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Esta es la quinta parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

Carta octava: La revolución de 1930 y la proclamación de la república

Entramos en la parte más interesante históricamente de la biografía de Largo Caballero. Las consecuencias para España fueron nefastas, pero eso es otra cosa.

El Partido Socialista ha sido requerido muchas veces por elementos republicanos para embarcarle en sus conspiraciones, que eran dignas de ser representadas como espectáculo en un teatro de revistas.

El Partido contestó siempre de modo negativo, diciendo que no se comprometería en ninguna conspiración, en tanto no estuviese convencido de que se trataba de algo serio.

Dicho claramente: colaborar con el régimen hasta que llegara el momento de alzarse a la yugular contra él.

Como hemos dicho anteriormente, no cabe esperar de Largo Caballero un análisis político o histórico ni siquiera aseado. Lo usual es que repita los mantras más manidos del marxismo garbancero de la época. El mayor interés está en los aspectos personales, que, como las otras memorias de los personajes de la época, muestran el panorama de unos aficionados pagados de sí mismos que pensaron que podían hacer con España lo que quisieran (en realidad, lo que les había metido en la cabeza en las logias y las casas del pueblo). Pío Moa los ha dejado en evidencia en su libro Los personajes de la República vistos por ellos mismos, en el que usa las memorias de estos para poner de manifiesto su incompetencia, su altanería, su bajeza y todo lo que queramos añadir.

Sobre el Comité revolucionario:

¿Quién había nombrado a de los Ríos y a Prieto? Nadie. Ellos, siguiendo su conducta de indisciplina y procediendo por su sola voluntad. ¿A quién representaban? A nadie. Era uno de tantos actos de indisciplina. Por mucho menos habían sido expulsados del Partido otros correligionarios. ¿Por qué se les toleraba esas indisciplinas? Porque, según algunos, expulsados podrían hacer más daño al Partido. ¡Buena teoría!

Me informaron de que a Lerroux no quisieron darle el Ministerio de Justicia por temor a que las sentencias se vendiesen en la calle de San Bernardo. Era el Ministerio que deseaba.

Como era la primera vez que yo asistía, Alcalá Zamora se creyó obligado a pronunciar un discurso informándome de la situación militar y de las personas comprometidas. Con esto estaba en posesión de los secretos de la conspiración.

El reparto de ministerios entre los golpistas republicanos y la participación del PSOE:

Andrés Saborit, apoyado por Besteiro, propuso que se retirara a la representación del Comité revolucionario, ya que tratándose de proclamar una República burguesa la clase trabajadora nada tenía que hacer allí. Toda su argumentación era: «Los trabajadores no deben hacer otra revolución que la suya». Durante la discusión manifesté que no era ése el criterio del Partido, puesto que en su programa político consignaba como su primera aspiración la de implantar la República, sin especificarse fuera burguesa o social, pero establecida como estado transitorio, se sobreentendía que habría de ser la primera. Además, no era correcto separarse del Comité revolucionario estando ya enterados de los secretos de la conspiración, pues si se descubría algo se nos achacaría la responsabilidad. Entre los asistentes causó sorpresa aquella nueva actitud de Saborit y Besteiro.

Con los votos en contra de Besteiro y Saborit —no recuerdo si hubo algún otro— se acordó ratificar los nombramientos de los tres.

Me interesa decir que nunca he creído que la República burguesa pudiera ser la panacea para curar todos los males del régimen capitalista; pero la consideraba como una necesidad histórica.

Es preciso subir el primer escalón de la escalera para alcanzar el último». Ésta era la expresión más generalizada. Una experiencia de la República burguesa, les convencería de que su puesto de lucha estaba en el Partido Socialista para la transformación del régimen económico. Que no me equivoqué lo han demostrado los hechos.

Repitiendo mantras marxistas leídos en la literatura de “casa del pueblo”. Acabó creyéndose el mundo de sus propias mentiras.

El golpe de estado republicano se pone en movimiento:

Entre los militares estaba el General Queipo de Llano —traidor a la monarquía, luego traidor a la República, y si no ha sido traidor a Franco, sin duda obedece a que el caudillo le concedió la Cruz laureada de San Fernando y algunas otras gabelas como premio a… sus pintorescas charlas por Radio Sevilla.

Queipo les duele en el alma, naturalmente.

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[El día 12 de diciembre] Galán y García Hernández, Capitanes del Ejército, impacientes, se anticiparon al movimiento que debía comenzar días después y sacrificaron sus vidas en aras del ideal. Si estos héroes fracasaron, su sangre no cayó en tierra estéril; sirvió para levantar el espíritu del pueblo y para que éste los vengase como lo hizo el 14 de abril de 1931, proclamando la República.

Trata de justificar a posteriori la incompetencia de todos, incluidos estos cabezas locas. Sigue el esperpento:

Yo tenía que comunicar [el 15 de diciembre de 1930] a las Ejecutivas del Partido y la Unión General, así como a las Sociedades de la Casa del Pueblo, el acuerdo de declarar la huelga general pacífica; único compromiso contraído por nuestra parte. Lo demás lo harían los militares.

La última frase es una joya -¡gracias, Paco!-: estos son los tipos que después se quejan de los militares golpistas…

Araquistain y Negrín querían hablarme. Éstos me dijeron que habían sido detenidos los señores Alcalá Zamora, Miguel Maura y Álvaro de Albornoz, y que buscaban a los demás firmantes del Manifiesto suscrito por el Comité. Me invitaron a salir con ellos; montamos en el auto de Negrín que esperaba en la puerta del escenario en la calle de Cedaceros y me llevaron al laboratorio de Negrín en la calle de Serrano. Allí me encontré con Álvarez del Vayo, que había pasado la noche en dicho laboratorio. Quedaron en volver por la tarde para llevarme en el mismo auto a la casa del médico. Impaciente, a la caída de la tarde, salí solo, y andando llegué a la casa citada. El médico republicano no estaba. Acomodado en un piso alto, esperé hasta las dos de la madrugada las noticias de los enlaces. A las diez de la mañana me dijeron que no había huelga ni indicios de que fuera declarada. Entonces di orden a los enlaces para que poniéndose al habla con las Ejecutivas y las Juntas Directivas, se cumplieran los acuerdos adoptados en el Teatro el día anterior. Al anochecer se me presentaron Araquistain y Negrín indignados, para decirme que la huelga había sido boicoteada y que debía trasladarme a la calle de Carranza 20, donde estaban reunidas las Ejecutivas.

El martes vinieron a verme los enlaces y me dijeron que no había huelga; esperé hasta la tarde, y lo mismo. No había duda; la huelga estaba saboteada; consumada la traición por los enemigos de formar parte del Comité revolucionario.

Decidido a salir con objeto de informarme y a adoptar la resolución exigida por las circunstancias, me disponía a hacerlo cuando llegaron Araquistain y Negrín para comunicarme que Fernando de los Ríos me esperaba en el domicilio de don Francisco Giner. Allí los encontré, acompañados del señor Sánchez Román.

… acompañados del señor Sánchez Román. Cambiamos impresiones sobre lo sucedido, y acordamos presentarnos espontáneamente al día siguiente ante el General Juez Instructor de la causa, haciéndonos responsables solidarios del Manifiesto y del movimiento.

Antes de ir al cuartel del Pacífico donde se hallaba el juzgado, pasé por la Casa del Pueblo. Vi a Besteiro y a Saborit, les di cuenta de lo resuelto por De los Ríos, Sánchez Román y yo, esto es, presentarnos ante el Juez de instrucción… y se encogieron de hombros, sin decir una sola palabra. La indignación que esto me produjo fue tan grande, que no pude evitar que se me saltasen las lágrimas. Nunca creí que los odios y los rencores de los hombres, por rivalidades de ideas o de apreciación, llegasen a tal extremo. Acompañado de Wenceslao Carrillo llegué al Juzgado, en donde esperaban Sánchez Román y De los Ríos. Al Juez le sorprendió nuestra presencia. Tomó la declaración a los tres y dijo que por la tarde, su ayudante nos diría la resolución adoptada con De los Ríos y conmigo. Sánchez Román se hizo responsable del Manifiesto, pero no figuraba su firma, por lo que el Juez no le encartó en el proceso.

Besteiro fue a visitar a Fernando de los Ríos. No me visitó a mí, ni tampoco Saborit lo hizo. Los socialistas y republicanos se declararon contra ellos; el ambiente les asfixiaba.

 

Ya están el la cárcel, pero el esperpento republicano es superado por el monárquico:

Una noche, [Sánchez Guerra] se presentó a visitarnos en la cárcel vestido de frac y sombrero de copa.

Mi defensor era el señor Sánchez Román. A los demás los defendían los señores Bergamín, Osorio y Gallardo y otros. El interés del juicio estaba, no en lo que dijeran los abogados defensores, sino en los discursos de los acusados. El acto se convirtió verdaderamente en un mitin de propaganda.

 

Y sigue:

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Al Gobierno no se le ocurrió cosa mejor que convocar a elecciones municipales; en ellas iba a jugarse la última carta. Si la ganaba era indudable que los revolucionarios perderían fuerza moral, y si la perdía el régimen quedaría sepultado.

 

Como se sabe, la necedad monárquica y la agitación republicana convirtieron las elecciones municipales en un plebiscito al régimen. Sí es delirante, es como si Freijol le hubiera dicho a Antonio que tenía que abandonar la Moncloa tras las elecciones del pasado mayo. En realidad los golpistas republicanos fueron mas allá, porque no se trataba de cambio de gobierno, sino de régimen…

Por la tarde, el Comité revolucionario estuvo en sesión permanente en casa de don Miguel Maura. El Conde de Romanones le había dicho a Alcalá Zamora que, lo mejor para acabar pacíficamente con el problema político, era entregar los poderes al Comité revolucionario, y al despedirse prometió volver por la tarde. Pasaron las horas y el Conde no volvía, cuando llegó a nosotros la noticia de que el Rey se había marchado en automóvil a Cartagena. ¿Qué hacer? No convenía esperar más tiempo. Montamos en varios autos, y nos dirigimos al Ministerio de Gobernación para hacernos cargo del Poder de la manera a que hubiera lugar.

A duras penas pudimos entrar en el Ministerio de Gobernación. En el patio estaba la Guardia Civil y presentó armas al pasar el Comité revolucionario. Por lo bajo dije a Alcalá Zamora: «La República es un hecho». En el piso principal nos encontramos al secretario particular del ministro recogiendo papeles; le invitamos cortésmente a abandonar el Ministerio y lo hizo sin ninguna oposición.

En seguida fue llamado el general Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, y una vez que se hubo presentado, el Presidente le interrogó: «¿Qué actitud es la de vuestros subordinados?» El general contestó con voz de borracho: «La Guardia Civil está con el pueblo». «Muy bien, pues a cumplir con el deber».

Qué tropa, ni agradecen los servicios prestados. Además se ríe de los monárquicos que les dejan paso… Cuando se levantaron contra ellos -como había hecho ellos en su día- todo serán insultos…

En tren especial marcharon la reina y sus hijos para Francia, sin sufrir el menor contratiempo. Los que les abandonaron fueron aquellos que a diario les habían hecho objeto de toda clase de halagos y reverencias para obtener mercedes. En aquella ocasión la grandeza no tuvo nada de grande.

Dio lectura de los nombres de los ministros del Gobierno provisional y todos fueron aclamados, excepto el del señor Maura que fue protestado ruidosamente. Subieron Comisiones para exigir su destitución, y costó gran trabajo hacerles desistir de su reclamación. Al señor Azaña se le dijo que fuera inmediatamente a tomar posesión del Ministerio de la Guerra, haciéndolo sin dificultad.

Maura sea posiblemente el derechista más patético de la historia de España.

Así se proclamó la República Española; pacífica y legalmente, sin que se derramase sangre, sin cortar la cabeza al monarca, protegiendo a su familia —que él abandonó— para poder marchar con plena seguridad al exilio.

Esto es otro de esos mantras que repiten. Ni fue legal, porque se trataba de una municipales que ni siquiera ganaron, ni fue pacífica porque usaron de la amenaza. Fue simplemente que la derecha desmoralizada les dejó hacer.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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