una angustiosa razón de urgencia. España, ciertamente, se moría por entonces; pero venía muriéndose de un mal que pudo haberse cortado a tiempo como ocurre ahora con las osadías Vasca y Catalana. Si los profesionales de la milicia conocieran y se dieran cuenta de la gravedad sociológica y de sus consecuencias inevitables, acaso se evitarán muchos dolores. Pero esto es querer saber de política; conocer los principios sobre los que se asienta la verdad política; formarse una conciencia exacta y exigente de las necesidades y de los deberes en esta cuestión; y no se hubiera llegado a caer en la tentación de dejar que el daño llegue tan a lo hondo y tan al borde de lo irreparable como es el caso de Vascongadas y Cataluña, como para que se haga imprescindible para atajarlo toda la infinita misericordia de Dios en un futuro más o menos cercano.

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El tema es delicado y exige tantos esclarecimientos que llenarían un libro.

Queda abierta a la reflexión de cada uno el camino de todo lo que falta por decir a nuestros subordinados sobre el porqué se van a batir o no, a dónde se va, y por qué se hacen las cosas que juntas constituyen el arte de mandar.

Autor

REDACCIÓN