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Ya que estamos en Fallas, los lectores de toda España me van a permitir que dedique este artículo a la capital del Turia. Nos asola a los valencianos una desgracia llegada desde Nápoles desde hace unos 8 años. La desgracia es, en parte, culpa nuestra, porque vino de la mano de unas elecciones en las que a nadie se obligó a votar a la formación pancatalanista Compromis, para más vergüenza, voto reiterado 4 años después. Pero, aun buscada por algunos, la desgracia no deja de ser desgracia.
El concejal Grezzi es uno de esos extranjeros de extrema izquierda (el argentino Pisarello, que tortura a los barceloneses en similares términos, podría ser otro ejemplo) que vienen a España a darnos lecciones de fanatismo sectario, como si nuestros progres patrios no estuvieran suficientemente versados en tales disciplinas.
Corría el lunes 18 de febrero de 2019, cuando los valencianos despertamos con la noticia de que: “El carril bici provoca que una ambulancia bloquee la calle Alicante.” Por lo visto el incidente provocó que los vehículos escaparan en dirección prohibida y un gorrilla terminase dirigiendo el tráfico. El entonces nuevo carril bici de la calle Alicante ya se había convertido desde semanas atrás en una ratonera para los conductores y en una prueba de fuego para los servicios de emergencia. No era el primer incidente provocado por la desmesurada sobreabundancia de carriles bici en Valencia y tampoco ha sido el último.
Ese mismo año 2019 vio como unos estafadores se llevaban más de 4 millones de euros de la EMT sin que ello haya sustanciado ninguna responsabilidad política más que el despido de una trabajadora que, posiblemente, fue la que menos culpa tuvo en todo el asunto, y sin que nuestro Grezzi, el máximo responsable de la empresa municipal de transportes, le templara el pulso para cargarse a una de esas trabajadoras a las que su partido dice defender, pero a la que sacrificó para salvar su culo napolitano.
Me contaba un amigo una anécdota sobre el citado concejal de movilidad del Ayuntamiento de Valencia Giusepe Grezzi, responsable de esta fiebre de carriles bici y otras extravagancias que han hecho de la movilidad en la capital valenciana poco menos que una odisea. Comparecía este en una Junta Municipal frente a unos ciudadanos, en su mayoría de avanzada edad, que le recriminaban el mal servicio de los autobuses de la ciudad. Cuando Grezzi se vio acorralado y no supo que contestarles, simplemente les espetó: “¿Y qué queréis, que vuelva Franco?” Sirva este ejemplo para ilustrar, además del uso ventajista y bastardo de las mal llamadas leyes de memoria, el problema del ayuntamiento del cap i casal: el exceso de ideología.
Buenos políticos, buenos gobernantes, buenos gestores son quienes resuelven los problemas que tiene planteada una sociedad. A quienes no lo logran podemos calificarles de mediocres y a quienes, además de no resolver ningún problema, crean problemas nuevos que antes no existían, podemos convenir en que merecen el calificativo de malos políticos, peores gobernantes y pésimos gestores. Es el caso de Grezzi. Valencia tenía una serie de problemas planteados cuando llegó al poder el actual equipo municipal, pero el tráfico no era uno de ellos. Todos los problemas que la ciudad pudiera tener siguen tal cual, pero ahora tenemos uno de movilidad nuevo por la obsesión de la concejalía de crear carriles bici por doquier, hasta el punto de que muchos valencianos tememos levantarnos una mañana y descubrir que tenemos uno nuevo en el pasillo de nuestras casas.
Cuando el exceso de ideología se contradice con el sentido común pasan estas cosas. Y no es que tengamos nada contra las bicicletas o los patinetes, medios de transporte sanos y ecológicos, de uso propicio en una ciudad como Valencia, llana y de clima benévolo, pero todo tiene una medida y una proporción. No todo el mundo va a ir en bici al trabajo, por mucho que Ribó pretendiera dar ejemplo fotografiándose llegando sobre dos ruedas al Ayuntamiento en su primer día, para coger el coche oficial y rodearse de escoltas el segundo y seguir así hasta hoy. Las personas mayores, quienes tienen problemas de movilidad, o quienes trabajan muy lejos de su domicilio no cogerán nunca la bicicleta se pongan Ribó y Grezzi como se pongan ni tienen por qué. También habrá otros vecinos que, simplemente, no cojan la bicicleta porque no les dé la gana, y también están en su derecho. Pagan impuestos y no son peores ciudadanos que el resto, ni necesitan que ningún mesías venido de Nápoles les de ninguna lección moral y ecológica sobre el uso de los biciclos.
Cuando la exagerada proliferación de carriles bici crea en la ciudad un problema de tráfico que antes no existía, provoca atascos, accidentes y retrasos en las ambulancias, cuando la ideología pseudoecologista y totalitaria de pretender decirle a la gente el medio de transporte que tiene que usar, pasa por encima del sentido común, se llega a estas situaciones. Una ciudad tomada por unos fanáticos a los que no les importa violentar a sus propios ciudadanos con tal de imponer unas modas progres estúpidas, cuando se llevan a extremos absurdos. Unos gestores capaces de hacer que lo que antes iba bien ahora vaya mal y que lo que antes iba mal vaya ahora peor.
Desconcierto en el transporte público, dinero estafado a todos los valencianos, carriles bici por doquier que han hecho odiar este transporte a toda una generación de valencianos, cortes de tráfico y, en definitiva, una ciudad peor para todos. Eso sí, los semáforos de la ciudad muestran muñequitos con faldas y hay bancos pintados con los colores del arco iris. Todo un ejemplo de “inclusión” en el caos.
En este mes de mayo hay elecciones municipales, de modo que tenemos la oportunidad de librarnos de Ribó, de Grezzi y de todos los fanáticos sectarios que llevan torturándonos a los valencianos en los últimos años. No la dejemos escapar.
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