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El paso del tiempo se hace, poco a poco, muy duro. Los amigos, las personas que han significado algo en tu vida, con las que has compartido tiempo e ilusiones, que, a veces, se convierten también en tu familia, van dejándonos reclamados por el Altísimo. Archivadores repletos que se cierran en la memoria, aunque el recuerdo, frágil, permanezca.
Han transcurrido poco más de 24 horas desde que sus hijos me anticiparon que se iba, que nos dejaba, que se estaba apagando tras unas semanas de enfermedad de la que nada sabía; pero cuando antes de abrir el mensaje lees que te piden que reces sientes que algo se va a romper. Y pensé en Luis por su mala salud de hierro, pero no era por Luis… incapaz de dejarla sola.
Llevo más de veinticuatro horas recordando, también rezando, aunque más por su marido que por ella. Las imágenes de toda una vida pasan por mi mente. ¿Por dónde empezar?
Maricarmen ha sido una persona cristianamente buena y son tantos los hechos que puede presentar ante el juicio divino que, más allá del sentimiento, de intentar calmar el dolor personal, no van a ser necesarias las oraciones para que alcance la recompensa de ver a Dios. Aunque, conociendo su carácter, estoy seguro que va a permanecer a las puertas del paraíso, acompañando a San Pedro -¡Prepárate San Pedro!- aguardando el día en que Luis vaya a buscarla para hacer ese último camino juntos.
¡Se me hace muy difícil escribir con las lágrimas contenidas! ¡Se me hace muy difícil pensar que cuando llame no va a coger el teléfono y tener una de esa largas charlas que eran habituales, charlas de lo cotidiano, antes de que me pasara con Luis.
Maricarmen Alemán se nos ha ido.
No me gustan los obituarios. De hecho, hace muchos años, esquivaba hacerlos, quizás con el vano intento de borrar a los amigos, a las personas a las que estás agradecido, a los ejemplos que se van sucediendo.
Sin embargo, de Maricarmen tengo que despedirme porque a estas horas aún no sé si lo podré hacer presencialmente.
Me es difícil recordar cuando nos conocimos, yo era un estudiante universitario, quizás fuera en 1982 o poco después. Maricarmen era la mujer de Luis Fernández-Villamea, directo de la revista Fuerza Nueva en la que yo comencé pronto a colaborar. Poco más de 40 años hace pues.
Maricarmen procedía de una familia militar, su padre, del que se sentía muy orgullosa, había ganado la Cruz Laureada de San Fernando, siendo muy joven en Brunete. Siempre que contaba cosas, le gustaba recordar, relataba que la suya fue una casa militar, con sus hermanos siguiendo la carrera de las armas y los ayudantes de su padre enredando. Luis y Maricarmen reían cuando explicaban que, creo que fue el día de pedir la mano, el Teniente General le dijo a Luis: “ya sabes que no te casas con una mujer, sino con un carro de combate”. Y era verdad, porque Maricarmen se convirtió aún más en una militante combatiente de Fuerza Nueva. Genio tenía para dar y regalar, al igual que rectitud. No hubo nunca doblez en ella, ni ganas de someter la verdad a la diplomacia.
Al lado de Luis, siempre al lado de Luis, no han desfallecido nunca en aquella militancia política que marcó nuestra vidas; pese a los sinsabores, a las ingratitudes. Con dolor y rabia, contenida por Luis, vivió la campaña interna que contra su marido se desató a principios de los noventa, para vergüenza de los que la promovieron. Al lado de Luis, Maricarmen, cuidaba el archivo, hacia fotografías de actos, estaba siempre allí, en aquella sede de Núñez de Balboa. Al lado de ambos viví no los años de explosión militante, cuando tantos aparecían, sino el camino que nos fue apagando poco a poco, cuando al lado de Blas Pilar solo quedábamos un puñado de leales.
Maricarmen y Luis me hicieron uno más de su familia, algo que nunca podré olvidar. De hecho, durante décadas, cuando me desplazaba para algún acto o trabajo me quedaba en su casa: el cuartel de Maricarmen, porque tenía que gobernar a cuatro hombres, y el invitado; además de trabajar como funcionaria. En el trabajo pagó el precio que la aventura política nos ha demandado, pero ella se congratulaba ayudando desde el registro a las personas que con dificultades y problemas acudían. A cuántos ayudó a regularizar su situación.
¡Cuantas noches charlando en su casa con tazas de café! ¡Íbamos a arreglar la Patria, pero la patria me temo que ya entonces se resistía a ser arreglada. Durante estos años he visto crecer, incluyendo casi nacer al menor, a sus hijos. Pedro, Antonio y Luis -¡yo se bien la soledad en que se quedan!-, son como unos hermanos pequeños. Con ellos compartí muchas vivencias familiares. La veneraban, para ellos será ahora el ángel que seguirá velando desde el cielo. Tantas veces me habló de sus preocupaciones por el futuro de sus hijos ante las indecisiones y los caminos. Luis y yo nos divertíamos, cuando los chicos no estaban, diciéndolo que que iba a hacer cuando aparecieran por la puerta con alguna “novia incompatible”. Todo eso muestras hacia algo, porque no sabía estarse quieta. ¡Qué solo se va a quedar su jardín!
Maricarmen fue siempre una luchadora, sólo una enfermedad, que no le ha dado opción a plantearle batalla, la ha podido vencer.
Luchadora en la vida y en la política entendida como servicio.
La recuerdo en aquel vídeo de propaganda electoral, creo que de 1979, saliendo en una gasolinera pidiendo el voto. No es raro verla en las fotos de viejos actos de Fuerza Nueva, en los inicios de la Transición, retratada por Luis (que es un magnífico fotógrafo). Sin embargo, mis jornadas más entrañables con ellos son las de la madrileña feria del libro. Allí llegaba al mediodía Maricarmen con sus provisiones para hacer una campestre comida pues no quedaba tiempo suficiente entre el cierre del mediodía y la apertura de por la tarde. En la última etapa era uno de los pilares de Luis para mantener la editorial.
Maricarmen fue, mejor dicho, es, una mujer de fe, y esto es quizás lo más trascendente. La “sacristana” oficiosa de la parroquía de la urbanización en que vivía, la que daba catequesis a los niños, la que cuidaba al sacerdote, la que guiaba a las chicas que le pedían consejo… siempre presta a ayudar, siempre con su puerta abierta. Pero su gran tarea ha sido, especialmente en los últimos 20 años, cuidar a Luis.
Luis, amigo, compañero, camarada… comparto contigo un poquito ese hueco que se nos queda, comprendo por conoceros tu inmenso dolor, la vida es así. Ahora te quedan los amigos y tus hijos, Pedro, Antonio y Luis, hasta el día que vuelvas a abrazar a Maricarmen a las puertas del cielo, porque sabemos que para nosotros la muerte nunca es el final.
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