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Sí desde la apatía, la comodidad, la falta de convicciones y el medroso oportunismo se permite que la ley sea conculcada; el fraude alcance el poder; la Constitución sea violada; el estado de derecho menospreciado y la arbitrariedad o el despotismo dirija el poder contra una parte de sus ciudadanos, la paz no es posible. O se restablece la ley, el orden y el derecho, como base de la convivencia, o dos caminos se bifurcan en el horizonte. El de la dictadura, mal llamada del proletariado (social/comunista) o el de la dictadura cívico-militar que reconstruya el viejo orden perdido. Eso está ocurriendo en USA y eso ocurrió en España el 14 de abril de 1931.

Una de las ventajas de pertenecer a una nación con tanta historia; que fue imperial y civilizadora; engendradora de lenguas primigenias y madre fecundadora de derechos humanos inalienables e imprescriptibles, por ser hijos de Dios, no por ninguna ocurrencia humana; es que nada de lo que ocurre en la joven América nos resulta indiferente, lejano o sorprendente. La vieja Europa y España a la cabeza, tuvo similares tribulaciones, disputas tribales, traiciones únicas, caídas abisales y resurgimientos portentosos: algaradas, motines, guerras ideológicas y leyendas interesadas, hasta intentar destruir lo que fuimos y debemos seguir siendo, empeño actual.

De ahí la comparación entre lo que está ocurriendo en Estados Unidos, en estas pasadas elecciones y lo vivido en España el 12 de abril de 1931 y el 16 de febrero de 1936. Fraude electoral en todos los casos; subversión del orden constitucional y el estado de derecho por una “camarilla” cuya implantación era menor que su voluntad de apoderarse y usufructuar el poder, con disfraz ideológico. En el caso español, fallaron las cautelas, las instituciones, la sociedad civil y las fuerzas armadas; y su consecuencia, en el tiempo, fue una tragedia colectiva; evitable, en su momento, de haberse actuado con valor, honestidad, responsabilidad y visión de futuro, extremo harto difícil en las sociedades modernas.

Para forjar un Imperio, nosotros lo experimentamos, es preciso atesorar una gran idea transformadora del orden social, aceptada o impuesta. Nosotros la tuvimos: evangelizar el nuevo mundo descubierto. Antes los griegos, persas, romanos y otomanos tuvieron la suya e impregnaron su esplendor a la época, facilitando el avance o retroceso de lo que llamamos “civilización”. Además, debe venir acompañada de una “voluntad humana colectiva” que mitigue los cálculos erróneos y sea capaz de concentrar la mente de ese pueblo en la necesidad de soportar la adversidad por el ideal trascendente de la empresa colectiva. “No existe una verdadera misión, si una condena no la acompaña”, sostenía D´Ors.

La Ley, el Estado, el Imperio. La ley como intima relación con la verdad, realidad y estabilidad de lo que es inmanente; tiende, en todo Imperio, a identificarse con el mundo en orden, en la estabilidad del Kosmos. Aquí el Estado, es el status, configurador del pueblo que ha sido capaz de determinar el universo para imponer/perpetuar su hegemonía. En esos tres primigenios conceptos se configuraron todos los imperios que en el mundo han sido. Hoy la corrupción, el multiculturalismo y el globalismo minan en la esencia el edificio sobre el que se construyó el Imperio de los Estados Unidos, y su importada/exportada democracia. Aunque genuina, constitucional y divinizada, se resquebraja por el empuje del liberalismo que favorece la ideología de la mentira.

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Los imperios no se destruyen de la noche a la mañana, como las naciones no se hunden de un día para otro. La inercia puede mantenerle durante un siglo por la maquinaria administrativa, política, militar y la resistencia de sus propias estructuras sociales; pero pocos me negarán que la fractura social, el multiculturalismo, el feminismo histérico y la fraudulenta corrupción institucional que propició el triunfo de Kamala Harris, pues Joe Biden apenas representa otra cosa que la de un bufón senil, lo esta provocando la alianza de conjunción: capitalismo antinacional y socialista, medios de comunicación afines y las políticas destructivas de la vida, la familia, la nación y el progreso. ¿Es casual que el Gobierno de Trump coincida con el menor paro y mayor crecimiento económico? Tanto el empleo como el Dow Jones, el S&P 500 y el Nasdaq han marcado máximos históricos bajo su mandato.

En realidad, la era Trump se puede decir que ha cambiado el curso de la historia en Estados Unidos. Después de superar, en solo cuatro años, a todos sus antecesores, desde Jimmy Carter, en crecimiento económico/social y renta per cápita (PIB); sólo podría privarle de ser reelegido y cumplir todo su programa, un fraude masivo que nadie discutirá dentro de veinticinco años. Frenó la inmigración ilegal y revolucionó todos los acuerdos comerciales con el resto del mundo, con su “América, primero”. Renunció a la agenda ficticia del cambio climático y batalló por los aranceles con China. Pero lo más importante, devolvió a los americanos la ilusión y dignidad de sentirse representados; de sus orígenes; del respeto a sus valores, creencias y tradiciones. Durante su mandato el pueblo americano comprendió cual debía ser su lucha y lo prioritario de sus objetivos; por eso le siguieron masivamente y triunfó, contra todo pronóstico; contra lo “políticamente correcto” que se venía imponiendo desde Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. El último “montaje” del Capitolio a quien fue el adalid de “la Ley y el Orden” define la importancia y razones de sus adversarios.

Esa “batalla cultural”, iniciada bajo su mandato, debe continuar y extenderse por la vieja, cansada y confundida Europa, y el resto del mundo. Tal vez sea la última batalla que le quede al ser humano ante la falsa promesa globalista del fin de la historia, donde todos los hombres seremos iguales, no en derechos y obligaciones, sino en sumisión de rebaño; con mentalidad científica, pero dirigida y vigilada desde “un ministerio de la verdad”; libres de taras y traumas del pasado, pero vaciados “del origen” y de toda “misión trascendente” que pueda relanzar dignificando nuestra condición.

Luchar, como lo ha hecho Trump, contra el discurso feminista, antirracista, homoxesista, y contra todo lo que pueda tiranizarnos, no es fácil; al unir frustraciones personales con falsas esperanzas y deseos planetarios de imponer una ideología a modo de religión. Es el comunismo lo que está detrás de la muleta de tanta inmoralidad histérica. Cuando la moral y su correlativa conducta se pospone al interés económico, toda la aventura humana está condenada al fracaso y las vidas empleadas, inútiles ofrendas a un Dios menor, se llamen “primaveras árabes”, guerras contra el terrorismo (Afganistán, Irán) o las guerras larvadas por la corrupción de las instituciones políticas.

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El globalismo, hijo de Gramsci, nieto de Marx y biznieto de Rousseau, es el nuevo Caballo de Troya que en sus entrañas regurgita los materialismos de toda especie. Quien no entienda el combate soterrado que se está librando en la fortaleza de la libertad, la dignidad humana, la justicia y el progreso, se incapacita para defenderla. La batalla de Trump, ante el fraude masivo, ocultado por los poderes facticos, es la lucha de un pueblo que no se resigna a morir; de unos ciudadanos hartos de la esclavitud del relato único y falso; de una nación que se reafirma en su historia y dice: ¿Quien puede, hoy, proyectar luz sobre las tinieblas interiores? ¿Quién sostiene, hoy, que el utilitarismo de la vida, puede reanimar su muerte colectiva como pueblo y Nación? Y, evidentemente están reaccionando y sufriendo la incomprensión mediática y publicitaria.

Ver lo que está delante de nuestros ojos exige un esfuerzo permanente”, sostenía George Orwell. De nuevo tenemos un episodio marginal y poco importante, aunque hubiera cuatro muertos, ocultando el resto: el fraude electoral promovido desde las élites del poder, con el auxilio de alguna potencia extranjera interesada en beneficiarse de la corrupción que promueve. El asalto al Capitolio como el Motín de los Gatos del 28 de abril de 1699 en España, supone un cambio de régimen y el inicio de la caída del Imperio Americano, como nos ocurriera a nosotros con el cambio de la dinastía.

Después de tres siglos, apenas se han ocupado los historiadores de analizar y documentar la intervención de Francia, Luis XIV, como potencia extranjera emergente, su intervención en el motín y el resultado. Ahora también se ocultará, veremos cuanto tiempo, la intervención de la China comunista en el fraude, los disturbios y el golpe de estado encubierto. El actual manejo de casi todos los medios de comunicación: MSNBC, CNN (New York Time), CBS (Washington Post y NBC (Univisión); así como las ventanas nacidas de una supuesta libertad individual y democracia directa como: Facebook, Twiter, Google y otras tecnológicas, lo garantizan. ¿Cómo explicar la propaganda anti Trump desde el inicio de su mandato; el veto y censura a sus intervenciones?

Habrán podido desalojarlo del poder, pero las causas de su desalojo, el odio que generan, la arbitrariedad que provocan y la falsedad que transmiten, pronto chocará con la realidad de los anhelos del pueblo americano y dejarán la desnudez de sus miserias. La batalla de las ideas, más cultural y educacional que nunca, permanecerá y se hará cada vez más necesaria en el alma de los pueblos; mientras, en las aldeas, no dejen de tañer las campanas llamando a la oración, al recogimiento, a la paz del combate que surge del interior humano.

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REDACCIÓN