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Doce largos y angustiosos años a la espera de la celebración de los juicios de Nueva Rumasa… y hasta está normalizada la aberrante ralentización del proceso. La Justicia no puede estar satisfecha de estos hitos reiterados de inepcia y mediocridad. Hablemos de teoría, de la expectativa ideal de esta Justicia inmersa en la justificación de la burocracia, la desorganización y la complacencia con lo ineficaz: aludamos al compromiso moral tan esquivo en la Justicia actual pero que repercute en cuantos protagonizan el teatro de los tribunales donde se escenifican tantos dramas. Esos protagonistas deberían esmerarse en ser merecedores de un destino exigente por el que rendirán cuentas personales. El compromiso moral con la exigencia por la Justicia debería ser consciente y no automatizado, diluido y olvidado por los funcionarios judiciales.
Con la democracia mal aprendida por la asignatura pendiente de la decencia política, en España se ha olvidado la responsabilidad moral del servicio público, el compromiso de la diligencia y el peso de la conciencia al obrar con una soberbia que se cree inherente al cargo en todas y cada una de las instituciones que se suponen al servicio de la ciudadanía. Pero no es así. Quizá la vanidad de quien se inviste de autoridad para mostrarse por encima del bien y el mal, incrementa el peso de la lápida del alma cuando haya que rendir cuentas definitivas. De ese llamado, aquí incierto pero procelosamente real desde la ignorancia de la experiencia terrena, nadie se escapa. ¿Por qué digo esto que parece más propio de un predicador que de un analista sociopolítico? Porque la decencia y la dignidad, a quien tenga la suerte de comprender sus significados aplicados a la observancia de lo personal, son premisas que nos competen en la oportunidad de ayudar a quienes sufren las injusticias de esta existencia sufrida y compleja. Compete más a quienes circunstancialmente están llamados a paliar la angustia de los inocentes siendo aún más responsables de la exigencia de los consejos del espíritu, precisamente por estar posicionados socialmente para abarcarlos y gestionarlos con sentido de justicia. Son más responsables del tiempo de reacción para paliar el dolor innecesario. Y llegados a este punto de la exposición no estará de más recordar las inadmisibles demoras en abordar los juicios de Nueva Rumasa cuando han transcurrido doce años desde la intervención judicial, previo cierre del grifo crediticio que precipitó el drama de la emisión fallida de pagarés. Acostumbrados al ritmo frenético con que se suceden los años podría parecer un paliativo la demora en cumplimentar los deberes judiciales siendo en realidad una vergüenza y una prueba de que no puede haber un orgullo profesional en todos aquellos que no lo merecen. Doce años de insensibilidad, inacción, inepcia y conformismo en tanto miles de personas sufren los rigores de la ralentización de la Justicia. La misma Justicia que posee el deber moral, en lo profesional y personal de cuantos personal y colectivamente están llamados a multiplicar los talentos que no a enterrarlos, parafraseando la parábola que es a propósito de esa responsabilidad añadida en la función moralizante y ejemplar de los propósitos judiciales.
Muchos damnificados han fallecido con la esperanza de que algún competente y humanizado gestor judicial advirtiese el escándalo de los retrasos. Cabe la pronta reacción cuando se toma consciencia de la dimensión de dolor que provoca la parsimonia de quienes, fijado el objetivo de trabajo, aún retardan el compromiso ineludible de la Justicia para cumplir un deber elemental.
Seguro que encontrar un lugar para celebrar la causa es mucho más ágil y sencillo con el desempeño profesional de quienes han tomado consciencia de que no puede existir más demora para miles de personas que han sufrido pérdidas vitales y aún confían en la humanización de los tribunales. Seguro. Ya son doce años, doce.
Autor
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Editor de ÑTV ESPAÑA. Ensayista, novelista y poeta con quince libros publicados y cuatro más en ciernes. Crítico literario y pintor artístico de carácter profesional entre otras actividades. Ecléctico pero centrado. Prolífico columnista con miles de aportaciones en el campo sociopolítico que desarrolló en El Imparcial, Tribuna de España, Rambla Libre, DiarioAlicante, Levante, Informaciones, etc.
Dotado de una gran intuición analítica, es un damnificado directo de la tragedia del coronavirus al perder a su padre por eutanasia protocolaria sin poder velarlo y enterrado en soledad durante un confinamiento ilegal. En menos de un mes fue su mujer quien pasó por el mismo trance. Lleva pues consigo una inspiración crítica que abrasa las entrañas.
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