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Cuando lo absurdo y lo políticamente correcto lo cubre todo es cuando te das cuenta de la decadencia de las sociedades modernas. Personajes conocidos que se prestan a ser bufones y a ser utilizados por la moda iniciada por colectivos que persiguen una finalidad política concreta que todos debemos aceptar sin cuestionar si no queremos correr el riesgo de ser estigmatizados o vilipendiados. Periodistas y medios de comunicación que, bien por ignorancia o por necesidad, sirven de coartada a esos lobbies a sabiendas de que lo que dicen y hacen no es lo correcto.
Damos por buenas campañas y gestos que al final tienen como consecuencia que se invente una historia tergiversada que nos conduce a la locura y a la paranoia. Se empieza confundiendo la brutalidad policial en los Estados Unidos con el racismo y acabamos tirando las estatuas de Colón al río. En esta absurda vorágine en la que estamos inmersos se solicita que España pida perdón por existir y, sobre todo, por la mayor aportación que jamás una nación ha realizado al mundo, por el descubrimiento de América y la Hispanidad. Se nos pide que nos arrepintamos de nuestro pasado.
Si uno analiza cómo hemos llegado a este punto, en el que se nos exige que respetemos y formemos parte del circo, de la mamarrachada de arrodillarnos y pedir perdón por ser blancos o haber realizado gestas imposibles, descubre que la degeneración de los valores y principios empezó por pequeños gestos que parecían inocuos, inofensivos, incluso ridículos, pero que, ante la falta de reacción por parte de la sociedad, empezamos a ver como normales cuando no lo eran. Fuimos cómplices por omisión y complacientes con todo aquello con tal de pasar desapercibidos. Cometimos un error que debemos corregir. Estamos ante la obligación moral de no callar nunca más, de no aceptar las imposiciones ideológicas falsarias que quieren culpabilizarnos de todos los males que aquejan a la sociedad.
España debe sentirse orgullosa de su historia, de su pasado, de sus gestas y no asumir responsabilidades que no le corresponden. Si alguien se siente culpable por sus actos, por su comportamiento pasado, que pida perdón o se inmole, si alguien no está de acuerdo con su raza, que se pinte del color que le apetezca o solicite ayuda clínica, si considera que su credo no es el correcto, que lo abandone pero, por favor, que las «taras «mentales de algunos no nos lleven al resto a la locura colectiva, que no se nos imponga una penitencia por unos delitos que no hemos cometido. Lo políticamente correcto nos hace mas imbéciles, más tontos y más absurdos, y todos aquellos que opinan que esto nada tiene que ver con ellos, que no tienen un hilo conductor, que son hechos aislados e inconexos, se equivocan gravemente. Todo esto se engloba en un plan perfectamente diseñado y trazado por aquellos que nos hablan de la transformación de la sociedad y de una nueva realidad que nos desean imponer.
No hay racismo en España, y es muy posible que tampoco exista en el primer mundo o mundo civilizado, excepto casos aislados. Ellos lo saben, pero es una magnífica bandera para seguir tensionando la sociedad y seguir dividiéndonos. No creo que nadie que no sea un enfermo se sienta superior a otro por razón de su raza. Pero eso es lo de menos, lo importante es controlar el pasado, como medio para controlar el presente. Tergiversamos el pasado, quitamos estatuas, renombramos plazas y calles, prohibimos libros y películas, condenamos gestas heroicas y acabamos desmontando las pirámides, el Coliseo romano, la gran muralla china y el Valle de los Caídos. Charlatanes de feria, malos comediantes y vendedores de crece pelo, dando lecciones de lo que está bien o mal o de lo que podemos pensar, hacer o decir.
Si queremos parar esto, si no queremos vernos arrollados por aquellos que desean acabar con nuestra libertad de pensamiento y opinión, no debemos permanecer impasibles y silentes, no debemos ser testigos mudos de como desaparece nuestro modelo de vida.
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