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Un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos,
hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho,
y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre,
mayor traidor es el hijo.
[Romance del Rey don Sancho]
Este 22 de noviembre se cumplen los XLVI años de la proclamación del Príncipe Juan Carlos, como Rey de España. En esa jornada, desde el recuerdo emocionado a Franco, el que iba a ser Rey pronunciaba estas solemnes palabras: “Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”. Palabras muy similares a las pronunciadas cuando, el 22 de julio de 1969. Juan Carlos de Borbón juró, ante el Caudillo, las Cortes y por los principios nacionales del Movimiento, como sucesor de Franco a título de rey, lo que le convertiría con el paso de los años en el rey Juan Carlos I.
Dichos principios representaban los ideales que habían impregnado el Régimen desde el Alzamiento del 18 de julio de 1936 y constituían la constitución abierta de un régimen autoritario y de derecho que debía regir las vidas de los españoles, consagrándolas en torno a la Patria, la religión católica y la familia. En tal juramento de 1969 el Príncipe de España reconoció “la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936”, y se refirió a la Guerra Civil como una serie de sacrificios “tristes, pero necesarios para que nuestra patria encauzase de nuevo su destino.”
Pero, al mismo tiempo, este juramento de 1969, al igual que el de 1975, implicaban saltarse los derechos dinásticos de su padre, Don Juan de Borbón, un Dolfos Vellido traicionado por su hijo.
Posteriormente, aunque de forma implícita y no formal, Juan Carlos I traicionaba sus juramentos de 1969 y 1975 al sancionar la Constitución de 1978, que institucionalizaba la monarquía en un sistema parlamentario, aunque sólo prevé la realización de este juramento en la proclamación del monarca, que en el caso de Juan Carlos de Borbón ocurrió en 1975, tres años antes. Es decir, la Constitución sancionada sobreentendía que dicho juramento había sido prestado tres años antes.
Ya estamos ante un Juan Carlos tres veces traidor, a su dinastía y su padre, a los juramentos de 1969 y 1975, y, por consiguiente a los españoles que, con nuestro Caudillo a la cabeza, habían avalado en referéndum la Ley de sucesión, con el fin de favorecer el establecimiento de una monarquía autoritaria tras la muerte del Generalísimo.
Sin embargo, según documenta Victoria Prego en su serie sobre la Transición española (Cap.7) el nuevo Rey venía maquinando años antes con personajes tan nefastos como Fernández Miranda, Adolfo Suárez, Gutiérrez mellado, etc. un paso de dicha monarquía autoritaria a una parlamentaria como la que establece la constitución vigente, aunque ello implicara una renuncia a su propia soberanía y una tremenda dejación de las funciones que, según la ley de sucesión le correspondían.
Esto llevó a impensables concesiones, como la hecha en 1975 sobre el Sahara, que traicionaba todos los acuerdos de España tanto con la población saharaui como con las Naciones Unidas, la legalización del Partido Comunista, la Amnistía de 1976… Todo lo cual nos ha conducido a una forma de Estado que, lejos de regir las vidas de los españoles, consagrándolas en torno a la Patria, la religión católica y la familia, ha llevado a Patria al borde de la desintegración, ha establecido un régimen aconfesional que, en el fondo persigue a la Iglesia Católica, y ha puesto en peligro a la familia, con su legislación sobre el divorcio, el aborto, los derechos de los homosexuales o la eutanasia.
Así no es de sorprender que el 21 de noviembre de 2002, siendo José María Aznar Presidente del Gobierno del Reino de España, el Partido Popular condenara en el Parlamento la “dictadura” (Sic) franquista y el Alzamiento del 18 de julio, considerándolo golpe militar fascista. Cinco años después, siendo presidente el inepto de José Luis Rodríguez, se promulgaría la “Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”; y hoy el patibulario Pedro Sánchez nos amenace con el proyecto de la Ley de memoria democrática. Una tremenda sinrazón en virtud de la cual se pretende borrar de un plumazo 39 años de nuestra reciente Historia, diciendo que lo bueno era malo y lo malo bueno, que no pasó lo que pasó y, en un necio y esperpéntico alarde de ignorancia del principio filosófico de contradicción, o de no contradicción, que de ambas formas es conocido: un principio clásico de la lógica y la filosofía, según el cual una proposición {displaystyle (A)}y su negación {displaystyle (neg A)} no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Principio que tiene, además, versión ontológica: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido; y una versión doxástica: nadie puede creer al mismo tiempo y en el mismo sentido una proposición y su negación.
No sé si también se puede considerar traición a los españoles, que tan mal lo estamos pasando desde 2008, su presunto enriquecimiento ilícito, en parte ya prescrito, en parte chapucera y tardíamente intentado subsanar desde su apacible marcha a Emiratos Árabes, cuando ya su actitud, más que otra cosa, resultaba nociva para la Institución que él había encarnado por designio del que fuera nuestro Caudillo y Generalísimo y pretendió democratizar con el famoso “de la Ley a la Ley por la Ley” de su exprofesor don Torcuato. Institución que se vio en la necesidad de dejar al hoy Felipe VI, que ha renegado de su progenitor y se doblega (limitándose a expedir sin ejercer) ante gobierno frentepopulista, separatista, terrorista y republicano.
Cierto es que en 1975, el Rey Juan Carlos I no lo tenía fácil. Como dijo un monárquico liberal que participó en 1962 en el Contubernio de Munich y fue desterrado por ello a Fuerteventura, me refiero a don Joaquín Satrústegui, luego parlamentario y senador por la UCD: “Creo que es extremadamente difícil porque, por una parte ha jurado las actuales leyes y también lealtad a Franco. Por lo tanto, si cambia de idea, las personas que ahora apoyan a Franco y van a intentar perpetuar su política reaccionarán contra Juan Carlos I, y por otro lado, los demócratas en su conjunto no tienen una buena opinión de Juan Carlos, que aceptó la designación sabiendo que su padre no era tolerable para Franco, porque era un demócrata”. Pero, el, en principio Juan Carlos el Breve, supo amoldarse a las circunstancias, traicionando o jurando lo que hubiera menester, hasta casi perpetuarse en el poder, de no haber sido por el incidente del elefante, las declaraciones de Corinna Larsen, el escándalo subsiguiente, una nación sumida en una durísima crisis y unos representantes políticos, los que encarnan la antiespaña y gozaban antes de una gran fuerza en la oposición y hoy detentan un malhabido gobierno, son más felones, pérfidos y perjuros que nuestro Vellido Dolfos, que a todo hay quien nos gane en nuestra vida. Y, con palabras de Salustio, “La avaricia es corruptora de la fidelidad, de la honradez y de todas las demás virtudes”.
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