08/05/2024 09:06
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Esta es la decimotercera parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

 

Carta decimoquinta: Ofensiva comunista contra el gobierno

Los comunistas siguen con la infiltración del ejército nombrado comisarios políticos:

los nombramientos de Comisarios, sin mi firma, también se habían concedido a los comunistas; a los jefes del ejército se les halagaba para su ingreso en tal Partido;

Publiqué otra orden anulando todos los nombramientos de Comisarios hechos sin mi firma, y obligando a que para revalidarlos se solicitase del Ministro de la Guerra.

Uno de los más responsables era Álvarez del Vayo, afiliado al Partido Socialista, Ministro de Estado y Comisario, que hasta entonces se había manifestado como amigo mío incondicional. Se titulaba socialista, pero se hallaba incondicionalmente al servicio del Partido Comunista y auxiliaba todas sus maniobras, esperando, sin duda, sacar de él mejor partido para sus aspiraciones personales. Era uno de los jefes de la cábala. Hice comparecer a Álvarez del Vayo; le recriminé por su conducta y por los nombramientos hechos sin mi conocimiento y firma, en número de más de doscientos en favor de comunistas. Al escucharme se puso pálido, y con verdadera cara dura me contestó que los nombramientos eran para Comisarios de Compañía y que los había hecho por creer que era de su competencia.

Vayo y Pretel —otro tránsfuga—, que era su Secretario, habían organizado sin mi autorización, una Escuela especial para Comisarios donde ingresaban como internos con derecho a casa, comida y demás, los Comisarios de Compañía que ellos nombraban; estudiaban algunas asignaturas, y ascendían a los grados superiores, hasta el de Comisario de Ejército. Con ese procedimiento sustraían, de hecho, al Ministro el nombramiento de todos los Comisarios, sin excepción.

Más anécdotas: insinúa que Miaja y Rojo eran de la UME monárquica:

Querido amigo: Un buen día entró en mi despacho el Ministro de Gobernación Ángel Galarza y me dijo: «¿Me autoriza el señor Presidente para detener el General Miaja y meterlo en la cárcel?» Creí que era una broma y le contesté: «¡Cuidado! Si la vedette es aprisionada, el coro puede hacerse solidario de ella y negarse a salir a escena, en cuyo caso habría que suspender el espectáculo». Pero la cosa no iba en broma. … Wenceslao Carrillo estaba en Gobernación en Madrid representando al Ministro, y tuvo la suerte de descubrir un gran complot contra la República … el jefe de la banda de conspiradores era el Secretario del General Miaja, Capitán… X. Todos ingresaron en la cárcel, y en sus declaraciones uno de ellos dijo que habían comenzado las gestiones para conquistar al Coronel Rojo, Jefe del Estado Mayor de Miaja.

En el registro verificado en el antiguo local de la Unión Militar Española se encontró la lista oficial de asociados, en la cual figuraban militares de todas las armas y clases; una organización monárquica constituida para combatir a los antimonárquicos de todos los partidos. Allí se habían organizado los atentados contra los Jefes de Guardias de Asalto, origen del de Calvo Sotelo. En dicha lista figuraban con su número correspondiente: el General Miaja y el entonces Comandante y después Coronel Rojo.

Carta decimosexta: La histórica crisis de mayo de 1937

Los sucesos de mayo del 37 fueron una pequeña guerra civil en la España frentepopulista. Básicamente, los comunistas del PCE estalinista, acabaron con el gobierno de hecho de los anarquistas en Cataluña y Aragón y con el POUM, comunistas trotskistas y por tanto odiados por Stalin. Los comunistas del PCE arrastraron a los socialistas tras la unificación del PSUC.

Las agrupaciones Socialistas de Cataluña, sin autorización del Partido y sin dar cuenta a nadie, se habían fusionado con las organizaciones comunistas, dando vida a esa amalgama de Partido Socialista Unificado de Cataluña e ingresando en la Tercera Internacional. De nada sirvió la estratagema porque todos sabíamos que lo de socialista era una trampa para cazar incautos. Hubiera sido más decente decir las cosas tal como eran, y llamarse Partido Comunista Catalán; pero el disimulo y el engaño constituyen el fuerte de los comunistas rusófilos.

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Durante la guerra, los dos grupos [anarquistas y comunistas], con pretexto de armar a los milicianos para llevarlos al frente, solicitaban armas, de las que una parte dedicaban a la guerra y el resto se las reservaban en depósito para emplearlas contra el adversario político local.

La lucha fue tan violenta, que durante dos días se ensangrentaron las calles de Barcelona. Esto, si no recuerdo mal, sucedió entre el 10 y el 12 de mayo de 1937. Intervino la Generalidad para tratar de convencer a los contendientes de la necesidad de restablecer la paz, pero sin resultado.

… propuse al Consejo de Ministros, y así se aprobó, suspender en Cataluña los derechos que el Estatuto concedía a la Generalidad referentes al orden público, puesto que había demostrado su impotencia. Envié al General Pozas con Guardias de Asalto, y por este medio el orden material fue restablecido.

Los comunistas tratan de imponer su paz tras derrotar al enemigo. Largo Caballero se opone, y los comunistas deciden eliminarlo, lo que consiguen porque el PSOE dejó de apoyarle. Azaña se alegró de que se lo quitaran de encima:

Entonces propusieron la disolución de la Confederación Nacional del Trabajo y del Partido de Unificación Marxista (P.U.M.), trotskista, que se había unido a los sindicalistas para combatir al Partido Socialista Unificado (comunista). Manifesté que eso no se podía hacer legalmente; que mientras yo fuese Presidente del Gobierno no se haría…

Todos los demás ministros guardaron silencio; ninguno me apoyó, aunque todos se denominaban demócratas. Los que siempre tenían en sus labios la palabra democracia se sublevaron y dimitieron, levantándose y marchándose. Levanté la sesión diciendo: «Creo que es un crimen provocar la crisis en estos momentos».

Además —añadí— usted [dirigiéndose a Azaña] conoce los trabajos que se hacen en Marruecos para provocar un levantamiento contra Franco, trabajos que hoy están en buen camino porque existe un gran descontento por el reclutamiento de moros para la guerra en la Península. Naturalmente, esos trabajos quedarían infructuosos con la crisis».[6]

Eran, además, tan ciegos, que no veían en los comunistas un interés enorme en dirigir la política de España? ¿Permitirían que la República cayese en sus manos? Dejemos a la Historia desentrañar esos misterios.

Fue el fin del gobierno Caballero y del caballerismo…

Para acabar, estas son las reflexiones de Caballero sobre sus relaciones con los comunistas y la estrategia para hacerse con España:

La Tercera Internacional quería hacer en el resto de España lo que había hecho en Cataluña y en las Juventudes Socialistas; unificar a los Partidos Socialista y Comunista y meterlos en su saco; pero se encontraba con una gran dificultad, y era que el Partido Comunista no tenía hombres de autoridad y prestigio para labor tan importante, ni para dirigir después el Partido Único. Los hombres que valían algo habían pasado al trotskismo.

Tuve la desgracia de que se fijaran en mí… ¡El Lenin español!

Un comunista argentino, Víctor Codovila, avalado por la Margarita Nelken, una judía del PSOE criptocomunista, le habla de las Alianzas Obreras, después del Partido Único:

… indicándome que el llamado a realizar esa empresa era yo, por mi autoridad y prestigio entre los trabajadores; que yo sería el Jefe del nuevo Partido y, como consecuencia, el dueño de España, porque hecha la unificación, a ella vendrían todos los obreros, constituyendo una fuerza invencible.

 

Pero Caballero se niega:

… había combatido en la discusión habida en la Agrupación Socialista Madrileña las veintiuna condiciones de Moscú, y, por tanto, no podía convertirme en propagandista de la Tercera Internacional. En cuanto a que yo sería el Jefe del Partido Único y el dueño de España, ya tenía adquirida mucha experiencia para dejarme influir por cantos de sirena.

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La presión sigue:

 

Los que fueron Embajadores de Rusia en España me abordaron sucesivamente incitándome a la fusión; yo les contestaba con una negativa cortés. Fíjese: ¡nos vendían armamentos, y nos ayudaban en la guerra! Lo que ignoro es qué relación podía tener este asunto de la fusión con su misión diplomática.

Aún faltaba el último golpe. Marcelino Pascua, Embajador de España en Rusia, se presentó en Valencia sin que nadie le llamara y sin pedir la autorización necesaria para ello, y me preguntó de parte de Stalin si la fusión de los partidos podría realizarse. Le contesté que no, como era natural. ¿Había hecho el viaje solamente para eso?

 

A partir de mi salida del Gobierno, Largo Caballero ya no era el mismo; se había transformado. Ya no era socialista, y menos marxista. Era el enemigo número uno de la clase trabajadora. Me llamaban anarquista, soberbio, ambicioso, intransigente y otras idioteces parecidas.

 

Las fotografías desaparecieron de todas partes. El ídolo creado por ellos, ellos mismos se complacían en destrozarle. ¡Qué valor y qué talento!

Lo más grave para mí era que a esta campaña indigna de difamación se unían los capitostes de la Ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español… Tan sólo por odio, por rencor o envidia querían desprestigiarme, desacreditarme, deshacerme ante los trabajadores españoles y del mundo entero; creían que así podrían elevarse sobre los escombros de mi caída.

Todo esto es muy gracioso. Es obvio que Moscú se fijó en su día en el escayolista por estar a la cabeza del ala revolucionaria del PSOE. Pero, desde luego, la intención de los comunistas no podía ser otra que usarlo para sus fines: unificar el PSOE y el PCE con la intención de controlar el primero y hacerse con él al final. En cuanto vieron que iba a piñón fijo y no se podía sacar nada de él, lo echaron a los leones sin mayor ceremonia.

Lo que querían los comunistas eran tipos sin escrúpulos, como Carrillo, capaz de insultar a su padre por escrito públicamente, como la Ibárruri. Caballero era incapaz de ello, y no por ningún tipo de freno moral, simplemente era muy rígido psicológicamente y además le faltó una educación formal que le hiciera capaz de reflexionar sobre su propia conducta tozuda y antipática.

En resumen, fue incapaz de ver que él era el simple peón de unas fuerzas revolucionarias que usaban entonces al obrerismo como punta de lanza para la destrucción de la cultura cristiana de occidente, como hoy usan a tarambanas que no saben si son hembras o son machos. Esas fuerzas destructivas, por supuesto, no tienen ningún interés en el bienestar de los obreros ni de los invertidos, como él les llamaba. Ninguno.

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