23/04/2024 08:19
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En 1911, el comunismo estaba todavía en pañales y en principio nada parecía augurar que fuera a llegar más lejos de lo que habían llegado hasta entonces otras teorías políticas más o menos similares, como las que habían ido surgiendo a lo largo del siglo XIX, de hecho, ni siquiera se llamaba así todavía. Sus principales promotores, Karl Marx y Friedrich Engels, hablaban de socialismo sin más.
No obstante, aquel año, el diario norteamericano Saint Louis Post Dispatch (Missouri, USA) publicó una llamativa caricatura del dibujante Robert Minor, que militaba en el «Partido Socialista de América».
En ella se ve al propio Marx en medio de Wall Street, la calle neoyorquina de las finanzas por excelencia, flanqueado por los rascacielos y rodeado por una muchedumbre entusiasta.
Lleva sus obras en la mano izquierda mientras con la derecha le da la mano a un sonriente George Perkins, socio del banquero J. P. Morgan, quien figura al lado de ambos junto con Andrew Carnegie y John D. Rockefeller, todos esperando su turno para estrechar la mano del autor de «El Manifiesto Comunista».
Al fondo, entre Marx y Perkins, está el presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt (Mason de grado 33 y descendiente de sefarditas escapados en 1492).
¿El principal promotor de las ideas socialistas, agasajado y respaldado por lo más granado del capital, al que tan severamente atacaba en sus obras?
La teoría oficial que encontramos en todos los libros de historia de cualquier país occidental es que el capitalismo y el comunismo fueron desde el principio sistemas contradictorios que se combatieron a muerte, especialmente a raíz de la constitución de la Unión Soviética como encarnación de las ideas marxistas. Sin embargo…
Las metas planteadas por los «Illuminati» en su camino hacia la conquista del mundo se parecen mucho a las fijadas por Marx, si es que no son las mismas.
Donde la sociedad secreta pedía la abolición de la monarquía y de cualquier tipo de gobierno organizado según el Antiguo Régimen, el filósofo hablaba del poder para las masas, representadas en un Estado carente de reyes o líderes unipersonales y en el que no existieran las clases sociales.
Donde la primera especulaba con la abolición de la propiedad privada y los derechos de herencia, el segundo exigía lo mismo. Donde se había planteado la destrucción del concepto del patriotismo de las naciones, ahora se impulsaba exactamente eso sustituyéndolo por un difuso sentimiento de internacionalismo, posteriormente mutado en la idea de globalización.
Donde los Illuminati querían la eliminación del concepto de familia tradicional y la prohibición de cualquier religión, se postulaba el amor libre y el ateísmo puro y duro para terminar con «el opio del pueblo».
¿Escribió Marx El Capital y El Manifiesto Comunista bajo el influjo de los Illuminati?
Nacido en la ciudad alemana de Tréveris, en mayo de 1818, el judio Karl Marx había sido partidario en su juventud de la llamada izquierda hegeliana y por tanto conocía perfectamente la ecuación Tesis frente a antítesis produce síntesis.
Todos los investigadores que han estudiado el caso coinciden en afirmar que cuando publicó sus libros sabía perfectamente lo que se traía entre manos.
Aquélla era la anhelada antítesis por la que habían estado suspirando los sucesores de Adam Weishaupt (infiltrado en los Jesuitas y en la Masonería) para enfrentarla con la tesis de la sociedad tradicional y mantener el pulso durante el tiempo suficiente para transformar la mentalidad de las gentes en la dirección deseada y alcanzar así la nueva síntesis bajo el control de los Illuminati.
Persona inteligente, astuta y polemista, periodista con facilidad de palabra y de expresión, auto declarado apátrida y revolucionario, a raíz de sus problemas con la justicia en Prusia y Francia, y provisto de un aspecto físico rotundo, Marx, que a los 17 años había culminado sus estudios graduándose con gran brillantez en todas las asignaturas excepto una, religión, era un Moisés redivivo dispuesto a predicar su buena nueva a las masas de los nuevos «israelitas»:
los obreros oprimidos por los «faraones» del capitalismo, a los que prometía conducir a una nueva «Tierra Prometida».
El objetivo final de sus prédicas literarias, periodísticas u oratorias (como las que ofreció en la fundación de la Primera Internacional, que se vino abajo porque los anarquistas, que participaron en ella, querían anarquía y la querían ya, sin esperar a más) siempre fue el mismo, que el impacto de sus ideas provocara un maremoto lo suficientemente potente para desatar una revolución equivalente a la francesa, como acabó sucediendo en Rusia, aunque él no llegara a verlo.
Todas las definiciones al uso señalan que las fuentes del pensamiento marxista hay que buscarlas en tres circunstancias concretas: la filosofía de Hegel, el socialismo francés y la escuela clásica de economistas británicos.
Las tres relacionadas de una u otra forma con los manejos de los Illuminati. El dato que no suelen recoger las enciclopedias, aunque los originales se guarden en las colecciones de documentos del British Museum, es que fue Nathan Rothschild quien firmó los cheques de la llamada «Liga de los Hombres Justos», con los que Marx fue gratificado por la elaboración de sus famosas obras.
Y es que «el negoci es el negoci», y los representantes del capitalismo internacional infiltrado por los Illuminati no iban a desaprovechar la oportunidad de seguir enriqueciéndose mientras maduraba la lucha entre tesis y antítesis.
El próximo objetivo era la Revolución rusa, que se convertiría en breve en el más ambicioso campo de inversiones para los millonarios del mundo. Ya en El Manifiesto Comunista, Marx declaraba la necesidad de «centralizar el crédito en manos del Estado por medio de un banco nacional con capital estatal y monopolio exclusivo».
Esto es, un banco central controlado, como los demás, por la banca privada. 
Rusia era uno de los pocos países europeos que todavía no contaba con uno. Algunos años más tarde, Lenin explicaría también por qué había que asumir el poder financiero igual que el militar. Según sus propias palabras, el establecimiento de una institución de este tipo suponía «el 90 por ciento de la comunicación de un país». La obsesión de los dirigentes comunistas por controlar los flujos de dinero llegó a originar un famoso y sarcástico comentario de Mijail Bakunin, el alma del anarquismo: «Los marxistas tienen un pie en el movimiento socialista y otro en el banco.» 
Bakunin todavía no sabía que un movimiento radical en el interior de un país concreto sólo puede alcanzar el éxito definitivo si cuenta, entre otras cosas, con mucho dinero y un sólido apoyo del exterior.
Como en el caso de la Revolución – masónica – francesa, es imposible explicar la rusa desde el punto de vista de una revuelta de ciudadanos hambrientos contra el gobierno.
Sobre todo en un país como Rusia, cuyos habitantes tradicionalmente habían soportado grandes penurias de todo tipo sin levantar la voz.
El escenario estaba dispuesto. Un nuevo acto de la tragedia iba a comenzar.
Un diario de San Petersburgo llamado «Znamia» (Estandarte) publicó por capítulos, entre agosto y septiembre del año 1903 un extravagante texto anónimo titulado «Programa judío de conquista del mundo». Dos años después apareció una edición completa en un solo folleto bajo el nombre de «El origen de nuestros males».
Esta publicación causó un profundo malestar no sólo entre las autoridades locales, sino en la mayor parte de la población que tuvo acceso a su lectura, porque el «Testamento de Satanás», como fue calificado a nivel popular, contenía reflexiones de este porte: «Aquellos que seducen al pueblo con ideas políticas y sociales están sujetos a nuestro yugo. Sus utopías irrealizables están socavando el prestigio de los gobiernos nacionales y los pilares de los actuales Estados de derecho. […] Después de desprestigiar a las monarquías, haremos que salgan elegidos como presidentes aquellas personas que puedan servirnos sumisamente. Los elegidos deben tener algún punto oscuro en su pasado con el fin de tenerlos amordazados, por temor a ser descubiertos por nosotros, a la vez que, atados a la posición de poder adquirido, disfrutando de honores y privilegios, se sientan ansiosos de cooperar para no perderlos. […] Cuando, decepcionados por sus gobernantes, los pueblos empiecen a clamar por un gobierno único que traiga paz y concordia, será el momento de entronizar a nuestro soberano.»
Sin embargo, la difusión masiva de estos escritos se produjo a raíz de su inclusión en la obra de Serge Alexandrovitch Nilus, Lo grande en lo pequeño:
el Anticristo como posibilidad política inminente.
Escritos de un ortodoxo, editada en 1905. Nilus ya había publicado una edición «príncipe» cuatro años antes pero en ella aún no estaban incluidos los que desde entonces se conocen como «Los Protocolos de los Sabios de Sión», uno de los libros más vilipendiados del siglo XX.
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Surreal

La banca sionista ya ha desistido imponer la dictadura comunista mediante la revolución armada como dictaminó Marx. Ahora lo hacen por la puerta falsa, con ayuda de la ingeniería social y escondido en la Agenda 20 30

José Luis Fernández

Carlos Marx fue bautizado en una iglesia luterana de Treveris (ciudad de la antigua Prusia) y el padre de Marx, que había nacido en una familia judía, se convirtió al Cristianismo luterano años antes de que naciera Carlos Marx. A pesar de estar bautizado Marx dejó de creer en cualquier religión y se declaró ateo.

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