15/05/2024 13:21
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«En el curso de mi vida, a menudo me he tenido que comer mis palabras, pero debo confesar que es una dieta sana». Winston Churchill. Esta fue una de las frases del histórico político británico (que jugó un papel muy importante en la defensa de la democracia europea durante la Segunda Guerra Mundial) que podría resumir lo que vienen haciendo muchos políticos: defender lo indefendible, o cambiar sus postulados cada dos por tres, o no tener reparos en desdecir lo que dijeron anteriormente (ya saben, donde dije, digo, Diego). Razón no le faltó a Churchill (militó en el partido liberal y en el partido conservador) ya que, en parte, es de lo que sucede en la política desde hace tiempos ancestrales.

La existencia de la figura del líder “todopoderoso” a la que el resto de sus subordinados políticos le obedecen con una docilidad perruna (en definitiva, quien hace las listas) es en parte, lo que produce el descenso de la calidad política. A modo de ejemplo, si el líder dice que la tierra es plana, pues ellos dicen que tierra es plana; si dice que el sol es un juguete de Playmobil, pues es un juguete; y así repiten, sucesivamente, sin reparos, las consignas del “Emperador” de sus partidos, con brutal sumisión. Ahora, si después cambia de opinión el “Emperador” (por interés o cálculo electoral) claro, un ser tan magnánimo, tan bondadoso, siendo inconcebible que la gente no sea capaz de valorar semejante “acto de generosidad”, estando por encima del bien y del mal.

¿Todo este rollo, a que viene? Simplemente porque los pelotas le dicen al líder lo que quiere oír en cada momento (cuanto más agradadores, mejor) y las traiciones están a la orden del día (sin ir más lejos, a la hora de elaborar las listas). Ha sucedido, sucede, y sucederá, salvo en pocas excepciones, en todos los partidos. No hay auténticas primarias (excepto casos aislados); solo existe el dedazo (en otras palabras, escoger democráticamente a dedo). Por tanto, otra frase que iría al pelo, también de Churchill, sería: «La política es casi tan excitante como la guerra y casi igual de peligrosa. En la guerra solo te pueden matar una vez, pero en política muchas veces».

Dicho esto, se puede establecer que muchos políticos solo están trabajando en “vender el producto” que les encarga su partido. Repiten como loritos disciplinados los argumentos internos, porque de su obediencia dependen sus sillones, comportándose como estómagos agradecidos, ya que les costaría mucho ganarse la vida en el mundo laboral. Ahora, a la mínima, cambio de chaqueta.

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Por eso, en parte, tenemos este nivel de deficiencia política en casi todos los niveles. Si son capaces de pelotear y traicionar a los suyos, y no tienen ningún reparo en cambiar de opinión, aún en contra de sus supuestos principios ¿Cómo quieren que cumplan con lo prometido en sus programas electorales? Eso sí, las tortillas de Lexatín a la hora de ver las encuestas y los resultados electorales, están más que garantizadas.

Suele ser gracioso, que los supuestos “críticos” de los partidos aparezcan a toro pasado después del fiasco electoral de turno. Todo el mundo sabía que pasaría una debacle, pero ¿Donde suelen estar los “críticos” antes del desastre? La respuesta cae por si sola.

No existe una receta a un mal tan endémico del ser humano, y, que, por desgracia, también está en otros estamentos de la sociedad (amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc.) pero todo esto afecta a nuestras vidas cuotidianas, porque ellos y ellas son los encargados de gobernar nuestro país a la hora de tomar decisiones. Por ello, debemos trabajar en mejorar la calidad democrática; toca mantener la crítica constructiva hacia los políticos para que no se relajen y curren para servir al pueblo (claramente, los políticos que hagan bien su trabajo, deberán ser felicitados, es de justicia).

Obviamente, para conseguir una sociedad más justa, libre e igualitaria, siempre debemos mantener nuestros valores, sin traicionar al prójimo; el objetivo es poder levantarnos, vernos en el espejo, y poder decir que no vendemos nuestros principios, ni nuestra moral, ni nuestra ética.

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